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miércoles 11 diciembre 2024

La Virgen enmascarada

por Israel Piña Camacho

 

¿Qué cosa más natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu ceremonial? (…) El cristianismo (…) se vuelve una prolongación natural y novedosa de la religión indígena. Carlos Fuentes, Los días enmascarados.

Este texto no es más que un sustituto de un sustituto que de por sí ya era sustituto. La primera sustitución fue por mera dignidad (por tirar a la basura algo que era mucho menos que decente). La segunda, por escasez de espacio. Como sea, lo que ocurrió con los siguientes renglones es, por casualidad, lo que sucede con un símbolo y su objeto de referencia: éste es suplantado por aquél.

Mi escrito, desde la versión inicial y mediante símbolos, pretendía aludir a otro símbolo llamado “Virgen de Guadalupe” que, a su vez, desde su nacimiento fue una representación (símbolo) de algo que se dice ocurrió hace cientos de años en el cerro del Tepeyac. Y, al igual que el texto, la imagen de la Guadalupana está tejida de otros símbolos que le precedieron. De tal manera que a la Virgen le anteceden y suceden imágenes distintas de sí misma sin que deje de ser. Es una especie de juego de espejos: la forma es refraccionada múltiples veces sin que por ello deje de reconocerse.

(Desenredaré lo dicho, pero antes una aclaración: no me interesa alimentar la discusión entre guadalupanos e incrédulos, aunque yo sea uno de éstos. Tampoco puedo, debo decirlo. No es el espacio ni hay suficiente tiempo ni soy experto en teología. Aquí sólo trazaré mis representaciones sobre la Virgen como símbolo; la veracidad de las apariciones es tema de otra ocasión.)

La imagen omnipresente

Octavio Paz escribió en el Laberinto de la Soledad que por la Virgen de Guadalupe “el país entero reza, grita, come, se emborracha y mata”. De la frase se extraen dos puntos importantes. Uno, la imagen de la Virgen está en cualquier rincón de México (en esto sólo le compite la Coca Cola, ni siquiera Televisa), pero, sobre todo -y ésta es la segunda clave-, es parte inmanente del imaginario colectivo. De ahí que se desaten complejos comportamientos sociales.

Pero vayamos por partes. Si la Guadalupana se halla en todos lados es porque todos compartimos una imagen mental mínima: todos hemos visto un modelo de ella, algunos hasta la ven en las manchas de agua, grasa o ceniza. Hagamos una prueba para engordar la certeza:

¿Recuerda el siguiente pasaje?: “Apareció en el cielo una señal prodigiosa: una mujer vestida de sol con la luna bajo los pies (…). Está embarazada”. ¿Y el que sigue?: “Apareció Nuestra Señora la Virgen Santa María a un pastor en las montañas…”. ¿Cuál es la imagen que lo asalta con lo siguiente?: “Un indígena de nombre Juan (…) tiene una visión de la Virgen en la que le pide se le construya una ermita en el lugar”.

Si usted pensó en la Virgen de Guadalupe se confirma lo anterior.

Símbolo hecho de símbolos

Déjeme contarle, querido lector, que ninguno de los tres fragmentos anteriores hablan de la Virgen del Tepeyac. El primero es el Apocalipsis según San Juan. El segundo corresponde a la patrona de Extremadura, España1. Y, por último, el tercero narra el milagro de la Virgen de los Remedios 2. Estas apariciones precedieron a la del Tepeyac. La conclusión evidente es que la narración sobre la aparición que atestiguó el indígena Juan Diego fue construida con retazos simbólicos de otras vírgenes, lo que hace de ella una imagen de dudosa procedencia. Pero dije que no ingresaría en estos intersticios.

No se necesita ser un miembro del Sistema Nacional de Investigadores para saber que todo esto tiene su origen en un proceso histórico de larga duración con profundas consecuencias en el ser mexicano. Es bien sabido que los conquistadores de la Gran Tenochtitlán eran españoles y cristianos y que uno de los soldados de Hernán Cortés, al parecer de nombre Gonzalo Rodríguez de Villafuerte, traía consigo un objeto con la forma de la Virgen de los Remedios, misma que perdió durante la batalla Noche Triste y que poco tiempo después se le apareció a un indígena llamado Juan para pedirle una capilla en Naucalpan. Vaya coincidencia.

Nuestra madre

Pero no sólo de símbolos ibéricos está hecho el símbolo “Virgen de Guadalupe”. También hay en él elementos prehispánicos tomados de la diosa Tonantzin, que significa “nuestra madre”. Esta deidad, también conocida como Coatlicue, era madre de Hutzilopochtli, quien al nacer luchó contra sus 400 hermanos surianos para salvar su vida (corría peligro, como la de Jesús en tiempos de Herodes) y la de su progenitora. Los surianos, al perder, se convirtieron en estrellas (como las que adornan el manto de la Guadalupana), con excepción de Coyolxauhqui, quien recibió el castigo de convertirse en luna (similar a la que pisa la Virgen del Tepeyac). La Coatlicue sobrevivió y fue representada con un manto de color de jade (parecido al que usted conoce bien), y fue venerada en el monte donde más tarde se aparecería la virgen católica con un listón negro, tal como el que usaban las indígenas encintas.

Para algunos investigadores, la semejanza entre las divinidades no es casual; se debe al intento de los evangelizadores por sustituir creencias: quisieron “seducir a los indios proponiéndoles una forma de cristianismo más compatible con la tradición autóctona, o al menos capaz de inscribirse menos brutalmente en la huella de las prácticas antiguas”3. Al respecto, Octavio Paz diría, en el citado ensayo, que “en muchos casos el catolicismo sólo recubre las antiguas creencias cosmogónicas”.

La Virgen de Guadalupe sirvió y sirve, pues, como un símbolo que recubre y genera otros.

Dioses rentables

Sólo mencionamos ciertas semejanzas de la Guadalupana con algunas divinidades, aunque, según el historiador Eduardo Corona, aquélla es el resultado de un sincretismo mudejar-mesoamericano formado por 30 dioses que representan la fertilidad. Esa

treintena de entidades aún hoy es capaz de llevar cada año unos 18 millones de fieles al cerro del Tepeyac. Los números, como valor de uso, no han tenido desperdicio y el símbolo de la Virgen se convirtió también en un valor de cambio, tanto político como económico.

Si los franciscanos utilizaron la imagen de la Virgen de Guadalupe para convertir al cristianismo a los indígenas y éstos vieron en ella un refugio ante el exterminio de su mundo y una manera de preservar tan sólo una parte de él, Miguel Hidalgo la usó para arrastrar a las masas a la guerra de Independencia; los criollos, para satisfacer su necesidad de una madre… patria; los revolucionarios, para no morir en el intento; el cine, para apelar a la “gran familia mexicana”; Juan Pablo II, para dotar de patrona a toda América Latina; Vicente Fox, para aumentar su popularidad y su populismo; la televisión, para continuar el showbissnes; los rockeros, para vender discos pese a la voz; los chinos, para plagiar y obtener dividendos… y yo, para escribir algo que usted compre y lea y que (gracias a la “Virgencita”) la revista no se extinga por obra y gracia del espíritu de Felipe Calderón.

Notas:

1 Luis González de Alba, “El culto Guadalupano”, Revista Replicante, disponible en: http://www.revistareplicante.com/13/pensamiento01.html

2 Israel León O’Farril, “Aprovechamiento de los mitos y símbolos prehispánicos como estrategia de comunicación para construir el patriotismo criollo en la Nueva España…”, Revista Razón y Palabra, disponible en: http://www.razonypalabra.org.mx/N/n66/varia/ileon.pdf

3 Serge Gruzinski, La guerra de las imágenes. De Cristobal Colón a “Blade Runner” (1492-2019), Fondo de Cultura Económica, México, 1994

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