Esta necesidad narrativa ha sido recurrente en la conformación del estado moderno pero fue particularmente importante durante buena parte del siglo XIX y en los albores del siglo XX, donde el expansionismo imperialista y colonial sufrió sus últimos reveses y donde las narrativas de los estados-nación se inclinaron de manera más definitiva hacia la economía de guerra con su lógica de derroche descomunal de recursos en procesos destructivos esencialmente desprovistos de carga semántica verificable.
La narrativa de todo estado moderno, estaba apuntalada en más de una forma en una estructura de “mas-si-osares”1, particularmente en sus estructuras más delicadas, más totalitarias y más necesitadas de narrativas convincentes: las estructuras de control y de preservación de poder. En el estado moderno estas estructuras no implican únicamente las estructuras armadas (policíacas y militares) y los sistemas de justicia correspondientes, sino una red de estructuras queapuntan también, de manera cada vez más sutil y peligrosa, al control de la información y de los flujos narrativos, así como a la normalización ideológica a través de procesos participativos acotados y mensurables.
El siglo XX mostró que el control ideológico descarado era a la larga contraproducente (y hoy, claro, hasta políticamente incorrecto) y demostró la necesidad de cierto grado de elegancia en la imposición de narrativas mediante el uso del poder. De hecho, una de las nociones centrales de la idea de la justicia moderna (sobre todo en occidente) implica el ejercicio del poder de una manera justificada y razonada, y en oposición a esto la noción de totalitarismo “moderno” implica el ejercicio del poder de una manera automática e injustificada. Esta “justificación” o su ausencia son materia semántica en estado puro: no existen per se ni a priori, sino únicamente como materia discursiva y a posteriori. La justicia y la “justificación” (es decir, la adecuación semántica de una acción a la noción de justicia, y de la noción de justicia a los resultados de una acción) representan un apuntalamiento narrativo, una vuelta de tuerca deconstruible y a veces hasta innecesaria para el análisis de las acciones (del Estado o de otros actores) y de sus repercusiones en la realidad.2
Probablemente es en ese punto de confluencia en el que la idea del terrorismo funciona tan bien en el contexto presente. Su carácter “injustificable” implica una desconexión semántica automática, un carácter de sin sentido incuestionable y, al mismo tiempo, de “justificación” para cualquier respuesta que le siga, para cualquier consecuencia que le queramos endilgar. No retiene en sí misma, como idea, ninguna caracterización que haga necesaria una prueba contundente de su existencia, ya que encierra en sí la idea de algo no caracterizable, intangible; es el “extraño-enemigo” por excelencia, que no alcanza a tener un nombre, salvo el nombre definitivo de la muerte. Particularmente de la muerte de una imagen autoimpuesta “de lo que somos”, sea el concepto abstracto de la humanidad como conjunto o de la realidad como estabilidad y estructura. Si el discurso del imperialismo colonizador era expansivo, el discurso del capitalismo de estado tiende a la constricción, particularmente en lo que se refiere a la caracterización de su entorno cultural y de sus campos semánticos.
Por supuesto, de esta reducción de los campos semánticos a la idea del choque de civilizaciones no hay más que un paso. Uno pequeño, fácil, y la mar de persuasivo.
Notas:
1Por la frase del himno nacional mexicano: “Mas si osare un extraño enemigo…”.
2Vale la pena recuperar algunas de las críticas que, por ejemplo, se han hecho al pensamiento de Michel Foucault y su caracterización del poder. Uno de los principales reproches que algunos académicos le hacen al sistema crítico de Foucault es la ausencia de nociones como “justicia” o “libertad” (es decir, la ausencia de un sistema moral tradicional o atávico) para arrojar “propuestas positivas” en torno al uso y construcción del poder como fenómeno social y contingente. Ver, por ejemplo, las opiniones de Nancy Fraser en “Michel Foucault: Key Concepts”, compilado por Diana Taylor, Acumen, 2010.