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miércoles 09 octubre 2024

Rogelio Cuéllar

por Ernesto Márquez

La mirada y la memoria

Desde muy pequeño, Rogelio Cuéllar se interesó por la imagen. Le apasionaba ir al cine, visitar los museos y galerías o revisar y coleccionar los negativos y diapositivas que su padre, empleado de cine, llevaba a casa. El niño Cuéllar invertía mucho tempo en ver, observar, contemplar, descubrir lo que otros no.

Así, hasta educar la mirada y hacer de ese deleite un oficio, mismo por el que ahora es considerado uno de los mejores en el país.

Inició con una cámara prestada registrando cuanto veía y esa práctica le llevó a integrarse al corpus de fotógrafos-reporteros de la década del 60. Trabajó en un sinnúmero de publicaciones, imponiendo su visión del mundo circundante hasta consolidarse como profesional de la lente. Fundó medios impresos de comunicación y luego se dedicó a retratar el rostro (y el cuerpo) humano, su especialidad hoy en día. En ese apartado ha retenido las expresiones faciales/emocionales de los más connotados artistas del país y el extranjero a lo largo de 47 años de ejercicio laboral, hasta lograr un acervo fotográfico de protagonistas de la cultura Iberoamericana. Acervo del que ha extraído, para México y el mundo, una selección de imágenes que conforman El rostro de las letras, su más reciente libro de fotografías, presentado este 29 de enero de 2015.

Editado por Conaculta y Ediciones La Cabra, El rostro de las letras es una cuidadosa selección de 155 retratos de escritores significativos en la vida del artista y en la historia cultural de América Latina. 155 rostros de personalidades varias que interesaron al fotógrafo por su obra y su significancia en la época que les tocó vivir.

En las páginas de esta elegante edición habitan las imágenes de poetas, ensayistas, historiadores, narradores, como Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Efraín Huerta, Julio Cortázar, Tito Monterroso, Gabriel García Márquez, Miguel León-Portilla, Inés Arredondo, Juan José Arreola, Emmanuel Carballo, Rosario Castellanos… Todos queridos, todos admirados, todos cercanos a Cuéllar.

En ese sentido El rostro de las letras es un libro personal, en cuya elaboración tanto el artista como su editora, María Luisa Passarge, invirtieron ingente cantidad de tiempo, ya que son cientos los autores retratados e infinidad de registros de épocas y momentos diferentes en cada uno de ellos, documentos gráficos que tuvieron que revisar con minuciosidad.

“Se entiende entonces -menciona María Luisa- que la selección de las fotos adecuadas para el libro fuera una labor un tanto angustiosa. ¿Qué elegir, qué publicar entre tanto y tan buen material?”.

Por su parte, Rogelio pensaba, además de la parte emocional, en el “compromiso histórico”, en el trabajo que fuera el más significativo del personaje para que a la vez quedara como el registro de una época.

“Sí hay una conciencia de una responsabilidad profesional, ésta es saber que lo que hago es un trabajo que se queda como parte de la memoria colectiva nuestra; de saber quiénes somos, dónde estamos, cómo fuimos, quiénes estaban en una época determinada”.

Y sí, en su antología hay registros desde su época adolescente hasta la edad actual. La foto más antigua en el libro es la del escritor Juan Rulfo, retratado por un jovencísimo Cuéllar en 1969, en las oficinas del Centro Mexicano de Escritores. La más reciente corresponde al joven poeta sinaloense Miljail Lamas, fotografiado el pasado 2014.

Cabe señalar que la idea de que este ejercicio de memoria incluyera también las fechas en que fueron tomadas las fotografías es justamente de María Luisa Passarge, ya que el propio Rogelio nunca registró ese dato y, lo que es peor, ya lo tenía olvidado. “Yo lo pensé con el fin de dar constancia tanto del fotografiado -su edad, por ejemplo- como del momento en que se retrató”, precisa la editora.

Con el mismo razonamiento de precisión de época y emociones, El rostro de las letras fue estructurado en tres apartados: Centenarios Latinoamericanos (autores nacidos en 1914 Homenajes (autores fallecidos en 2014) y Retratos (autores nacidos entre 1897 y 1997). En el caso de Vicente Leñero, su imagen no se encuentra en la sección Homenajes debido a que su fallecimiento (a principios de diciembre) ocurrió cuando el libro ya estaba listo.

El libro lleva el prólogo de Laura González Flores, subdirectora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien señala que en los retratos de Cuéllar habita “esa sensibilidad que se enamo-ra de la imagen del otro y que busca revelarla”.

Diálogo de miradas

Para Rogelio Cuéllar, el secreto de un buen retrato fotográfico está, según le dijo a su amigo Audelino Macario, en la mirada. “Para mí, el retrato es un diálogo de miradas. Si no hay mirada, no hay retrato”.

“Ese diálogo es importante -insiste-, porque el retrato es el diálogo de la mirada, siempre lo he dicho, e implica una conciencia de a quién se fotografió y quién es el fotógrafo; se establecen lazos muy estrechos”.

Es por eso que en la mayoría de sus retratos a él le ven y él les ve. “Si no logro mirar o no logro que me miren, no hay retrato”.

La técnica es necesaria, pero no lo es todo

Esa premisa la ha puesto en práctica durante toda su vida profesional. Cuéllar sabe que para realizar un buen retrato es necesario el dominio de la técnica fotográfica, el lenguaje compositivo y el manejo de la iluminación en su aspecto técnico y estético. “Pero no lo es todo”.

Después de casi cinco décadas de ejercicio fotográfico, Rogelio Cuéllar ha desarrollado una técnica, “su” técnica. Y una forma de abordar el retrato, donde prácticamente construye la imagen y, en alguno de los casos, al personaje, ya que para él cada personaje es una historia diferente, un rostro aparte y una forma de ver particular.

En ese sentido, realiza siempre un estudio del personaje a partir de lo que hace y lo que siente. Luego los ubica en escenarios sin preparar, como el lugar donde se encuentran laborando o en ciertos espacios previamente acordados, sin demasiados accesorios más que los circundantes; iluminados con luz natural, sin grandes sombras, buscando siempre el gesto del sujeto. Esto con la intención de registrar una expresión que sea coherente con lo que la persona significa, con lo que hace o dice, y hasta con lo que él propicia.

Por ejemplo, en El rostro de las letras, Cuéllar define el ambiente a través de una serie de elementos que delatan la personalidad y el quehacer artístico de sus retratados. Los captura en sus bibliotecas, cerca de sus máquinas de escribir, entre libros, revistas, manuscritos; relajados o meditabundos. En otras fotografías, aparecen en un entorno natural: parques, bosques, cerca de árboles o incorporados al medio rural.

En el libro hay fotos que se han vuelto icónicas, como la muy conocida de José Emilio Pacheco en su estudio-comedor, sumergido en un “caos” de libros; la de un alegre Octavio Paz saludando desde la puerta de su jardín; un Carlos Fuentes muy cómodo, en camiseta, posando en su biblioteca; Julio Cortázar en Cocoyoc y su profundísima mirada que aún cuando el retrato es en blanco y negro (como todos) se intuye azul;

la del justo José Revueltas, sereno y con pitillo; la del meditativo Efraín Huerta en su estudio, la de la evasiva Pita Amor; la de Jaime Sabines y su eterno cigarrillo, la de don Miguel León-Portilla y su proverbial sonrisa, y una que me parece la mejor en su búsqueda de retratar el alma a través de la mirada, la tomada en 1991 a Adolfo Bioy Casares en el Palacio de las Bellas Artes. Imágenes que están en la memoria colectiva del país y que aún cuando muchos no sepan quién es el autor, para Rogelio Cuéllar no es preocupación: él ya hizo el registro para la historia

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