No hace mucho tiempo, y durante un breve lapso, el cine pornográfico pasó de ser mero producto clandestino a convertirse en un género de seria reputación en amplios círculos de la sociedad moderna occidental. Este auge llegó a ser una especie de época dorada del cine porno. El porno chic, como en su momento lo denominó el columnista del New York Times Ralph Blumenthal, fue el reflejo de un periodo idealizado en un momento de la historia en el que el Sida no existía y el bajo perfil de temas como el aborto y el embarazo no deseado, entre otros, permitían que el sexo fuera disfrutado como un placer sin preocupaciones.
Fue de finales de la década de los 60 a mediados del siguiente decenio cuando en salas de cine comercial de grandes ciudades como México se hizo gala de cintas como Behind the Green Door (1972), de los hermanos Mitchell, donde Gloria Saunders, interpretada por la mítica Marilyn Chambers, es raptada y obligada a escenificar surtidos actos sexuales con monjas, un campeón de boxeo y tres trapecistas, frente a una audiencia que termina por unirse a la tarambana; se exhibió a la virgen suicida Justine que se niega a permanecer en el limbo, en The Devil in Miss Jones (1973), de Gerard Damiano, y, tras bizarros encuentros sexuales que culminan con la primera doble penetración en la historia del cine, se gana merecidamente su lugar en el infierno; o bien, la historia de una pareja que seduce a otra hasta agotar las posibilidades matemáticas de intercambio sexual en Score (1973) de Radley Metzger, lo que marcó la incursión del fenómeno swingers en la pantalla grande.
Cresta de esta ola bacanal fue la infame Garganta Profunda (Deep Throat, 1972) del veterano Gerard Damiano, acreditado como Jerry Damiano, quien con un presupuesto aproximado de 25 mil dólares y seis días de rodaje en Miami, demostró que la pornografía podía ser una industria de lucro descomunal. Dado que la cinta fue financiada por los Periano, miembros de los Colombo, una de las cinco legendarias familias que controlaban o controlan, perdón, Don Aloi el crimen organizado en Nueva York, no se sabe a cuánto ascendieron las ganancias; al menos en aquella ciudad los cines eran también propiedad de la mafia, y los que no, estaban obligados a pagar tributo elevado por su exhibición.
Se ha sugerido que los ingresos de Garganta, como llegó a ser popularmente conocida durante el apogeo de su estreno en el verano de hace 35 años en los cines colindantes a Times Square, ascienden en la actualidad a cifras de entre 100 y 600 millones de dólares; de ser así, y por su costo inicial, no sólo rebasaría a las de su género, sino rompería el récord de la película más redituable de la historia.
Deep Throat es la historia de una joven, interpretada por Linda Lovelace, desilusionada por su indiferencia respecto del sexo, hasta que el médico la examina y descubre el misterio: debido a su excéntrica anatomía, le resulta más gratificante el sexo oral que el tradicional, derivado de lo cual, la chica se consagra a suministrar terapias de estimulación oral a diversos sujetos, finalmente en uno de ellos encuentra al amor de su vida.
No se trata únicamente de 15 encuentros sátiros, coitos vaginales y/o anales, contenidos siete felaciones y cuatro cunnilingus, mostrados de forma clara y clínica; en contraste con las escenas, en ocasiones simuladas, de las películas denominadas softcore; sino también del primer filme XXX en contar una historia, con un diálogo que pretende ser algo cómico, presentada en imágenes remozadas y con música ad hoc, cuyo soundtrack incluso salió a la venta.
Luego nací, y para cuando llegaron las demás catástrofes, hacía tiempo que las salas de cine para adultos ya estaban vacías y las películas porno dejaron de ser tema de discusión en cocteles y sobremesas. Y no es que las reacciones del movimiento anti-porno, al que posteriormente se unió la propia Linda Lovelace, hayan sido la causa determinante de su decadencia. La presunta obscenidad de Deep Throat y de los pink-shots fotografías de vaginas abiertas publicados por Larry Flynt en su revista Hustler a partir de 1974, por nombrar sólo algunos casos, fue causa de disputa en procesos judiciales en los que finalmente prevaleció el derecho a la libertad de expresión. Hoy en día, los modos frente a la censura en varios países como el nuestro se han relajado; por mencionar otro ejemplo, en la televisión abierta de Reino Unido se transmiten en determinados horarios, filmes con sexo manifiesto.
Desde Garganta Profunda, más allá de figuras individuales, fenómenos de la pornografía, como Rocco Siffredi y su pene de 35 centímetros, o Annette Schwarz, cuyas felaciones son tan intensas que abarcan los testículos, las películas pornográficas reprodujeron en su esencia la fórmula de Damiano una y otra vez. Si bien los adelantos tecnológicos hoy nos permiten el acceso a un sinfín de materiales pornográficos a través de Internet, los atributos del porno siguen siendo los mismos, la imaginación de los creadores para erigir novedosas estructuras eróticas no ha pasado más que a reducir el vello púbico de los actores.
En el reciente cambio de siglo han surgido con mayor insistencia excepciones que pueden ser propuestas viables para el regreso al esplendor del cine erótico con escenas de sexo explícito. Aun siendo discutible si buscan o no los mismos objetivos, tanto en la parcialidad de sus escenas como en la totalidad de la obra, no franquean como pornografía en el sentido en el que la concebimos, quizá por la hoy triste nombradía del género. Algunas de ellas son: Idioterne (1998) de Lars von Trier, Seul Contre Tous (1998) de Gaspar Noé, Romance X (1999) y Anatomie de l’enfer (2004), ambas de Catherine Breillat y Baise-moi (2000) de Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi.