Existe una creciente preocupación en diversos círculos políticos, militares, académicos e incluso empresariales, en torno a los llamados “espacios sin gobierno”. Este concepto puede referirse tanto a lugares física y claramente identificables, como también a los entornos virtuales. A primera vista, esa percepción tiene que ver con la globalización y el adelgazamiento del Estado, producto de una serie de factores económicos, sociales, políticos, culturales, etcétera. Por ejemplo, desde la óptica económica y al amparo de las doctrinas neoliberales, se extendió la creencia de que el Estado es un administrador deficiente y que, por lo tanto, era necesario permitir que operaran libremente las fuerzas del mercado, las que posibilitarían equilibrios y la asignación apropiada de los recursos sin factores tan distorsionantes como la gestión estatal.
Así, la idea del Estado mínimo se propagó, en parte también debido a que otros actores no estatales, trátese de empresas, individuos y organismos no gubernamentales que persiguen fines tanto lícitos como ilícitos, entre otros, han presionado para contar con mayores márgenes de maniobra. Asimismo, la globalización genera oportunidades lo mismo para los Estados como para los no-Estados, y, en el caso de los segundos, pareciera como si lograran adaptarse con mayor facilidad a las oportunidades que genera la existencia de mercados trasnacionales y crecientemente desregulados para toda clase de actividades.
Esta es una situación, explicable, de acuerdo con la lógica de la trasnacionalización creciente, porque el gran capital requiere espacios más amplios para operar que los que ofrecen los mercados nacionales. Dicho en otras palabras: el Estado-nación le queda chico al sistema capitalista en la actualidad, por lo que éste debe operar en espacios más amplios, por ejemplo, los que son creados en procesos de regionalización como los que se observan en diversas regiones del mundo, trátese de la Unión Europea (UE), del Mercado Común del Sur (Mercosur), del Mercado Común del Caribe (Caricom), entre otros. El atractivo de estos mercados para el capital trasnacional, es que son mucho más amplios -tanto en tamaño como en infraestructura- que lo que puede ofrecer un mercado nacional. Asimismo, para que estos procesos de regionalización puedan existir se requiere que los Estadosnaciones modifiquen la manera en que han funcionado, dado que cada vez más deben coordinar su funcionamiento con otros Estados-naciones.
Siguiendo con este razonamiento, se considera que el Estado-nación, al transformar su funcionamiento y jurisdicción, genera de manera voluntaria o no espacios sin gobierno, una suerte de hoyos negros en los que el ejercicio de la soberanía se diluye. Pero, ¿qué es un espacio sin gobierno y cuál es su importancia? ¿Es la Internet un espacio sin gobierno? Y si no es el caso, ¿quién gobierna dicho entorno?
Los espacios sin gobierno y la soberanía limitada
La noción del espacio sin gobierno es una concepción estato-céntrica que emana de la percepción, por parte de diversos gobiernos y organismos internacionales intergubernamentales, de que tras el fin de la Guerra Fría proliferaban los territorios “desordenados” en los que la capacidad de gestión del Estado había colapsado.
Es posible que esta percepción haya sido alimentada por los acontecimientos que se produjeron en Somalia entre 1991 y 1993 y cuyas consecuencias aún se manifestan. Se trata de una problemática sui generis, dado que en el territorio de ese país la población es prácticamente somalí en su conjunto, con una lengua, el Islam y tradiciones culturales comunes. A pesar de esta unidad étnica y religiosa, la característica predominante de la estructura social somalí es la división entre clanes con familias que basan su identidad en los territorios en que se han asentado y en linajes generacionales que pueden remontarse a cientos de años. En este sentido, la guerra civil que se desató en 1991 obedeció a factores como:
• Rivalidad entre los clanes,
• Exacerbamiento del nacionalismo somalí bajo el régimen dictatorial y,
• Creación,posteriormente, de un régimen provisional que presenció el colapso del Estado ante la concurrencia de numerosos movimientos opositores y sus milicias.
La crisis somalí y la eventual “desaparición” del Estado contribuyeron a que la noción de Estado fallido se popularizara en el mundo de la posguerra fría. Dicho concepto, sin embargo, parecería sugerir que cuando un Estado “deja de funcionar”, o bien, de ejercer su soberanía en un espacio territorial determinado, nadie más ocupa su lugar. Esto, sin embargo, es falso. En la política, sea nacional o internacional, no existen los espacios “vacíos”. Más bien lo que sucede es que las cosas que deja de hacer un actor, en este caso el Estado, son desarrolladas por otros actores. Así, siguiendo con el ejemplo de la experiencia somalí, ahí donde el Estado dejó de funcionar, operan diversos clanes. En Colombia existen partes de su territorio controladas por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). En el noroeste de Paquistán se ubica la región de Waziristán, habitada por las conservadoras tribus wazir, donde la influencia de los talibán es muy fuerte, lo que genera fuertes controversias y temores dentro y fuera del país.
La situación del Waziristán paquistaní, al igual que la de Somalia, remite a la problemática que se genera en los espacios sin gobierno, o más bien, donde gobiernan otras entidades distintas del Estado: se teme que en esos Estados o regiones fallidas puedan prosperar organizaciones criminales, terroristas, traficantes, piratas y, en general, cualquier actividad ilícita. Numerosos especialistas refieren, a propósito de Somalia, que, por ejemplo, la piratería rampante que se observa en la zona del Golfo de Adén se explica, en buena medida, por el colapso del Estado somalí. Baste mencionar que, al no contar con un gobierno central, más la ubicación del país en el denominado cuerno de África frente a la Península de Arabia, se generaron las condiciones que facilitaron el surgimiento de la piratería en aquel país. Desde la caída del gobierno a principios de los 90, flotas extranjeras practicaron la pesca ilegal en aguas somalíes, así como vertidos tóxicos y nucleares. Los piratas somalíes afirman que decidieron proteger la costa antes de que la milicia se viera envuelta. Esta actividad comenzó a decaer tras el alzamiento de la Unión de Cortes Islámicas en 2006. Sin embargo, la piratería volvió a crecer luego de que Etiopía invadió Somalia en diciembre de ese mismo año.
Algunos de los piratas somalíes eran pescadores que justificaban su opción por la piratería como una forma de disuadir la presencia de barcos extranjeros que saqueaban los recursos pesqueros del país. Este argumento, sin embargo, es debatible, ya que los piratas no atacan a barcos pesqueros, sino sobre todo a embarcaciones turísticas y a buques de carga.1 Lo que es más claro es que, debido a las ganancias que obtienen a raíz de los secuestros, los piratas han recibido el apoyo de “señores de la guerra” o jefes de ciertos clanes somalíes, quienes facilitan ese tipo de actividades a cambio de una parte de las ganancias. Por lo tanto, considerar que la ausencia del Estado en Somalia significa que no hay nada en su lugar, es erróneo: existen formas de gobierno ejercidas por los jefes de los clanes y/o los “señores de la guerra”.
Como explican Cluna y Trinkunas: “Existe la gobernabilidad de facto en áreas que son caracterizadas con frecuencia como espacios sin gobierno, como las ciudades perdidas, Estados fallidos, mercados financieros y paraísos fiscales, la regulación marginal que alcanza a Internet, y las áreas tribales, como las que se encuentran en la frontera entre Afganistán y Pakistán, pero que es, sobre todo, ejercida por actores no estatales que van desde insurgentes y señores de la guerra a clanes y corporaciones privadas. La noción de espacios sin gobierno puede ser más ampliamente aplicada a escenarios legales, funcionales, virtuales y sociales que o no son regulados por Estados o son disputados por actores no estatales y terroristas. Consideramos que los términos “autoridad alternativa” y “soberanía suave” capturan de mejor manera la realidad de la gobernabilidad del territorio y de los espacios virtuales con una mezcla de actores estatales y no estatales, en lugar del concepto de “espacios sin gobierno”.2
Ciberespacio y poder nacional
El poder nacional es un concepto que se refiere al conjunto de elementos que determinan la capacidad de influencia de una nación en los ámbitos interno y externo. Si asumimos que el poder es la capacidad de un ente para lograr que los demás hagan lo que dicho ente desea, el poder nacional, a propósito del Estado, tiene una serie de elementos que lo fortalecen y/o debilitan. Así, desde la óptica del realismo político, hay dos grupos de elementos que permiten medir, de alguna manera, el poder nacional:
• Factores relativamente permanentes o estables y,
• Factores relativamente dinámicos o cambiantes.
En la primera categoría suelen figurar la geografía, al igual que los recursos naturales y humanos. En el segundo rubro se contempla el desarrollo tecnológico, la persuasión política y el liderazgo. No hay que perder de vista que el poder nacional es dinámico y que inclusive aquellos elementos considerados como “permanentes” pueden experimentar variaciones por diversas razones.
En cualquier caso, el poder nacional se sustenta y ejerce en los ámbitos más visibles -territorial, espacial, marítimo- como también en los virtuales -como el ciberespacio-, si bien tanto en unos como en otros las acciones del Estado se desarrollan cada vez más en franca y abierta competencia con las de otros actores no estatales. Ello lleva irremediablemente a (re)considerar la relación entre lo público y lo privado, lo que genera un debate conocido, pero no por ello menos relevante sobre el ejercicio de la soberanía. Desde un enfoque tradicional, la soberanía la ejercen los gobiernos y las instituciones públicas. Sin embargo, diversas instituciones y organismos privados también muestran capacidades soberanas, inclusive al propiciar la aparición de entidades híbridas que no son públicas ni privadas sino un combinado peculiar. En este sentido es frecuente encontrar entidades privadas que realizan tareas de antaño exclusivas de los gobiernos y las instituciones públicas, pero también en los Estados y en sus formas de administración aparecen prerrogativas tradicionalmente identificadas con las instituciones privadas. En otras palabras, este híbrido se puede considerar tanto como la privatización de lo público, como también la publicidad de lo privado.3
Claro que este híbrido no está exento de polémica, sobre todo en lo que se refiere a definir quién gobierna qué y, en todo caso, cómo lo hace. Ante la globalización rampante y el papel que en ella desempeñan, por ejemplo, las poderosas empresas transnacionales, los Estados presencian un acotamiento de sus funciones tradicionales, dado que las corporaciones requieren de márgenes de maniobra crecientemente amplios y disponen de los recursos económicos necesarios para promover sus intereses.
De manera paralela, otros actores no estatales, tanto los que persiguen fines lícitos como ilícitos, se desenvuelven con singular soltura en el mundo de la globalización. Diego Gambetta, quien analiza a la mafia siciliana y lo que él denomina “el negocio de la protección [o seguridad] privada”, lo explica claramente cuando señala que “la protección privada no se suministra con base en principios y menos aun con base en principios universales. Como cualquier otro bien pignorable se suministra estrictamente con base en la oportunidad, y las oportunidades no siempre llevan a proteger a todas las partes en una transacción. A quién protegen y cómo no es un asunto de procedimiento sino de elección, una compleja elección económica”.4
Aun cuando la crisis financiera internacional de 2008 puede ser considerada como un duro revés para la globalización, lo cierto es que se trata de un proceso que forma parte de la evolución del sistema capitalista y demanda formas distintas de gobernabilidad que las que fueron creadas cuando el actor fundamental en la escena mundial era el Estado. Así, el mundo deberá acostumbrarse a que otros actores desempeñen tareas otrora exclusivas de los Estados, como, por ejemplo, la diplomacia. “Una nueva gama de asuntos enraizados en la ciencia e impulsados por la tecnología deberán convertirse crecientemente en el objetivo de la actividad diplomática. Las múltiples amenazas al orden global, que al menos emanarán posiblemente de las actividades de colectividades supranacionales o intranacionales, dado que proceden de las actividades de Estados-naciones tradicionales, han cedido la administración pacífica del sistema internacional crecientemente difícil”.5
Cierto, el ámbito de acción del Estado se ha reducido, pero asumir que todo está en manos privadas o de particulares, es inexacto. En el mundo real no hay blancos y negros, sino diversas tonalidades de grises con especificidades y particularidades que son importantes tener presente. En este sentido, hay que recordar que Internet apareció como una red subsidiada con fondos del gobierno de Estados Unidos, a fin de idear un sistema de comunicación que sobreviviera a la hecatombe nuclear en la Guerra Fría. Así las cosas, Internet tiene un carácter público, o al menos así nació. Sin embargo su propagación y uso creciente ha dado espacios crecientes a la teoría liberal que postula que Internet es privada, que es o debe ser apolítica y que su finalidad debe ser el fortalecimiento de las relaciones interpersonales.6
Dicha postura, ampliamente propagada en todas las latitudes, es compartida por Daniel Domscheit-Berg, colaborador de Julian Assange en el desarrollo de WikiLeaks, proyecto del que se separó para desarrollar, alternativamente, OpenLeaks. Sobre esta iniciativa, Domscheit- Berg comenta: “Una red más amplia de medios, organismos no gubernamentales, sindicatos, escuelas de periodismo y otras organizaciones independientes contribuirán a erigir un poderoso baluarte que permita resistir a los ataques contra el principio de los buzones digitales. Dicho principio debe gozar de una seguridad jurídica equiparable al secreto postal que rige el correo en papel”.7 Es decir, que mientras que para algunos Internet debe ser gobernada por entidades gubernamentales de manera análoga a como se rigen otros espacios físicos, hay quienes consideran, como Domscheit-Berg, que ese entorno virtual posibilita una nueva forma de interacción entre los más diversos actores, quienes ejercerían el control de “abajo hacia arriba”, presumiblemente induciendo una “democratización”.
Sin embargo, la información es poder, y dado que Internet facilita los flujos de información, se convierte en un instrumento para lograr que otros hagan lo que el poderoso quiere. Además, en la red no sólo existe información para el ocio, la diversión y otras actividades lúdicas: desde sus orígenes se le asumió como un vehículo estratégico para garantizar los flujos de información que posibilitara, entre otras cosas, que las autoridades gubernamentales, esencialmente las de EU, tomaran decisiones informadas de cara a la destrucción de su infraestructura básica como resultado de una confrontación nuclear con la Unión Soviética. En otras palabras: a Internet, desde sus orígenes, se le asumió como un mecanismo para la consecución del poder por otros medios, o bien, un escenario en el que se librarían importantes contiendas frente a otros Estados o actores no estatales.
Por lo tanto, en la medida en que, al paso de los años se ha incrementado -en Estados Unidos y en todas partes- la dependencia respecto a las tecnologías de la información para realizar actividades de seguridad nacional, paralelamente se genera una vulnerabilidad estratégica, dado que los “adversarios” buscarán sabotear los flujos de información como parte de los mecanismos encaminados a privar de capacidad decisoria a gobiernos, empresas, organismos no gubernamentales y de la sociedad civil, organizaciones criminales, etcétera, en un momento determinado.8
Lo que también es cierto es que en Internet los Estados y las entidades y actores no estatales están juntos pero no revueltos. Esto ocurre en los espacios físicos tradicionales: en un mismo territorio existen entidades e instituciones estatales, pero también operan los intereses económicos trasnacionales como también los locales, las organizaciones de la sociedad civil, los organismos internacionales, los criminales, etcétera. El espacio virtual, por lo tanto, no tendría por qué ser la excepción. Lo que sin embargo es también cierto, es que, a diferencia de los espacios físicos tradicionales, en los entornos virtuales hay diversas propuestas de gobernabilidad que compiten entre sí, donde la jurisdicción de los gobiernos enfrenta muchas dificultades para operar. No es que en los entornos físicos esto no ocurra. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que la propagación de Internet en todo el mundo aconteció de manera paralela al adelgazamiento del Estado, cuando el acotamiento de sus márgenes de maniobra lo estaban convirtiendo en una entidad muy débil, al menos en gran parte de los países del mundo, situación que aprovecharon a cabalidad los actores no estatales.
Ciberespacio, crisis de instituciones y de identidades
El activismo de diversos actores en los espacios virtuales se nutre, ciertamente, de la desconfianza imperante en torno a las instituciones en general. Nadie discute que las instituciones importan. Sin embargo, su credibilidad está en tela de juicio. Tómese como muestra la consulta mensual del Monitor Mitofsky correspondiente a junio de 2011: las instituciones con menor confianza en México, de acuerdo con los sondeos efectuados entre la sociedad, son el Instituto Federal Electoral (IFE), la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el Presidente de la República, los senadores, los sindicatos, la policía, los diputados y los partidos políticos.9 Este hecho estimula, sin duda, la esperanza en un mundo alternativo o bien virtual en el que las personas cuestionan a sus autoridades y gobernantes y donde el resultado, necesariamente, tiene que ser el cambio. En general, las autoridades gubernamentales -o las que aspiran a serlo- asumen a Internet como una oportunidad de involucrar a la sociedad y, sobre todo, a las nuevas generaciones -piénsese en el caso de los comicios de 2008 en Estados Unidos, donde el entonces candidato demócrata, Barack Obama, apostó fuertemente a las nuevas tecnologías de la información en su campaña-, propició su participación en los comicios, en los debates, en los foros de discusión, y en las políticas de gobierno, etcétera.
Empero, el desánimo y la frustración de las sociedades en torno a sus instituciones y gobernantes encuentra eco en otras latitudes, muchas de ellas remotas, lo que deriva en una identificación extraterritorial con causas que pueden ir desde la defensa y la protección de los derechos humanos hasta la protesta en torno a acciones bélicas en algún lugar del mundo, pasando por las fuertes críticas a los gobiernos que no dan respuesta a las crisis económicas, entre otros temas.
Claro que no todos los usuarios de Internet se reúnen o conversan en el entorno virtual para impulsar las causas más nobles. Hay actores, como las grandes empresas transnacionales, para quienes Internet es un negocio y es el lucro y el beneficio económico lo que las mueve.10Asimismo, el crimen organizado trasnacional es una verdadera industria en expansión que usa a la red como uno de sus vehículos más dinámicos. “La liberalización económica y comercial, la desregulación parcial de la industria, los progresos tecnológicos en comunicaciones, transporte y distribución y, en términos más generales, el relajamiento de restricciones a las transacciones transfronterizas de todo tipo se han combinado para crear ‘nuevas estructuras de oportunidad’ para quienes participan en mercados criminalizados”.11 Lo que es más: hay numerosas actividades ilícitas que se escudan en la ineficacia y corrupción de las instituciones gubernamentales, buscando, así, ganar la aprobación de las sociedades.
Otro aspecto relacionado con la crisis de las instituciones es la mediatización del espacio por obra y gracia de las nuevas tecnologías. Internet implica la muerte de la distancia, porque dos o más personas pueden comunicarse en tiempo real a pesar de encontrarse en latitudes remotas. Sin embargo, hay otro efecto tanto o más importante de las tecnologías de la información en la sociedad, que además resulta paradójico: la creciente limitación y disminución de los encuentros y/o reuniones físicas con familiares, amigos, etcétera, y el aumento de los encuentros virtuales. Ciertamente, en muchos casos ayuda la inseguridad que priva en las ciudades -esto si asumimos que las personas que pueden acceder a Internet se encuentran sobre todo en ambientes urbanos, donde la criminalidad y la inseguridad son el pan de cada día-, de manera que cada vez más personas optan por quedarse en sus hogares para ponerse “a salvo” de la hostilidad del mundo exterior.
Un caso extremo de esta situación es retratado en el filme de Jon Amiel, “Copycat”, de 1995, en el que se cuenta la historia de una psicóloga especializada en asesinos seriales, la doctora Hellen Hudson (encarnada por la actriz Sigourney Weaver), quien es brutalmente atacada -por un criminal al que había estudiado- en los baños de la universidad donde impartía una conferencia. A consecuencia del ataque, la protagonista desarrolla agorafobia y se recluye en un costoso y tecnologizado apartamento del cual nunca sale, comunicándose con el mundo exterior a través de su computadora. Tal vez “Copycat” parece una caricatura de las sociedades modernas, pero la percepción de que la jungla de asfalto en el mundo real es cada vez más insegura, es un elemento que contribuye a aislar a las personas respecto a la sociedad que la rodea, y entonces se desarrolla un sentimiento gregario virtual facilitado por las nuevas tecnologías. Así, como sugiere María Gimena Rabinad, Internet es un lugar donde confluyen las identidades perdidas, y donde parece conformarse una nueva.12
De cara a los preparativos para la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información (CMSI), que tuvo lugar en Ginebra, Suiza, en 2003, México elaboró un documento preparatorio en el que se hizo una evaluación acerca de la situación de las tecnologías de la información en el país y de las preocupaciones que diversos sectores de la sociedad tenían sobre el particular. Un aspecto a destacar es que, en las consultas efectuadas en diversas comunidades del país, se detectó que la oferta de las tecnologías de la información afecta la convivencia en las sociedades. Al respecto, el documento señala:
“Los ancianos de algunas comunidades expresaron (…;) que temen a la introducción de computadoras e Internet en sus comunidades, pues se corre el riesgo de alejar a los jóvenes de la vida y los valores comunitarios. En este sentido, la pérdida de las formas de relación personal, de las visiones comunitarias del mundo o del trabajo, también son otro riesgo”.13 Súmese a lo anterior que el ciberespacio tiende a ser visto como un campo de batalla fundamental en el siglo XXI, entre otras razones porque:
• Subsiste, por parte de los usuarios -en buena medida por esa búsqueda de identidad, ya referida-, una actitud política y socialmente vinculada a los acontecimientos internacionales. El enorme despliegue de apoyo en torno a Julian Assange y a WikiLeaks es sólo una muestra de escenarios que, seguramente, se repetirán en los años por venir. Más adelante se analizará la temática sobre la gobernabilidad de Internet, pero por ahora basta mencionar que se observa una resistencia de diversos individuos y agrupaciones a las políticas de control de la red, porque las asumen como un riesgo para su libertad de expresión, información y navegación.
• Las nuevas generaciones de internautas son, en general, muy jóvenes y se encuentran en esa etapa rebelde de cuestionamiento del statu quo que las lleva a críticar y a atacar en los entornos virtuales, a quienes sustentan el poder y que naturalmente pertenecen a generaciones más viejas. Además, mientras que los jóvenes de hoy utilizan y se adaptan con gran facilidad a las nuevas tecnologías, las generaciones mayores encuentran serias dificultades para usarlas, a pesar de que son éstas, en general, las que las han financiado y creado.
• En el mundo virtual, las fronteras nacionales tienen menos sentido, al igual que el sentimiento de pertenencia y de identidad. Así, lo que define a los jóvenes internautas, no es su nacionalidad ni su nivel socioeconómico, sino el rol que desempeñan en la red, incluyendo sus posturas ante diversos sucesos. En el mundo virtual, no hay enemigo pequeño. Es claro que los internautas, entre quienes se encuentran diversas organizaciones criminales, no poseen los medios económicos ni materiales para enfrentarse de manera frontal en el mundo real contra un Estado poderoso. Sin embargo, el ciberespacio es distinto, porque en él, los gobiernos actúan y responden con lentitud, en tanto los jóvenes, los hackers y crackers, además de las organizaciones criminales que trafican personas y armas, que lavan dinero y/o se confabulan para perpetrar un ataque terrorista se desenvuelven con gran dinamismo y versatilidad de manera fluida.14
Pero, ¿quién gobierna Internet?
El ciberespacio es el escenario en el que confluyen individuos, gobiernos, organismos no gubernamentales, organismos internacionales, grupos de presión, organizaciones criminales, entre otros, al igual que diversas asociaciones, que van de las familiares y amistosas a las de corte empresarial y financiero, pasando por transacciones ilícitas y otras actividades delictuosas. En este sentido, el espacio virtual, al igual que los espacios físicos, está sujeto a controversias y problemas que es menester resolver. Para ello se hizo necesario elaborar la normatividad pertinente que permita el establecimiento de derechos y obligaciones por parte de quienes ofrecen los servicios y las tecnologías, al igual que de los usuarios. Asimismo, es necesario garantizar la seguridad de prestadores y usuarios, para evitar que el ciberespacio sea una suerte de espacio sin gobierno, o mejor dicho, un lugar donde el Estado sea rebasado por la maraña de intereses de los otros actores que ahí concurren, tanto para transacciones y asociaciones lícitas como ilícitas.
Como se ha visto, el Estado es sólo uno de los numerosos actores presentes en el espacio virtual. Pero, como ya se sugería, Internet y el desarrollo del ciberespacio se aceleraron justamente cuando el Estado se reformaba, al reducir su tamaño y funciones en nombre de la “eficiencia” -porque se partía del supuesto de que esta entidad jurídica es un pésimo administrador y que muchas de sus tareas pueden ser efectuadas de forma más adecuada, permitiendo que las libres fuerzas del mercado operen en su lugar. Sólo que los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 hicieron su parte para advertir acerca de los riesgos de la globalización, de la creación de redes criminales como al-Qaeda y, ultimadamente, respecto a la importancia de fortalecer al Estado para garantizar la seguridad.
Así, existen al menos dos posturas respecto a la gobernabilidad del ciberespacio. Por un lado, destaca la visión de la ciencia política respecto a la gobernabilidad global de la red de redes, según la cual Internet no es tan revolucionaria, por lo que los gobiernos, al final, prevalecerán y regularán y normarán su uso y desarrollo. 15 Por otro, existe la postura de que la red y su gobernabilidad a la larga disminuirán el papel de los gobiernos y del Estado-nación en la política global.16 A continuación se hará una revisión de cada una de estas visiones.
La primera consideración, la que sostiene que el Estado prevalecerá en el ciberespacio, se sustenta en que la percepción generalizada en torno a Internet no es del todo acertada, pues reposa sobre numerosos mitos. Para muchos es un espacio sin gobierno, donde prevalece la anarquía, dado que ningún Estado ni corporación ni cualquier otra institución moderna la puede controlar. Lo anterior obedece a que Internet es vista como un medio de comunicación descentralizado, cuya arquitectura en red evade a las estructuras tradicionales de gobierno. Asimismo, como se desprende de las valoraciones efectuadas por los especialistas en inteligencia y en temas de seguridad, es vista como un refugio para que operen sin control terroristas, fanáticos, pornógrafos, pedófilos, racistas, lavadores de dinero, entre muchos otros, porque justamente se trata de un espacio sin gobierno o sin control. A lo anterior hay que sumar que al ciberespacio o espacio virtual se le asume como una especie de “universo paralelo”, ajeno al mundo real, que puede ser moldeado a partir de los gustos, necesidades y preferencias de los usuarios, quienes crean, así, un metaespacio.
Sin negar que hay partes verídicas en la mitología que rodea al ciberespacio, lo cierto es que la gobernabilidad de Internet es una realidad. Baste mencionar que muchas veces se pierde de vista que para acceder a la red de redes se requiere tanto de infraestructura como de normas específicas que garanticen la conectividad. Asimismo, existe una amplia gama de servicios que mantienen e integran a la red y que involucran una gran cantidad de leyes, normas y principios que aplican tanto al sector público como al privado en entidades soberanas y que involucran a miles de organizaciones.17
Deibert y Rohozinski también recuerdan que la aparente estructura anárquica de Internet fue planeada de esa manera, y si bien existen múltiples nodos, no todos son iguales. De hecho, existen nodos “clave”, sobre los que se establecen mecanismos de vigilancia y control por parte de los gobiernos y las empresas, entre otras razones, por seguridad, por lo que la presunta “horizontalidad” y anarquía de la red no es tan cierta. De hecho, al existir nodos “clave” más importantes que otros, hay, por lo tanto, una jerarquía entre ellos. “Por ejemplo, aunque Internet opera sobre la base de un protocolo (TCP/IP) común a todos los aparatos habilitados para conectarse, el ruteo de las solicitudes de información se organiza de manera jerárquica, con un grupo de 13 servidores de alto nivel responsables de dirigir el tráfico en la dirección apropiada. En cierto momento, estos 13 servidores estaban físicamente en Estados Unidos, pero hoy se encuentran dispersos en diversas localidades internacionales”.18
Siguiendo con el tema de las jerarquías en la red de redes, éstas son también muy evidentes en lo que toca a los proveedores de los servicios de Internet, como AT&T, Verizon, por citar sólo a dos gigantes. Estos proveedores de “alto perfil” poseen la capacidad para conectarse a toda la red y sólo son diez en el mundo, de las cuales siete tienen su sede en Estados Unidos y, por lo tanto, están sujetos a la normatividad imperante en ese país. “Aun cuando existe todavía una enorme complejidad y distribución respecto a Internet, los elementos jerárquicos de la infraestructura son importantes tanto para la seguridad como para la gobernabilidad. La vulnerabilidad física de la red fue ilustrada ampliamente por el colapso, en 2008, de los servicios de Internet en amplias regiones del Medio Oriente, Asia del Sur, y el Golfo Pérsico tras el colapso de cuatro líneas troncales de fibra óptica que se encontraban en el fondo del mar, aparentemente por coincidencia, como resultado de mal manejo de las anclas de embarcaciones en el área o bien de la actividad tectónica submarina. Egipto perdió 70% de su conexión a Internet y entre 50 y 60% de la conectividad en la red de India también se perdió de forma similar en la importante ruta occidental, que es clave para la industria de la subcontratación en ese país”.19
Notas
1 Stig Jarle Hansen (2009), Piracy In the Greater Gulf of Aden. Myths, Misconceptions and Remedies, Oslo, Norwegian Institute For Urban and Regional Research, pp. 9-10.
2 Anne L. Clunan y Harold A. Trinkunas (2010), “Conceptualizing Ungoverned Spaces. Territorial Statehood, Contested Authority, and Softened Sovereignty”, en Anne L. Clunan y Harold A. Trinkunas (Editors), Ungoverned Spaces. Alternatives to State Authority in an Era of Softened Sovereignty, Stanford, Stanford University Press, p. 19.
3 María Gimena Rabinad (2008), “La soberanía del ciberespacio”, en Lecciones y ensayos, no. 85, p. 95.
4 Diego Gambetta (2010). La mafia siciliana. El negocio de la protección privada, México, Fondo de Cultura Económica, p. 57.
5 Daryl Copeland (2009). Guerrilla Diplomacy. Rethinking International Relations, London, Lynne Rienner, p. 1
6 María Gimena Rabinad,Op. cit., p. 96.
7 Daniel Domscheit-Berg (2011), Dentro de WikiLeaks. Mi etapa en la web más peligrosa del mundo, Madrid, Roca Editorial, p. 244.
8 Sobre el particular véase María Cristina Rosas (mayo de 2011), “Ciberespacio, crimen organizado y seguridad nacional”, en etcétera, disponible en https://etcetera-noticias.com/articulo.php?articulo=7536
9 Consulta Mitofsky (Junio 2011), Monitor Mitofsky, México, pp. 13-15. Las instituciones que gozan de la mayor confianza, según la misma encuesta son: la iglesia, las universidades, el ejército, los medios de comunicación y los empresarios.
10 Véase el interesante y divertido recuento sobre Facebook que realiza Juan Faerman (2009) en Faceboom. “Facebook, el nuevo fenómeno de masas”, Madrid, Alienta Editorial, pp. 79-88.
11 Mats Berdal y Mónica Serrano (compiladores) (2005). Crimen transnacional organizado y seguridad internacional. Cambio y continuidad, México, Fondo de Cultura Económica, p. 14.
12 María Gimena Rabinad, Op. cit., p. 99.
13 Olinca Marino (s/f), México en la CMSI. Breve panorama de organismos oficiales y civiles en México de cara a la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información, CMSI, México, Programa LaNeta.
14 Véase un interesante análisis sobre grupos de hackers que buscan ganar las mentes y los corazones de los internautas, reclutando a seguidores que están convencidos de que la gran batalla en el siglo XXI será en el ciberespacio. El análisis fue publicado por Deterritorial Support Grouppppp (June 7, 2011), “Twenty reasons why it’s kicking off in cyberspace”, disponible en http://deterritorialsupportgroup.wordpress.com/2011/06/07/twenty-reasons-why-its-kicking-off-in-cyberspace/
15 Esta postura es defendida por especialistas como Ronald Deibert y Jack Goldsmith. Véanse Ronald Deibert et al (2010), Access Controlled: The Shaping of Power, Rights, and Rule in Cyberspace, Massachusetts, Massachusetts Institute of Technology; Ronald Deibert et al (2008), Access Denied: The Practice and Policy of Global Internet Filtering, Massachusetts, Massachusetts Institute of Technology; y Jack Goldsmith y Tim WU (2008), Who Controls the Internet?: Illussions of a Borderless World, Oxford, Oxford University Press.
16 Entre los estudios que mantienen esta postura figura la obra de James N. Rosenau y J. P. Singh (editors) (2002), Information Technologies and Global Politics, Albany, State University of New York Press.
17 Ronald J. Deibert y Rafal Rohozinski (2010), “Under Cover of the Net. The Hidden Governance Mechanisms of Cyberspace”, en Anne L. Clunan y Harold A. Trinkunas (editors), Op. cit., p. 257.
18 Ibid.
19 Ronald J. Debert y Rafal Rohozinski, Op. cit., p. 258.