Este artículo se publicó originalmente el 29 de noviembre de 2017.
A principios de los 70 del siglo pasado Sean Connery llegó a un arreglo para realizar una nueva participación en el personaje de James Bond que lo había hecho famoso, a cambio de que le dejaran escoger y realizar dos películas de bajo presupuesto en las que tuviera completa libertad.
Una de ellas, la primera, fue “The Offence”, oscuro drama británico de Sidney Lumet quien para esta época (1973) todavía no realizaba sus grandes e inolvidables filmes de la década: “Network”, “Equus” y, sobre todo, “Dog Day afternoon”. Pero ya contaba con el prestigio de una sólida carrera como director dramático y gran conductor de actores.
“The Offence” es una sofocante pesadilla en la que un oficial de policía se enfrenta al grave impulso de golpear al sospechoso de un crimen horrendo, al punto de llegar a matarlo. Este representante de la ley, por lo demás completamente ordinario, es nada menos que Sean Connery en un introspectivo e intimista duelo con sus demonios más temidos.
El filme está basado en una obra teatral escrita por John Hopkins, lo cual en efecto recarga con un cierto exceso de verbalización casi todas las escenas, y le da un ritmo cansino a casi todo el recorrido. Asimismo, las alternativas y el desenlace de la trama no le dan ni un solo respiro al espectador; aquí no hay concesiones, ni final feliz ni salidas fáciles.
Connery hace un oficial de policía tan distinto de lo que era su perfil mediático de entonces, que entiendo perfectamente por qué fue tan chocante para el gran público. Este es un drama más al estilo de una de las sofocantes batallas intimistas de Bergman, que un thriller policial como el que tal vez pretendían los creadores del filme y el público… Y en efecto, la película fracasó rotundamente en taquilla.
Fue tan estrepitosa la debacle, que todo el asunto se pudrió y el estudio no se vio obligado a respetar el segundo proyecto acordado con Sean Connery (una adaptación de Shakespeare, retomada unos años después por Polanski).
Pero al final lo que queda, si es que se da uno la oportunidad de asomarse al filme, es una impresionante película; una pequeña pero definitiva obra maestra en la carrera del gran Sidney Lumet.
Para Connery se trató de un auténtico salto cuántico en su trabajo, con una serie de exigencias dramáticas que tal vez nunca había tenido antes, con la clara excepción de “Marnie” (Hitchcock) y, tal vez, “The Hill” del propio Lumet… Pero que anticipan sin duda alguna al enorme actor de carácter que descubrimos en sus posteriores y celebérrimos trabajos otoñales: “The Name of the Rose”, “The Untouchables”, “Highlander”, etc.
Así pues, estamos ante una verdadera joya olvidada por la historia del cine y, para mayor deleite de todos, puede ser vista prácticamente sin problemas en Internet, toda vez que, por su antigüedad, la ‘policía del copyright’ no anda tras sus huesos con la celeridad con la que lo hace con los grandes estrenos.
El corazón del filme es el tortuoso interrogatorio de Connery con un sospechoso de ataque y violación serial de menores. Los diálogos son durísimos, cínicos, descarnados. El esgrima entre ambos es tremendo: no hay concesiones, no hay buenos y malos en este duro intercambio.
Tanto el escritor como Lumet tienen el ingenio y la valentía de emboscarnos como espectadores: nos hacen creer que Connery va ganando; creemos que triunfa y domina al villano con lo que obtendrá una confesión bienhechora y justiciera. Pero paulatinamente, el interrogatorio vira hacia un lugar sorpresivo y alucinante… Y casi acabamos rogando que termine ese suplicio, lo que obviamente nos hace cómplices de la fechoría de Connery (sin duda alguna, sin evasión posible).
Por eso creo que fue tan difícil para el espectador, por eso creo que “The Offence” no triunfó en taquilla: las exigencias éticas y psicológicas fueron demasiado lejos para el público admirador de filmes de James Bond. ¿Y el otro público; el del cine de arte? Por lo que puedo suponer, ni se asomaron a verla.
Y no deja de ser una curiosa ironía que justo en los años del Bond más maniqueo, más uniforme y monocorde, Connery (de la mano de Lumet, claro está) se permita un paréntesis para estelarizar precisamente un héroe con las características opuestas.
Pues resulta que el Bond del siglo XXI, si algo positivo e interesante ha aportado, es precisamente que se trata de un héroe vulnerable y complejo, lleno de fallas y traumas, que salen a flote en cada una de sus ‘aventuras’. ¿Se imaginan un James Bond dirigido por Lumet en aquellos años? ¡Hubiera sido algo extraordinario!
“The Offence” es inteligente pero sutilmente no lineal, los cortes y flashbacks son discretos y metódicos, pero sólo con fines analíticos digamos que, como público, apenas comenzamos a recuperar el aliento y la calma tras el interrogatorio y su criminal desenlace, cuando nos encaramamos con Connery en su coche para ir a casa… ¡Y ese viaje es letal!
Lumet lo aprovecha para que nos perdamos en los vericuetos de los recuerdos, remordimientos y preocupaciones de este agente policiaco y sus dilemas. Y es ahí donde entregamos la última línea de defensa: estamos ante la crónica sutilmente disfrazada de thriller de la destrucción de un hombre y su circunstancia.
¿Y el violador serial y los crímenes que estábamos tratando de resolver? A estas alturas ya no importan; están totalmente fuera de nuestro interés y nuestra perspectiva. De ese tamaño es el golpe que Lumet nos asesta con este enorme filme.
Lumet es uno de los grandes cineastas de nuestra época; su carrera está llena de clásicos y piezas de gran calado, que abarcan inclusive los últimos años del star system. especializado en la dirección de actores, sus trabajos son exigentes y muy profesionales, aunque usualmente no se sale de los parámetros del mainstream hollywoodense. Por ello The Offence es tan peculiar y distintiva.
Entre sus más notables piezas anteriores destacan su opera prima “12 angry men”, en la que nos adentramos en las sesiones de un jurado durante un juicio criminal; “Fail-Safe”, que podría describirse como la versión seria de la comedia negra “Doctor Strangelove” (Kubrick), “The Deadly Affair”, “The Pawnbroker”, etcétera. De su obra posterior, es difícil abstraerse de títulos clásicos, verdaderos indispensables en cada género: “Serpico”, “The Verdict”, “The Morning After”, “Family Business” (de nuevo con Connery), “Q & A”, “Critical Care”.
Del mismo modo que “Network” es un filme clave para entender la TV y los medios (y que pese a los años es de una actualidad rabiosa), “Power” hace lo propio para el tema de política y elecciones en EU. Y qué decir de “Dog Day afternoon”, tal vez la película definitiva sobre situación de rehenes, género en el que Lumet estableció un antes y un después aún no superado.
“Running on empty” es mi peli de Lumet; es la que más amo: Una pareja de exradicales sesentayocheros y rocanroleros (buscados por el FBI como fugitivos por la muerte de un velador durante la explosión de una fábrica de Napalm en las protestas de los 70 contra la guerra de Vietnam), viven a salto de mata con sus hijos, dos varones de 10 y 18 años, aproximadamente.
Los padres (Christine Lahti y Judd Hirsch, soberbios) usan alias y tienen empleos simples como cualquier ciudadano; los chicos van a la escuela y llevan una vida cotidiana y aparentemente simple de una típica familia pequebú del medio oeste suburbano estadounidense… Hasta que el FBI los vuelve a rastrear y entonces activan un elaborado plan de fuga para mudarse al siguiente sitio y repetir la charada. Pero el hijo mayor (el talentoso y malogrado River Phoenix, con la sensibilidad y corazón usuales) está a punto de volar por su cuenta. ¿Cómo lidiar con tamaño dilema?
alimañas
Nuestros gobernantes corruptos y los violentos narcos que nos ponen en riesgo cada día no llegaron de Marte: crecieron y se educaron entre nosotros, aprendieron a burlar las reglas en nuestros hogares y escuelas. Somos parte del problema y no lo aceptamos; nos rehusamos a asumir nuestra parte de responsabilidad y hacer algo al respecto, además de culpar a otros por nuestros problemas: el grito de “no fue penal” y la consigna de “fue el Estado” parten de esta misma falla grave de carácter… A propósito de enchiladas.§
Sobre las críticas del pejismo contra el frente amplio opositor por la supuesta unión ‘antinatural’ de izquierda con derecha (agua y aceite, dicen), cabría esta reflexión: Morena es un frente también puesto que contiene izquierda y derecha, ¿o me van a decir que Bartlett, Korrodi, Romo y Moctezuma son de izquierda? Claro que no.
La pregunta obvia es ¿entonces por qué el frente izquierda/ derecha que encabeza AMLO no les repugna como el de enfrente? Se trata de un argumento falaz.§
Hay todo un hervidero de encono e indignación de la arena pública acerca de los dineros gastados en la política, al grado tal que se ha planteado con seriedad acabar con el financiamiento público a los partidos. Cambiar nuestro sistema a un financiamiento predominante o exclusivamente privado no es en sí mismo un obstáculo grave; es factible dados los consensos necesarios… El único tema por aclarar es que dicha reforma no acarreará una mágica solución a nuestra democracia, simplemente cambiaremos un conjunto de problemas por otro distinto.
Ya nos pasó con las candidaturas individuales y es previsible que pase con cualquier otro ámbito de reforma. Dichos cambios son impulsados y vislumbrados como panaceas providenciales por sus publicistas, generando una exagerada expectativa.
La realidad es más prosaica; las opciones de técnica electoral se incorporan imperfectamente al edificio jurídico electoral mexicano y suelen generar un nuevo tipo de problemas asociados, que requerirán a su vez ajustes y revisiones posteriores. Se trata de una labor de Sísifo que nunca acaba.