El mito es insostenible: los ciudadanos del Distrito Federal no son el electorado más sofisticado del país. Durante décadas se sostuvo el dogma político de que los capitalinos contaban con niveles educativos y una riqueza cultural que los hacía los votantes mexicanos más conscientes, mejor informados y más complejos en su toma de decisiones electorales. No más.
Los ciudadanos del DF fueron alabados por analistas políticos hasta rayar en la idealización. Se argumentó que la presencia de los Poderes de la Unión, así como la concentración de los principales medios, de la máxima casa de estudios y los centros culturales y artísticos hacían del capitalino un mega zoon politikón: sumamente informado, analista consumado de las realidades públicas y sabio discernidor temido por candidatos incompetentes.
Si bien es cierto que hay aspectos de dicho análisis que siguen siendo sostenibles, también habrá que señalar que gran parte de la politización del electorado defeño no ha avanzado por los caminos precisamente más sanos o transparentes.
La luminosidad de nuestras universidades y de nuestros museos de nivel mundial se ve opacada –y en ocasiones apagada, como en la huelga del 99 en la UNAM– por agentes no oficiales que también educan políticamente y que han marcado la cultura del capitalino. Enumero algunos de ellos.
Nuestra ciudad también es sede de algunos sindicatos de los que nadie puede estar orgulloso, de ejércitos de movilización electoral numerosísimos, de grupos de choque y conglomerados de manifestantes políticos profesionales, que se suman a todas las causas y hacen suya toda bandera (mediante el debido pago). En un porcentaje mucho mayor al de cualquier otra entidad, el electorado capitalino está compuesto de ciudadanos que se desarrollaron políticamente en ambientes clientelares ajenos a los valores de la democracia.
El resultado lo padecemos día con día. Los miembros de la Asamblea Legislativa del DF son tan duchos que en 2007 otorgaron la Medalla al Mérito Policial a una persona que hoy se encuentra en la cárcel por extorsión. Además, la reciente polémica sobre el predialazo evidenció una realidad preocupante: el alza desmedida del impuesto avanzó con aprobación unánime, sin que ninguno de los asambleístas se preocupara por el bienestar ciudadano.
¿Se puede seguir calificando como el electorado más sofisticado del país a quienes han refrendado en la jefatura de gobierno un proyecto que ha probado sobradamente su incapacidad de avanzar en materia de seguridad pública, de transparencia? Un elector realmente crítico hubiera utilizado una de las más efectivas herramientas de la democracia: el sufragio que apuesta por la alternancia.
Es comprensible que un votante marcado por la política del subsidio, haga suyo un proyecto cuya propuesta en desarrollo social es, sencillamente, regalar cosas y crear opciones de entretenimiento.
El estado de la ciudad, sus desmejoras, sus estancamientos, la avasallante inseguridad, las preocupantes amenazas que pesan sobre nuestro futuro público, evidencian que la permanencia del proyecto perredista en la ciudad de México tiene sus raíces más firmemente ancladas en el clientelismo y la aplanadora de las maquinarias electorales que en la vocación democrática de los capitalinos. Nadie puede elegir vivir así. Por lo menos, no desde la democracia.
Analista político.
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