La infancia y la juventud son categorías históricamente construidas, que han sufrido importantes cambios en años recientes: del sujeto dependiente y dócil de la modernidad, el niño de nuestros días ha pasado a ser autónomo, demandante y superpoderoso: el nativo digital. Es importante mencionar cómo son formados por las representaciones vigentes sobre la infancia y recordar la función educativa de la publicidad a través de sujetos y conductas estereotípicas.
Si el desarrollo tecnológico incide en los modos de producción cultural, es necesario pensar cómo afectan estos procesos en la experiencia de los niños y jóvenes en la escuela, cómo se reconfiguran sus percepciones y visiones del mundo pero también qué posibilidades tienen de usar determinadas tecnologías en las aulas. En la escuela, la integración de medios y tecnologías puede ser una oportunidad para inventar nuevas prácticas y nuevos usos, ampliando y agregando sentidos a los habituales.
Un buen comienzo sería reflexionar sobre la atención, las nuevas formas de atención, la desatención y las nuevas tecnologías en tiempos donde la hiperconexión es la principal regla del juego. Inés Dussel 1 sostiene que si bien actualmente existe un evidente cambio respecto a la atención; hay que reconocer que la atención siempre cambió y eso es ininmutable. Todo el tiempo surgen estímulos que organizan nuestra percepción. En consecuencia, la atención tiene mucho que ver con las nuevas tecnologías, con los nuevos regímenes visuales y con las nuevas formas en que circulan las imágenes.
Para darnos cuenta de estos cambios, Inés propone mirar la historia: en el siglo XIX surgen la fotografía, el cine y la televisión. Y también nace la escuela moderna. En definitiva se despliegan nuevas formas de producir y reproducir imágenes. Lo interesante es que todas éstas maneras tienen que ver con “focalizar la atención”, y la escuela acompaña este proceso ya que si observamos con atención aparece la imágen de Comenio (el padre de la pedagogía, 1592-1670) del docente frente al aula, como la figura centralizada que expone ante los alumnos que escuchan y obedecen.
La autora recupera la pizarra como otra nueva tecnología de la atención, ya que se comienza a usar porque permite que todos los niños atiendan al frente al mismo tiempo; además posibilita calibrar “atención y movimiento”. Luego aparecen las láminas escolares y se comienza cada vez más a lo que Pestalozzi, pedagogo suizo, llamó educar la percepción: el profesor solicitando al alumno “dígame qué ve”.
Volviendo al cine, es importante recordar que este y la escuela parecen opuestos, de hecho en algún momento muchos reaccionarios lo criticaron porque argumentaban que con él llegaría la pérdida de valores morales, de buenos modales, etcétera. Aquéllas opiniones se parecen mucho a las actuales críticas preñadas de prejuicios frente a las nuevas tecnologías en las aulas: el temor de que van a robarse la atención de los alumnos, solapando el rol del maestro.
Para Dussel es imprescindible reconocer que ha cambiado la atención, de hecho el cine es una tecnología en desuso, lo de hoy son las computadoras personales, y aún más, las tabletas portátiles o los celulares.
De hecho cada quien elige lo que va a ver -a diferencia del antiguo y romántico programador de cine-; hoy se nos propone una atención fragmentada, dispersa y descentralizada; o en todo caso con otras centralizaciones mucho más móviles como son las redes sociales, por ejemplo. Por otra parte, Inés añade que “hacer muchas cosas a la vez” no es algo nuevo, sin ir más lejos las madres saben lo que es planchar mientras barren y atienden la puerta y cambian pañales y guisan el almuerzo y ven la novela; y además estudian y trabajan.
No obstante, la autora señála que existe una diferencia significativa respecto de otros tiempos: en cierta manera nos estamos acostumbrando a “estar” y “no estar” simultaneamente-. Imaginemos ahora mismo que quien lee esta nota también está espiando a su vecino en Facebook y arreglando una cita por WhatsApp, y además ve la Copa América por TV. Todo al mismo tiempo. Ahora también hay nuevos modos de “estar” y “no estar” en la escuela; simplemente porque ya no estamos del todo en ningún lugar. En algún momento eso lo hacían los jóvenes con el uso del walkman, o encerrándose en su habitación, o yendo al parque con sus amigos. Ahora “el vincularse a otros” está fuertemente atravezado por las tecnologías y anida nuevos problemas (por ejemplo los accidentes de coches por estar pendientes del celular) que habrá que revisar sin prejuicios.
Sería importante reflexionar y decidir libremente en qué momentos queremos estar conectados y en qué momentos no, con quienes y de qué manera nos importa realmente crear vínculos. Curiosamente Inés hace referencia a las juntas de los ejecutivos de Microsoft donde se sabe que no se admite entrar con celulares, ciertamente demandan la atención completa de sus trabajadores porque obviamente se juegan miles de millones de doláres en esas reuniones.
Para la autora es importante asumir que en estos tiempos de tanta dispersion también existe una fuerte concentración de la atención: un niño puede jugar 10 horas seguidas a los videojuegos, un joven puede pasar toda la noche viendo pornografía, o un adulto puede ver la temporada completa de su serie favorita en 24 horas.
Este es el mundo que existe y hay que reconocerlo, es importante ayudar a nuestros alumnos a que sean más felices y puedan hacer uso del universo real; eso significa incentivar el desarrollo de las herramientas que puedan serviles.
El universo de las prohibiciones quizá no sea la única opción ni la más uniforme. Tal vez la escuela debería retomar ciertas prácticas que no son tan usuales como ir al cine, crear un programa de radio… En un torbellino de imágenes que nos aturden constantemente, para Inés enseñar a nuestros alumnos la pausa y el detenerse es fundamental. ¿Cómo hacemos para que nos vuelva a conmover la realidad de los otros?, podríamos aprender a ver que detrás de cada rostro hay una historia que además tiene que ver conmigo –de una u otra manera-; la autora también propone trabajar con algunos videojuegos y acercarse a los niños e interpelarlos: ¿por qué te gusta ese videojuego? ¿Qué cuenta? ¿Cómo lo cuenta?, preguntas sencillas ayudan a detenerse y comprenderlo desde otro punto de vista.
Finalmente es imprescindible reconocer que el sensacionalismo es “el gran ordenador del caos de lo visual”, la dictadura de la imágen espectacular como la única que nos golpea y se nos acerca, la única que nos conmueve. Un golpe muchas veces estereotipado que nos invita a naturalizar el dolor. Para la escuela esa es una tarea muy importante que además puede estar vinculada a los objetivos de cada material, no es sencillo pero es posible.
En conclusión, si bien hoy cuesta más captar la atención de los alumnos en las aulas, una vez que lo logramos también hay mucho por ganar del lado de unos niños que al estar tan informados también están muy interesados, son jovenes despiertos y en movimiento, mentes abiertas. Por tanto, podemos aprovechar para abrir otros lenguajes que es lo que siempre ha interesado a la escuela.
Nos convoca la labor de habilitar nuevos modos para ayudar a revisar los saberes tecnológicos que niños y jóvenes reciben respecto de las TIC y, entre ellas, favorecer procesos que permitan disfrutar y apropiarse de obras de cultura y nuevos lenguajes, aprender a seleccionar y organizar el caudal de información disponible en la red, repensar miradas a las que se les asigna credibilidad sobre la base de nuevas búsquedas, quizás reorientando las ya transitadas.
Igualmente sería propicio volver a rescatar aquella imagen del maestro como Sol, que es la idea del maestro como figura de autoridad moral y, como modelo que media entre las deidades y el alumno, un rayo de luz, procedente del sol cósmico. La metáfora de Comenio nos hace pensar en la dignificación del oficio de maestro que pasa por su filiación solar, su iluminación interior, su perfeccionamiento espiritual, -y hoy también tecnológico-.