Hasta ahora el desarrollo tecnológico en telecomunicaciones se ha enfocado en los seres humanos, pero estamos en vísperas de que esto deje de ser así.
Los primeros desarrollos en la materia cambiaron la conectividad entre personas. El teléfono permitió que dos humanos en sitios distintos se oyeran, el telégrafo que se mensajearan, el correo electrónico que se leyeran, y Skype que se vieran. El siguiente paso fue amplificar la relación entre humanos y máquinas. Internet permitió que pudiéramos comprar cosas sin pagarle a una persona; a través de nuestros celulares controlamos desde bocinas hasta juguetes, y¿ así. Pero aún falta un cambio. Falta la eliminación del ser humano.
El futuro de las telecomunicaciones es la facilidad con la que dos entes no orgánicos podrán intercambiar información sin la intermediación de una persona.
Esto ya está ocurriendo. Por ejemplo, hay cafeteras que se comunican con la alarma del teléfono y se prenden cuando esta suena. También están los brazaletes que se comunican con tu celular para mandarle información acerca de tu ritmo cardiaco, activación física, y demás. El mercado de wearables, “utilizables o portables”, dispositivos inteligentes que puedes usar como prendas: relojes, pulseras de ejercicio, anillos, está creciendo muy rápidamente. Un estudio de la Universidad de Goldsmiths en Londres en conjunto con la compañía Mindshare, estima que la penetración del mercado de estos productos en Inglaterra será del 20% de la población adulta al final de este año. O sea que 1 de cada 5 adultos en ese país tendrá un wearable. Estos aparatos dan información a través de aplicaciones en nuestros teléfonos o computadoras que luego podemos usar para optimizar nuestras rutinas de ejercicio o dieta. Por otro lado, le dan información a bases de datos de compañías que luego pueden utilizar para mejorar sus servicios o enfocar su publicidad.
Sin embargo, los cambios más importantes, y con mayorimpacto para la sociedad, aún están por llegar. Con la mejora de las conexiones en Internet, lo asequible que se han vuelto los sensores, y la ubicuidad de los teléfonos inteligentes, se avecina una interconectividad que no podemos verdaderamente entender. Los cambios irán desde lo mundano, hasta lo sublime. Afectarán nuestras dietas, medios de transporte, aprovechamiento de recursos, y mucho más.
Una regadera que se comunica con tu celular para que suene cuando lleves más de 10 minutos bañándote. Un chip en el collar del perro que te manda un mensaje cuando este sale del jardín. Una portería o un balón que le manda información a tu celular de la velocidad y trayectoria promedio de tus disparos. Un sensor en el pasto que mide la humedad del mismo para determinar si activar o no los rociadores, o que recibe información del clima en el día y se ajusta el sistema de rocío dependiendo si va a llover o no. Un refrigerador que avisa si algo no hay o se está acabando.
A nivel sociedad podríamos tener un sistema de metrobuses que se comuniquen unos a otros. Cada camión le puede mandar un mensaje al que viene atrás para decirle cuando salió de la siguiente estación y qué tan lleno viene, y así evitar las ridículas situaciones de ver cuatro metrobuses juntos y luego esperar veinte minutos al siguiente. Podríamos ver pequeñas luces en las esquinas que avisen si hay lugar para estacionarse en esa calle. Ambulancias que se comunican con semáforos para cambiar los colores en su favor, y que le avisan a los doctores que están en camino y en cuánto tiempo llegan. La variedad de (eco)sistemas, profesiones, y aparatos que podrán ser transformados es imprevisible. Exis-te una predicción de que para 2025 habrá un billón de aparatos interconectados en el mundo.
Muchos denominan esto como “Internet de las Cosas”. Pero el nombre no es apropiado porque no captura el salto cualitativo que tendrán nuestras vidas a raíz de la interconectividad entre casi todos los aparatos y cosas que nos rodean. Bill Wasik, editor de la revista Wired, nombró a este futuro: “el mundo programable”. Escribe: “una vez que tengamos suficientes de estos objetos en nuestras redes…se convertirán en un sistema coherente, en un conjunto que puede ser coreografiado, un cuerpo que puede bailar”. Wasik pronostica un futuro bello, con interacciones ininterrumpidas, con mayor información para tomar mejores decisiones, y con todas las facilidades para poder maximizar nuestro tiempo.
El proselitismo de la gente como Wasik es contagioso. No solo son los bellos paisajes que dibujan, sino también que si la historia reciente sirve para predecir algo, el futuro que ellos anuncian es inevitable. Pero hay muchas cosas que no cuadran dentro de su futuro perfecto. Una de ellas es la amenaza a nuestra seguridad colectiva. Mientras más cosas estén conectadas, y su funcionamiento dependa de la interoperabilidad, se torna más fácil desmantelar sistemas irrumpiendo solo una pieza. Por ejemplo, si toda la red de transporte público está conectada, y algo falla, entonces se puede caer todo el sistema, no solo la línea afectada. Los tecnófilos dicen que somos capaces de construir previsiones para que esto no suceda, pero no queda claro que en realidad somos capaces de construir sistemas blindados a la falibilidad o destrucción humana (o natural).
El otro miedo es el impacto laboral que puede tener una transformación de esta magnitud. A principios del siglo XIX, en Inglaterra nació el movimiento Ludita. Se oponía a la revolución industrial y buscaba frenar el intercambio de hombres y mujeres por máquinas. Los Luditas hicieron protestas, quemaron fábricas y lograron acuerdos colectivos que los protegerían. Hoy sabemos que en realidad los cambios a los que se opusieron fueron para bien: abrieron las puertas para una clase media mucho más grande, pusieron al alcance de muchos lo que había sido antes privilegio de pocos, y mejoraron la calidad de vida de los individuos. Sin embargo, una cosa que tendemos a ignorar es que tomó muchos años para que esta nueva realidad se materializara, y que las labores que estos trabajadores recientemente dispensados empezarían a llenar tampoco surgieron de la noche a la mañana. De hecho, muchos de los Luditas desempleados nunca lograron obtener nuevas fuentes de ingreso.
El mundo programable traerá mucho bienestar. Los cambios que mencioné son alcanzables. Tendremos la oportunidad de tener mejores redes de transporte público, sistemas de salud, aprovechamiento de recursos, información acerca de hábitos personales, etcétera. Sin embargo, el cambio también llevará un periodo de adaptación difícil. Mientras más aparatos estén conectados, menos necesitaremos la intermediación de los humanos, lo cual es previsible tenga un impacto en muchas industrias: logística, distribución, consultores, nutriólogos, entrenadores, y demás. Todos estos trabajos poco a poco desaparecerán. Y si bien con el desarrollo tecnológico se abrirán nuevas puertas, la transición no será inmediata.
Esto no quiere decir que debemos de ser reacios al cambio, ni luchar como los Luditas lo hicieron en su época. Pero lo que sí, es que los que somos entusiastas del cambio también reconozcamos que pueden haber consecuencias perniciosas. Hay mucho que podemos hacer como sociedad para estar listos para el mundo programable. Por un lado, debemos robustecer el seguro de desempleo para proteger a aquellos que vayan perdiendo sus trabajos. Y también, debe de haber programas de capacitación para que estos desempleados incrementen su capital humano y no se queden atrapados entre dos mundos. Por otro lado, debemos asegurarnos de que las futuras generaciones tengan las herramientas para encontrar trabajo en ese mundo. Eso implica mejorar la educación de inglés en el país, ampliar el enfoque curricular en las TICs, dar más apoyos para el estudio de ingenierías y ciencias, no cerrar puertas a esos campos desde la preparatoria,y fortalecer el acceso a mercados financieros para que los emprendedores del futuro puedan explotar sus ideas.
El mundo programable no será ni catastrófico ni glorioso, sino simplemente será un paso más en nuestra constante evolución. Hay que prepararnos bien para él, así amortiguaremos lo malo y dejaremos que lo bueno enriquezca nuestras efímeras estancias en la Tierra.