Los discontinuos tuitean y se les queda cara de genios. Los demás no creen que sean genios pero a ellos les basta la cara. Siempre será mejor eso que dejar a medias una obra y quedarse con cara de idiota. Se puede morir de muchas formas, pero no con cara de idiota. Los artesanos de pompas fúnebres no usan el iPhone para tuitear sino para sacarle fotos a los cadáveres. De vez en cuando suben una a Instagram y la gente se entera de cosas muy privadas. Nadie quiere que su último registro digital sea un archivo.jpg con cara de idiota y multirretuiteado. Muchos intuyen su muerte y ponen un tuit con aires de inmortalidad. Suele ser una estupidez, pero es el último tuit del muerto y eso le da un peso atemporal que caduca en menos de 24 o 48 horas. Al muerto ya le es igual. Los deudos jaquean la cuenta del muerto, ya sea para quitar inconveniencias o para poner un tuit que diga algo así como dejo toda mi fortuna a la fundación que funden mis herederos. La gente siempre tiene ideas, algunas muy atinadas, otras muy productivas, unas cuantas ambas cosas a la vez. La cosa es no recorrer los seis grados de separación en un archivo de imagen donde a uno se le nota su última y definitiva cara de idiota. Por eso es mejor tuitear una buena puntada y poner cara de genio que sacarle provecho, darle vuelo, encontrarle retruécanos y consecuencias; distraerse, dejarla perdida en un escrito, repetirla en otros dos o tres y quedarse con la cara merecida.
Los discontinuos tuitean porque saben que se pueden morir en cualquier momento y más vale presentarse ante los muerteros con expresión de tuitstar. Los discontinuos son gente muy nerviosa a la que le da por ir cambiando de asunto por si las moscas. Saben que seguirle la pista a cualquier cosa puede ser asunto de nunca acabar, o más bien de acabar sin haber llegado a nada y perecer con esa expresión tan poco recomendable. Más vale morirse en la cama de la vecina que frente al ordenador tratando de terminar algo con muchas posibilidades de seguir inconcluso a la hora de la única verdad conocida y consensuada, a saber que todos la palmaremos tarde o temprano y siempre muy pronto. No es falta de carácter, perseverancia o disciplina -morirse tampoco lo es-, sino mera conciencia de que la guillotina metafísica no es muy de esperar a que la gente despache sus pendientes y le dé “enviar” a los últimos mails, DM y whatsapps.
Los discontinuos son gente de mucha valía: prudentes, precavidos y consecuentes. Muchos les achacan desidia y pereza, pero es una opinión precipitada, sin reflexión de por medio, injusta a todas luces.
Y es que a la gente le gusta opinar, eso ya se sabe. Lo que no siempre se sabe es qué opina. Siempre tienen opinión aunque rara vez opinan lo que opinarían si opinaran lo que son capaces de opinar. La gente opina que es de sabios cambiar de opinión, eso es muy confortable. Algunos cambian de opinión según su proceso digestivo, otros opinan una vez para siempre y no discuten, así tienen mejor digestión.
La opinión general acerca de los discontinuos, incluida la opinión de los discontinuos acerca de los demás discontinuos y quién sabe si de ellos mismos también aunque a lo mejor no lo saben o nada más se lo callan, es que los discontinuos procrastinan. Es una opinión horrible, no por lo que significa sino porque es la palabra más fea del último alarido de la moda. Pero lo fea no le quita el valor público, la contribución a comprender a la gente y desecharla mediante una etiqueta.
Los muerteros saben muchas cosas. Entre ellas, que el que no muere con cara de idiota seguramente fue un procrastinador contumaz. Lo que no saben los muerteros es que en algunos casos, pocos, hay zopilotes que sacan a la luz la obra de los discontinuos, que el mundo se arrepiente de haber sido injusto y no hay tuitero que no sufra durante un par de días, en lo que muere el siguiente.
Los discontinuos son incomprendidos que han cometido el error de no olvidar que dentro de un segundo puede darle un infarto hasta al más vivo y que tal vez le pille escribiendo su obra cumbre, aunque sea la primera. Los discontinuos no son nada de eso que se dice de ellos: son bichos de rara perspicacia que han dado en sospechar que ser inmortal en vida es improbable.
Los discontinuos, cuando mueren, dejan al mundo en “visto”, y tan anchos.