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sábado 14 diciembre 2024

Simbología política retro

por Jorge Javier Romero

Los símbolos, para realmente serlo, deben ser construcciones complejas de la cultura humana. Se trata de abstracciones socialmente compartidas con significados precisos, inconfundibles. Puede tratarse de las pictografías de la identidad: la cruz para los cristianos, la media luna para los musulmanes o la estrella de David de los judíos; o pueden ser símbolos más abstractos aún, musicales -los himnos- retóricos o incuso ideológicos, como la idea de nación. El símbolo es una representación que condensa identidad y diferenciación.

Así, la primera acepción de símbolo nos lleva a eso que los diseñadores llaman identidad gráfica. La representación icónica con un vínculo convencional socialmente aceptado. Es el nombre representado para la identificación visual, es el origen de la escritura. Después están las fórmulas retóricas, los tópicos que representan identidad. Vale la pena echarle un vistazo a la construcción simbólica de la política mexicana actual, buena parte de ella proveniente de la primera mitad del siglo pasado.

En primer lugar, el PRI. Desde el origen, los revolucionarios triunfantes tuvieron a bien identificarse con la nación, como antes habían logrado hacer los liberales encarnados en don Porfirio. México era el PRI, era uno, aunque se toleraba marginalmente a los disidentes, como la iglesia católica toleraba a regañadientes a los disidentes evangélicos o, todavía con más dificultad, a los no cristianos. La simbología nacional sólo podía pertenecer a un partido, no era patrimonio de todos. Los otros eran vistos como extraños, como la antipatria, o como hermanos díscolos venidos a menos.

Así, el símbolo gráfico del Partido Nacional Revolucionario -abuelo del PRI- nunca pudo ser otro que la bandera nacional. La revolución no había tenido otra bandera que la nacional (y en el sur la Virgen de Guadalupe). El PRM, cargado de retórica socialista, mantuvo la identidad y el PRI heredó intacto el patrimonio simbólico familiar.

Así, el PRI ha sido el partido tricolor, aunque siempre sus detractores le han reclamado su apropiación de un símbolo de una identidad mayor. Durante décadas, sin embargo, todo México era territorio del PRI y, sobre todo, cliente, que es lo que le falta decir a Slim. El control ejercido por el PRI en el mercado político era similar al que hoy tiene el magnate de la telefonía, con efectos similares sobre la eficiencia y los precios relativos del servicio. Así, el PRI consideraba que tenía derecho a usar la bandera de México, como Slim a usufructuar la marca que representa simbólicamente a la compañía de Teléfonos de México, la telefónica nacional por antonomasia. El PRI y su uso de la bandera nacional no es más que un ejemplo más de apropiación privada de lo público, por más amplia que fuera la coalición política que gobernó sin competencia, con colusión monopolística, durante 70 años.

El PAN, en cambio, buscó otro símbolo ya claramente asociado. Si la bandera había acompañado en las guerras de las que surgió la nación, plebeya y patriota, los colores marianos representaban de inmediato al vínculo nacional originario: el catolicismo y la devoción a la virgen. El blanco de la bandera nacional es el virginal que representa a la religión como una de las tres garantías. La alianza primigenia de la que nació el PAN fue la construida entre el fundador Gómez Morín y el grupo que lo había apoyado -cuando sus integrantes eran estudiantes católicos de la Universidad Nacional- mientras ocupó el rectorado en 1933. La identidad simbólica primaria del PAN ha sido católica desde su origen; aunque no pudieran usar referencias religiosas en su nombre, lo hicieron en su representación gráfica.

Otros, los hermanos bastardos del PRI, buscaron construir símbolos novedosos, como el uso de un color pretendidamente nacional, el fucsia nombrado rosa mexicano en el caso del PPS, o la revolución originaria convertida en pétreo adefesio arquitectónico, solemne y pesado. La capacidad simbólica de ambos fue minúscula y efímera.

Los comunistas importaron símbolo, con la pretensión de apropiación de un significado de carácter internacional. De ahí que fueran en la política de la época clásica del PRI lo mismo que los judíos para los católicos mexicanos: te tolero pero no perteneces. La hoz y el martillo, representantes del trabajo físico, los instrumentos de los parias de la tierra, nunca se entendieron en México de otra manera que como la bandera de un país extranjero, lejano y hostil. Nunca llegó a ser, fuera de la secta, un símbolo de lo que pretendía representar. Sin embargo, entre los creyentes el arraigo del símbolo fue tal que les costó mucho trabajo renunciar a él. La identidad simbólica crea vínculos emocionales fuertes; los viejos comunistas -creyentes convencidos de su lucha por la igualdad y el socialismo representado por el reflejo ideal de la Unión Soviética- se identificaban fuertemente en la hoz y el martillo sobre el fondo rojo. Eran “los rojos” para todo el mundo, para bien y para mal, y luego resultó que para poder representar a alguien más que ellos en este país tenían que renunciar a la identidad sectaria, como si los primeros católicos hubieran hecho un compromiso que incluyera renunciar a la cruz.

La hoz y el martillo desapareció, pero la izquierda mexicana no ha logrado construir un símbolo propio, de amplia convocatoria. El sol azteca del PRD es excluyente. Tiene connotaciones raciales y centralistas. Lo azteca identificado con lo mexicano es un tópico vulgar, simplificador. Los caprichos políticos hicieron, además, que se volviera un símbolo sin gracia cuando impidieron que tuviera diversos colores, un tanto lúgubre en su evocación de la cultura de los sacrificios y el canibalismo ritualizado. Es una reminiscencia de la gráfica con estética del socialismo nacionalista de Diego Rivera, contemporáneos y epígonos, y del Taller de Gráfica Popular. Es una forma de entender México, heredera de los mitos construidos durante el porfiriato y radicalizados después de la revolución. No genera identidad entre las capas medias.

La estrella del PT es absolutamente sectaria. Nadie lo entiende, fuera de los que pertenecen al culto adoctrinado por el marxismo, que no por Marx. La retórica revolucionaria reducida a símbolo gráfico incomprensible para los infieles, inmensa mayoría. Estuvo presente en diferentes sectas de revelación marxista, sin que nadie entendiera lo que se pretendía. En otros tiempos, el Partido Socialista de los Trabajadores utilizó una estrella en perspectiva, constructivista, rodeada por un engrane. La pretendida simbología era tan rebuscada que nadie la entendía y en las comunidades rurales no era infrecuente que le dijeran “el partido de la corcholata”. La capacidad de construcción simbólica de aquellos genios de la política, grupo de donde proviene buena parte de la actual dirección del PRD, era discreta.

Democracia Social busco la identidad de la Internacional Socialista, la del PSOE o el Partido Socialista Francés. Un socialismo de programa e ideas pero de suaves estrategias. El antiguo puño socialista deja de ser amenazante y ofrece una rosa. En el intento de adaptación del símbolo original a la gráfica nacional, quedó una mano izquierda morena empuñando algo parecido a una sonaja de conchero. Funcionó un tiempo y nombró al objeto, que acabó convertido en el fallido Partido de la Rosa, con lo que el símbolo murió en la cuna.

Y nada más. Las identidades de la política mexicana de hoy son esencialmente retro. No hay capacidad de construcción simbólica en los políticos para nombrar gráficamente a los nuevos objetos de la realidad social y mover emociones. Tal vez ya no sea tiempo de símbolos, a fin de cuentas meras simplificaciones abstractas.

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