El deseo de creer remite siempre a las emociones, en tanto que el ímpetu del pensamiento a la razón. Suele suceder que el estallido de los sentimientos inhiben la inteligencia y, a veces también, esos estallidos generan proclamas que, vaya paradoja, pretenden rescatar nuestra propia humanidad. Piensen en la estampa del oso blanco que camina desfalleciente. A mediado del mes pasado dio la vuelta al mundo. El animal agoniza, parece una figura de origami, un pliegue de papel apunto de caer inerte por culpa del calentamiento global porque, no cabe duda ahora es víctima de la ferocidad humana, según quienes lo captaron en aquel sufrimiento atroz.
El oso busca comida en un basurero de la isla de Baffin situada al noroeste de Canada. La fotógrafa mexicana que captó las imágenes es Cristina Mittermeier, dice que lloró junto con Paul Nicklen, su colega, al mirar al mamífero moribundo. The New York Times y otros medios dan la voz de alerta: es un llamado de atención al mundo para enfrentar el descongelamiento de los polos.
Estamos conmovidos con la historia. Todos creemos porque lo vemos y porque lo queremos creer. Pero vale la pena pensar (siempre vale la pena). Quienes captaron las imagenes no son científicos, omiten decir que el oso fue captado en el verano austral, o sea, cuando no hay hielo, y que imágenes como esas son frecuentes en el mundo animal cuando envejece el oso o el león o algún otro mamifero. Enferman y mueren. Además, el hielo no desapareció así de inmediato y, por ello, el mismo Paul Nicklen admite no tener una sola prueba de que el calentamiento global sea la causa del oso moribundo.
Todos estos reparos no le han gustado a Mittermeier quien dice estar intentando “no sentirse herida por los comentarios negativos que generó la historia”. Lo cierto es que no hay pruebas de que el oso hubiera muerto por el deshielo. Más aun, hay decenas de osos saludables en esa región (¿Por qué habría muerto sólo uno?) El estallido de los sentimientos no puede inhibir la inteligencia, ni aunque el video lo difundiera National Geographic.
*Agradecemos a Orquídea Fong y Alberto Gonze por llamarnos la a tención sobre el tema.