De una sentada leí el libro de Jesús Galindo y José Ignacio González Acosta, #Yo soy 132. La primera irrupción visible. Solo quería ojearlo y hojearlo, pero me atrapó y encontré mucha relación con lo que dice Zygmun Bauman. En El arte de la vida, dice Bauman que según un estudio hecho en Polonia por Hanna Swida-Ziemba, las generaciones anteriores a 1991 se situaban tanto en el pasado como en el futuro, después, para los jóvenes solo existe el presente, lo que ha cambiado la percepción de la vida, pues aun cuando el autor dice que sentirse artista creador de la propia vida es una noción que se gesta a partir de la Gran Guerra, que culmina con la orfandad divina y la caída de la fe en el progreso, se es artista de forma diferente. Si la vida es una obra de arte, en el pasado debía de buscarse la trascendencia, una vida perdurable y sólida, ahora se trata de disfrutar el instante, se concibe como un performance, un fluir líquido que privilegia las sensaciones del instante. Así pues, toda experiencia humana contemporánea busca románticamente ser acontecimiento artístico, una manifestación escénica a pesar de que se disuelva en el aire.
La revista Times en 2011 nombra personaje del año al manifestante, lo justifica explicando que hubo una época cuando los grandes acontecimientos históricos eran narrados, únicamente por profesionales, impresos en papel o transmitidos al aire. Los interlocutores eran un grupo selecto que se dirigía a la masa. Hoy, son los manifestantes quienes escriben la historia. Podemos imaginar la evolución del manifestante desde la década de los 60, cuando se marchó por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam; en los 70 se levantó en Irán y Portugal; en los años 80, se pronunció en contra de las armas nucleares, contra la ocupación israelí de la Ribera Occidental y de Gaza, contra la tiranía comunista en la plaza de Tiananmen y de Europa del Este. A partir de 1991 y, salvo excepciones, pareció que el manifestante gozaba de buen nivel de vida, de crédito fácil, y las protestas callejeras parecían eventos emocionales sin sentido. Para los jóvenes la crítica radical y las protestas contra el sistema eran narrativas propias del cine o los cómic, “V de venganza” o “Matrix”.
El manifestante volvió a ser protagonista de la historia en Túnez. El exceso de poder, abuso, corrupción y nivel de vida del dictador, ofendió a los ciudadanos, un vendedor ambulante de 26 años Mohamed Bouazizi, salió al trabajo, la autoridad tenía años de frustrar su negocio, pero esa mañana de viernes un policía le confiscó su mercancía. Fue a la capital para protestar y no obtuvo respuesta, entonces se empapó en aguarrás y se prendió fuego. La hermana de Bouazizi declaró a la prensa que “La dignidad era más importante que el pan” La frase, supongo, es uno de los indicios que motivan a Castells, en Redes de indignación y esperanza, a llamar a estos movimientos a partir de este sentimiento que, emanado del miedo, el hartazgo al abuso son la chispa que enciende a estas manifestaciones colectivas. Luego, en Egipto, las elecciones fueron escandalosamente sucias. La primavera árabe elevó estos sucesos al espacio cibernético y el uso de las redes sociales desafió los excesos de los gobiernos. Las espectaculares crisis económicas de Estados Unidos gestaron desde la red la ira de los ciudadanos en el movimiento que se llamo Occupy Wall Street. En Rusia la amenaza de otro periodo de gobierno de Vladimir Putin llevó a los cibernautas a manifestarse. Obviamente cada uno de estos eventos tienen sus variantes, pero el libro de Castells hace un esfuerzo por encontrar aquello que las une, concluye que provienen de la indignación por el abuso de las autoridades, la ira provocada por este sentimiento a sobreponerse al miedo y dominarlo, juntos no estamos solos en el miedo, juntos mediáticamente a través de la comunicación, conectados. Los lazos cibernéticos son virales y se contagian de un país a otro, influye directamente en los individuos, que se suman espontáneos, #YoSoy132 generalmente se trata de universitarios con pocas expectativas de éxito; nos dice Castells que rara vez son violentos. En el territorio nacional Galindo y González buscan las características del 132. Dicen que los mexicanos están ávidos por participar, especialmente en aquellos movimientos que se distinguen por generar conciencia, esperanza o la expectativa de participar en algo “sublime”. Coinciden con Castells en que el fenómeno del 132 no era un tema de ‘opinión publica’, sino de “dignidad”, cualidad que caracteriza a los movimientos estéticos contemporáneos.
Según las encuestas realizadas por los autores, en más de 130 sesiones de grupo en las 22 zonas metropolitanas más importantes de México y encuestas a domicilio con ciudadanos residentes en ellas, lo que más molesta a los mexicanos es: “El abuso de poder de la policía local”: 50%; “Andar por las calles con miedo”: 36%; “No encontrar trabajo”: 28%; “No tener oportunidades para avanzar”: 10%; “No tener oportunidades para desarrollar el potencial”: 10%; “El racismo y la discriminación”: 13%.
Los movimientos sociales tradicionales, explican, “no generan participación porque no se valora la importancia que tiene la “identidad” sobre la cual se realiza la convocatoria”. Las identidades “colectivas” parecen ser cada vez menos importantes para los mexicanos, en especial para los jóvenes, sienten obsoletas la “identidad nacional” “sentirse mexicano” y el “orgullo de México” como país. El miedo, la inseguridad y la desesperanza sobre mejores oportunidades se suma al desconocimiento que las personas tienen sobre sus propios talentos. Identifican cuatro grupos de personas en el México de la irrupción del #YoSoy132: Los “pesimistas desconfiados”: representan el 9% de la población. Los “pesimistas agobiados”: son el 58%; Los “optimistas”: quienes representan 23%; Los “energizados”: solo el 9%.
De ellos surgen cinco grupos de personas:
1. Activistas: 12%; 2. No activistas: 11%; 3. Hartos: 10%;
4. Estéticos: 2%; 5. En espera: 65%
Los “activistas” están ya en las calles, los “no-activistas” desconfían de los movimientos sociales en general, los “hartos” no son propiamente activistas pero expresan molestia sobre asuntos como la inseguridad, la crisis económica. Mientras tanto, los “estéticos” se activan “por la moda”. Los que están “en espera” se sumarán al activismo si son seducidos, su disposición está latente para participar cuando llegue el momento pertinente. Siete de cada diez ciudadanos se encuentra “en espera”.
Los movimientos estéticos apelan a las nuevas identidades que se gestan en los nuevos medios de comunicación: uno de cada cinco jóvenes ve noticieros mientras el 68% usa Facebook. En la población adulta, el uso de Facebook es el doble que la exposición al noticiero más visto de televisión. No es la “objetividad” sino la “autenticidad” lo que inspira esta nueva participación. Y aunque las comunidades estéticas te permiten recibir lo mismo que con los movimientos tradicionales, como el sentido de comunidad, no exigen exclusividad. Algo así como un noviazgo abierto. Pero el candidato suele ser una persona con tiempo, dinero, y educación, cualidades que desembocan en la curiosidad, la capacidad critica, y la independencia. En pocas palabras, se requiere tener posibilidades para el ocio.
Parece ser que estos movimientos estéticos abandonan la polarización típica entre estar ‘a favor’ o ‘en contra’ de algo en concreto y lo sustituyen por elecciones a la carta del tipo de:
Lo sublime sobre lo vulgar
Lo honesto sobre lo deshonesto
Antítesis del tipo:
Lo bello o lo repugnante.
Lo legítimo y lo ilegítimo.
Lo justo y lo injusto.
Lo digno y lo indigno.
La libertad y la opresión.
Lo moral y lo inmoral.
La libertad o la coacción.
La conciencia o la ignorancia.
Lo que ofende o enaltece.
Más de lo mismo o cambio.
Lo moderno y lo fuera de moda.
Con la excitación de quienes participan en un concierto de rock, la vieja experiencia de fusión carnavalesca, los manifestantes en red se sienten hermanados bajo el amparo de un grupo, un motivo que da sentido a unos días del calendario, activistas de souvenir.
Como un buen romance, al pasar a su fase de institucionalización, el entusiasmo se desinfla poco a poco, como su sedimento no pertenece al terreno de lo racional, son más una invitación a la fiesta que promueve la manifestación de la indignación que se abraza con la identificación en lo colectivo, movidos todos por una misma tonada.
Son narrativas puras, como leyendas orales que van sumando significados, interpretaciones, cada eslabón le otorga su peculiaridad por ello les es difícil asumir un líder, una ideología, son versátiles como la danza, y fluyen líquidas hasta llegar al mar.