https://naavagreen.com/wp-includes/fonts/depo-25-bonus-25/

https://beccopizza.com/wp-includes/depo25-bonus25/

https://samouraimma.com/

Slot Qris

Slot Bet 100

miércoles 18 septiembre 2024

Los otros muros

por Marco Levario Turcott

Quién sabe cuál sea la onomatopeya del rasgar con las uñas una pared, pero tengo en la piel la sensación que deja mientras oigo al zapapico, el piolet, el martillo y el cincel. Pero ante todo me quedo con el acompañamiento de la música y de los gritos frenéticos aunque hay algo raro: están congelados en la memoria como una instantánea que detiene el tiempo y la distancia y, así, conforma uno de los momentos más elocuentes del estallido de la esperanza en el mundo, o al menos es lo que creo que sucedió ese 9 de noviembre de hace años.

 

La representación simbólica

Todos vivimos la fiesta. Sin embargo, esa noche y hasta el otro día no sólo se esparcieron tantas piedras como historias que ahí se vivieron durante 28 años (las que se contaron y las que nunca se sabrán). No nada más se diluyó el coloso de concreto de 45 kilómetros que dividió a Berlín y que al principio pareció invento de los medios de comunicación; recuérdese que casi dos meses antes de levantarse, el 15 de junio de 1961 el Presidente del Consejo de Estado de la República Democrática Alemana, Walter Ulbricht, dijo a los periodistas que un muro era impensable pues los trabajadores estaban ocupados en construir casas.

El desplome de la muralla no fue únicamente un instante de catarsis colectiva o una estampa de cierre afortunado de una serie de efemérides acerca de un proceso de liberación del Este europeo. Fue todo eso y más, sí, pero en esencia lo que ahí se desvaneció fue una manera de erigir instituciones, digámosle a éstas también muros, y establecer relaciones sociales con la tutela de una sola visión ideológica y sólo una definición política impuesta en el nombre de la libertad y la igualdad.

Escribo entonces de uno de los escenarios más conspicuos de la representación simbólica de la segunda mitad del siglo pasado. Del fin de un ciclo y del comienzo de otro, por eso al caminar por los trechos que dejó el muro se puede constatar que no es suficiente el recuerdo entrañable de hace 20 años y la evocación de los ladrillos que cayeron de la pared. Dicho esto comprendo por qué las imágenes del derribamiento del muro se congelan en la memoria y es que representan los desafíos que aún tiene tanto Alemania como los demás países del mundo. Para decirlo de otro modo: el vacío que dejó el coloso no es un vestigio del pasado y sus piedras souvenir para el turista o el nostálgico, sino una constatación que ayuda a valorar los puentes que se han tendido desde entonces.

 

El otro derrumbe

Al atenernos a los símbolos, y en la construcción de paradigmas que representó la caída del Muro de Berlín esto es ineludible, debemos enfatizar en que la espiral de cemento muestra el tiempo de una división geográfica artificial al no cimentarse en las raíces culturales que conforman cualquier nación, sino en el dominio de una sobre otra. Parte de los saldos de la Segunda Guerra Mundial fue el reparto territorial que hubo entre las principales potencias con la respectiva tensión bélica dada por la búsqueda de la supremacía militar, los valladares a la economía y su desarrollo desigual, así como la supresión de las libertades en Europa del Este. Así las cosas, el Muro significa el enfrentamiento entre dos sistemas políticos y su caída registra la disminución de la amenaza de una conflagración mundial, verifica el anhelo de paz, y proyecta un aliento a la autonomía de los países para edificar, en el marco de la pluralidad, sus propias instituciones.

Pero si a lo que simboliza la caída del muro, por ejemplo, le es indisociable el registro sonoro del último movimiento de la novena sinfonía de Beethoven y la composición de Amado Regueiro, también es punto de referencia del fracaso del llamado “socialismo real”. Sin duda, el derribe del muro es parte del caudal de acontecimientos cuyo epicentro fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y los cambios impulsados por el jefe máximo del Partido Comunista de ese ahora extinto país, Mijail Gorbachov, y su Perestroika iniciada en 1987 para adecuar la economía a la dinámica del mercado y atenuar la intervención de la URSS en las regiones donde prácticamente sostenía a diversos regímenes socialistas de lo que fue nombrado como “el bloque oriental”.

Como se sabe, tales transformaciones provocaron, entre varios otros procesos, la disolución de la Unión Soviética en 1991 y desde el 1 de enero de 1992, también de Checoslovaquia. La paradoja es evidente: la desaparición del Muro de Berlín forma parte de un trayecto europeo de largo aliento que significó la unificación de Alemania dada su histórica, vigorosa raigambre cultural, social y política en su territorio, mientras que la colisión de la muralla fue simultáneamente símbolo de procesos complejos que desembocaron en la desintegración de Confederaciones o Estados como los antes referidos (a los que habría que agregar otros como Yugoslavia) lo que condujo en varios sentidos a la construcción desde cero de nuevos diseños institucionales.

Este último dato no es menor pues debe incorporarse al revisar lo que ha pasado luego de la caída del Muro de Berlín. Acudamos a un ejemplo, éste alentador: el proceso de liberalización y el consecuente surgimiento de otros países operó en favor de un sueño largamente acariciado, la unidad europea, y en particular la creación de una sola moneda, el euro, que el pasado 1 de enero cumplió diez años de circular. Ahora se sitúa entre las monedas más fuertes del mundo y es el medio de pago de más de 300 millones de personas en 15 países (además de la probable incorporación de otros en el corto plazo).

 

Sobre qué construir

Las murallas alemanas

El símbolo está ahí, entonces, y expresa múltiples fenómenos en sus coordenadas centrales: integración, libertad y democracia. Sin embargo, como sucede con cualquier tipo de representación imagológica, vale la pena desacralizar algunas de sus vertientes. La primera es que la caída del Muro suscitó una visión hagiográfica de la historia, como advierte Ludolfo Paramio en la revista mexicana nexos del mes de octubre, para aludir a la concepción del triunfo del “bien” sobre el “mal”, en este caso del capitalismo de Estados Unidos sobre el comunismo de la Unión Soviética. El tema es fundamental porque, como sostiene Paramio, desde la última década del siglo pasado hasta la fecha en el concierto internacional ha imperado la política estadounidense y su búsqueda por mantener la hegemonía. En ese sentido, Francia y Alemania, por ejemplo, necesitan derribar los muros que le han impuesto países que, como España y Gran Bretaña, respaldan las incursiones militares de Estados Unidos en otros regiones como Irak o apoyan casi todas las fórmulas de intercambio y cooperación económica impulsadas por Norteamérica (y ya que nos referimos a símbolos es sencillo constatar que una cosa es la liberalización de la economía impulsada por Mijail Gorbachov y otra es que, años después, a fines de 1997, el mítico personaje aparezca en un comercial de Pizza Hut a cambio de un millón de dólares “para atender las necesidades económicas de mi fundación”, lo que forma una imagen que también opera como impronta del dominio estadounidense en el mercado internacional).

La otra revisión necesaria luego de la caída del muro se circunscribe a Alemania y a las naciones estremecidas por los procesos políticos desatados en la década de los ochenta del siglo pasado. El derrumbe de la muralla no podía significar así en automático la integración de Alemania en el sentido del despegue económico integral y la homogenización de los altos niveles de vida de la parte Oeste con la del Este del territorio. Tan sólo la panorámica visual en la región enfatiza el contraste que existe entre un Berlín que se construye con las firmas comerciales más poderosas del mundo, y otro Berlín todavía con edificios cuyos grafiti testimonian no solo los tiempos de la lucha hippie y revolucionaria, sino el presente mismo que le implica enormes retos al gobierno.

Hace diez años en Alemania, varios representantes del gobierno socialdemócrata dijeron a quien esto escribe y así lo publicó entonces en etcétera, que en la ruta de mejorar el nivel de vida de la población del este aun hacía falta toda una generación más. En tal sentido, afirmaron, “el Muro no ha caído”. Una década después continúan los desafíos en sus definiciones básicas: impulsar el desarrollo económico y equilibrar la asistencia social del Estado con el saneamiento de las finanzas a través de la deuda interna y la reforma fiscal. Esto en un terreno donde los jóvenes están en la punta de la pirámide de crecimiento y su producción lleva el peso de la política asistencial dirigida a los ancianos, por citar un caso. Como se sabe, es baja la tasa de natalidad y, en consecuencia, también lo es la población activa de la economía.

Ahora, con la nueva coalición en el gobierno alemán, integrada por la Unión Cristiano Demócrata y el Partido Demócrata Liberal, e incluso antes de las elecciones del pasado 27 de septiembre, se perfilan fuertes recortes sociales en el marco de un endeudamiento récord resuelto cuatro meses atrás, por un monto de 86.1 mil millones de euros para 2010 ,con el objeto de financiar el gasto público. Pero la cifra es abrumadora si la signamos en las proyecciones hasta el 2013: 310 mil millones de euros. O sea, habrá déficit en el largo plazo en el marco de una deuda pública de 1.6 billones de euros. Como señaló Esteban Bayer: “Segundo a segundo la deuda se incrementará en 4.439 euros segundo (6.515 dólares). Hasta 2013 la deuda pública superará los dos billones de euros, una suma que equivale casi a lo que Alemania, la cuarta potencia económica del mundo y la primera de Europa produce en un año”. (De la Agencia Alemana de Prensa -DPA- y CAI, 23 de septiembre de 2009)

Si un país en el mundo sabe que números de ese grosor es imposible sustentarlos sin crecimiento económico y, en lo inmediato sobre todo, sin una reforma impositiva, ése es Alemania. Coinciden en ello todos los actores políticos del país, aunque la polarización se genera en virtud de que, en materia fiscal, el plan propuesto por la coalición es de tipo clientelar según el enfoque socialdemócrata expuesto por el líder del partido, Sigmar Gabriel, con el que coincide el autor de este ensayo. La reducción de los impuestos de manera escalonada propuesta por la coalición significa definir diferencias entre mejores niveles de atención en los servicios, para unos, y quienes tendrán sólo el estándar, para los más. Para decirlo con cifras, según el programa del nuevo gobierno que entró en funciones este 28 de octubre, los impuestos se reducirán en 24 mil millones de euros en tanto disminuirá la cobertura del sector salud para paliar esas pérdidas, además de que algunas áreas de ese servicio se privatizarán (ésa es una de las principales razones por las que los grandes empresarios apoyan la estrategia de la coalición).

 

Territorios desiguales

El festejo por el derrumbe del muro extendió un manto de polvo que impidió ver con claridad los retos siguientes. Es decir, lo que pasó aquel 9 de noviembre no podía generar por sí sólo la edificación de otros derroteros en los demás países del este europeo. A nivel general, el deseo colectivo de una “vida occidental” se topó de inmediato con la cruda realidad de una economía maltrecha y unas limitaciones que de por sí impone la supremacía del dominio estadounidense. Y aunque desde entonces la integración europea se planteó como opción, a la postre la más benéfica, el desarrollo desigual ha sido una de las principales constantes y más todavía cuando hay países que ponen trabas a dicha integración porque todavía cobran facturas al papel que algunas otras naciones como Alemania, tuvieron durante la Segunda Guerra Mundial (la disolución de Checoslovaquia no acabó con la fobia que ahí se tiene contra los húngaros o los alemanes, por citar un caso).

En ese contexto de búsqueda de integración no deja de ser irónico que a dos décadas de la caída del Muro de Berlín la migración se sitúe entre los principales problemas de Europa. Cierto, el fenómeno es proverbial y complejo: por un lado explica los altos niveles de productividad de la región mediante una fuerza laboral a la que no todos los trabajadores de cada país están dispuesto, aunque por otro también reduce oportunidades a quienes sí desean participar de ese mercado. Además, la migración implica leyes suficientes que no se han resuelto para regular lo anterior y para el ejercicio de los derechos de los trabajadores y el despliegue de las empresas dentro de un marco normativo que, en mi opinión, les debiera implicar más obligaciones fiscales, por ejemplo. Según “Naciones Unidas, Trendencias en la Acción Migratoria Total: La revisión de 2005”, hablamos de que en ese año la Federación Rusa tenía 12.1 millones de migrantes mientras que en Alemania, que en ese orden ocupa el tercer puesto mundial, había 10.1 millones. Además, en 2008 en Alemania el 8.20% de la población se integra por extranjeros de nacimiento no naturalizados y descendientes no ciudadanizados de los extranjeros de nacimiento.

 

La destrucción de otros muros

El proceso de liberalización desatado en Europa hace poco más de dos décadas implicó una catarsis que no vio en lo inmediato (no podía hacerlo, seamos menos severos) que, como se ha dicho, buena parte de la región iniciaría prácticamente de la nada el diseño de nuevas instituciones y nuevas prácticas democráticas. Dentro de lo que en aquella época llegó a considerarse como el fin de la historia, en realidad significó la generación de procesos complejos donde la identificación de programas de gobierno ha sido difusa y confusa, así como la rampante volatilidad en la existencia misma de los partidos sin dejar de señalar su efímera permanencia en las esferas de poder para estar en condiciones de evaluar la pertinencia de los proyectos echados a andar. Cabe señalar, sin embargo, que este fenómeno no es privativo de los países del Este sino que abarca a países como España, Polonia e Italia, por ejemplo. Es decir, el derrumbe del totalitarismo representado entre otros hechos en la caída del Muro de Berlín no podía significar el pase automático a la democracia vigorosa que se plantea hoy todavía como uno de los principales terrenos prometidos en las distintas latitudes europeas, en particular, en la región central y en la del Este.

La última evocación que suscita la caída del Muro se ubica en la vertiente de la izquierda. El derrumbe del llamado socialismo real implicó una mirada autocrítica a los detentadores de tal opción aunque eso, en medio del descrédito de ese flanco ideológico y político, ha merecido un esfuerzo monumental que hasta ahora no arroja saldos optimistas. Pese a ello derribar el muro del fanatismo o el esquema hagiográfico ya mencionado es una imperativo permanente dada la hegemonía que ahora tiene el libre mercado o la globalización, y su sustento ideológico, como expresiones que generalmente desestiman las consecuencias perniciosas que estos tienen en el ámbito de la socialización de los bienes, las condiciones laborales -en particular las que arrojan las grandes empresas transnacionales- o peor aún los de la pobreza y la pobreza extrema.

Hace más de 40 años el líder del Partido Comunista de Alemania Oriental afirmó que el Muro duraría 100 años. Un siglo, dijo Erich Honecker, cuando el aluvión de la libertad cubriera de rojo el planeta, como según él lo demostraba la influencia del imperio soviético en vastas regiones europeas y como lo enseñaban, también según él, las experiencias libertarias de otros continentes inspiradas en el martillo y la hoz. Y por extraño que parezca, ésa es la hipótesis del presente ensayo, en cierto sentido ese político alemán tuvo razón.

Pero luego de revisar esos otros muros que aún quedan por hacer caer a través de construir con el otro, puentes sólidos de entendimiento, no me queda más que señalar que desconozco cuál sea la onomatopeya del rasgar con esperanza el teclado porque eso suceda. Aunque ahora me quedo con el acompañamiento de la música y los gritos frenéticos de hace veinte años. Y es que este festejo que estremece la piel y azuza la esperanza, ayuda a no olvidar para evitar repetir errores y también a recobrar el aliento para erigir el futuro.

 

También te puede interesar

betvisa

jeetbuzz

jeetbuzz

jeetbuzz

winbuzz

winbuzz

daman game