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jueves 07 noviembre 2024

El rector Carpizo buscaba la excelencia académica

Este texto se publicó originalmente el 18 de octubre de 2016.

Alfonso Navarrete Prida, actual secretario del Trabajo y Previsión Social, quien también ha desempeñado diferentes cargos federales y locales en México, nos compartió su experiencia en su paso por el movimiento estudiantil de hace 30 años en la UNAM en el cual, el entonces estudiante de la Facultad de Derecho de esa casa de estudios, participó como adversario político a través de Voz Universitaria.

¿Cómo se forma Voz Universitaria?

Voz Universitaria tiene antecedentes: consejeros universitarios que estaban inconformes con la radicalización de lo que después se convirtió en el Consejo Estudiantil Universitario, habían expresado su opinión de muchas maneras ante las autoridades universitarias y querían tener un espacio donde también discutieran y que lo que después se convirtió en el CEU se los rechazaba; de hecho, en una lógica políticamente eficaz, lo que se llamó Consejo Estudiantil Universitario, trataba de bloquear cualquier membresía de estudiantes que no fueran de ellos como los únicos interlocutores de la rectoría.

Voz Universitaria surge de un intento de consejeros universitarios estudiantes que no eran afiliados a partido político alguno y venían de Unidad Universitaria, y que después por diferencias con estudiantes de la Facultad de Derecho particularmente, se divide, y ante el diálogo público que se estaba dando entre autoridades y el CEU, un grupo de estudiantes nos reunimos en el Auditorio de la Facultad de Medicina y decidimos caminar hacia el Auditorio Justo Sierra -Che Guevara-. En ese camino se integraron muchísimos estudiantes que no estaban de acuerdo y entraron al auditorio. Así surge Voz Universitaria, particularmente con una muy brillante, hoy abogada, Ángela Quiroga, con otra estudiante de la Facultad de Arquitectura que después fue congresista, Mónica Raya, con Jesús Silva-Herzog Márquez, y varios amigos que no estábamos de acuerdo con el sentido político que estaba tomando el movimiento estudiantil auspiciado por una buena parte de académicos, y que eran más reivindicaciones políticas de carácter nacional que rebasaban con mucho el tema de la reforma académica.

¿Conforme iba avanzaba el movimiento, era más fácil reafirmar su posición como Voz Universitaria?

Lo que sucedía a mi juicio era esto: el documento que inicia el conflicto que detona el movimiento es un diagnóstico que presenta el rector Carpizo en abril llamado “Fortaleza y debilidad de la UNAM”, del undiagnóstico muy crudo sistema educativo mexicano. Era un documento literalmente reprobatorio del sistema educativo, donde decía que más del 90% de los estudiantes hubieran reprobado un examen de selección si fuera un examen riguroso, y donde los profesores en el bachillerato -casi todos eran profesores de asignatura- no tenían carrera magisterial, y los investigadores en la universidad se habían desvinculado de la academia y se concentraban más en seguir sus proyectos académicos y conseguir recursos para eso que regresar a dar clases, y que había que departamentalizar con el respeto a la libertad de cátedra la currícula, para que fuera más homogénea.

Lo que buscaba el rector, bajo su perspectiva, era la excelencia académica y la reacción fue muy violenta en términos de que se tocaban intereses discutibles, que tenían un fondo de razón; se enfrentaron dos concepciones de México. ¿Por qué digo que era discutible? Porque el pase automático, que jurídicamente es una expectativa de derecho, un derecho adquirido que la universidad nacional, quiérase o no, es la mejor instancia de permeabilidad social a través de la educación y se estaba perdiendo. Por otro lado, modificar el reglamento de cuotas atentaba aparentemente contra el principio de gratuidad de la educación, que ya era más bien argumentativo, y que departamentalizar los exámenes a los antes maestros era atentar contra la libertad de cátedra; todo esto que en un principio era discutible, por el método, por la forma, por el tiempo en el que se estaba viviendo en la universidad, se aletargó y no es lo mismo aprobar una reforma que quererla aplicar. Entonces, cuando estas medidas se traducen en actos concretos, estos intereses legítimos que se tocan reaccionan de una manera muy violenta, pero rebasaba ya desde el inicio, lo que era la mera reforma sí, y eso también es entendibles en un marco más amplio de transformación de país.

En el país estaban sucediendo muchas cosas y la UNAM fue un catalizador. Había un cambio de política gubernamental interna que terminó siendo una corriente crítica y después un frente democrático nacional. Un aletargamiento de años le había cerrado las puertas a jóvenes en una década prácticamente perdida por crisis económicas, había ajustes severos en el gasto público, y veníamos saliendo -como dicen muy bien todos los autores de la revista etcétera que he estado leyendo- en la Ciudad de México de una tragedia como fueron los sismos, en una sociedad que estaba molesta; todos estábamos molestos, no es que los de Voz Universitaria no estuviéramos compartiendo ese diagnóstico, sí lo compartíamos. Y en un país donde para nosotros, los estudiantes, parecía que se cerraban casi todos los caminos para pedir trabajo. Había un decrecimiento importante del PIB. De venir de una apertura enorme en la matrícula y masificación de la educación media y media superior, fue en ese momento que se crean todas las escuelas periféricas de la UNAM, surge la Universidad Autónoma Metropolitana, surgen diversas universidades, entonces ideológicamente para quienes se estaban formando en la izquierda partidista -también muy dividida- eran parte de un modelo económico que estaba cambiando y que pretendía reducir la matrícula, privatizar la universidad, por lo tanto esas medidas obedecían a un plan superior que tenía qué ver con los intereses globales y no con las medidas universitarias. Por ello el movimiento tenía que ser un movimiento de característica social que no se circunscribía meramente a la reforma académica. En la medida en que estos intereses fueron aflorando, las diferencias empezaron a crecer entre los estudiantes, entre porqué irnos hacia otras demandas que no tienen qué ver con esto y porqué esto se está moviendo así, generaba dudas legítimas, explicadas ideológicamente con gente con una formación política mayor frente a meros estudiantes que veían diferente las cosas.

En mi caso habíamos tenido varias mesas de diálogo entre consejeros universitarios, y yo estaba en contra de un punto específico de la reforma por origen; la reforma planteaba, que la propuesta de la rectoría era la descentralización absoluta de la universidad y dejar a la prepa nacional como prepa nacional ya no ligada a la UNAM, sino para que el pase automático no tuviera vigencia, la creación de los Colegios de Ciencias y Humanidades como método educativo y las escuelas periféricas lo mismo.

En el caso de la escuela de donde yo venía para mí era insostenible eso, porque veníamos de luchar contra un grupo porril de la ENEP Acatlán vinculado a la Secretaría de Gobernación donde lo veían políticos priistas como un campo importante para la actividad política y que nosotros no queríamos que eso estuviera ocurriendo, entonces decíamos “si además de eso, nos deja la universidad; pues primero que saneen la casa de estudios, la ENEP que es su responsabilidad y después hablamos con inmenso gusto, no nos oponemos a descentralizarnos, pero mientras el modelo está siguiendo esto, lo único que van a hacer es entregar a la escuela a los intereses del grupo”. Curiosamente años después, ya en mi vida profesional, esas mismas personas que de estudiantes tenían muy poco, terminaron en la cárcel porque vendían droga en la escuela, porque tenían cuotas. Se metieron en asuntos delincuenciales severos, resultando cierto lo que nosotros alegábamos que había un grupo de porros. Entonces cuando una reunión que se tuvo en la sala Sor Juana con muchos de los que ya han escrito en etcétera, y en una reunión con el rector, yo toqué ese tema en el que no puedo estar de acuerdo y dijo “ese tema no tiene nada qué ver ya en la reforma, ha sido sacado del paquete de reforma que se está enviando”, pues dije “aquí acaban nuestras diferencias, o sea, en todo lo demás estoy de acuerdo”. Nos fuimos alejando y en la medida que se radicalizaba el asunto, más nos íbamos alejando hasta ciertos límites. ¿Cuáles eran los límites? La no violencia, no tocar a un solo estudiante o profesor por el hecho de manifestarse, no meterse partidos políticos como carne de cañón a estudiantes y no represión por salir a la calle a expresar ideas. Y ahí sí había solidaridad absoluta que no tenía qué ver de qué lado estabas, sino era una posición de la universidad.

El director de la revista etcétera sostuvo entonces, porque él era estudiante igual que usted en la ENEP Acatlán, que los jóvenes que confrontaron al CEU carecían de una visión moderna de la UNAM. ¿Usted qué opina al respecto?

Bueno, dentro de su margen ideológico evidentemente. Lo que yo nunca conocí es cuál era el proyecto de ellos, hasta el día de hoy. El CEU a fin de cuentas era un movimiento contestatario, y éstos son movimientos eclécticos, pero son movimientos que se unen en función de los nos, no en función de los sís, cuando los nos ganaron “¿y ahora qué hacemos?”, se dividieron, como siempre sincréticos, lo que yo nunca conocí, ignoro cuál era ese proyecto.

Si el proyecto era la universidad de masas como le pasó a la Autónoma de Puebla o a la de Guerrero pues evidentemente no compartía yo para nada ese proyecto. Si de lo que se trataba es de que fuera una universidad pública y abierta a todos,democrática porque todos tuvieran las mismas oportunidades, y académica porque además enseñara y preparara a jóvenes con visión social para hacerse cargo de responsabilidades en el país, esa sí es mi visión de universidad en la cual sigo creyendo. La reforma tenía un alto contenido académico, porque no es posible que no se esté sujeto a evaluación, todos en la vida estamos sujetos a evaluación y porque no es posible que le hagas creer a jóvenes que se están moviendo y que están permeando socialmente para tenerlos así, como hoy ocurre en el sistema educativo, que las posibilidades de empleo se reducen en un mundo que cambió y que se perdió la oportunidad valiosa para poder hacer ajustes en la universidad y que siguiera siendo la fuente que nutriera de cuadros al país con visión social.

Usted fue un adversario del movimiento estudiantil encabezado por el CEU. A esta distancia ¿cuál es su balance de esa gesta?, ¿cuáles serían sus aportes y sus insuficiencias?

Creo que fue un movimiento muy exitoso, por los interlocutores que participaron, en primer lugar, porque es un primer movimiento social que sí expresa una inconformidad absoluta sobre un sistema que ofrecía muy pocas oportunidades, por no decir ninguna, porque ya estaba caduco el sistema político mexicano en sus formas, y la universidad necesitaba una buena sacudida.

Imagínese que en el rectorado anterior del doctor Rivero Serrano, el Consejo Universitario se reunió una vez en un año, no se discutían los planes de estudio, no había instancias intermedias de participación, como la creación de los Consejos Académicos que se me hace una de las buenas aportaciones del Congreso. Entonces el sacudir la universidad para discutir, es en sí mismo es uno de los grandes éxitos de ese momento.

Y aquí no hay que restarle valor a quien inició la discusión: el rector de la universidad que no llegó a administrar problemas, sino a poner sobre la mesa datos que no se habían puesto nunca y que generó, desde luego, al interior del sistema político, fricciones, porque era una descalificación del sistema educativo. Fue un rector que siempre buscó salidas a través del diálogo, jamás aceptó la violencia como método de resolución de problemas y siempre fue apegado a las normas de la Universidad, y eso no se puede discutir. Del interlocutor de la autoridad había posibilidades de lograr acuerdos y por el lado del CEU, al menos en su primera etapa, sí hubo una gran inteligencia con una enorme presión de los líderes (no me refiero a los líderes iniciales, sino al conjunto de líderes) que tenían capacidad y visión para encontrarles salidas propositivas, que no terminaran siendo de todo o nada y que terminaron frustradas, como pasó en movimientos estudiantiles anteriores; en ese sentido yo creo que fue una muy buena experiencia para la Universidad. Creo que se demostró que los universitarios podíamos seguir siendo ejemplo de la nación en la discusión de los problemas y que, tan vigente es que al día de hoy, ese es el tema que se está discutiendo en lo que es la educación nacional y en lo que está ocurriendo en el mundo entero con respecto a la educación media y superior. No le regatearía en lo más mínimo la capacidad que tuvieron, como movimiento estudiantil -de los cuales yo era adversario de esa parte- que no eran todos los universitarios de la Universidad, aunque pretendan descalificarlos como únicos interlocutores.

¿Usted volvería a coincidir con las iniciativas de reforma que presentó el doctor Carpizo?

En algunas de sus partes sí, por ejemplo, el tema de las cuotas se vuelve un tema tan polémico en la universidad, donde en principio se defiende que es gratis ¿no?, ¿entonces por qué se cobra, aunque sea 20 centavos? Si se cobra algo, es porque se cobra algo, no existe universidad pública en el mundo que así sea. Y si la Universidad es pública -como yo creo que es- se le debe de dar la misma oportunidad a todos para participar y no gente que tenga, por el hecho de existir, derecho a ocupar un espacio de otra gente que también es mexicano. Es ciudadano, tiene derechos para poder aspirar a entrar a la universidad, y yo sé que hay responsabilidad del gobierno para abrir matrículas, eso no lo dudo, pero aún esos dos principios que son discutibles y que aunque haya salido una joven a decir “el art. 3º de mi Constitución dice que…” (porque estuvo muy bien planeado, me pareció maravilloso) sí, se refería a la educación básica, pero el tema no es ese, y aunque se aumentaran las cuotas en la universidad mil veces, el peso que tendría en el presupuesto universitario, es tan pequeño que ya ni es tema, y sí era de los temas que más dolor y ámpula generaban. Pero sí creo que universitarios como su servidor o como otros miles, tenemos un deber con la universidad y podríamos aportar, como se hizo en mi caso por ejemplo, de manera voluntaria, una mayor cuota. No sólo eso, en estudiantes que no tengan recursos, pero que sean grandes estudiantes, ¡hasta becas! Se tendrían que dar las necesarias y tener grandes profesionistas que es lo que este país necesita.

En el tema del pase automático, también lo eliminaría. Me sigue generando problema el hecho de que, por ejemplo un proyecto que hubo después del 68 y el 71, semifallido que fueron estas prepas populares y que tienen una especie de convenio con la UNAM -que yo no sabía en ese entonces- que por el hecho de ser prepas populares tienen un padrón donde, con una serie de requisitos muy laxos ingresan, y que estas también son las prepas que hacían al principio, numéricamente grande, el movimiento estudiantil, ya no me metería en eso.

¿Dónde yo pondría énfasis en la reforma que presentó el doctor Carpizo y que creo que la razón histórica le asiste? En los exámenes departamentales, en vincular la carrera de profesor a la universidad con salarios dignos, en que los investigadores tengan que vincularse a las facultades, que no se vale que lo que estén investigando sea tan elitista que se vuelvan un mundo aparte con respecto a los estudiantes. En que hay estudiantes que pueden dar de sí y que hay profesores a los que se les debe de reconocer por posición y que pueden formarse grupos de excelencia académica, sin quitar el carácter popular ni democrático, que le permitan a los universitarios seguir siendo vanguardia y no tan asimétrico. Lo que sucede en la UNAM, todo eso es rescatable que haya habido profesores de carrera en el bachillerato que antes eran de asignatura y que al final volvamos a retomar los temas esenciales de la universidad, que son difusión de la cultura, la enseñanza y la investigación a nivel nacional, porque esos son sus fines y no ha cambiado. Sí reivindicaría la reforma del doctor Carpizo y esos temas polémicos, incluso los dejaría de lado, pero me metería al tema de los extraordinarios. Yo no sabía que había líderes del CEU que llevaban reprobada siete veces la misma materia, o que había una maestra que daba clases en el nivel 4º cuando debía esa misma clase en el nivel 3, 2 y 1, pero ya daba clases en la universidad en el nivel 4, entonces sí hay cosas un poco asimétricas.

¿El Cardenismo se reforzó gracias a este movimiento?

Por supuesto, la corriente crítica del ingeniero Cárdenas, Ifigenia Martínez y Porfirio Muñoz Ledo, tuvo una base social muy importante que surgió en la universidad; los cuadros de dirigentes hoy de izquierda importantes, muchos de ellos surgieron ahí y ocupan cargos de dirección nacional. Sin duda, la universidad como conciencia nacional y como trinchera de discusión de las ideas, en ese momento de definiciones de política pública de país, tuvo un empate, una sinergia y fue sano. Mientras se mantuviera el debate en eso, en lo que las universidades deben de aportar: ideas, críticas y soluciones a los grandes problemas nacionales, no utilizarla como carne de cañón para fines de partido que además buscan el poder político cuando la universidad y las universidades públicas tienen otros fines. Sí ligados si quieren a política partidista, los estudiantes deben participar en política, pero respetar a la universidad como ese espacio en donde todos pueden convivir y discutir sobre lo que quieren del país, con conocimientos.

Se dio un cambio significativo en los medios de comunicación ¿Cómo visualiza esto ahora?

Como el inicio de grandes pasos en los medios. El diálogo público en Radio UNAM fue inédito y vuelvo a decir, se permitió porque hubo alguien que tomó la iniciativa de decir “adelante, vamos con diálogo público” y se demostró además que la burocracia universitaria estaba totalmente anquilosada y que su capacidad de discusión y proyección de ideas, de discusión creativa sobre la universidad, era bastante limitada. Eso en sí mismo fue una sacudida importante. Lo triste es que al final de cuentas, lo que se hizo fue incorporar al grupo de la izquierda en los bandos de dirección de la universidad burocráticos y así se ha conducido en cierta tranquilidad. Los que quedaron fuera fueron los radicales anárquicos que llevaron al movimiento del 90 y que entonces ya era el todo o nada, paradójicamente muchas de las cosas por las que se luchaba terminaron siendo efectos negativos del movimiento. Pero no le voy a escatimar lo exitoso, que fueron los grandes principios y enseñanzas para vivir un México más democrático, que eso no tiene precio, eso se mide en función de la historia, no en función del resultado inmediato.

La educación en México sufre un lastre por los bajos índices de egresados de licenciatura, es de los temas más tocados en los movimientos estudiantiles, ¿qué hace falta para destrabar esa situación o qué se decía al respecto en el CEU?

Ahí es donde empezábamos a tener discusiones, al menos conmigo sí fue una discusión seria, porque si decías que el país se estaba privatizando, que esa era la idea de esta maquinación del Fondo Monetario Internacional, y del Consenso de Washington, donde la universidad era la primera parte del modelo neoliberal, etcétera. Vamos a darlo por cierto, lo cierto también es que la única manera de que eso no ocurriera, era teniendo profesionistas tan preparados que permitieran seguir siendo cuadros dirigentes de México egresados de las universidades públicas y la única manera de hacer eso es con excelencia académica, con inversión en la educación, con reforzar las medidas académicas para que los profesionistas tuvieran capacidad de competencia en un mundo cambiante tan vertiginosamente y al paralizarse ese proceso, porque no se le buscó salidas a eso, era ideológicamente inaceptable, al paralizarse eso ¿qué le pasó al país? Al final terminó, sí en cierta medida privatizándose, los cuadros de dirección nacional no salían ya de egresados de la Universidad, sino de otras universidades con una visión muy distinta y muchas veces sin sentido social que han hecho, en mucho, de este país, un país tan asimétrico.

¿El proceso de transición democrática de nuestro país puede explicarse sin ese movimiento?

No, porque lo aceleró, porque necesariamente tuvo que entenderse la alternancia como un proceso inevitable en el país, bajo formas democráticas. Y porque necesariamente tuvo que aceptarse que la universidad pública, esa Universidad Nacional seguía siendo una conciencia nacional y que ahí se discutían las ideas, no se discutían en los modelos gerenciales de otras universidades, no se discutían en los modelos simplemente de masas donde tenías el derecho a estar, pero no a ser, porque después en qué terminas. En la Universidad Nacional se podía discutir sobre el propio modelo de país y que seguía teniendo argumentos y siendo la conciencia nacional de este México tan cambiado.

 

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