La rubia tarada, bronceada, aburrida, escribió Luca Prodan después de entrar, supuestamente confundido, a una discoteca de moda en los 80. La situación, tan extraña en sí misma, permite hacer un par de preguntas: ¿qué hacia Luca en ese lugar? ¿Cómo lo dejaron entrar a un sitio exclusivo para famosos si en ese momento era, apenas, el cantante de una banda underground que sería rescatado como icono recién después de su muerte?
Como se ve, el estereotipo es viejo (rubia bonita y llamativa igual a tonta) pero funciona porque la televisión lo necesita y lo perpetua: antes que burlarse del personaje nerd y tonto, es preferible mostrar una chica con un cuerpo escultural que se ríe de todo mientras intenta contestar las preguntas del conductor en turno con quien coquetea.
A los hombres nos gustan ese tipo de chicas que aparecen una y otra vez en la pantalla representando la rubia tarada, bronceada, aburrida que no existe en la realidad aunque nos cobren y muy bien por hacernos creer que realmente está ahí, lista para nosotros.
Viendo a los personajes estereotipados de Yo soy Charlotte Simmons, la nueva novela de Tom Wolfe malísima, por cierto tengo la misma sensación de irrealidad que cuando veo a esas chicas paseándose por los canales de televisión: como la canción de los Beatles, nada es real.
Tinelli es el último explotador de la moda: lleva un montón de modelos/vedettes/conductoras a Bailando, Cantando o Patinando por un sueño y quienes más duran son las capaces de sostener un diálogo increíble, donde él y toda su pandilla se burlan de ella por cuestiones mínimas, como preguntarle capitales de países europeos y ver cómo se confunde.
¿Cuántas personas de las que se ríen entre el público pueden contestar rápidamente esas preguntas?
Yo haría un espectáculo realmente penoso, ¿entonces por qué reírme de esas chicas? ¿Por qué actúan exactamente como se espera que actúen?
Ése es el truco después de todo, la esencia del éxito permanente de ese modelo: simular. Las chicas son lo suficientemente astutas para saber que fingiendo ser menos inteligentes que el espectador común tienen asegurada una máxima exposición en el programa más visto de la televisión argentina.
¿Y ésas son las chicas tontas? No, los tontos son los espectadores que compran un estereotipo básico que ya vieron mil veces antes en televisión y cine, de Marilyn Monroe a Pamela Anderson, sin cuestionarse nunca cuánto es verdad y cuánto un simple montaje de mohines, risitas y respuestas bobas para conseguir la identificación fácil con el espectador.
La encarnación madura de ese personaje es Susana Giménez. Ella juega desde hace más de 20 años a la rubia tonta en su programa. Hace preguntas inocentes, confunde los nombres de sus invitados y pregunta si encontraron dinosaurios vivos. Justamente por todas esas razones la gente la ve: compra su inocencia a toda prueba sin cuestionarse hasta dónde es real y hasta dónde un artificio.
Su categoría de tonta santificada, madre espiritual y modelo a seguir de todas las rubias (y pseudo morochas) tontas que hoy desfilan por televisión la pone más allá de la culpa y la libera de todos los errores que pueda cometer. Por supuesto, la Susana televisiva es un personaje inventado, nadie que gane los millones que ella gana actúa sin saber lo que hace. Pero el personaje de la rubia tonta le sirve tan bien que no considera necesario, como Mirtha Legrand, reciclarse como una intelectual, acosando a sus invitados con preguntas indiscretas, porque la inocencia le da ese manto de impunidad que hace que cualquier acusación en su contra incluyendo haber comprado autos reservados a discapacitados y haberlos escondido le resbale sin lastimarla.
La gente ya no recuerda a la Susana anterior, al torpe personaje televisivo que encarna hace más de 20 años. No recuerda sus películas picantes, su relación con Monzón, sus apariciones como vedette, sus intentos de ser actriz seria. Para ellos sólo existe esta Susana, rubia y tonta, que es burlada por sus entrevistados y manoseada por un sesentón Julio Iglesias en cada una de sus visitas.
Todos creen burlarse de ella sin entender que Susana inventó y perfeccionó el personaje ideal para televisión, hasta volverlo un modelo inalcanzable para todas las chicas que desfilan por los canales, imitándola. Sin entender que Susana logró su fortuna sin dejar de ser, puertas adentro de su mansión, una mujer ambiciosa e inteligente y una gran empresaria de sí misma. Tal vez por eso, Moria Casan le recuerda constantemente a sus entrevistadores que la gran diva de la televisión argentina siempre supeditó todo incluyendo familia y amigos a su carrera; que detrás de la imagen bobalicona que Susana despliega constantemente en su programa hay una mujer tan dura como ella, aunque nadie sepa o quiera verla.
Y viendo atentamente la carrera de Susana desde los años 60, cuando surgió como revelación gracias a la publicidad de un jabón, hasta hoy, aparece la imagen de una mujer extremadamente inteligente a la hora de dar cada paso, como si supiera exactamente lo que iba a ser y hacer con su vida, mientras los demás la ninguneaban y se burlaban de ella.
La envidia de Moria y su constante aclaración sobre el pasado de Susana hacen pensar que incluso ella se creyó durante un tiempo esos 70 donde ambas se volvieron iconos sexuales en toda Latinoamérica gracias a sus películas con Olmedo y Porcel el mito creado alrededor de ésta y la descartó como competidora directa hasta que fue demasiado tarde. Y mientras ella descendía hacia el entretenimiento masivo probando y descartando formulas (de vedette cuarentona a conductora de realities), Susana se convertía en uno de los iconos más grandes de la televisión argentina, pasando, tan sutilmente que nadie lo notó, de burlada a burladora, de objeto sexual a explotadora de las miserias ajenas, en programas destinados a mostrar freaks aunque ella sepa ocultar hábilmente su mano (conseguimos a varios del libro Guinness: al enano más enano, a la tetona más grande… ¿Al hombre con dos penes? Bueno, yo nunca quise llevarlo al programa, pero desde la producción insistieron. Igual, nunca le vi nada. La escribana sí tuvo que ver, pobre…).
Susana es hoy, junto a Marcelo Tinelli y Adrián Suar, una de las figuras más poderosas de la televisión argentina. Pero la mayoría sigue sin notarlo. Cree que todo es un juego, que su permanencia como icono se debe, simplemente, a una cuestión de suerte oculta a la verdadera Susana: una máquina de hacer negocios.
El fracaso de Valeria Mazza, quien parecía la candidata natural a reemplazarla, le demostró a sus críticos que para estar en el lugar de Susana hace falta ese instinto animal que le permitió a ella reinventarse una y mil veces, siguiendo los gustos del mercado pero siempre respetando una línea básica que le permite venderse como una personalidad frágil como las actrices que admira, de Marilyn Monroe a Rita Hayworth.
Es un truco que suele repetir cíclicamente: representa a esas mujeres hermosas pero frágiles que fueron devoradas por la maquinaria del espectáculo, aunque ella nunca fue víctima de los demás. Cuando su último marido quiso aprovecharse tal vez confundido por la imagen pública de la propia Susana recibió como respuesta un cenicero en la cabeza y un cheque para olvidarse rápidamente de cualquier querella.
Su discurso en los medios, suficientemente homogéneo, demuestra que Susana siempre manejó claramente y lo sigue haciendo su imagen pública para que los demás vieran exactamente lo que ella quería que vieran y nada más. Exactamente como Madonna, aunque ésta, como esas influencias secretas que nos negamos a nombrar para no decir demasiado de nosotros mismos a los demás, nunca apareció como una figura destacada en las rituales entrevistas que la revista.
Gente le dedica cada año a la diva de la televisión argentina, como medio de confirmar un pacto tácito entre ambos y recordarle a los demás, quién es quién en el espectáculo argentino.
Egresado de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la Pampa, Argentina.
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