Vivimos y sufrimos, casi sin darnos cuenta, las ondas de choque de nuestro mundo acomodándose a la preeminencia cada vez mayor de su dimensión virtual y online. Las fricciones casi tectónicas han generado tensiones y dilemas de nuevo tipo, a los que tendremos que considerar como característica permanente de ahora en adelante: las nuevas Guerras Mundiales Cibernéticas.
¿Quién no recuerda la batalla desatada entre Google y China sobre los candados de censura que el gobierno le impuso a los motores de búsqueda del gigante informático, y el hackeo a cuentas Gmail de defensores de derechos humanos chinos, que llevaron a su retiro del país en 2010? O aquel conflicto en el que Pakistán intentó obligar a la hoy desaparecida RIM para acceder a la encriptación de los mensajes de sus teléfonos Blackberry. Ante la negativa, el gobierno prohibió los servicios del dispositivo en su territorio.
O las presiones (legales y de otro tipo) que el FBI llevó a cabo contra Apple para saltarse las medidas de seguridad de un iPhone y desencriptar el teléfono de uno de los terroristas del atentado de San Bernardino del 2 de diciembre de 2015. La compañía se opuso terminantemente.
Disputas de este tipo proliferan: En 2015 y 2016 Apple recibió y objetó legalmente al menos 11 órdenes de cortes de Estados Unidos la mayoría de las cuales buscaban obligar a la compañía a usar sus capacidades actuales para extraer datos como contactos, fotos y registro de llamadas de iPhones bloqueados con sistemas iOS 7 y previos, a fin de auxiliar en investigaciones criminales en curso.
Algunas peticiones involucraron teléfonos cuyo sistema operativo es más moderno y Apple aún no cuenta con la capacidad de decodificar. Estas órdenes podrían llegar a obligar a la compañía a diseñar un nuevo software que le permita a los gobiernos algún tipo de bypass para traspasar la seguridad de los dispositivos.
Capítulo aparte merece el caso de expresiones como la música, el cine y la televisión en su lucha contra Internet. Todo comenzó con el formato MP3 de archivo musical que revolucionó la industria y desató una guerra prolongada y ruinosa entre las disqueras y el sitio peer to peer llamado Napster. Al final, las disqueras sobrevivieron y el sitio desapareció; pero en el camino surgió el hoy imperativo mundo de las descargas legales (primero de música y luego de cine y TV) y ya nada volvió a ser igual.
La batalla de Cannes
El mundo analógico conserva nichos y prestigios, uno es el festival de Cannes que en esta primavera recibió por primera ocasión dos producciones cinematográficas de Netflix.
Lo que parecía una acertada medida de integración, tolerancia y reconocimiento empezó a complicarse a veces al grado de que al final del festival, lo que quedaba era una especie de agria disputa entre ambas entidades.
Antes del festival, Netflix aspiraba únicamente a estar en la fiesta como parte de su apuesta por impulsar sus contenidos originales tras haber consolidado el fulguroso éxito de 2013 de la serie “House of Cards”.
Tilda Swinton, protagonista de “Okja”, lo resumió en la rueda de prensa: “No hemos venido aquí a ganar premios, sólo queríamos que se viera la película”.
Sin embargo, críticos, jurados y exhibidores colocaron a la empresa en el centro de la noticia. Todo comenzó antes del festival, cuando Thierry Frémaux, director del evento, cedió a la presión de los exhibidores franceses y retiró su decisión inicial de incluir alguno de los filmes de Netflix en la sección oficial.
“La industria local puso el grito en el cielo al ver que una aspirante a la Palma de Oro iba a saltarse una de las reglas no escritas del festival: todas las películas que van a concurso en Cannes deben estrenarse posteriormente en cines franceses. Y eso, por culpa de la estricta normativa legal local que prohíbe el estreno de películas en plataformas de video bajo demanda hasta que hayan pasado tres años de su llegada a las salas de cine, es un requisito imposible para las producciones de Netflix”.
Reed Hastings, gerente de Netflix, tan sólo dijo en Facebook que “la élite cierra filas contra nosotros”. Luego Almodóvar dijo que “sería una paradoja que la Palma de Oro de Cannes no se vea en cines. Las nuevas plataformas deben asumir y aceptar las reglas del juego ya existentes”.
Ante ello, Ted Sarandos, jefe de Contenidos de Netflix subrayó: “Siempre será mejor ver cine en una pantalla pequeña que no verlo en absoluto. Nadie nos puede acusar de no defender al cine de autor. Hemos venido aquí porque este es el sitio de prestigio del cine y en las películas que apoyamos damos total libertad al director”.
Luego llegaron los ‘accidentes’: fallas en la presentación de “Okja” por un problema de incompatibilidad de formatos, hicieron que en los primeros minutos de la proyección se viera recortada la imagen.
Yo soy un fanático del cine y Cannes es una de mis mecas declaradas; pero admitamos que sólo los grandes éxitos del festival se vuelven accesibles en numerosas salas de cine en cualquier país.
El restante material de Cannes, las centenares de películas menos populares de cinematografías pequeñas y/o de temáticas marginales, artistas poco conocidos, etcétera, serán objeto, a lo sumo, de pequeñas salas como nuestra Cineteca Nacional, o sitios de stream o descarga de cine de arte.
“Okja”
El otro gran elemento a dilucidar son las películas por sí mismas y ahí “The Meyerowitz Stories”, de Noah Baumbach y “Okja”, de Bong Joong-Ho, han tenido un gran recibimiento por la crítica. La primera es una adquisición, pero la segunda es una creatura de Netflix, desde su concepción y desarrollo. Ya Joong-Ho nos había mostrado sus virtudes con “Snowpiercer” (2013), distopia gélida y deprimente sobre el último vestigio de humanidad en un tren despótico y elitista que nunca se detiene.
Es un ejercicio de pesimismo y desolación con cierta elegancia, si bien descansa en una premisa absurda, que deviene lúcida reiteración del típico cuento de asalto al tren, no del dinero, sino del futuro de la especie.
Tal vez harto de las peticiones interminables de cambios y ajustes a su trabajo, entre otras restricciones del productor Harvey Weinstein, Joong-Ho fue cautivado por la oferta de Netflix. Parece poca cosa, pero en definitiva no lo es.
Así nació “Okja”, extraño pero encantador film de denuncia (medio vegana y medio ecologista), de ciencia ficción pero fantástico, casi con el arrullo de un cuento infantil, que convocó a estrellas de la talla de Jake Gyllenhaal, Paul Dano y Tilda Swinton. “Respetaron mi trabajo”, dijo el laureado director coreano.
El filme narra con un deliberado tono de farsa y gran guiñol, una curiosa historia de manipulación mediática y pretensiones hegemónicas de una empresa de biotecnología, y de la pequeña niña que junto con su singular mascota quedan atrapadas en la trama de esta operación global empresarial.
Agreguen al guiso una comiquísima guerrilla proanimal globalifóbica y sus irresistibles personajes. Hay en toda la puesta en escena ‘futurista’ un cierto aire irónico a lo Gilliam (menos “Brazil”, más “Zero Theorem”), mientras que la guerrilla nos evoca a “12 Monkeys” y la dinámica entre la niña y los adultos, a “Tideland”.
Y pese a la sencillez del relato, la obviedad del villano y la falsa premisa científica, el relato es poderoso y logra tocarnos emocionalmente, gracias al gran corazón de la historia y al refinado trabajo formal. La conclusión es ambigua pero lo suficientemente gratificante para ser entrañable.
Al final, el guion rehúye el dilema socioeconómico destacado y se escapa por una rendija personal para salvar a los héroes de la historia sin trastocar el destino global de la parábola.