La frontera del libro
¿Son los medios de comunicación agentes de continuidad o de ruptura entre el pasado y el futuro? Hoy todo está revuelto, ésa parece ser la consigna ante el derrumbamiento de estructuras y la emergencia de nuevos modelos en casi todos los terrenos de la humanidad. Los expertos nos explican que hemos pasado de la jerarquía a la redarquía, salimos del paréntesis Gutenberg, dejamos atrás la era de la manufactura y entramos a la era de las ideas. Un medio parece ser el operario del cambio cuando en realidad los medios aparecen como la necesidad de comunicar de una nueva forma a una sociedad que cambia.
Echaré mano de una metonimia para tratar de ejemplificar. Hemos pasado de la materialidad del papel a la imagen en la pantalla, podemos incluso jugar con la idea social, estirando el tropo, de que el contrato nupcial ha quedado relegado a un estatus en una red social. El libro, como tal, es un objeto medieval, es el medio que hace tangible el orden del conocimiento. Podemos pensar en el libro como evento culminante en la cultura medieval antes de que fuera la primera invención del mundo moderno; así, el libro impreso puede ser visto como un agente de la continuidad de la cultura que coadyuvó a que los pueblos participaran en actos extraordinarios de coordinación, cooperación e integración social.
Algunos teóricos distinguen dos tipos principales de tecnologías de la comunicación: vinculadores de tiempo, materiales duraderos, como pergamino, arcilla y piedra, que facilitan la persistencia de los mensajes a través del tiempo, y por lo tanto la resistencia de la tradición y la costumbre social. El otro tipo vinculadores espaciales, que consiste en materiales más ligeros como el papel de la prensa, la película de celuloide y los transistores, facilitan la extensión de los mensajes a través del espacio, y por lo tanto la administración de los territorios habitados por poblaciones distantes. Una sociedad estable depende de un equilibrio adecuado entre los conceptos de espacio y de tiempo.
Baste decir que gran parte de la obra del mundo en la era de la imprenta ha sido fundamentado sobre estructuras rígidas que sustentan el poder y la autoridad. Es por ello que su símbolo característico es un recipiente que llamamos libro y que almacena y preserva el conocimiento estableciendo en una versión duradera, única, cuya fijeza crea orden y sentido. ¿Pero qué pasa si el tiempo corre más aprisa y la comunicación, gracias a soportes ligeros, altera el espacio y con ello al discurso, y el discurso detona constante la estructura que se vuelve flexible, rizomática, donde los cambios ya no necesariamente provienen de arriba o de abajo? Son simultáneos la interacción colectiva y los mensajes volátiles y veloces.
Los libros hoy son archivos electrónicos digitales, signos provisionales hasta que, desde una nube, el autor, el editor o el lector lo corrigen, lo actualizan, lo subrayan, alterando la idea del original. El libro electrónico se desborda al romper las fronteras de sus tapas y yuxtaponerse con el diccionario, con el apunte wikipédico, al fugarse al blog intertextual. ¿Dónde quedan las fronteras de un libro?
Si las fronteras del libro son hoy las del libro de arena de Borges, es entonces la nueva Universidad un jardín de senderos que se bifurcan.
Universidad sin fronteras
En su nuevo libro Crear o morir, Andrés Oppenheimer compara la situación de América Latina y su rezago en la innovación y la educación. El periodista destaca que, en la actualidad, la prosperidad de los países depende cada vez menos de sus recursos naturales y cada vez más de sus sistemas educativos, científicos y sus innovaciones. Reconoce que el obstáculo más grande en nuestros países es la excesiva regulación estatal y la falta de capital de riesgo para financiar proyectos de innovación. Concluye que “El principal motivo por el que no ha surgido un Jobs en nuestros países es que tenemos una cultura social -y legal- que no tolera el fracaso. Los grandes creadores fracasan muchas veces antes de triunfar. En Silicon Valley ocurre una peculiar aglomeración de mentes creativas de todo el mundo, que llegan atraídas por el ambiente de aceptación a la diversidad étnica, cultural y hasta sexual”.
Si, como Oppenheimer afirma, son los lugares fértiles para la innovación aquéllos donde “…florecen las artes, las nuevas expresiones musicales, donde hay una gran población gay, donde hay buena cocina, además de universidades que pueden transformar la creatividad en innovación… los lugares donde florece la innovación por lo general glorifican el talento, más que el dinero”. Entonces la rigidez no puede ser el camino.
El libro Crear o morir nos advierte que en la próxima década veremos inventos tecnológicos más revolucionarios que todos los que ha producido la humanidad desde la invención de la rueda, simplemente nos dice que un indígena en el sur de México o en el altiplano de Bolivia con iPhone tiene acceso a más conocimiento del que tenían el presidente de Estados Unidos o la NASA hace dos décadas.
Lo que a Oppenheimer le falta comentar es la relevancia de la inteligencia emocional presente y necesaria para la capacidad de autoconocimiento, para la gestión del pensamiento crítico y la profundidad de análisis, también ingredientes fundamentales de la creatividad. Existe una gran preocupación por la capacitación del profesor en el terreno tecnológico, en la aceptación al cambio de entorno, al uso de las nuevas plataformas, pero parece quedar de lado toda esta necesidad que conlleva la formación del ser humano desde la perspectiva emocional; se habla mucho del ciudadano de los talentos éticos, pero existe poco énfasis en el desarrollo personal que se requiere para reconocer aquello que nos aqueja como sociedad y poder ser personas autogestivas. Si el cambio de paradigma requiere emprendimiento y liderazgo, este último emana de seres humanos que se preocupan por el autoconocimiento, por la gestión y la dirección de sus pasiones.
A los pertenecientes a mi generación (la generación X, por tomar el nombre que los sociólogos nos han dado) nos es muy difícil comprender que ya existen impresoras 3D que permitirán la manufactura de casi cualquier cosa, desde zapatos hasta órganos vitales; robots que pueden operar como sirvientes, secretarias y hasta servidores sexuales; un ecosistema que conectará a las cosas entre ellas (Internet de las cosas), donde nuestros objetos se conectan entre sí para servirnos sin que nos percatemos, al estilo de “Los Supersónicos”. Así las cosas, dejaremos de preocuparnos por lavar o cocinar y nos concentraremos en tomas de decisiones más sofisticadas.
El célebre pedagogo Sir Ken Robinson, como el mismo Oppenheimer, nos cuenta de modos distintos cómo es que la escuela que agoniza se inscribía en el “modelo prusiano”, del siglo XVIII, que tenía como propósito adiestrar para formar manufactureros. Nos dicen que hoy educamos líderes y creativos, debemos fomentar el desarrollo del pensamiento crítico, el pensamiento creativo y el liderazgo; las causas son dos: la primera, la eminente muerte de la era industrial y la lamentable realidad de que no hay trabajos, por tanto debemos fomentar la autogestión y el emprendimiento. Sin entrar en la polémica política, creo que es evidente que la convulsión estudiantil de hoy en día obedece a la muerte de dicha rigidez y a la incertidumbre por un modelo que se reformula con base en la prueba y el error. Sin certeza hay mayor libertad, pero también se incrementa la ansiedad, la depresión y la inseguridad personal.
Aquélla es la única objeción que tendría con Oppenheimer y su libro, que analiza de modo brillante la necesidad de insertarnos en el esquema que suponga el impulso a estudios de ingeniería, al fomento de leyes fiscales que amorticen el error y que incentiven al empresario a equivocarse en aras de seguir emprendiendo. El periodista señala que tanto el miedo al fracaso como la falta de espacios minan la creatividad y el impulso de nuevos proyectos. Creo que no está de más hacer énfasis sobre la necesidad de educar las emociones y las capacidades y destrezas relacionadas con la comunicación oral y la capacidad narrativa, sabemos, como lo he mencionado en otros artículos, que los neurólogos señalan las bondades de estos talentos para la sociabilización, la empatía, la persuasión y la comprensión del propio devenir humano.
La nueva Universidad, sobre todo la privada, deberá ser un traje a la medida de las posibilidades, talentos y requisitos del estudiante; si bien el temor era en los inicios que la educación se hiciera virtual, la escuela privada deberá justificar su costo ofreciendo un servicio acorde al estudiante, las universidades son, cada vez más, sitios de experimentación y deben procurar una experiencia grata para sus estudiantes.
Especulan las tendencias que así como Jobs o Gates solo acudieron a cursos sueltos que les ayudaran a consolidar sus empresas, el nuevo estudiante deberá llegar a la carrera con un negocio en mente, establecerá su tira de materias conforme a esta idea y no a la inversa. ¿Suena como un Disneylandia? En efecto, la experiencia de educación superior privada es cada vez más un servicio sofisticado donde se instruye, pero donde se fusionan restaurantes, cafeterías y todo un centro de reunión que privilegie la sociabilización. La pregunta es si eso trivializa la educación y la respuesta, como siempre, depende del estudiante. Nos es imposible impedir en un mundo de comercio que el mall no nos alcance. Flip In The Class, Online Education y Blending Education son términos que se utilizan en nuevos formatos que van desde la educación virtual; el salón invertido, que plantea que el maestro exponga a través de videos que se ven en casa y que en el salón de clases funja como asesor para el desarrollo de proyectos; la última modalidad es la hibridación, la que seguramente imperará en las universidades privadas.
La Universidad también pierde las fronteras y se sale de los márgenes, como el nuevo libro; quizás eso es lo que causa convulsiones, educamos a creadores que deberán manejar tecnología con pericia. Para ser competitivos se requiere de talento científico e innovación que procure patentes importantes, dignas de ser exportadas. Formamos líderes y eso suena bien, pero una triste verdad es también que buscamos emprendedores que no solo autogestionen parte de su educación, sino que también sean capaces de inventar negocios que empleen a estos nuevos egresados. El reto es imposible sin el desarrollo de personas conscientes y capaces de conocer y manejar sus emociones; imposible si no se desarrolla a personas lo suficientemente maduras para llegar a la universidad con un proyecto en mente; impensable sin la capacidad creativa y el análisis crítico que requieren por fuerza el autoconocimiento, la responsabilidad personal y, antes que nada, tiempo, mucho tiempo. El primer enemigo es la velocidad que mina la conversación interna, la observación cuidadosa y la disección profunda que requiere todo buen análisis.
Las ideas no se ven, pero existen los medios tecnológicos que las transmiten, las comparten, las trastocan, las agrandan o las enturbian, pero antes hay un procesador que las pensó, que requiere de toda la capacidad de razonamiento, sensación, conciencia, análisis y contextualización para que dicha idea cobre vida y cambie al mundo.