jueves 14 noviembre 2024

Revuelo en Internet

por Fedro Carlos Guillén

A principios del mes de enero, el video de la señora madre de Lucero fue subido a YouTube con consecuencias que calificaría, sin rubor, como devastadoras. Me parece que el asunto requiere un análisis de varias aristas. La primera y más conspicua es el apoyo coreográfico de los Voladores de Papantla que lograron un espectáculo delirante y de grand guignol en el que esta mujer se contoneaba al ritmo de danzón, mostrando cosas que pudo habernos evitado a los que cometimos el error de observar el asunto con la boca abierta y la carcajada a flor de piel. Por supuesto, el mundo se le vino encima a la señora madre después del rostizón de marras. Debo reconocer que me sumé al pitorreo consecuente, pero luego me quedé pensando que es de muy mala madre que un señor (probablemente un hijo de la chingada) haga público lo que filmó en privado, con las consecuencias antes mencionadas.

Ignoro si en YouTube hay alguna legislación que valga pero tiendo a pensar que una mínima regulación es necesaria para evitar estas jodideces, ya que más allá del humor involuntario del video, hay cosas que deben resguardarse a piedra y lodo si la intención original era no hacerlas públicas. De otra manera, seguiremos en esta ley de la selva donde los émulos de los pendejazos de los paparazzi estarán a la caza de tomas efectistas que pueden troquelar la reputación y, en muchos casos, las relaciones familiares de las víctimas.

Un segundo elemento en Internet que llamó mi atención fue la cobertura de la catástrofe de Haití. En los primeros momentos se generó una carrera contra reloj, no para mandar ayuda sino para demostrar que se era el primer medio en dar noticias de la tragedia. La situación llegó a extremos ridículos y de la misma sensibilidad que la de un hipopótamo en una tienda de Lladró. De hecho, en algún momento tuve que llamar la atención de Federico Arreola, director de SDP noticias, ante el hecho de que alardear que su medio “era el más consultado en Google” sobre el tema, era de un mal gusto extraordinario. Y debo reconocer que aceptó el yerro. Pero el asunto tiene otros trasfondos: ¿cuál es nuestra fascinación mediática por las tragedias? Antes del terremoto, ¿nos interesaba lo que pasaba en Haití, uno de los países más pobres y diezmados de América? No lo entiendo, como tampoco entiendo la razón por la cual se entabla esta competencia absurda por la primicia, que se asocia con credibilidad y eficacia y no con la avidez por obtener mayores ingresos.

El tercer tema que me interesó este mes fue el de las declaraciones de Esteban Arce acerca de la homosexualidad en un programa basura de Televisa, de esos en los que se supone que hay gente chistosa y ocurrente pero que nomás es idiota. Creo que Arce acreditó con limpieza y en cadena nacional que su coeficiente intelectual es el de un burro de planchar. Sin embargo, ese fue sólo el inicio, ya que de inmediato se generaron reacciones en redes sociales como Twitter, pasándole por encima un tracto camión; era justo lo que se merecía.

Aquí se aprecia otro fenómeno interesante, pues la reacción de Arce fue la de culpar a la red social de “magnificar el asunto”, sin entender que él mismo elaboró la soga, hizo el nudo y se ahorcó. Días más tarde, el columnista Álvaro Cueva, un hombre que considero lúcido, publicó un desconcertante artículo en el que parecía compartir la idea de que Twitter (así en genérico y sin distingos, como si todos fuéramos iguales) era poco analítico y excesivo en sus juicios. Pues bien, no me lo parece y, al contrario, aprecio que pendejadas como la de Arce tienen menores cotos de impunidad gracias a personas atentas que funcionan como una caja de resonancia analítica. Por supuesto que en las redes sociales, lo mismo que en la vida, hay gente de lucidez desigual. No obstante, el asunto sirve como una lección que deberán analizar los que analizan y no un pobre diablo menesteroso como yo.

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