El eje articulador del discurso del candidato Donald Trump fue la mentira. Ésta se constituyó en parte fundamental de su éxito electoral. Los medios, sin darse cuenta, entraron a su juego y fueron utilizados. Hoy estos se preguntan qué deben hacer ante personajes como el nuevo presidente de Estados Unidos. La cobertura de la campaña de Trump y de su presidencia señala una época. Ahora se abre un nuevo espacio en la relación entre medios y poder.
La mentira
La gran prensa de Estados Unidos (The New York Times, The Washington Post …) documentó que a lo largo de la campaña presidencial del candidato republicano, de todo lo que dijo el 80% fueron mentiras. Era el tipo de datos y mensajes que quería oír su audiencia. Él se los dio. Trump inventa un mundo a su tamaño y conveniencia. De él habla como si fuera realidad. No le es relevante enfrentarse a la certeza del dato. Lo que realmente resulta irrelevante. La verdad es lo que imagina y no lo que existe. Es un personaje paradigmático de la época de la postverdad que ahora vivimos.
Las mentiras de la campaña siguen en la presidencia. Ese va a ser el patrón a seguir. No va a cambiar. A lo largo de los próximos cuatro años todos los días la prensa y las audiencias se van a enfrentar a esta realidad. Sus simpatizantes, que lo idolatran, darán por bueno todo lo que diga. A ellos, como a él, la verdad les incomoda. No les gusta.
Las dos mentiras con las que inica su mandato son que asegura que la audiencia en televisión y el número de personas que asistieron a su toma de posesión fueron las más grandes en la historia de Estados Unidos y del mundo. The New York Times y The Washington Post demostraron con números e imágenes, que para el caso de su país eran mentiras.
A pesar de la evidencia, no había lugar a dudas, el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, se sostuvo en la mentira y dijo refiriéndose a los medios que los “intentos para mermar el entusiasmo del día de la toma de posesión son una vergüenza”. Los periodistas en la sala de prensa no podían creer que el portavoz, haciendo el ridículo, sostuviera lo insostenible y se aferrara a la mentira.
En defensa del portavoz, la asesora de Trump, Kellyanne Conway, declaró en un programa de televisión que Spicer no había mentido sino solo ofrecido “hechos alternativos”. La prensa estadounidense y mundial registró el dato. Trump y su equipo construyen un mundo que no asume la realidad sino que inventan lo que quieren sea. Y si ellos lo dicen, aunque sea una evidente mentira, así es. No hay más. Son nuevos tiempos.
A lo largo de las primeras semanas de gobierno hemos podido constatar que un día sí y el otro también dice o escribe alguna mentira en sus tuits. La mentira, para él es un valor. Constituye parte fundamental de su estrategia política y de comunicación. Si se le confronta su reacción, no tiene argumentos, es el insulto.
El de Trump es un caso único en la historia de la política en Estados Unidos y en el mundo. Los políticos suelen ser opacos, esconder datos y decir mentiras, pero poner la mentira al centro, como columna vertebral del discurso, no se había dado nunca antes de esta forma. Estamos en presencia de un nuevo fenómeno de la política.
La prensa
Las mentiras de Trump han puesto en jaque a la prensa. En la campaña, sin proponérselo, se convirtió en caja de resonancia de las mentiras del candidato. Él sabía que con la mentira daba nota y que los medios no se iban a resistir a la misma. Los medios buscan la nota. Él se las daba. Ellos la difundían.
Ese juego perverso entre el candidato y los medios se dio en toda la campaña. Al final de la misma, algunos medios, ante la presión social, se han empezado a preguntar qué había pasado y cuál era su función en casos como éste. Y también qué debieron de haber hecho y qué es lo que ahora tienen que hacer frente a un Presidente mentiroso compulsivo.
El primero en reaccionar fue Facebook, la red con dos mil millones de usuarios, que ahora ha puesto en marcha una serie de mecanismos para detectar mentiras y evitar que se difundan en su red.
Ahora Google trabaja en un proyecto de confianza relacionado con importantes medios de comunicación en el esfuerzo de elevar los niveles de confianza y credibilidad de la información que pasa por esa plataforma.
La dirección de The Washington Post se ha propuesto durante el gobierno de Trump a hacer evidente, con pruebas, las mentiras del nuevo Presidente. Asumen que es problemático porque “no se sabe que están diciendo mentiras hasta que se dicen”.
En el diario, dice Martín Baron, su director, “tenemos intención de seguir emitiendo videos en directo de las ruedas de prensa (de Trump). Pero también tenemos intención de hacer un seguimiento inmediato. Hacemos verificación de hechos, por ejemplo”. (El País, 26.01.17)
Baron, a pregunta expresa de El País sobre si los medios durante la campaña dieron una cobertura excesiva a Trump, responde: “me preocupaba la cobertura de los canales de televisión, que emitieron mítines enteros sin interrupciones, así que tuvimos horas y horas de Trump haciendo toda clase de declaraciones, algunas de las cuales no eran verdad”.
Y añade que “eso me preocupaba porque no estaban haciendo lo mismo con Hillary Clinton, y no lo hicieron tampoco con sus rivales durante las primarias republicanas”. Trump, en los hechos, dando nota sensacionalista, a partir de las mentiras, captó la atención de los medios y éstos, sin quererlo, se sumaron a su campaña.
En el periodismo profesional y en los medios serios de Estados Unidos hay conciencia de que se requieren cambios en su manera de cubrir a los políticos como Trump. A pesar de su muy larga y sólida experiencia, no estaban preparados para hacer frente a un manipulador único y a un mentiroso compulsivo. No se habían enfrentado a un caso como este.
¿Qué sigue?
La estrategia de Trump en la campaña electoral y ahora en la presidencia obliga a los medios de Estados Unidos, también del mundo a replantear la cobertura noticiosa de este tipo de personajes. Si la nota es mentira, aunque sea nota en su concepción tradicional, no se le puede dar lugar. El medio no puede ser instrumento a uso del candidato o del presidente en turno.
Las grandes plataformas de la red digital y los medios más serios de Estados Unidos han reconocido sus deficiencias en la cobertura de la pasada campaña y han tomado en serio el reto que significa dar seguimiento a Trump. La nueva línea de trabajo es poner en evidencia las mentiras que diga el Presidente.
Los medios mexicanos deben trabajar en la misma dirección. Una línea es hacer evidente las mentiras de Trump sobre México. No simplemente cubrir lo que dice. Es, por ejemplo, imposible subir 35% el impuesto a las exportaciones de automóviles. La Organización Mundial del Comercio (OMC) sólo permite el 2.5%. Estados Unidos y México son socios de ese organismo. Eso no lo aclaran y nunca contextualizan la nota.
El periodismo de México debe dar seguimiento al trabajo de las grandes redes sociales mundiales y a los medios de Estados Unidos, para aprender cómo detectar las mentiras y ponerlas en evidencia. Los políticos mexicanos mienten con mucha frecuencia. En México este trabajo sólo lo hace, de manera sistemática, una sección del periódico digital Animal Político.