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lunes 16 septiembre 2024

La calidad en el arsenal

por Javier Darío Restrepo

Aún recuerdo el desconcierto y la frustración de un colega reportero de televisión que había descubierto el refugio campesino donde un legendario compositor vallenato mantenía su vida discreta y alejada del ruido del espectáculo. El reportero había llegado hasta su casa, había seguido paso a paso las rutinas de su vida sencilla, lo había escuchado y obtenido de él una cálida y reveladora visón de un hombre y un artista de altísimas calidades. Pero la nota, cuidadosa y llena de afecto, no fue emitida porque no era noticia. Y allí quedó, en el archivo del noticiero.

Su autor no se dio por vencido, la emitió en un noticiero regional y, convencido de sus méritos, la puso a consideración de un jurado internacional.

Cuando meses después, este reportero fue proclamado ganador del premio Rey de España, sus colegas celebramos su triunfo y lo interpretamos como un mentís a la dirección del noticiero. Hoy, cuando recuerdo este episodio, tengo que reconocer que no teníamos razón en nuestra perversa alegría contra la plana directiva.

En las tres instancias, la del noticiero nacional, la del noticiero regional y la del premio internacional se había juzgado ese trabajo periodístico con distintos criterios de calidad.

Para la dirección del noticiero nacional, el criterio de calidad estuvo guiado por el factor actualidad que, a su vez, estuvo inspirado por una noción de noticia, común en esa clase de informativos. Según ellos las noticias son hechos que interesan a todos, acabados de suceder y con un potencial de reacción que le da presencia en la atención del público.

El noticiero regional valoró, en cambio, la cercanía geográfica y afectiva del hecho: se trataba de un personaje de la región, conocido y admirado por la población que debió apreciar la nota periodística como un verdadero descubrimiento.

El jurado internacional valoró el trabajo técnico: iluminación, enfoques, estética de la imagen, sonido, edición; admiró la comunicabilidad de un contenido cultural; destacó la exaltación de los valores humanos y artísticos del compositor a la vez que el hecho de que una historia de esta naturaleza hubiera sido elevada a la categoría de noticia. Tres juicios distintos y una calidad verdadera.

La historia ha sido un camino largo para llegar a una escueta afirmación: el periodismo de calidad no tiene todavía unos patrones fijos. En una pieza periodística de calidad pueden contar factores tan diversos como el público al que va dirigida la noticia en cuestión, el momento en que se publica, los hechos concomitantes, el tono, los acentos y los contextos. No sucede aquí como en los otros productos industriales, cuya calidad se mide de acuerdo con estándares acordados internacionalmente y con ayuda de las reacciones de los focus group o de las encuestas entre consumidores. Aquí intervienen otros factores de difícil medición que hoy tratan de concretar y reunir las investigaciones sobre calidad periodística.

Las investigaciones

Los investigadores de la Universidad Católica de Chile vieron la calidad:

1. En la capacidad del medio y del periodista para entregar el hecho concreto y escueto.

2. En los valores que hacen que el hecho se vea a la vez comprensible y contextualizado.

Para detectar esos valores siguieron el proceso de la noticia desde la selección del tema y de las fuentes, hasta su procesamiento en la edición final. De allí surgieron 55 criterios que llamaron valores agregados periodísticos (VAP).

En la Universidad Católica Argentina los investigadores tomaron los 55 criterios del VAP, les agregaron diez variables descriptivas y de identificación, para diseñar estándares de calidad para la información periodística (CIP). Allí tuvieron en cuenta elementos de calidad como la confiabilidad, el interés, la proporción, la transparencia, la precisión, la claridad, la integración o la incidencia, elementos que dieron lugar a unos indicadores que aplicaron en una investigación sobre la calidad de los diarios Clarín y La Nación de Buenos Aires.

En este marco de esfuerzos investigativos se sitúa la propuesta de la Red de Periodismo de Calidad y de la Fundación Prensa y Democracia, que hoy se conoce como Propuesta de Indicadores para un Periodismo de Calidad en México. Aquí la metodología y los resultados son diferentes, como si el propósito inicial hubiera sido llegar a una valoración concreta, porque fueron los propios periodistas, convocados en Guadalajara y en el Distrito Federal, quienes aportaron su visión y su experiencia en las encuestas por un periodismo de calidad.

De ese trabajo resultó la identificación de ocho principios a los que se les aplicó la clásica metodología del ver, juzgar y obrar, o sea el resumen de la situación del principio, las líneas de acción y los indicadores de calidad. En los principios parece recogerse y seguirse el consenso de la conciencia periodística sobre el deber ser de la profesión, y como línea operativa, el proceso de la noticia, tal como había sucedido en las investigaciones de Chile y de Argentina.

La saga de los ocho principios comienza con el proceso de construcción de la información, avanza con la verificación, la contextualización y la investigación, se detiene a examinar la organización interna, los códigos de ética y los mecanismos de contrapeso que operan en el interior y que marcan la actuación periodística y su producto, relaciona la calidad con la asignación de publicidad y concluye con la indispensable relación con el ciudadano, titular del derecho a la información, amo y señor de periódicos y periodistas y razón de ser de la calidad.

Ética y calidad

Estas investigaciones recogen las perplejidades y ponen en cuestión las respuestas que han aplicado consejos de redacción en plan autocrítico, directivos de medios en trance de contratar, ascender o estimular a los periodistas, basados en la calidad de su trabajo; o profesores universitarios que se esfuerzan en la tarea de identificar lo que hace bueno a un periódico.

De mí sé decir que encuentro en estos trabajos las respuestas que he buscado con cierto desasosiego cuando, como parte de algún jurado, he tenido que decidir sobre la calidad de trabajos presentados a concurso. Uno de los buenos hallazgos, que me confirmó en una vieja convicción, ha sido ver la estrecha conexión entre la calidad técnica y la calidad ética en el trabajo periodístico, tan indisoluble como el zumbido y el moscardón, según la expresión de Gabriel García Márquez.

Los organizadores de concursos periodísticos suelen insistir en criterios como la investigación, la pertinencia de los temas, el lenguaje, la originalidad en el tratamiento y los valores éticos. La práctica me ha demostrado que esta última es prescindible porque debe estar incluida en las otras categorías en virtud del principio de que la ética es el alma de la calidad.

Esa relación se había hecho patente en las deliberaciones sobre los trabajos con la mayor calificación en el último concurso continental de la Fundación Nuevo Periodismo. A los tres jurados nos había seducido la calidad de una investigación presentada por el periodista peruano Carlos Paredes sobre la verdadera historia de un general elevado a la categoría de héroe durante el gobierno del presidente Alberto Fujimori. Durante tres años este periodista, en una obstinada tarea de zapador, exhumó dato por dato, como si fueran las piedras falsas del monumento al héroe. Dominando el entusiasmo que le producía cada nuevo hallazgo, este periodista lo sometió todo a las necesarias pruebas de verificación, ensambló el conjunto de modo que todas las piezas recuperaron su verdad original. La solidez de la investigación, el sabio uso de las fuentes, el científico manejo de los datos en la comprobación de la hipótesis, fueron puestos a prueba por una coyuntura inesperada. Al conocer que la investigación había sido premiada por un jurado internacional, el protagonista de la serie movió todas sus influencias, amenazó con demandas judiciales, presentó en los medios contraargumentos y pretendidas pruebas, cuyo único efecto fue demostrar la solidez del trabajo del periodista.

Reconstruíamos todo el proceso seguido para lograr ese resultado y llegábamos a la evidencia de una pasión por la verdad, de una disciplina investigativa puesta al servicio de esa pasión, de un rigor y sabiduría en el manejo de la información y de las técnicas utilizadas para compartir con la sociedad ese conocimiento. Son los valores éticos que se traslucen en los criterios de calidad, que en la propuesta mexicana corresponden a los principios 1, 2 y 3 sobre transparencia en el procesamiento de la información, verificación y contextualización de datos, de investigación periodística. Se leen los indicadores de esos principios y aparece, como alma que todo lo llena de vida, el valor ético de la pasión por la verdad.

 

En el mismo proceso de juzgamiento deliberábamos sobre las calidades de otro trabajo, firmado por el periodista salvadoreño Carlos Martínez, sobre la ejemplar historia del juez Atilio. A este juez le habían asignado la investigación por el asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero y hasta ese momento hubo sosiego en el despacho judicial y en la vivienda del juez, lugares que fueron perturbados hasta volverse invivibles por las amenazas, disparos, pedreas y agresiones. El juez vendió cuanto tenía y se fue a Costa Rica y después a Nicaragua en un recorrido que el periodista siguió y reconstruyó en una detallada y deliciosa crónica que, finalmente, registró el regreso del juez, su promoción y el resurgimiento del proceso que los asesinos habían querido silenciar y sepultar. Nada más intimidante que un asesino dispuesto a silenciar a jueces y a periodistas para ganar la paz artificial del olvido; nada que genere más incertidumbres y angustias que la amenaza sin rostro, que el peligro disuelto en el aire, pero real como todo lo que se respira; y a pesar de ese ambiente de amenaza, no obstante la opresora incertidumbre, la historia del juez Atilio llegó a los lectores, tan documentada y veraz, tan por encima de presiones e intimidaciones, que para nosotros fue un ejemplo de calidad. Todos los valores técnicos de esa buena pieza profesional aparecían atravesadas por esas calidades éticas fundamentales, la independencia y la pasión por la verdad. Este valor de la independencia se destaca en la propuesta como parte del código de ética y cuando en el principio 7, los indicadores enfatizan que “el periodista no garantiza a ninguna institución que sus servicios o productos serán presentados de modo favorable”. Los lectores, por su parte, tienen el instrumento ético de subestimar, cuando no de despreciar, al medio servil, sometido a cualquiera de los poderes. Estos lectores exaltan y aplauden la calidad del periodismo independiente, a la vez que menosprecian a periodistas y medios rendidos ante los poderosos.

Por otra parte, las variables de calidad consideran el eje información-sociedad como el punto de encuentro de las condiciones para una buena calidad periodística.

Los indicadores son explícitos: es de buena calidad la noticia obtenida de fuentes independientes y de modo independiente; califica mal la manipulación de la fuente o del periodista; califica bien la información que responde a las intenciones del receptor y que, por tanto, es relevante porque reúne los elementos de interés y utilidad para el lector, oyente o televidente; califica mal lo irrelevante, que obedece a intereses ajenos a los del receptor o de la sociedad; califica bien la información que tiene en cuenta la implicación del lector en los temas, que responde a sus preguntas y maneja su lenguaje a la vez que sus expectativas, es de mala calidad la noticia que ignora o desdeña esas implicaciones.

La mirada que se descubre detrás de estos focos de atención es una mirada ética, dirigida por el valor de responsabilidad para con la sociedad. Este valor tiene la fuerza de proyectarlo todo hacia el futuro, urge el examen de las consecuencias de los actos y le impone al ejercicio periodístico un carácter de respuesta a la sociedad.

La categoría aristotélica del equilibrio, que demanda un difícil tránsito por el estrecho camino que corre entre los extremos, se pone al servicio de la responsabilidad hacia la sociedad cuando -como medida de la calidad- examina las prioridades informativas: ¿son las de la sociedad, o las del periodista, o las del medio?; inquiere sobre la orientación de las noticias: ¿qué las guía: el norte de la sociedad, el de un partido, el de un gobernante, una iglesia, una corporación o institución particulares? ¿Se privilegia a alguien: el protagonista o el antagonista? ¿Se atienden los puntos de vista de unos u otros, o de todos, como base de unas conclusiones? ¿De qué lado se inclina la balanza: tienen un peso mayor los poderosos, los ricos y los famosos, o también pesan las personas del común, los pobres y los derrotados?

En la Propuesta de Indicadores de Calidad el criterio es claro. Se trata de recuperar y ampliar la responsabilidad de los medios con la sociedad, como criterio de calidad, según se concluye en el Principio 6, y el Principio 7 lo explicita al exigir autonomía respecto de intereses ajenos a los de la ciudadanía. El Principio 8, a su vez, no deja dudas: hay calidad cuando el ciudadano es destinatario y sujeto de la información y el lector y la audiencia señalan el criterio para la conformación de la agenda.

Llama la atención, la omnipresencia del Otro, como motivación de cada una de las variables, hasta el punto de que se puede afirmar que el comienzo de un buen periodismo se encuentra en la relación con el Otro. O dicho de otra manera, es imposible la calidad de lo periodístico si se prescinde del Otro. Esto da una explicación para la crisis de los medios, que se debe a la subordinación del Otro al interés del periodista o del medio de comunicación. Es allí donde se debe buscar la clave para sortear con éxito las crisis.

Y es la clave, no tan oculta, de los problemas y de las posibles soluciones de la empresa periodística en el mundo. Anota con desaliento el Proyecto de Excelencia en Periodismo1 “en varias compañías de medios tradicionales terminó la vieja batalla entre idealistas y capitalistas. Los idealistas perdieron”. Un ejecutivo de una de las tres cadenas de TV más importantes de Estados Unidos dijo que “el yunque ético había sido levantado”. Y en las compañías emergentes “no hay muchos indicios de que siquiera exista la presión de los que abogan por los intereses del público”.2

Es significativo el dato destacado en el citado Proyecto de Excelencia tras la enumeración de los porcentajes de caída de la circulación de los medios comerciales: “los semanarios alternativos y la prensa étnica han crecido. Tratándose de los números básicos, 2005 fue un año difícil para la mayoría de los medios informativos, encontramos que la prensa alternativa continuó creciendo su circulación; llegó a 7.64 millones en 2005; la cifra más alta desde 2001”.

Esa prensa alternativa parece ser una opción por su capacidad de escucha de las comunidades, que encuentran allí un espacio abierto para su agenda y para su voz. Esta sintonía de las voces que vienen de abajo es su gran diferencia respecto de los medios comerciales y es, a su vez, la concreción de la mayoría de las variables de calidad compendiadas en el VAP y en el CIP (Calidad para la Información Periodística) y por la Propuesta de Indicadores, que denota una particular sensibilidad al respecto. En cuatro de sus ocho principios, valora y urge de distinto modo la sintonía con el ciudadano de a pie. En el 1 lamenta “las carencias del saber decir”; propone la transparencia como “respeto a la audiencia” y en los indicadores sugiere la pregunta: “¿qué necesitan saber y entender los ciudadanos?”.

Hablar, pues, de calidad, es referirse a lo ético. No puede haber periodismo de calidad sin ética; ni puede darse un periodismo ético que no sea de la más alta calidad.

Periodismo y democracia

Es ese periodismo, en el que brillan la calidad técnica y la ética, el que preserva la democracia y los derechos humanos; pero ante la realidad de nuestros países donde pululan periódicos y noticieros que no aspiran a la calidad sino a la prosperidad del negocio, cabe la duda: ¿deben permanecer esos medios de comunicación cuya sola existencia implica una amenaza para la democracia?

Son medios de comunicación que mantienen su negocio merced a la publicidad oficial distribuida con un singular criterio de justicia distributivaque considera a todos los medios, no importa su calidad, como legítimos aspirantes al favor oficial. No importa si circulan o no, si tienen una mínima calidad o no, si informan o simplemente transcriben boletines y avisos. En otros casos los dineros de la publicidad oficial se entregan como efecto de un chantaje: nos dan publicidad y hablamos bien, no hay publicidad y atacamos. ¿Se justifica, reitero, que esos medios existan con dineros públicos a pesar del daño público que hacen?

También hacen negocio con el dinero que reciben de la empresa privada y de la ciudadanía, por la publicidad que reciben y por la venta de ejemplares al público. Así la sociedad conserva la vida de unas publicaciones que están minando al sistema democrático. ¿Se justifica de algún modo esa inconsciencia suicida de la sociedad?

En un régimen como el de Fujimori fue explicable la operación de promoción de los periódicos chicha, publicaciones de propaganda del régimen que se imprimían con el formato y el estilo de la prensa sensacionalista popular y que sólo figuraban en los kioscos para mantener presente y viva una buena imagen del régimen. Esa perversión de los periódicos era explicable en manos de un gobierno dictatorial; pero es inexplicable, e injustificable que en nombre de la libertad de información, gobierno y sociedades mantengan medios que ni son libres, ni informan.

No estoy proponiendo, desde luego, una arrasadora acción oficial o pública de cierre y quema de los periódicos que son negocio y nada más. Estoy señalando una de las más obvias y saludables aplicaciones de este esfuerzo por definir y urgir la calidad periodística. Distinguir entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo profesional y lo improvisado en periodismo, es un paso inicial en la formación de lectores críticos, dotados de instrumentos para apoyar el buen periodismo y para rechazar publicaciones sin calidad y sin derecho a existir.

Así como en el mundo ha nacido y crece una cultura de preservación del aire puro, del agua incontaminada, de alimentos sanos, de medicinas confiables, que les impone a los industriales la aplicación de normas de calidad para sus productos, se nos está haciendo tarde para imponer normas que preserven algo superior al medio ambiente, al aire puro, a los alimentos y medicinas sanos, que es la descontaminación de la información.

Esa actitud defensiva apenas está comenzando cuando ya la mente de las personas está invadida por los más variados y grotescos productos de la información y la sociedad está regida por los manipuladores de la opinión y la información.

El esfuerzo y los resultados representados en la publicación de la Propuesta de Indicadores para un Periodismo de Calidad, son un avance en esta indispensable campaña en defensa de la libertad. Por eso tiene que ser mirada con agradecimiento por toda la sociedad: un periodismo de calidad es una defensa de la dignidad de las personas y de la libertad de la sociedad.

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