¿Hay algo peor para la sociedad que descubrir que la relación entre los dueños de medios y el gobierno obedece a una red de intereses como quedó al descubierto con el caso MVS? Sí, que cuando todo quede a la luz nadie ponga cara de sorpresa. ¿O en en este intercambio de acusaciones alguien se sorprendió de que en México pasen estas cosas? Yo no ví, por ejemplo, la indignación de periodistas cuando se supo que el dueño de un medio envió a la casa presidencial una carta de disculpa que leería una de sus periodistas, para que se le diera el visto bueno. Tampoco ví a colegas indignados cuando se dio a conocer que la permanencia o no de una conductora dependía de acuerdos económicos o políticos.
Y nadie se dijo sorprendido porque para muchos dueños, directivos y periodistas, todas estas prácticas forman parte de una realidad cotidiana, lo habitual en la relación Medios-Burocracia que ha sido exhibida en este caso como apuntaba José Carreño en El Universal. No hubo cejas alzadas porque muchos reporteros saben que sus notas serán o no publicadas en función de la publicidad que recibe el medio, o que si hay un proyecto político involucrado habrá fuentes que siempre serán presentados ante la audiencia como las villanas mientras otros jugarán el rol de héroes, más allá de la naturaleza de los hechos que sean cubiertos.
Esta “normalidad” la saben los que generan las noticias, los que las reportan, y claro, también quienes las consumen. De ahí el escepticismo de una parte de la sociedad mexicana, porque sin conocer a detalles los manejos entre unos y otros, intuyen que la relación más que de vigilancia es muchas veces de compl icidad, y que los productos que le entregan para ser consumidos no siempre responden a un periodismo enfocado en los consumidores.
Es pues el mundo del cinismo en que todos saben que se trata de una simulación pero nadie hace nada por cambiar porque aun a sabiendas de que está mal, se acepta que así es como funcionan las cosas. Lo peor es que hay mucho de cierto. Porque para romper estas conductas -que van desde la sumisión, pasando por la complicidad hasta llegar, en el mejor de los casos, a la negociación de los límites en la relación poder-medios- habría que romper con las condiciones que permiten este esquema.
Por ejemplo, habría que revisar cuántos medios viven gracias a la transferencia de recursos públicos desde los gobiernos; quién y con qué criterios asigna la publicidad oficial y qué mecanismos existen para que no sea una herramienta de control; qué otros negocios realizan los dueños de los medios y en qué medida los mismos dependen de permisos gubernamentales; qué políticas se siguen en otros puntos de contacto en la relación, como los pagos de impuestos o servicios, las prestaciones no registradas como la asignación de escoltas a directivos o periodistas, o cualquier otro elemento que incida en la relación y que no esté ante los ojos del público consumidor de ese medio.
Porque mientras todos estos temas sean, opacos por un lado y sujetos a la decisión personal de políticos por el otro, la tentación de la corrupción es muy alta. Y esa es Imagen: pixmac.es quizá la mayor tragedia de la disputa entre MVS-Gobierno, que de la misma no parece que saldrá ningún cambio en ninguno de estos rubros.
El cinismo en el que hoy vivimos -incluso quienes no compartimos esas prácticas pero sabemos que existen- da por sentado que cada cierto tiempo se sabrá de historias así pero que no pasarán de ser una anécdota más porque nunca se dará el brinco de casos particulares a la revisión de fondo de las causas que hacen que estos hechos sucedan.
Ahora que se habla nuevamente de revisar desde el Congreso de la Unión el papel de los medios en la sociedad se deberá entrar al fondo de este asunto, bajo la premisa de que lo que toque a la ética y al buen periodismo se deje en el campo de los medios y la autorregulación, pero que aquello que dependa de la actuación del poder público se resuelva con el marco legal adecuado.
Habrá que presionar para que así sea y no nos quedemos en espera del próximo escándalo que refuerce nuestro fundado “sospechosismo” en el mundo del cinismo en el que ya nos acostumbramos a vivir.