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sábado 21 diciembre 2024

“El Tata” y sus dobles

por Emiliano López Rascón

Recordamos Don Gato y su pandilla con nostalgia, sobre todo en México; pero también en otros países de Latinoamérica. 30 capítulos se repitieron durante generaciones mientras en Estados Unidos, donde se estrenó en 1961, no tuvo mayor éxito. Bastó un solo capítulo para ubicarse en nuestra geografía imaginaria. Con toda seguridad la aceptación local de la caricatura y sus inolvidables personajes radica en el extraordinario doblaje que dirigió y actuó el recientemente fallecido Jorge Arvizu, “El Tata”. Una serie que deberíamos decir que más que ver, oímos. ¿Alguien ha oído a Benito Bodoque hablando en inglés como Benny the Ball? Es un verdadero shock, pero no tanto como escucharlo en el español europeo.

Tan profunda fue aquí la impronta de la serie, y sus voces, que el largometraje cinematográfico estrenado en septiembre de 2011, a la fecha, es uno de los mas taquilleros de la historia del cine mexicano. Y decimos mexicano porque fue una coproducción México-Argentina a partir de la compra de derechos a Hanna-Barbera. La única voz original que volvió a figurar fue precisamente la de Arvizu con su clásico Benito, aunque ya algo cascado. La película fue decepcionante, pero eso no impidió la masiva asistencia.

Después de ver 30 capítulos una y otra vez hasta saberlos de memoria, un nuevo episodio, el último, el inédito, era una curiosidad que tenia que ser saciada y contra la que no existía advertencia posible. Había que escuchar un diálogo distinto de Benito, el yucateco Cucho o el tartamudo Demóstenes. En Estados Unidos pasó desapercibida. Don Gato y su pandilla es un bien cultural expropiado al gabacho gracias al talento del “Tata” y también de su hermano Rubén, quien hizo la traducción.

Arvizu dio vida además a Pedro Picapiedra, el Súper Agente 86, El Pájaro Loco y el Tío Lucas, entre otros. Impresa la personalidad con la voz en español solo hay que ver alguno de esos episodios en el idioma original para percatarnos del valor estético agregado que les imprimió. Desde que existe la televisión tendemos a olvidar, desde el nombre mismo, que también es un dispositivo de audio y que éste es un elemento constitutivo fundamental en su semiótica. Deberíamos propiamente llamarla teleaudiovisión. Y por más que se soslaye su importancia, ésta se ha puesto de manifiesto en varias ocasiones. Recordemos, hacia 2005, cuando Humberto Vélez, otra voz emblemática ligada ya indisolublemente al personaje de Homero Simpson, dejó de grabarlo. La voz de Víctor Manuel Mendoza, que entró a sustituirlo, tuvo que imitar lo mejor posible al Homero al que nos habíamos acostumbrado durante 15 años. Incluso se discutió si la cadena Fox debía pagarle derechos a Vélez por el uso de su caracterización, que a estas alturas era una creación artística completamente tangible, al mismo nivel que la imagen.

Y es que el doblaje, la restauración, como la traducción misma, son de esos trabajos artísticos tan nobles y necesarios para la trascendencia de una obra como ingratos e infravalorados. Implican entrar en los pliegues de la obra original con más atención y disciplina que el creador mismo. Auténticas recreaciones, no se notan sino cuando están mal hechas como desafortunadamente ocurre seguido. Una aberración del habla llamada Pan-Latin se ha diseminado en esta industria identificable por ese conjunto de estereotipos tonales con interpretaciones planas, mecánicas, neutras. Expresiones como “Oh, rayos, maldito bastardo” o “Cielos, cariño, en verdad esta vez lo he estropeado todo, lo lamento”, doblajes dirigidos desde Hollywood y supervisados por gente que ni vive acá, que no sabe cómo se habla, pero que en dado caso busca que la traducción sea tan neutra que no suene a ningún lugar en particular para que pueda funcionar en cualquier país de habla hispana; con excepción de España, en donde la industria local ha logrado mantener la prerrogativa de que toda serie o película extranjera tenga que ser doblada en el país y por actores españoles. Este monopolio, por el gran volumen y el reducido número de voces que componen ese gremio, provocan procesos en serie, a destajo y bajos presupuestos con lo que la calidad alcanza niveles sublimes de ridiculez.

Por el tipo de acento que a oídos gringos es lo más neutro y parecido a ese Pan-Latin, México es líder histórico en Hispanoamérica, seguido por Colombia. Con la creciente presión del abaratamiento de las tarifas creada por actores de Sudamérica, pues aquí también hay doblaje al mayoreo, en las series de televisión resultan ser frecuentemente una patética homogeneización y despojo de los rasgos que caracterizaban a los personajes originales. Las frases se deforman para ajustarlas a la sincronía de los labios aunque el sentido sea destrozado. Aquilatemos el tiempo que pasan los niños frente a la TV para darnos cuenta del empobrecimiento expresivo y tonal que les transmiten estos doblajes ñoños. Qué escalofriante resulta escuchar chavitos hablando como esas voces “panlatinas”.

Afortunadamente, al lado de este abaratamiento, en lo que a largometraje se refiere, especialmente en los dibujos animados, permanece una tradición de talento entre las que siempre estuvo Jorge Arvizu, quizá el más reconocido del gremio y de los pocos que de ahí saltaron a la pantalla chica. En sentido inverso también ha sido recurrente la incorporación de celebridades de la pantalla chica y grande como voces especiales y protagónicas, desde “Tin-Tan” en el “Libro de la selva” hasta Víctor Trujillo en “Monsters University”. Tal vez por ese origen, quiso el destino que la última caracterización de Arvizu en la televisión fuera una parodia (un tipo de doble, de doblaje), del vocero presidencial (otro tipo de voz alterna) de Vicente Fox, quien no dejó, ni ha dejado, de parodiarse a sí mismo. Tenemos entonces el caso de una caricatura del doblador-traductor profesional (colaborador de etcetera, por cierto) de un mandatario boquiflojo.

Desdoblando la idea, la representación actoral que es ese proceso por el cual uno se vuelve el otro, se desenvuelve, lleva mucho más lejos la idea de otorgarle la voz a un personaje. Doblar: ¡qué verbo tan múltiple! Como palabra y concepto se desdobla en sentidos abiertos. Arquetipo universal, tema obsesivo en las narraciones de Allan Poe, concepto poético-filosófico, poiético diría la teoría literaria, fundamental en el pensamiento de Artaud y que desde ahí inspiró varios despliegues e itinerarios de ratón loco en Deleuze.

Hace 100 años, el alemán Paul Wegener, filmó “Der Golem”, una película muda que rescató para la cultura popular este mito judío. Inició con ella una trilogía de la que solo se conserva la última “Der Golem: Wie er in die Welt Kam”, de 1919. El doblaje de un dibujo animado es un tipo de magia cabalística: tomar al gólem y concederle la vida. Donarle una voz, una de las caracterizaciones vocales, tantas como el talento del actor y su arco expresivo permita abrir. El actor de doblaje en los dibujos animados casi nunca le da al personaje su propia voz, la que lo personaliza; sino que crea otra, así como la voz del merolico voceando solo existe en la vendimia. Doblar es una despersonalización, per-sonar a otro, hablar por la imagen, darle otro espíritu, animar al gólem. Una imagen obtiene movimiento mediante su duplicación imperfecta, una sucesión de copias con variaciones minúsculas cuyo umbral mágico se ubica en 24 por segundo; pero no adquiere vida a menos de que suene, aunque solo sean fonemas, música o ruidos que no alcancen a articular la palabra. Si el río no suena, agua no lleva.

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