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En la edición anterior Iván de la Torre hizo varias afirmaciones que, en opinión de los editores, vale la pena que sean desarrolladas. Entre otros dichos, ese colaborador sostuvo que algunas modelos, conductoras y actrices buscan emular los rasgos de Marilyn Monroe, a quien calificó como una rubia tonta. Por eso es que promovimos un debate entre él y Manuel Meza, un periodista que además se encarga de la distribución de etcétera. Juzgue usted, lector.
Sí es una rubia tonta
Iván de la Torre
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No soy una cosa, un objeto sexual, aclaró alguna vez Marilyn Monroe, consciente de que se había hecho famosa como la típica rubia tonta y de que ya nunca le dejarían abandonar el personaje público que ella misma había ayudado a crear con sus películas.
En su perfil de Marilyn, el propio Guillermo Cabrera Infante confirma la persistencia del mito sobre su incapacidad para actuar: mujer que trata de ser actriz sin condiciones naturales, condiciones sobre-naturales que la convierten en un símbolo sexual… Marilyn Monroe era una comediante que quería ser trágica a la fuerza.
El mensaje es claro: Monroe era un fenómeno de la naturaleza cuyos talentos eran innatos. Cualquier esfuerzo por cambiar no funcionaría porque una rubia tonta siempre será una rubia tonta; una conclusión a la que la propia Marilyn se opuso ferozmente durante los últimos años de su vida, cuando intentó cambiar su perfil sin lograrlo del todo: su muerte en 1962, tras el fracaso de Los inadaptados, confirmó para muchos la sentencia de Cabrera Infante sobre la inutilidad de intentar evolucionar.
Incluso Billy Wilder, el director de dos de las películas que la establecieron como sex symbol en Una eva y dos adanes y La picazón del séptimo año, estaba convencido de que la mejor Marilyn era la que actuaba de manera desprejuiciada y alegre, y no la aplicada estudiante del Actor Studios.
Pamela Anderson es la última encarnación a nivel mundial de la rubia tonta, pero representa exactamente lo opuesto a Marilyn: si quería, luego de triunfar como sex symbol, ser reconocida como actriz, Pamela sabía que lo peor que podía hacer era repetir ese intento, porque ni a la industria ni a su público les interesa que sea inteligente: debe limitarse entonces a repetir una y otra vez los clichés de su personaje, es decir, reírse tontamente de las bromas que se hacen sobre ella mientras muestra su estilizado cuerpo.
Como consecuencia de esa confusión entre la persona y el personaje, nadie se pregunta co-mo esta supuesta rubia tonta de la que todos se ríen construyó en pocos años una considerable fortuna, aunque la respuesta es simple y está a la vista: las modernas rubias son, a diferencia de la original, astutas empresarias de sí mismas que explotan el estereotipo instalado por Marilyn sin sufrir su complejo de culpa, conscientes de ser ellas las que se reirán al final, dentro de sus mansiones, construidas gracias a la permanente ingenuidad masculina.
Tanto Pamela Anderson como Paris Hilton saben exactamente lo que hacen: representar una fantasía popular que las ayuda a evitar los cuestionamientos y las dudas de los hombres que desconfían de las mujeres lindas e inteligentes pero aceptan y compran inmediatamente el modelo impuesto por años de mala televisión y películas previsibles sobre chicas bellas y bobas a las que, suponen, ellos también pueden conquistar, a diferencia de esas chicas inteligentes y capaces con las que se sienten inseguros y en clara desventaja.
Todas las sucesoras de Marilyn han aprendido rápidamente esa lección: antes que luchar contra los prejuicios, es mejor ser lo que los demás esperan de ellas. Que la propia Marilyn sea considerada todavía la modelo de todas estas chicas demuestra el poder de ese mito erótico sobre la rubia tonta que ella encarnó mejor que nadie y del que la sociedad, como demuestra el sostenido éxito de Paris Hilton y sus fulgurantes apariciones televisivas haciendo nada, todavía no pudo liberarse del todo, tal vez porque, en algún punto, satisface una vieja ansia masculina por estar al mando de la situación.
No sabe lo que dice
Manuel Meza
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Los problemas con Iván de la Torre comienzan desde el principio. Su prosa atropellada, prolija en adjetivos y con frases más o menos ingeniosas, carece de argumentos. A cambio de eso, su texto también está lleno de lugares comunes. Por ejemplo, cuando tenazmente nos demuestra a todos lo que ya sabemos: la obsesión de Marilyn Monroe por no ser considerada únicamente como un símbolo sexual. El mismo intento, pero con desigual fortuna, lo llevaron a cabo distintas estrellas que, así, se resistieron a la fórmula del star system en el que se asentó el desarrollo de Hollywood. Debería ser claro que no por eso podemos considerar a James Dean como el prototipo de galán de alguna telenovela pampera o chilanga o a Greta Garbo como una modelo de las tontas de pelo negro.
A pesar de su intensidad, Iván de la Torre no repara en el nudo principal de su argumento: él considera a Marylin Monroe como modelo para las chicas tontas pero no dice por qué, sólo expide ese certificado junto con el otro que implica calificar a Monroe como una mujer tonta. ¿Habrá visto todas sus películas, conocerá su biografía, sabrá algo de lo que dijo la diosa sobre la guerra, el consumismo, Hollywood y tantas y tantas otras expresiones que en el transcurso de estos textos iremos desmenuzando? Me temo que no.
La única osadía de Iván fue comparar a Norma Jean con Pamela Anderson, Paris Hilton o su compatriota Susana Giménez, porque De la Torre tiene un concepto muy pobre y equivocado de lo que ha significado, en la segunda mitad del Siglo XX, la diva, la diosa Marilyn Monroe y lo que simboliza para varias generaciones; lo que fue para la cinematografía holliwoodense, lo que significa, después de Marilyn, la palabra glamour, lo que significa ser una leyenda, y claro, lo que es un símbolo sexual, en todo el sentido de la palabra.
Y ya que Iván se respalda en citas, hagamos lo mismo, precisamente, con el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante quien, a los veinticinco años de la muerte de Marilyn nos dice: cada verano Marilyn Monroe resucita de entre los muertos. Ella es una luz de agosto, un fuego fatuo o tal vez una luciérnaga fugaz, pero con luz propia. Es, de hecho, un cometa Halley frecuente.
Marilyn Monroe fue la personificación del glamour de Hollywood. Su hermosa presencia fue capaz de conquistar el mundo, a pesar de ella, pero principalmente, de sus inseguridades. No fue una rubia tonta que se convirtió en símbolo sexual. Su rostro, su belleza, su voluptuosidad y su inteligencia hicieron que tuviéramos un nuevo y diferente concepto de diva a lo largo de más de medio siglo y los años que van de este.
La inocencia de su mirada, su innata sensualidad, su belleza etérea, que lo mismo nos gusta con pantalones vaqueros que con vestidos con grandes escotes, descalza o con sandalias. ¿Quién no recuerda las fotografías de Sam Shaw en el Parque Central de Nueva York o las imágenes en el respiradero de una acera en Manhattan?
Sus temores e inseguridades estuvieron presentes a lo largo de su vida, pero su lucha por seguir adelante en su vida personal y profesional fueron reflejo de su pasión y lucha permanente.
A los 46 años de su muerte, la leyenda de Marilyn Monroe sigue más viva que nunca. Y sólo desde una perspectiva bisogna podría pensarse que ella, la diva, ha reencarnado en mujeres como Paris Hilton.
“No habrá ninguna igual”
Iván de la Torre
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Manuel parece personalmente ofendido por lo que escribí sobre Marilyn Monroe, como si estuviese atacando a un querido pariente cercano: según él como declara explícitamente escribo desde la ignorancia porque no conozco a la estrella que, generosamente, intenta mostrarme en su escrito.
El problema es que la Marilyn que reivindica tan apasionadamente es la póstuma, envuelta ya en el mito romántico creado por su muerte prematura, donde se olvidan sus errores y defectos, rodeada permanentemente por una corte de celosos guardianes de su memoria que impiden que se hable mal de ella y se la compare con nadie. Después de todo, ella es única, inigualable, irrepetible, eterna: una leyenda del cine que continuará viva cuando todos nosotros, pobres mortales, seamos polvo en el polvo.
Asegurar, como lo hace Manuel, que Marilyn era una diva, la reina del glamour, etcétera, habla en parte, de la dificultad que tiene él mismo para separar a ese mito intocable de la persona real. Aclaremos entonces el malentendido: durante su carrera, Marilyn era considerada una comediante exitosa pero no una actriz respetada como (por citar a una contemporánea) Audrey Hepburn.
Como recuerda el ex marido de Monroe, el dramaturgo Arthur Miller, en esa época se la consideraba una actriz menor, un starlet destinado a desaparecer tan rápidamente como había surgido luego de su primer papel importante en La jungla de asfalto donde personificaba, escribe Miller, a la rubia imbécil y quintaesencial que repetiría, por imposición de los estudios, en sus siguientes películas.
Marilyn intentó superar ese estereotipo fundando su propia productora y renegociado su contrato, pero falleció antes de conseguirlo. El mito póstumo, levantado en parte por los mismos periodistas que la criticaban, ayudó a hacerlo por ella (como era de esperar, la prensa se unió para entonar a coro sus lamentaciones, la misma prensa que se había burlado de ella durante tanto tiempo y cuyos elogios y condescendencia para con su faceta de actriz, cuando no su desprecio, se había tomado Marilyn demasiado en serio, anota Miller), convirtiéndola en una figura intocable. Como prueba, la defensa apasionada de Manuel que me recuerda el tono lastimero de un viejo tango: No habrá ninguna igual, no habrá ninguna, todas murieron desde el momento en que dijiste adiós.
Desde esa imagen intachable creada para la posteridad, es fácil darle la razón a Meza cuando dice que no se la puede comparar con las vulgares Paris Hilton o Pamela Anderson, especialmente porque nadie puede compararse con una leyenda tan grande y salir ganando; pero el tema es precisamente ese: dejar de lado el mito y enten-der lo que Marilyn representó durante su vida y su carrera, no la construcción hermosa pero incompleta en que se la convirtió después de muerta.
Hilton y Anderson no son ni aspiran a ser la nueva Marilyn Monroe, sólo encarnan la versión moderna de la rubia tonta que ella ayudó a definir en sus películas (hablar tartamudeando, parecer siempre menos inteligente que su interlocutor, dejarse usar como motivo de burla del comediante) convenientemente negada ahora por los guardianes de su memoria, ocupados en defender una imagen ideal.
En efecto, no la habrá
Manuel Meza
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Dice Iván, que quiere dejar de lado el mito y entender lo que Marilyn representó durante su vida y su carrera, y no la construcción hermosa pero incompleta en que se convirtió después de muerta. No lo logró.
No estoy ofendido. Menos con quien comparto muchas de las opiniones que aquí publica. Para evitarle adivinanzas sobre mi estado de ánimo, en todo caso digo que siento ternura por su aparente irreverencia desde la que busca romper moldes, escriba sobre lo que ignora, y en su ímpetu además, se confunda: tampoco soy un celoso guardián de la memoria de Marilyn. Sólo intento ser escrupuloso para esperar ideas precisas y juicios sustentados. A pesar de que Iván no lo ha hecho hasta ahora, aún soy optimista.
No hablamos de un mito romántico sino de una trágica realidad personal que devino en mito por el trabajo cinematográfico y las definiciones que sobre Hollywood hizo Marilyn. Por eso es que, precisamente, hay que aceptar que de nosotros, pobres mortales aún en vida, casi nadie se acuerde (tal vez ni nuestros parientes). Ella es, guste o no, una diva, y otras u otros no lo son ni lo serán nunca aunque tengan esos desplantes gazmoños.
No basta con ser buena actriz para convertirse en diva. Marilyn es una diva no sólo por sus brillantes destellos interpretativos o por su denuedo por mejorar esos dotes. Lo es además, por la ternura y el erotismo ingenuo que le fue inherente, por oponerse a los mecanismos de la industria del cine con argumentos, contundentes y claros*. A propósito, las palabras de Miller que cita Iván son justamente eso, una crítica al cine, no a Marilyn, y las empleó para apoyarla. Y ella correspondió a su esposo: estaré con él hasta el final, advirtió, cuando operó la amenaza de los fabricantes de estrellas de que ella vería apagada la suya si no develaba información contra Miller. Hablamos de una diva que estuvo contra la guerra y la censura, que citó a Freud y a Goethe (el talento se cultiva en la intimidad) que leyó Los hermanos karamazov y quiso interpretar a Gruchenka.
No hago tangos. En todo caso canto por ella,
Who killed Norma Jean, al lado de Dylan y aunque alguien mañana llegue a compararlo con Sandro de América:
¿Quién llevará el palio?
Yo, respondió la prensa,
inquieta y apenada.
Yo llevaré el palio.
Regreso con la diva. El 5 de agosto de 1962 fue hallada muerta en su casa. Aunque el forense dictaminó que había muerto por una sobredosis de somníferos (con el argumento de que se trató de un suicidio) las causas que rodearon su fallecimiento permanecen aún confusas. Las dificultades profesionales y su agitada vida sentimental parecen radicar en el origen de su muerte. En cualquier caso, la jovialidad y el vivir desenfrenado y despreocupado que muchas veces había representado en el cine y fuera de él, se corresponden poco con el verdadero perfil de su vida, marcada por las contradicciones y los complejos de una niñez y una juventud dificiles, seguidas después de un éxito arrollador al que no supo hacer frente.
En 1949 Marilyn, que durante un tiempo compaginó las profesiones de actriz y modelo, dio su primer golpe en aras de la celebridad al posar para una sesión fotográfica cuyo resultado es aún hoy una de las más genuinas imágenes de una pin-up girl. Se trata de las imágenes que muestran en tomas cenitales a Marilyn desnuda sobre un cubrecamas de color rojo. Algunas aparecieron ese mismo año en un calendario, y en 1953, una de ellas sería la portada del primer número de Playboy.
Pese a los éxitos profesionales que había obtenido en poco tiempo, su vida personal no era nada satisfactoria. Marilyn Monroe no cesaba de luchar para demostrar que era algo más que una cara y una figura bonitas. Cuanto más se convertía en una sex symbol, más intentaba no sucumbir a la conformista imagen que proyectaba.
* Iván se equivoca hasta en los datos. Marilyn sí fundó su propia empresa productora de cine. ¿Alguna de sus versiones modernas serían capaces de crear su propia productora para hacer cine o televisión distintos?
Es sólo un mito
Iván de la Torre
Manuel, como siempre, evita mencionar los trabajos como actriz de Marilyn que redefinieron popularmente el personaje de rubia tonta que posteriormente retomarían, entre otras, Paris Hilton y Pamela Anderson (aunque en su caso, convirtiéndose ellas en el personaje y representándolo en su vida diaria, y no en la pantalla), para centrarse, de nuevo, en los detalles del mito: su vida desgraciada, su lucha contra el sistema, sus deseos de superación; detalles que no le agregan ni le quitan nada a la suma de rubias tontas que encarnó en la mayoría de sus películas y que ayudaron a definir, en parte, a la propia Marilyn, de la misma forma que la suma de papeles de cowbows definió a John Wayne fuera este, o no, tan valiente y justo como los héroes que representaba en la pantalla.
Que Marilyn fuera diferente de su personaje, que luego del éxito y más segura de sí misma intentara renunciar a éste; que se enfrentara a los estudios para cambiar su contrato y conseguir mejores salarios y una participación más activa en la elección de sus papeles, son detalles valiosos pero que no hacen a la cuestión principal discutida aquí: porque es el personaje creado y repetido por Marilyn a lo largo de la mayoría de sus películas repitamos, la rubia tonta, sensual e inocente- la que copian estas chicas modernas y no el mito ni la estrella que se empeña en defender Manuel, recordándonos todo lo que sufrió en su ascenso hacia la fama y cuánto le costo todo.
Al no hablar de los personajes que Marilyn encarnó y referirse siempre al mito y sus desventuras, Manuel logra evitar cuidadosamente las películas donde Marilyn efectivamente actúa y se mueve como una rubia tonta, siempre a merced de los hombres, cuyas actitudes pueden verse claramente repetidas hoy en Hilton y Anderson.
Hasta que Manuel sea capaz de entender ese hecho principal y separar los personajes previsibles y estereotipados de Marilyn del mito al que se empeña en sacarle brillo aunque lo niegue- difícilmente podemos ponernos de acuerdo pero, al menos, mientras tanto disfrutaré con su intención pedagógica destinada a recordarnos detalladamente quién fue Marilyn, aunque omita mencionar el cuerpo central de sus películas y sólo repita lo que la hagiografía oficial explota cada año: su ascenso, caída y resurrección como uno de los mitos emblemáticos del siglo XX.
Pd: por cierto, tal vez no me expliqué bien y de ahí la confusión interesada de Manuel al leerme: Marilyn sí fundó una productora junto a Milton Greene llamada Marilyn Monroe Production, lo que dije en mi artículo anterior es que pese a haberlo hecho, y a participar de Vidas rebeldes, una película escrita por su entonces marido, el dramaturgo Arthur Miller, al momento de su muerte no había logrado que la industria la tomara en serio. El mito sobre Marilyn nacería, precisamente, después de su muerte trágica, cuando los mismos que la criticaban aprovechan para hacer dinero hablando de ella.
Error al desnudo
Manuel Meza
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Nadie la descubrió; ella misma
se labró su camino al estrellato
Darril Zanuck
Aunque se nos haya vuelto serio en esta última entrega, para mí Iván sigue siendo divertido. Sobre todo porque el lector notará que, al fin, le quedó claro que una cosa es que se busque emular la imagen de Marilyn y otra muy distinta que se logre. Por las razones que sea, y éstas son múltiples, Monroe es una diva del cine y las otras mujeres que Iván menciona, en todo caso, son arquetipo del mundo de la moda y de la televisión de hoy día. Que haya quien las asocie con Marilyn, en todo caso, prueba que el esfuerzo de ellas no ha sido fútil. Por eso en su texto de abril Ivan dice que a los hombres nos gustan ese tipo de chicas que aparecen una y otra vez en la pantalla representando la rubia tarada, bronceada, aburrida. Respeto el gusto de Iván y sólo le pido que no se erija en el portavoz del gusto de todos los hombres.
Nuestro amigo cede en la polémica, y con eso corresponde al optimismo que siempre tuve al respecto, pero lo hace enviando un dardo: Manuel logra evitar cuidadosamente las películas donde Marilyn efectivamente actúa y se mueve como rubia tonta. No da en el blanco, como demostraré enseguida, sólo advierto que con el objeto de que el tono pedagógico no lo ofenda otra vez, sólo mencionaré una cinta.
Monroe trabajó en 29 películas con algunos de los mejores directores de cine de la época. En 1952, interpreta en Niebla en el Alma, en una de sus películas estelares, a la niñera psicótica, el papel diametralmente opuesto a la rubia tonta de la que nos habla Iván. Años después, Marilyn todavía consideraba esta película entre sus mejores esfuerzos dramáticos. Se la recomiendo a nuestro joven colaborador, le va a gustar. Tal vez más que los afanes histriónicos de, no sé, Pamela Anderson. Si no me crees, lee lo bien que hablaron de su trabajo los diarios New York Daily Mirror y The New York Post.
Existe el mito de que Marilyn se hizo famosa después de muerta, aquí algunos ejemplos de que esto no fue cierto. Antes de interpretar papeles importantes, las pequeñas pero buenas apariciones de Marilyn en La jungla de asfalto (1950) y Eva al desnudo (1950) hicieron que una avalancha de cartas de admiradores legaran a la Fox. Inició con tres mil cartas semanales, su saco de correspondencia pesaba más que el de las estrellas más consolidadas del estudio.
En 1952, el año que Marilyn alcanzó el estrellato, recibía cinco mil cartas semanales. En el verano de 1953, tras Como casarse con un millonario, la cifra se disparó hasta las 25 mil cartas semanales.
Que estés muy bien, Iván