Las brujas que ayer se quemaban en hogueras se convirtieron en zorras y hoy son lapidadas con palabras.
Los escritos más antiguos persiguen desde hace siglos a las mujeres, las convierten en putas cuando gozan de su sexualidad o seducen a hombres “inocentes”; las culpan si un matrimonio se disuelve, se sospecha si son ascendidas o se les acosa desde el poder. Contra lo que pudiera creerse, este retazo de un esquema ideológico no es exclusivo de los hombres. Existe la misoginia desde lo femenino, que se reproduce en todos los espacios posibles.
La hoguera de las redes
En las redes sociales, Facebook por ejemplo, se hallan páginas cuyo nombre es ilustrativo: “Que mueran todas las zorras” o “Mujeres unidas contra las zorras”. Ahí exhiben fotografías de mujeres de proceder “indecente”. De una de ellas dicen: “conozcan a esta perra desgraciada, su nombre es Marlem, originaria de un pueblo llamado Tronconal. Es la más desgraciada puta que pueda existir. ¡Quita maridos! Se mete con cuanto se le ponga en frente y mientras le den para sus chicles las suelta. ¡Perra destruye hogares!”
Un adolescente dice “No es zorra ni es culo sociable, simplemente no puede vivir con el hoyo vacio”. Su comentario recibió una gran cantidad de likes de mujeres jóvenes, quienes más adelante dicen “típico: las mujeres besan sapos… y los hombres besan perras”. Lo curioso es que con tal redacción se incluyen en la familia cánida.
Este maniqueísmo lleno de odio ilustra la maldad atribuida, desde tiempos milenarios, a las “brujas” herederas de Lilith, a las congéneres de Circe que convertía a los hombres en animales; a las similares a Pandora que con sus mentiras, sabiduría y curiosidad condenó a los hombres al trabajo. Tales historias han hallado desde hace siglos asidero en el imaginario de miles de mujeres que, en 2013, marcan fronteras desde su denominada decencia y queman en la leña verde de la exhibición y posiblemente de la calumnia.
Fuera del mundo virtual, que refleja al real, existen otros actos de persecución. Hay quienes pegan carteles en las calles con fotografías de mujeres que no están desaparecidas. Se les busca, con nombre y descripción física, por zorras quita maridos, mientras éstos permanecen en el manto protector del anonimato. Son las versiones modernas de aquel Odiseo seducido por las malas artes de Circe.
Cordelia Rizzo, defensora de los derechos humanos, narra que hace dos años se organizaron en diversas partes del mundo las marchas de las putas o de las zorras. “Quienes participaron debían vestirse de forma provocadora. Fue un evento que intentó denunciar la misoginia interiorizada en la cultura. Nació cuando un oficial en Toronto le dice a una chica que si no se hubiera vestido provocativamente no la habrían violado”. Esto suscita una reacción de dos feministas y la protesta se replica en muchos lugares del mundo.
Ante los prejuicios contra las seductoras, arrinconadas sin distingos, Cordelia dice que “somos mujeres con un cuerpo, antes de emprender cualquier lucha debemos reconocerlo como un centro del deseo, como un centro pensante, como un sujeto con varias especificidades. La limitante de la teoría de lo que promovemos como derechos de las mujeres es la aceptación de la realidad material: el cuerpo que desea, el cuerpo que supura cuando tiene una herida, el cuerpo que duele, el cuerpo que vierte desechos. Pero las realidades son difíciles de cambiar”.
Porque el feminismo es un movimiento teórico político que lucha por modificar la forma en que se ha oprimido a la mujer; sin embargo llevarlo a la acción significa mover preconcepciones que a veces están en lo más hondo, considera Cordelia Rizzo.
“Es una cuestión del sistema, si el cuerpo no fuera tabú, la misoginia no se convertiría en una conducta prolongada a través del tiempo. Además esos estigmas tal vez nazcan por envidia, porque una quisiera poseer ese cuerpo que sigue siendo una cosa mística hasta para nosotras. No nos enseñan a ser mujeres, no nos enseñan a gozarnos, no sabemos qué diablos es, por eso no lo entendemos. Todos los derechos están ligados con él. Incluso la forma de vestirse es un derecho a darle al cuerpo lo que una quiera, porque lo es todo, porque es con lo que vives. Y cuando calificas a alguien por su manera de vestir, de ser, le arrebatas su personalidad”.
Entre mujeres podemos despedazarnos… y hacernos daño
La publirrelacionista Ivette Estrada considera que “a veces las mujeres olvidamos que todas somos una y agredimos a quienes consideramos inferiores a nosotras. Las discriminaciones más evidentes se perpetran contra mujeres de la tercera edad, indígenas y quienes tienen bajas o ningunas percepciones. Sí, la pobreza en nuestro país es un crimen.
“Sin embargo, en los últimos años aparecen nuevas víctimas del odio de mujeres contra mujeres: a las enfermas se les agrede, atiza, maltrata y ofende. Nos encarnizamos ante un cuerpo débil, lleno de dolor y miedo. Cuidadoras, enfermeras, empleadas de salud, suelen maltratar a la enferma. Es, bajo su equivocada óptica, una mujer inferior”.
Martha Beatriz González Mendoza, socióloga que trabaja en comunidades indígenas desde 1979, considera que “la misoginia también surge en las mujeres. Viene desde el hogar, las mismas madres que han sido educadas para ver al hombre como ser superior repiten el patrón con las hijas. El fenómeno se presenta en todos los niveles sociales.
“En las zonas rurales, con mujeres indígenas, me he topado con esta conducta. Por cientos de años se les ha inculcado que es el hombre, por su fortaleza física, quien debe ocupar un lugar preferente en la comunidad. En las zonas urbanas -pienso en las oficinas donde he tenido experiencias laborales- mujeres con cierto nivel de preparación educativa, y quienes ocupan un cargo directivo dentro de la función pública, asignan a los hombres salarios tres veces mayores que el autorizado para una mujer que desempeña el mismo trabajo. Consideran que por contar con una pareja, esposo o bien si son hijas de familia no necesitan de un salario similar al del hombre.
“En la indígena es la pobreza extrema, les corresponde menos cantidad en los alimentos, en el vestir, el hombre usa calzado porque es quien sale a comercializar sus productos. Ellas, mujeres y niñas, andan descalzas. Siembran en sus parcelas y las hijas, aún pequeñas, ayudan en las labores domésticas.
“Cuando la niña se convierte en mujer le consiguen marido, la casan o intercambian como mercancía por algún objeto de valor para ellos, como un cartón de cerveza. Se da preferencia a los varones para que acudan a las escuelas rurales.
“Los médicos que llegan a la comunidad son pasantes de las escuelas de medicina y dan consulta preferentemente a los hombres. Las mujeres son atendidas por parteras de la misma comunidad, chamanes o brujos. Sus medicamentos son a base de hierbas. Cuando nace un varón le obsequian un pequeño machete y hacen una fiesta en la comunidad. Cuando nace una niña el evento pasa desapercibido”.
Esta breve narración de Martha Beatriz González retrata “parte de la naturaleza misma. En las comunidades indígenas, ante el sufrimiento que representa su propia condición, las mujeres sienten que las hijas están destinadas a compartir el mismo maltrato. Desde el nacimiento mismo se acepta la desigualdad, como si el hecho de ser mujer fuera algo malo.
“Cuando tienen un hijo sienten que es su seguro de vejez, él les procurará el alimento cuando ya no puedan trabajar. Someten a las hijas condenándolas a una vida similar a la de ellas. Una especie de ‘Si yo sufro, ella también debe hacerlo’. En caso de no cumplir con sus obligaciones les propinan una golpiza. Se espejean. Descargan su frustración e impotencia en las hijas. Cosa que no sucede de igual forma con los varones. Es un drama de proporciones mayúsculas”.
También ocurre en las zonas urbanas, agrega la socióloga, donde alcanzan otros niveles sociales, incluso con mayor preparación escolar y mejores niveles económicos. “Es como si la mujer que sufre quisiera que las que le rodean también sufran. Encontramos casos de violencia hacía las hijas, y de trato desigual. Con mayor elegancia las motivan a casarse con el hombre que creen les conviene más por su situación social o económica o porque pertenece a una familia renombrada”.
Por ejemplo, “la esposa del Gobernador de Quintana Roo, cuyo matrimonio fue arreglado entre familias, tiene que aguantar cualquier cantidad de infidelidades, maltrato verbal y descalificaciones. Los padres de ambos son socios”.
La misoginia se fabrica
El psicoanalista Alberto Sladogna dice que “la misoginia, paradójicamente, no reconoce la diferencia entre géneros. No es un monopolio de los hombres. La cuestión es tratar de localizar cómo se produce; porque es algo que está fabricado. A cada uno de nosotros nos atraviesa por la forma en que nos construye un sistema”.
Por ello, no es una contradicción que en muchas ocasiones la misoginia aparezca en boca de las mujeres. Así como los hombres transmiten la forma de vida fabricada por el capitalismo también ellas lo hacen.
Tampoco es un fenómeno exclusivo del capitalismo. “La izquierda no canta mal las rancheras igual que la derecha antiprogresista. En ese sentido ese fenómeno es transversal, no respeta las fronteras de las ideologías”, comenta Alberto Sladogna.
En una de las ciudades de Oaxaca, en el Istmo de Tehuantepec, comenta el especialista, hay una comunidad donde están presentes los muxes, que en las sociedades modernas son llamados transexuales. Sus principales enemigos son las mujeres del pueblo porque los ven como una competencia para ganarse a los hombres, incluso pretendían excluirlos de las fiestas comunales.
Eso es una demostración de cómo la misoginia no aparece de una manera en el costado masculino y de otra en el femenino. Porque además hay una cuestión, los misóginos fueron hijos de mujeres. Ése es un aspecto que se debería rastrear, señala Sladogna.
Pero además, hoy día, al margen de lo que sean nuestras creencias, vivimos la época de la muerte de dios, una expresión de Nietzche. Con ello también murió “la forma de hombre y de mujer que creó: uno a imagen y semejanza y la otra a partir de una costilla”.
Entonces se replantea qué quiere decir hombre y mujer. Esta última ya no se comporta de acuerdo al canon divino: hay quienes prefieren estudiar y no tener pareja, o no tener hijos o evitar tenerlos con dolor como lo explicaba la teología. O conducen taxis, aviones, son astronautas, ingenieras, albañiles.
Pero otras mujeres no consideran que sean actividades naturales. Tal vez tienen una reacción de envidia porque ellas quieren hacerlo y no se atreven. Así, las misóginas defienden el orden patriarcal que no podría existir sin que ellas lo reproduzcan.
Misoginia originaria
El psicoanalista Miguel Kolteniuk Krauze tiene una teoría para explicar la misoginia masculina y femenina. Aquélla que se ve y todos podemos denunciar “preferí llamarla secundaria, porque es la que aparece en lo manifiesto en la conducta, en la cultura, en las familias, en los medios de comunicación, en las acciones abiertamente devaluatorias de los hombres hacia las mujeres y se considera hasta normal.
“Pero sostengo que detrás de ella tiene que haber otra fuente de misoginia que es totalmente inconsciente. Se halla en la raíz más profunda del proceder psíquico y da origen a los sentimientos y fantasías que se expresan abiertamente en la misoginia secundaria.
“A ese núcleo inconsciente, profundo, reprimido de odio hacia la mujer que no se ve directamente pero que es el que fundamenta todas las manifestaciones externas la denominé misoginia originaria. En ella lo que ocurre es que hay toda una historia de frustración, de sentimientos de rechazo y de utilidad que se dan entre la madre y su bebé.
“No podría existir un desarrollo sin la frustración, sin limitantes en la omnipotencia infantil, sin la educación que permita posponer la satisfacción de los impulsos inmediatos y si no se le enseña al bebé el principio de la demora y por lo tanto el desarrollo del lenguaje y el pensamiento, la comunicación superior para pedir la gratificación de sus impulsos.
“Freud lo llamó la adquisición del principio de realidad, que lleva muchos años de aprendizaje. Dicho de otra forma, las cosas no son en el instante en que uno quiere sino cuando se puede y existen las condiciones. Es la tarea civilizadora de los padres.
“Ese proceso obliga a experimentar odio. Obviamente, entre más pequeño es uno menos se puede dar el lujo de odiar a la mamá pero cuando el niño crece la capacidad de agresión se vuelve más definida”, explica Miguel Kolteniuk. ¿Por qué cuesta tanto trabajo de entender esto? Porque es imperdonable y calificado de casi inhumano. Hablar de la relación de odio con la madre implica ser un desnaturalizado, un criminal, es para la nota roja, las películas de terror o las tragedias griegas.
Hay quienes no son misóginos a nivel consciente, según la propuesta del doctor Kolteniuk. Pero inconscientemente ambos desarrollan el núcleo de odio primitivo que en las mujeres tiene un desarrollo más complejo que en los hombres.
“Creo, por lo que han estudiado los psicoanalistas y hemos visto en los consultorios, que el hecho de que madre y mujer sean del mismo sexo introduce problemas que complican el proceso en el cual un niño se vuelve adulto y se va separando de la figura todo poderosa de la madre”.
El segundo punto, en la misoginia secundaria, es la envidia. La pequeña quiere tener la fuerza, la belleza, las facultades, los atributos de la madre. Otro factor es la presencia del tercero, el padre o figura sustituta, quien se convierte en el tercero en discordia en esa competencia y rivalidad. Muchas veces él, de acuerdo con la forma en que maneje esa situación, puede fomentarlas o neutralizarlas.
Entre más factores intervengan para aumentar los celos, la envidia, la rivalidad y promover el conflicto por el poder, un mal manejo del tercero que es la figura paterna o sustituto y un ambiente donde prevalezca el uso de la fuerza y el abuso, se fomentará la misoginia entre las mujeres.
No se habla mucho de ella porque lo usual es denunciar la misoginia masculina y lamentablemente se deja de lado la femenina, la cual es tan importante como la primera. No tendrá manifestaciones brutales públicas pero en la vida familiar, social, laboral ejerce toda la capacidad disolvente y conflictiva, considera Miguel Kolteniuk.
Por ejemplo, es la madre quien inculca el ataque a la sexualidad de la hija, uno de los instrumentos más poderosos de misoginia primaria y crea los dos mundos: el de las decentes y las zorras.
Así, la misoginia secundaria se percibe a través del control y adoctrinamiento de la sexualidad femenina, que es más poderosa que la del hombre porque tiene la capacidad de estimular desde una mirada, con una actitud y provoca una respuesta. Por eso, entre mujeres se ataca el poder sexual y se convierte en prostitutas a quienes lo tienen, finaliza Miguel Kolteniuk.
¿Hay caminos?
Ivette Estrada cree que se deben establecer campañas que divulguen la verdad: nosotras no somos la apariencia, ni el poder externo o condiciones de vida. Somos parte de un sexo que se ha maltratado y es más vulnerable pero que tiene inmensos valores y riqueza que aportar a la vida y sociedad. “Creo que la clave es la concientización. Y aquí ocurre algo mágico: lo que vemos en otras está en nosotros y lo que hacemos por otra lo hacemos por todas”.
La socióloga Martha Beatriz González Mendoza coincide y cree que “a través de la palabra escrita, a través del estudio, a través de la cultura” se debe trabajar sin descanso para hacerles ver a todas las mujeres que la misoginia masculina o femenina no es normal. Que tienen derecho a una mejor vida y deben romper patrones. Porque la mujer que es violentada, violenta a otras mujeres”.
Pero el doctor Alberto Sladogna no cree que “la cuestión de la equidad de género pase por la educación tradicional sino mezclando territorios, de una manera rizomática” (metáfora biológica que se refiere a un rizoma, donde el tallo de una planta echa raíces y brotes, cada una de las cuales pueden convertirse en una nueva planta).
El combate de ese flagelo es una cuestión que tendrán que construir las mujeres que no son misóginas. También habría que aceptar que no es obligatorio que todas tengan una sola posición ante la vida. Quienes son misóginas se tienen que hacer cargo de las posiciones que tienen, pero dedicarse a combatirlas es peligroso porque nos acercamos al mismo método que se emplea para atacar activamente a las mujeres que viven su condición de otra manera.