El concepto de realidad es fascinante por inasible. Pensar en aquello que veo, siento, oigo y toco como una construcción limitada, deficiente, es confuso, no la construcción sino admitir con humildad que aquello que se presenta como incuestionable, dado que no hay parámetro y por tanto, es la máxima capacidad de mis fuerzas conceptuales, parece un embuste. Uno atenta, para tranquilizar al espíritu, con creer incuestionablemente al simulacro, de ahí nuestra tan humana soberbia.
Actualmente la consciencia vive dividida en aquello que llamamos vigilia, en los espacios oníricos desde el sueño y las ensoñaciones y una realidad virtual que antes nada más presuponía al arte y hoy crece rápida y desaforada en las pantallas del Internet. Escindidos más que nunca, nos diluimos, como diría Bauman, en una consciencia líquida.
¿En dónde me encuentro?, ¿en mis sueños y fantasías?, ¿en mis acciones cotidianas cara a cara?, ¿en mis acciones cotidianas ante una pantalla? o ¿un sedimento de mi ser se va perdiendo entre estas geografías?
El mismo autor señala que la posibilidad de ser, en este mundo acuoso, estriba en la construcción de aquello que llamamos persona. En un mundo donde el paraíso se ha perdido, la individuación parece ser el objetivo vital. La oferta de trascendencia presenta tres formas básicas, en la religiosa: una carrera virtuosa para alcanzar el cielo; la ética: una carrera consciente para alcanzar la sabiduría, con ella la libertad de actuar para encontrar, aquí y ahora, la recompensa; la comercial: una carrera de acumulación de bienes para ser admirados. Las tres posturas son siempre una búsqueda, la meta es evasiva y se llama felicidad, que en un caso no es de este mundo, en el otro, se traduce en alegrías parciales que tienen el alto costo de la consciencia limitada a este mundo y en la tercera, la de euforias momentáneas, sucedidas por el vacío.
Nos construimos en el trayecto. Nos armamos de virtudes y pecados, de conocimiento y responsabilidad, nos armamos de bienes y prejuicios. En cualquiera de los casos, la consciencia se busca entre sueños, entre acciones y saberes, entre líneas y byts, entre compras y pagos.
Volví a ver la película “Ojos bien cerrados” de Kubrick, esta vez la leí distinto. La trama muestra esta carrera en busca de la persona, no es casual que las máscaras estén presentes como símbolo central. Una pareja perfecta, los Harford se preparan para una fiesta, ella, frente al espejo, no para de preguntar cómo se ve, él, angustiado, pregunta por su cartera. Al final, después de una complicada trama entre rituales, prostitución, dinero, drogas, sexo y un asesinato, todo se resuelve en un breve diálogo:
ALICE: Sabes, hay algo muy importante que tenemos que hacer tan pronto como sea posible.
BILL: ¿Qué es eso?
ALICE: Coger.
La pareja modélica, bella, rica y sensual, vive con los ojos bien cerrados escondidos bajo la máscara de su vacuidad. Desfilan entre mansiones, ropa de marca, autos suntuosos, banquetes y sexo, mucho sexo. Kubrick nos presenta un mundo de compraventa donde todo ser es un cuerpo que busca placer, un objeto dispuesto para quien tenga con que pagar. Bill y Alice se prefiguran entre las luces y sombras de sus fantasías, en una realidad que no se sabe si es onírica o una vigilia despistada.
Hay mucho de mí que encuentro en sueños, coincido con Freud en que muchas de mis fantasías sexuales, deseos reprimidos se fugan por ahí, también creo como Jung que los arquetipos colectivos tocan a la puerta de mis noches y que basura diaria sin sentido se esparce en imágenes desperdicio. Pero decido poner atención a aquellos sueños que logro atrapar cuando abro los ojos. Me muestran la cara oculta de lo que soy.
Despierta, las acciones suceden deprisa en un mundo donde la fortuna corre rápido y hay que atraparla de las mechas para llevar, al menos, sopa a la mesa. Contesto llamadas, correos electrónicos, hago citas y pongo citas en Facebook, no sólo es el desplante de la otra cara de mi ser que se ostenta en la red para decir “Hey existo”, es la necesidad de comunicar mensajes fundamentales que por ahí llegan más rápido y a más gente, por ejemplo, si quiero que mis hijas me atiendan y mis alumnos cumplan sus proyectos, debo, como antaño lo hacían los romanos, colgar carteles en la plaza pública y para la nueva generación, las redes virtuales son la plaza pública. Esto sin contar que en Twitter o en Facebook, debo actualizar mis relaciones sociales, felicitar por cumpleaños o aceptar una solicitud de amistad, incumplir es una terrible descortesía. La mitad de mi trabajo sucede en la red, por ahí hago pagos y busco los mapas de las citas a donde debo acudir para no perderme. ¿Nos perdemos?
En la película de Kubrick, la red y sus senderos no aparecen y, sin embargo, vemos hombres perdidos en busca de la olla al final del arcoiris, soltando dinero para que se abran las puertas o las piernas.
Zygmunt Bauman dice que la vida es una obra de arte, cada uno auctor (autor/actor) de su propio argumento. La felicidad, sostiene, no es hija de la razón sino de la imaginación, oscilamos entre el placer y el dolor, entre la libertad y la represión, entre la conciencia individual y la demanda social, entre bienes y virtudes, hemos abandonado las relaciones sólidas y transitamos líquidamente en un continuo fluir sin compromisos, sin afectos y por tanto sin verdaderos efectos en el ser que se queda en máscara, en simulacro diríamos con Budrilliard. Sedientos de ser mirados y admirados vamos quedando ciegos. “Entre la aceptación resignada y la decisión audaz de desafiar la fuerza de las circunstancias se encuentra el carácter” dice Bauman, para construir vidas como obras de arte se requiere de consciencia, atrapados en la limitada realidad que somos capaces de asir sólo la preocupación por el otro nos centra, la felicidad y el amor son términos análogos que se alimentan de las aguas profundas del amor propio que se construye ante la mirada de los otros, el hombre que aspira la búsqueda de la felicidad es un ente amoroso que posa su vista en el otro, un artista que se orienta en la ética que, como dice Comte es “… la teoría de nuestra alegría. Para que mi alegría perdure” con los ojos bien abiertos como parece insinuar Kubrick desde la pantalla.
Referencias:
Bauman, Zygunt. El arte de la vida, Paidós: Buenos Aires. 2009.
Comte- Sponville, André. Sobre el cuerpo, Paidós: Buenos Aires. 2010.
Kubrick, Stanley. “Eyes wide shut”, 1999.