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miércoles 09 octubre 2024

La caricatura política y la ética

por Juan Manuel Alegría

La masacre en las oficinas de la revista francesa Charlie Hebdo fue una noticia que recorrió el mundo. El atentado ha motivado reflexiones sobre la caricatura política; la libertad de prensa y de expresión; la autocensura y la autorregulación, y la pregunta de si existe el derecho a ofender, entre otros temas.

Por algunas razones que ignoro, el oficio del caricaturista no se rige por los mismos códigos de ética que el del periodista. Por ejemplo, el periodista no puede discriminar o hacer referencias ofensivas a nadie por razón de raza, religión, sexo u orientación sexual; incluso algunos códigos, como el de Colombia, indican que “el periodista condenará y luchará contra todo tipo de discriminación racial, nacional, religiosa o política”.

Así, el periodista no puede decir que alguien es un asaltante, asesino o pederasta hasta que un juez lo haya sentenciado. Por eso se utilizan vocablos como el “presunto”, el “sospechoso”, el “acusado”, el “indiciado”…

Dice Miguel Ángel Bastenier: “¿Qué es eso que no está permitido? En primer lugar mentir […] La primera condición, además de que se refiera a un hecho novedoso de interés público, es que los datos que aparecen en el relato sean irrebatibles y que sean corroborables, que sean verdaderos”.

Pero un caricaturista puede omitir todo lo anterior, se puede mofar de los defectos físicos de alguien, de su religión, de su raza, de su orientación sexual (sea cierta o no)… Se entiende que hablamos del tipo de caricaturista de la línea cuya máxima expresión es la revista Charlie Hebdo. Y nada de eso justifica un asesinato.

Por su parte, el escritor colombiano Raúl Vallejo, se adentra en lo que hoy es tema entre analistas por ser fundamentalistas del islam los perpetradores del crimen en Paris:

“También es conocida, desde los estudios sicológicos, la carga de agresividad que contiene el chiste y esa agresividad esconde, en muchas ocasiones, no solo rencores profundos contra el blanco del chiste sino, ya en el plano social, prejuicios de toda laya en contra de un grupo social determinado.

“En el plano cotidiano, las bromas sobre las personas ‘que nos caen mal’ suelen develar niveles reprimidos de odio y se ejecutan como formas taimadas de venganza”. Sin embargo, aunque no existan códigos para el dibujante, el periodista Asdrúbal de la Torre dice: “solamente creería que son dos factores fundamentales que la regulan: los valores morales del caricaturista y la experiencia en su profesión”.

Raúl Vallejo señala que con el liberalismo ideológico posmoderno se pretende canonizar el humor como un espacio para la “irreverencia sin límites”, no obstante, agrega: “el arte, en general, tiene el límite ético de lidiar con la verdad del artista y la verdad de la obra así como con las repercusiones sociales de sus planos significativos. En ese marco, el humor, ya no entendido como una manifestación carnavalesca de lo popular, sino como una elaboración ideológica y política tiene, paradójicamente, serias responsabilidades y límites éticos”.

El asunto de las caricaturas sobres los musulmanes y el derecho a la libertad de expresión ya tiene tiempo en la polémica. Sobre ello, publicó el influyente diario The Guardian: “Hay límites y fronteras -de buen gusto, de derecho, de convención, de principio o de buen juicio”.

El periodista estadounidense David Brooks escribió hace días: “A los periodistas de Charlie Hebdo se les aclama ahora justamente como mártires de la libertad de expresión, pero seamos francos: si hubiesen intentado publicar su periódico satírico en cualquier campus universitario estadounidense durante las dos últimas décadas, no habría durado ni treinta segundos. Los grupos de estudiantes y docentes los habrían acusado de incitación al odio. La Administración les habría retirado toda financiación y habría ordenado su cierre”.

Miguen Ángel Bastenier escribió: “El oficio de Charlie Hebdo es la sátira, que está plenamente cubierta por el derecho a la libertad de expresión; ahora bien, sacar a Mahoma en pelotas y, peor aún, decir que ‘el Corán es la mierda’ es una muestra de un mal gusto sin límites, una expresión tan soez como injusta y el que crea que eso es buen periodismo en mi opinión se equivoca gravemente […] Yo opino que ofender deliberadamente, insultar, hacer escarnio de personas e instituciones sin las pruebas de que lo que se dice no tiene justificación alguna, me parece fuera de lugar”.

El tema a tratar es complejo. Desde hace tiempo se habla de que si, en la libertad de expresión todo está permitido, desde la ética hay cosas que son reprochables y necesitan autorregulación. Para quienes señalan que es mejor tener un exceso de libertad de expresión que limitaciones, deben pensar en esa máxima que dice que: “ninguna libertad es absoluta”.

Para el icono de la ética periodística en Latinoamérica, Javier Darío Restrepo, el caricaturista cumple una función en la que se mezclan las actividades del fotógrafo y la del columnista de opinión (imagen y opinión), como uno y otro tienen un compromiso con la verdad, “debe guiarse por los valores y principios éticos aplicables a los fotógrafos y a los columnistas de opinión […] en el lápiz del caricaturista se vuelve reflexión, o crítica o comentario, pero nunca debe ser burla, ni sarcasmo, ni chiste ligero”.

Afinamos, por lo tanto, que la caricatura política, al igual que cualquier otro género periodístico, debería tener el mismo margen ético que éstos.

Como recalca Raúl Vallejo: “No es cierto, por lo tanto, que el humorista carece de responsabilidades éticas, políticas, sociales o legales; tampoco es cierto que, a cuenta del humor, cualquier cosa debe ser aceptada como verdad; y, finalmente, el límite ético del humor político -al igual que para el análisis académico-, está trazado por la veracidad de los hechos que utiliza para construir un mensaje político. Y nada de esto es chiste”.

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