El dilema de las prohibiciones es un asunto de percepciones y de hechos. La realidad de la marihuana es simple en tanto que es una planta que crece de forma natural en el territorio mexicano, como en muchos otros climas y terrenos (por algo es la droga más consumida), es simple de cultivar y de consumir, algo que en el tabaco, la uva o la malta requiere de procesos más complejos y climas específicos; lo mismo ocurre con las plantas de las que se extrae la heroína o la cocaína, son derivados químicos de plantas que se dan solo en ciertas regiones del mundo.
Resulta curioso que a lo largo de nuestra historia social determinemos qué vidas deben estar en el planeta y cuáles no, como si fuéramos sus propietarios, eliminamos virus y bacterias dañinas, pero también especies animales y vegetales esenciales en ecosistemas que se pierden. Propiciamos que crezcan desorbitadamente formas de vida a las que mutamos información genética -algo que suena a divinidad-, para producir nuevas especies, lo que altera procesos naturales y es un riesgo de consecuencias imprevisibles.
Hay mucha preocupación por la mariguana en México y en el mundo porque hay un consumo creciente; hay argumentos en favor y en contra suficientes para conocer beneficios y perjuicios de la droga, se sabe que no son en nada parecidos a los que son consecuencia del alcohol o del tabaco; la información sobre ejemplos de otras sociedades que legalizaron la droga son evidencias suficientes, hay legislaciones y reglamentos vigentes, hay todo lo necesario para encubrir con argumentos medicinales los usos recreativos, hay una gran parte de la sociedad que no ve amenaza en el consumo de mariguana, lo que no hay por parte de quienes defienden consciente o inconscientemente intereses ocultos, es determinación para tomar el problema frontalmente. Es un asunto que de fondo tiene más trascendencia de la que se le ha querido dar, pues no solo está en juego la legalización de una droga poco dañina, sino la transformación de una sociedad arcaica a una contemporánea, capaz de conocerse a sí misma y de tomar sus decisiones de un modo cada vez más libre y menos impuesto por ideas, ideologías y creencias propias de otra época.
Cada vez más, como consecuencia de la conectividad y de las redes sociales, la sociedad civil recibe influencia de hechos, decisiones y acciones que circulan globalmente, entre ellas costumbres y criterios, así como recomendaciones y soluciones sobre lo que se cultiva y se consume, lo que se usa para la salud o para la recreación, lo que es verdaderamente peligroso y lo que no. Basta observar la profunda transformación en las conductas sexuales para ver que es imposible sostener criterios arcaicos de prohibición respecto de ciertas conductas sociales que se practican de manera generalizada.
La sociedad de hoy es diferente en todo a las del siglo XX y eso es uno de los factores que deberían ser centrales en la toma de decisiones sobre lo que se permite y lo que está prohibido hacer, más aún cuando sabemos que las percepciones globalizadas e integradas a través de las redes sociales debilitan el poder y el control nacionales, a la vez que la fuerza de la sociedad civil se incrementa. Los políticos y los líderes de los poderes fácticos fueron educados en las costumbres de una época que en la práctica desapareció, que mantiene, más de forma que de fondo, tradiciones que perdieron el sentido original y mantienen uno comercial, ideológico o religioso principalmente; hoy es muy difícil ocultar conductas sociales, especialmente las que tienen que ver con las transgresiones a la autoridad decadente y al modo en que la misma se conduce bajo argumentos que fueron adecuados en otro momento y para otras personas. Los gobiernos carecen de la autoridad moral que en el mejor de los casos hayan tenido y pasan a ser centro de observación y crítica en prácticamente todos los países del mundo, por ello, las democracias o los sistemas políticos están cambiando, aunque lentamente.
Si bien no toda la sociedad civil está en el mismo momento de transformación de sus percepciones acerca de las nuevas prácticas o las que se han incrementado en proporción mundial, hay un consenso de transgresión que se agrupa en torno a temas que en el siglo XX no tuvieron la misma relevancia, y que hoy representan problemas tan amenazantes como lo ha sido el SIDA. Son los casos de la anorexia, de la violencia en el fanatismo religioso, del suicidio juvenil, de la adicción al sexo, a la pederastia y a la pornografía, del crimen mediático, de la producción de vídeos snuff y de la trata internacional de personas, entre tantos otros considerados como graves y desviados, pero que crecen dejando atrás aquellas visiones conservadoras del positivismo que aseguraban que a través de la razón, basada en la ciencia, las sociedades mejorarían sus prácticas.
Los poderes e intereses comerciales que están detrás del control de las drogas son muchos y están en confrontación, tanto formales como informales, incluso los de la industria del armamento, de las telecomunicaciones, de seguridad, entre muchas, que obtienen importantes ganancias como consecuencia de las confrontaciones entre y con organizaciones del crimen. Quedó comprobado en Holanda, particularmente en la turística ciudad de Ámsterdam, y ahora en Denver, Colorado, que la mariguana legal es un gran negocio, la derrama de impuestos en la ciudad norteamericana es sorprendente apenas en un par de meses, pues las personas que han viajado y tienen planeado viajar para consumir la droga son miles, tantas que la producción se agotó y la demanda de tours es tan alta que la capacidad de habitaciones de hotel está rebasada en algunos periodos hasta fin de año; al igual que ocurrió con Las Vegas o Atlanta, hoy Denver es un lugar atractivo para un creciente tipo de turismo, bastaría imaginarse las ganancias que recibiría la Ciudad de México si llegase a legalizarse para el consumo recreativo la mariguana, aunque seguramente los beneficiarios serían los grandes capitales, el gobierno y uno que otro empresario emprendedor, lo que dejaría sin trabajo a grandes redes de corrupción.
Es claro para todos los poderes en conflicto, especialmente los que cuentan con información precisa, que el consumo de la mariguana es menos delicado frente a otros de creciente proporción social y mayor amenaza, como la venta de armas, el tráfico de personas, el contrabando de sustancias y bienes de consumo de alto riesgo para la salud, la producción y comercialización de pornografía infantil, entre tantos. En el negocio de la mariguana se ofrecen cifras que reflejan una parte mínima de la realidad social y ocultan otras que están ligadas a perversos negocios y mucho más graves problemas sociales.
Una buena manera de dar dimensión al asunto del aparente miedo a la legalización de la droga es observar lo ocurrido con un problema de salud y de moral social mucho más complejo y con mayores divisiones sociales como lo es el aborto, que terminó legislándose porque no tiene las implicaciones económicas ni de control social que tiene la restricción de una sustancia prohibida.
Con la legalización de la mariguana están en juego muchas cosas más que la disponibilidad de un producto absolutamente natural que crece y se consume prácticamente en todo el mundo: asuntos sociales ignorados que crecen con los riesgos mayores. La sociedad mexicana y muchas del mundo se están jugando un asunto de libertad y de madurez, al igual que el logro de la sociedad civil moderna, mejor conectada, un tanto más inteligente y consciente sobre los poderes reales: formales y fácticos. Considero que es una de la tantas manifestaciones que confrontan un modo de vida social que desaparece con uno nuevo que no se comprende y que tiene una agenda distinta a la que considera prioritarios los problemas de una moral arcaica, como el dilema de la mariguana, y olvida el derecho
a ejercer cada día más la libertad, especialmente la del individuo y su cuerpo, mediante la eutanasia, el aborto, el matrimonio homosexual o el uso de sustancias narcoticas.
Nuevamente y de fondo, en la legalización de la mariguana ocurre un conflicto entre los poderes arcaicos de la sociedad que pretende mantenerse estática en una moral tradicionalista y los de la sociedad civil que está en permanente cambio y que hoy se pregunta el porqué de las muchas prohibiciones de las sociedades de otro tiempo, especialmente en torno a formas de vida que de manera natural se cultivan y se consumen, o de conductas que naturalmente se practican y se enseñan.