Parece que atravesamos la época del valor agregado de la privacidad. Tal vez como nunca antes, somos testigos de la creación de programas gubernamentales, instituciones públicas, códigos de ética, regulación en las empresas y de toda una serie de marcos que intentan resguardar el derecho a la vida privada. En la mayor parte del mundo circulan discursos sobre el riesgo que representan las nuevas tecnologías para la vida íntima de las personas.
La era de Internet también está marcada por la pérdida de los límites entre lo público y lo privado, por la economía de los datos, la vigilancia y el control, y la mimetización de lo privado con la publicidad de lo cotidiano.
Desde distintas concepciones se define a la vida privada como algo no público, como toda aquella información que puede hacer identificable a alguien. Se trata de datos personales cuyo propietario es quien genera la información. La huella digital, el iris, la estatura, la imagen propia, los hábitos alimenticios, el patrimonio o las enfermedades son datos privados. Por otro lado, lo público es concebido desde Roma hasta nuestros días como asuntos relacionados con el Estado, se trata de la vida de las instituciones y de todo acontecimiento que sea de interés para un determinado grupo social.
Entre el derecho a la privacidad y el derecho a la publicidad ha existido siempre un conflicto de derechos (Novoa, 2001). Sin embargo, con la cultura mediática desarrollada a lo largo del siglo pasado y en la actual vorágine tecnológica, aquello que es privado y es publicado para su conocimiento en un espacio público pierde su carácter de no-privado. Algunos autores consideran que la apertura en las redes electrónicas sobre temas relacionados con la intimidad se debe en parte a las estructuras de confianza que existen entre los usuarios (Nissenbaum, 2012).
En la cultura digital, los márgenes entre lo público y lo privado tienden a ser cada vez más estrechos. Es frecuente encontrar historias de la esfera íntima en periódicos o en televisión, que tuvieron un origen en las redes. Nuevos escándalos están emergiendo de la privacidad que transita en Internet: rupturas amorosas, acosos sexuales, suicidios, demandas penales, chantajes emocionales, peleas familiares, asesinatos, etcétera. En los últimos años, las distintas actividades humanas presentan grietas en la privacidad: la difusión de preferencias sexuales en el ejército, exhibicionismo y prostitución en el sector educativo, despidos laborales por difundir burlas en YouTube o por criticar a sus patrones, desenfreno sexual de políticos y servidores públicos, decadencia familiar, alcoholismo, consumo de enervantes, violencia contra animales y exaltación de fechorías entre otros (etcétera, 151).
En varios países existen normas para proteger los datos privados. Dentro del abanico de regulaciones se encuentra la directiva 95/46/CE de la Unión Europea, la cual incluye una serie de principios de resguardo de la intimidad, por ejemplo en la recolección de información por parte de terceros y el derecho del propietario de la información para tener acceso a sus datos o efectuar cambios. En otras naciones hay códigos penales que castigan el uso indebido de información privada, o regulaciones flexibles que solo endurecen medidas cuando se trata de campos específicos como la salud, la ideología, la religión o la sexualidad. En América Latina, el marco normativo es variado, puede aplicarse al sector de la información en poder de gobiernos, al uso de datos con fines criminales o a las bases de datos en poder de particulares. Lo que es claro es el reconocimiento global en las esferas políticas sobre la importancia para construir mejores diques que contengan la información de la vida privada de las personas.
El valor agregado que ahora tiene la vida privada es una derivación tecnológica y económica. La tecnología que enlaza a millones de personas es considerada por los defensores de la protección de los datos personales como una puerta a través de la cual se filtra información privada. Se presupone que tal fuga de contenidos es un riesgo para la seguridad, incluso puede poner en peligro la vida. La tecnología es un espacio donde las personas colocan fragmentos de su intimidad, que pueden ser tomados, almacenados, modificados y utilizados por terceros sin su consentimiento y sin su conocimiento. Bajo este argumento, Internet es una carretera de información en cuyos carriles podemos encontrar datos íntimos de los conductores, como si quien transita por esa vía tirara por la ventanilla su álbum familiar de fotografías o sus comprobantes de compras. También se debe considerar que el desarrollo de Internet pasó por alto las medidas de protección a la privacidad. En este punto, algunos estudios consideran al anonimato un problema, y un peligro a los mecanismos para recabar información de los usuarios (Perez y Badía, 2012).
La responsabilidad del individuo para compartir su privacidad es una visión parcial, pues no siempre las decisiones del conductor que transita la carretera están sometidas a su voluntad. Con esto me refiero a que la misma autopista tiene mecanismos para recolectar rastros del usuario sin que éste se dé cuenta.
Parte de la tecnología ha sido configurada para poder obtener información de nuestra vida privada. Los códigos a los cuales obedecen las tecnologías buscan en no pocas ocasiones conocer quién es el usuario. Esta invasión a la privacidad es común, por ejemplo, en el uso que hacen los bancos de los datos de la tarjeta de crédito o cuando una persona utiliza Google porque sus búsquedas se almacenan en un historial. Algunos autores creen que la privacidad se ha perdido hace tiempo en una maraña de cookies y estrategias de recuperación de datos personales de la que se libran parcialmente aquellos usuarios con un alto nivel de sofisticación tecnológica (Castells, 2010).
Por la abundancia de información en Internet, existe la tendencia al desarrollo de aplicaciones para poder recolectar, ordenar y sistematizar gran cantidad de datos. Términos como Big Data son cada vez más comunes en las áreas donde se toman decisiones. En el registro monumental de información no se discriminan datos públicos y de la vida privada. Internet almacena millones de archivos sobre los cuales alguien puede tener interés. Empresas, instituciones financieras o despachos de mercadotecnica. Los programas de espionaje de gobiernos como el norteamericano o el desarrollo de drones para grabar continuamente un objetivo son tan solo ejemplos de la importancia que representa en la era electrónica la información. Hoy es más probable que los teléfonos inteligentes sepan más de las personas que los usan, que lo que saben de esta persona sus amigos; también es más probable que YouTube conozca más que nosotros los gustos musicales de nuestros vecinos.
El otro punto se refiere a la economía. Esta explicación no es nueva, de hecho desde los albores del correo electrónico comercial, compañías como Microsoft o Yahoo! comenzaron el acopio de información de sus usuarios. Sin embargo, con la Web 2.0 y la idea de que el consumidor puede convertirse en productor de contenidos, la libertad en el uso de aplicaciones y aparatos se aleja del condicionamiento que al parecer generaban los tablones antiguos de noticias, las páginas estáticas y la casi imposibilidad del feedback. Es decir, la individualidad que facilita Internet y el uso de las redes implican sacrificar cierta privacidad a cambio de otros beneficios.
Los usuarios de Facebook o Twitter otorgan una gran cantidad de información sobre sus vidas privadas. Tal información es una especie de trueque que hacen las empresas tecnológicas a cambio de un espacio donde las personas son libres de publicar y compartir ideas. Lo anterior representa un espejismo, pues tal libertad está condicionada al mercado. Esas redes disponen de una política de privacidad a través de la cual se apropian de los contenidos publicados por los usuarios y recolectan sus datos personales con fines económicos. Si para la televisión el número de telespectadores representa sus ganancias, en las redes los datos personales son la riqueza de su economía. El campo jurídico y la acción institucional son aún insuficientes para hacer frente a los cambios tecnológicos y sus efectos sobre la vida privada de las personas (Aced, Amato y Orual, 2004).
La vitrina personal
El valor agregado que se otorga a la vida privada consiste en intentar regular todos los campos que se apropian de información que no les pertenece, de datos que provienen de la intimidad de sus propietarios. En el afán de establecer dichos límites, también se incluye al propio individuo, a quien varios teóricos y pensadores responsabilizan de la circulación de su intimidad en espacios públicos.
En los últimos años se han creado políticas dentro de los gobiernos para concientizar a las personas sobre la protección de sus datos privados. Tales recomendaciones giran principalmente en torno al aspecto tecnológico: crear cuentas electrónicas con contraseñas eficientes, evitar publicar en redes sociales geolocalizaciones, no aceptar perfiles desconocidos como amigos, no compartir imágenes de menores de edad, etcétera. Pareciera que la filtración de la privacidad es responsabilidad de la conciencia del individuo, y aunque parece una perspectiva correcta, lo cierto es que la privacidad está sujeta más a factores exógenos.
Bajo la visión de que la transparencia del individuo depende de las medidas de autocontrol que se imponga, entonces dichas medidas serán cada vez menos reconocidas en tanto las prácticas en Internet sean estables, es decir, reconocidas como un hábito normal, como una práctica social sobre la cual no hay ninguna imputación.
En una entrevista concedida en 2013 a la BBC de Londres, Noam Chomsky provocó la irritación de algunos ciber- optimistas al afirmar que los jóvenes viven una cultura exhibicionista, pues publican información personal en Facebook para que todo el mundo sepa lo que van a hacer ese día. Chomsky está convencido de que existe además una presión social para usar Internet: “todo el mundo quiere decir ‘yo esto, yo lo otro’. Hay un componente de autovaloración”. Tal vez la principal incomprensión hacia Chomsky venga precisamente de los usuarios de Facebook o de alguna otra red social. Esto se debe al grado de estabilidad que han alcanzado ciertas prácticas en la red, como el check in. Para los usuarios, los hábitos dan sentido a lo que hacen precisamente porque es algo que los identifica. No creo que se trate de un fenómeno de presión social, sino más bien de una representación del usuario ante él mismo y ante los demás.
En la ausencia del autocontrol, la vida privada puede presentarse ante los otros en distintos grados. Cuando una persona abre la puerta a su privacidad, la puede dejar emparejada para que los mirones puedan ingresar con cierta discrecionalidad, o bien abierta de par en par para que todos se enteren de sus intimidades. Dentro de estos rangos se puede alcanzar una hipertransparencia de aspectos íntimos caracterizados por la exposición de rasgos emanados de la personalidad. Un ejemplo son los deseos no conscientes o filias. En la red, tales deseos adquieren mayor visibilidad que en la vida real. Es común encontrar este tipo de desórdenes en páginas web, redes sociales o servicios de videos. Tal vez las más conocidas son el voyeurismo, el masoquismo y el sadismo, sin embargo existen otras manifestaciones: agonofilias, agalmatofilias, anastimafilias, andromimetofilias, autagonistofilias, catafilias, chismofilias, criptoscopofilias, crurofilias, cronofilias, efebofilias, exofilias, falofilias, gerontofilias, ginemimetofilias, homofilias, jactitafilias, microfilias, morfofilias, narratofilias, pedofilias y zoofilias. Otros desórdenes donde la fuente de placer recae en un elemento externo, como podría ser un objeto o un animal, también son visibles: amokoscisia, blastolagnia, candalagnia, ecdiosis, grafolagnia, lectolagnia, microgenitalismo, omolagnia, retifismo y vampirismo (etcétera, 130).
Dentro de esta centralidad individual se encuentra el narcicismo, el enamoramiento a la imagen del individuo. Los internautas con este tipo de conductas tienden a abrir cada vez más las puertas de su privacidad, dado que la pantalla es el espejo de la contemplación. Un narciso en las redes considera ser una persona muy importante, tal importancia se deriva de una autoimportancia que se autoimpone. Aquí encontramos a cibernautas que magnifican sus logros, como podría ser posar al lado de un gobernante, tomarse una fotografía frente a las pirámides de Keops o publicar un libro, pero que al manifestarlo en la red esperan que sus “seguidores” o “amigos virtuales” les reconozcan como una persona “superior” al resto de la comunidad. La libido dirigida hacia sí mismo lleva al individuo a un estado de contemplación, haciendo énfasis en la exteriorización de su persona y con una ilógica expresividad: desproporción de mensajes autodirigidos. El usuario de las redes que busca ser reconocido puede llegar a exigir la adulación. Cuando ocupan posiciones de mando o de poder económico, los narcisistas se exhiben en lugares privilegiados que generen admiración, o se rodean de personas de su mismo nivel simbólico (etcétera, 142).
A diferencia de otros periodos de la historia, la reciente transparencia del individuo utiliza la nueva tecnología como una forma de extensión de la individualidad. Cuando un usuario publica su imagen, revela el lugar donde se encuentra en ese momento, comparte las fotografías de la playa donde descansa o les informa a sus amigos virtuales que ese día comerá en un lujoso restaurante, parece cumplir con los códigos sociales estables de la red y por lo tanto presentará escasa resistencia a la autorregulación, pues regar datos personales en los espacios públicos es una de las formas de sociabilizar con el resto de los integrantes y de realización emocional. Contrario a los códigos es la no exhibición. El escopofóbico se ha convertido simplemente en un turista de la comunidad red, en un visitante que lo más que aspira es a ser un voyeurista que no permite que lo vean. Por lo tanto, la transparencia del individuo en la red está conformando nuevas formas de lo privado. Entre tales cambios podemos mencionar:
a) La publicidad de la privacidad es fragmentada. Los datos personales no se distribuyen en forma continua. Las historias de las personas parecen contarse en fragmentos y cada fragmento, a su vez, conforma un rompecabezas. Ante esto, la lectura de la privacidad individual no es lineal, es asincrónica y atemporal, igual que Internet.
b) Lo íntimo es interpretado por lo colectivo. La privacidad se presenta en rompecabezas de la vida de las personas a partir de las referencias que hacen los usuarios de sí mismos y sobre lo que quieren representar. La interpretación de los otros es discontinua: la reducción de la fragmentación es parte del proceso semántico. En el imaginario colectivo, los referentes de los otros ahora pueden contener trozos provenientes de la privacidad diseminada en las redes.
c) El contenido conlleva exclusión. La transparencia de la privacidad siempre emerge de un determinado contexto, pero desconocerlo equivale a la exclusión para su comprensión. Tal marginación informativa puede presentarse cuando la fragmentación no es comprendida en su totalidad. Este tipo de circunstancias son más comunes entre contactos virtuales que al mismo tiempo son desconocidos reales. La lectura del otro partirá simplemente de las publicaciones que existan disponibles en la red.
d) La mimética contra lo extraño. Cuando lo extranjero, aquello que es ajeno, alcanza cierta estabilidad, entonces deja de serlo para convertirse en parte del paisaje. La cultura en la red tiende a mimetizar las conductas. La distribución de fragmentos de intimidad en la autopista electrónica es la aceptación de lo extraño como algo aceptado. Los selfies, la difusión de memes, la intolerancia en Twitter o el sexting son hábitos cotidianos porque son practicados por millones de internautas, sin importarles la invasión a su privacidad.
e) La trasparencia también oculta. Si la exhibición de la privacidad transparenta aquello que había permanecido oculto, dicha exhibición también oculta. Los usuarios tienden a publicar aquello sobre lo cual están convencidos y es de cierto modo gratificante para ellos. Evitarán comentar, distribuir, compartir o dar like a todo aquello sobre lo cual no están convencidos, no están de acuerdo o simplemente no les interesa. La red también es una balanza de intereses conveniencias. Quienes luego de tomarse un autorretrato digital consideran que la imagen no tiene los elementos auto-estéticos para compartirse, simplemente trasladarán el archivo a la papelera de reciclaje. El voyeurismo colectivo nunca conocerá aquellos contextos que no son mostrados.
Conclusiones
Las redes digitales se han convertido en las nuevas puertas para la distribución en los espacios públicos de trozos de la vida privada de las personas. Todos los días, millones de datos personales circulan en Internet. Terceros, como los gobiernos, las empresas o los sistemas de espionaje, están almacenando grandes cantidades de información. La economía, la política y la tecnología son el combustible que hace posible el funcionamiento de tal engranaje. Al estabilizarse las prácticas culturales de exhibición de lo privado en escenarios públicos, los mecanismos de regulación en el usuario tienden a desaparecer. Conforme avancen los códigos de apertura de lo privado en la red, el individuo será en la era de Internet cada vez más transparente.