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jueves 26 diciembre 2024

Identidad de las radios comunitarias

por Alfonso Gumucio-Dagron

Hace 60 años nacieron las primeras radios comunitarias en América Latina. Podemos discutir cuál fue la primera, y no sería un debate del todo estéril porque permitiría abordar las preguntas que a mi juicio son la más importantes actualmente: ¿qué es una radio comunitaria? ¿Cuáles son los criterios que permiten identificar a una radio comunitaria?

La aventura pionera de José Joaquín Salcedo
Cronológicamente hay evidencia de que la primera radio comunitaria rural fue Radio Sutatenza, instalada por el cura José Joaquín Salcedo Guarín en el pequeño poblado de Sutatenza, Colombia, en 1947. Salcedo era, para su época, un pionero de la comunicación. Llegó a ese pueblo de ocho mil habitantes cargado de un proyector de 16 milímetros para ofrecer a los feligreses algo que nunca habían visto: cine. Un mes después regresó con un pequeño transmisor de radio de 90 vatios que su hermano había armado artesanalmente. Por encima de la tecnología, Salcedo tenía una visión de la comunicación: creía en el diálogo como un proceso indispensable para reflexionar sobre los problemas de los campesinos, de manera que ellos mismos pudieran encontrar las soluciones.

Al inicio no había en la comunidad muchos radiorreceptores portátiles, pero la audiencia de Radio Sutatenza creció rápidamente. En 1948, la corporación General Electric donó 100 receptores de radio y un transmisor de 250 vatios. La empresa de los Estados Unidos apoyó a la emisora en años subsiguientes, con la donación de un transmisor de mil vatios, 150 radios más, una nueva antena y accesorios. En 1949, los programas culturales y educativos de Radio Sutatenza comenzaron a transmitirse en un radio de mil kilómetros.

¿Era Radio Sutatenza una radio comunitaria en 1947? Probablemente sí, aunque en realidad no surgió como una demanda de la comunidad sino como una iniciativa personal del cura Salcedo. Los equipos de transmisión le pertenecían y, sin duda, eran utilizados para su misión evangelizadora. Sin embargo, durante el tiempo que funcionó en Sutatenza, podemos decir que la radio estaba al servicio de la comunidad y, por lo tanto, era una emisora comunitaria, aunque las decisiones sobre el contenido de la programación no las tomaba la comunidad.

El problema con Radio Sutatenza es que no duró mucho como radio comunitaria. Su rápida expansión, el crecimiento de su potencia de transmisión, la intervención de empresas como General Electric, fueron en parte alejando a la emisora de su inicial vocación comunitaria. Pero lo que realmente determinó el cambio fue la decisión del propio Salcedo de convertir a Radio Sutatenza en una radio educativa.

Radio Sutatenza se trasladó a Bogotá y para cubrir nuevas regiones sumó otros transmisores a los ya existentes. De ese modo se convirtió en la emisora de mayor potencia en Colombia, cubría otras ciudades impor tantes como Cali, Barranquilla, Magangue y Medellín. Salcedo se encontraba a la cabeza de uno de los programas radiales de educación de adultos más grandes del mundo. En su momento de mayor influencia, la organización contaba con mil asalariados. Los fondos para su funcionamiento procedían de grupos de la iglesia católica de Alemania y de otros países europeos. Más adelante obtuvo el apoyo de instituciones de financiamiento como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

La emisora pasó a formar parte de Acción Cultural Popular (ACPO), creada para expandir las actividades de educación a distancia y proporcionar a ocho millones de adultos de las áreas rurales de Colombia un programa de capacitación basado en cinco ejes: salud, alfabeto, números, trabajo y espiritualidad. Más tarde, en 1990, la red entera fue comprada por la Cadena Caracol.

Radio Sutatenza fue víctima de su propio éxito. Se convirtió muy pronto en una enorme red de radio educativa, a nivel nacional, y abandonó los principios que caracterizan a las radios comunitarias. Apenas tres años después de haber sido creada, ya no funcionaba en Sutatenza sino en Bogotá, y su programación se producía de manera centralizada, sin participación comunitaria de ninguna clase.

Camilo Torres -el sacerdote y sociólogo que luego se hizo famoso al unirse a la guerrilla- condujo en 1960 una evaluación de las Escuelas Radiofónicas (ACPO) y señaló que el programa era demagógico y dañino para los campesinos. La controversia entre Salcedo y Torres se hizo enconada; Torres acusó a Salcedo de ser un anticomunista “ciego y ridículo”, argumentando que las campañas de Radio Sutatenza contra el comunismo incitaban al odio y a la violencia.


Radios mineras de Bolivia
Comparemos ahora a Radio Sutatenza con la experiencia de las radios de los trabajadores mineros de Bolivia, que surgieron a partir de 1949. Hay testimonios que afirman que Radio Sucre, creada probablemente en 1945 ó 1947, era ya una radio comunitaria; sin embargo, al no tener evidencia de ello, vamos a tomar 1949 como punto de partida, cuando los trabajadores mineros crearon la primera radio comunitaria en el distrito minero de Catavi.

Se ha escrito mucho sobre las radios mineras de Bolivia, de modo que no tiene sentido repetir nada de lo anterior. Hay que recordar que éstas son radios que fueron instaladas por los propios trabajadores, quienes financiaron su mantenimiento donando un día de su salario. Son radios que funcionaron en los propios campamentos mineros, en estrecha vinculación con los sindicatos. Mientras en otras radios comunitarias de la región la comunidad tenía “acceso” a las emisoras, en las minas bolivianas los trabajadores tomaban decisiones sobre la programación y sobre otros aspectos. No eran simples “invitados”, sino los legítimos dueños de las emisoras.

Inicialmente, las estaciones mineras tenían objetivos modestos. A través de las radios mineras se anunciaba todo aquello de interés para la comunidad: llegada de cartas, anuncios de fallecimientos, convocatorias a reuniones sindicales, eventos deportivos y culturales… Las radios se convirtieron en referencias centrales en los centros mineros, y su importancia crecía en momentos de crisis política nacional, pues a través de ellas se expresaba la voz del sector de trabajadores que sostenía la economía de todo el país. En efecto, ese 4% de la población activa de Bolivia, generaba la riqueza minera que garantizaba el desarrollo y la estabilidad del país.

Hacia 1970, cerca de 25 radios mineras estaban en funcionamiento, todas ellas creadas por iniciativa de los propios trabajadores.

Cada vez que se produjo un golpe militar, las radios mineras estuvieron en la vanguardia para luchar por el restablecimiento de la democracia. Por ello fueron ocupadas militarmente, sus equipos secuestrados, sus dirigentes apresados o asesinados. En ocasiones de crisis política, funcionaban como una red, compartiendo la señal y solidarizándose unas con otras. Cuando se produjo el golpe militar de Luis García Meza en 1980, el ejército clausuró todos los medios de difusión en las principales ciudades de Bolivia. Durante varias semanas, las únicas informaciones provenían de las radios mineras. Los corresponsales extranjeros las captaban desde Lima o Buenos Aires para elaborar noticias sobre lo que sucedía en Bolivia. Por ello se convirtieron en objetivo militar de los golpistas. El ejército se desplazó hacia los centros mineros y las fue acallando una por una, a pesar de que las mujeres y los niños las rodeaban haciendo cadena con sus cuerpos para que el ejército no penetrara.

Hay grabaciones estremecedoras de esos días, donde los locutores de las radios mineras avisan que el ejército se aproxima, que ya se escuchan los disparos, y cuando una emisora es silenciada, otra que todavía no ha sido atacada, toma el relevo.

La dimensión local de las radios mineras fue siempre lo más importante para ellas, pero no debe desestimarse el papel que cumplieron en tiempos de crisis política como medios de información con influencia nacional, aunque sin sacrificar su carácter comunitario.

Las características de participación, apropiación del proceso de comunicación, autofinanciamiento, pertinencia cultural y social, y otras, hacen de las radios mineras verdaderas radios comunitarias, cuya trayectoria se extendió a lo largo de seis décadas. Todavía quedan algunas cumpliendo esa función, pero la mayoría dejó de existir cuando la minería boliviana declinó en los años 80, y dejó de ser el principal rubro de la economía nacional.



La pregunta principal
Los dos ejemplos, el de Radio Sutatenza y el de las radios mineras de Bolivia, son emblemáticos para discutir un tema de la mayor actualidad: ¿qué es lo que define a una radio comunitaria?

En 2007, cuando el fenómeno de las radios comunitarias se ha extendido por todo el mundo, esa pregunta es más que nunca antes de suma importancia. Ahora tenemos más de diez mil radios “comunitarias” en América Latina, y varios centenares en Asia y en África. El gobierno de la India autorizó a fines del 2006 la creación de radios comunitarias en ese país de más de mil millones de habitantes. Ese hecho puede cambiar la comunicación en toda el Asia.

Pero entonces, ¿cuál es el problema más importante que enfrentan las radios comunitarias en el mundo? El principal problema es una falta de definición, y una gran fragilidad porque su identidad está en riesgo.

Bajo el paraguas de “radios comunitarias” se ampara hoy en día cualquier cosa. Son consideradas, erróneamente, como tales miles de radios privadas locales, radios confesionales, radios de ONGs, radios públicas, radios municipales, universitarias, etcétera.

Por ejemplo, las 22 radios que creó el entonces llamado Instituto Nacional Indigenista, o las que creadas por el gobierno de Evo Morales, son radios públicas del Estado, pero no son radios comunitarias, porque la propiedad de los equipos y el financiamiento son estatales. Estas radios cumplen una función importante, sin duda, pero no son radios de la comunidad, aunque podrían llegar a serlo algún día.

Otro ejemplo: centenares de radios de radios rurales y locales que no pertenecen a las comunidades sino a individuos o a instituciones privadas. Aunque algunas cumplan un papel importante en las áreas rurales y suburbanas, no son radios comunitarias porque su propiedad no es colectiva. Aunque sirvan a las comunidades, las decisiones sobre programación, sobre el personal, sobre los equipos, etcétera, no está en manos de la comunidad. La mayoría de estas emisoras son “cajas” que solamente transmiten música todo el tiempo, en espera de negociar la licencia obtenida con el mejor postor.

Un tercer ejemplo: miles de radios confesionales, sobre todo de sectas evangélicas, están proliferando en África, Asia y América Latina, y se amparan bajo el rótulo de radios comunitarias. A diferencia de las radios católicas que en América Latina cumplieron una labor social y cultural, las radios evangélicas son emisoras de proselitismo religioso, que dividen y alienan a las comunidades. No son radios participativas, de ninguna manera, sino la punta de lanza de intereses religiosos y económicos que escapan a la voluntad de las comunidades rurales y urbanas.

Un cuarto ejemplo son las emisoras municipales que surgen en el marco de los procesos de descentralización y autonomía. En España son varios centenares, y cumplen una función importante. Son radios que alientan ciertos niveles de participación de la comunidad, pero pertenecen al poder municipal y, en última instancia, dependen de las decisiones políticas de los alcaldes.

En resumidas cuentas, las radios realmente comunitarias, aquellas en las que se da un proceso de apropiación de la toma de decisiones y de los procesos de comunicación, no son tantas como se dice.

¿Por qué vivimos semejante confusión? En buena parte, porque hemos sido muy lentos en dotarnos de una legislación adecuada. Un par de décadas atrás el tema de la legislación no era importante, o por lo menos no era urgente, en la medida en que no se contaba con un contexto favorable. En muchos casos, las radios comunitarias sobrevivían a pesar de las agresiones de las dictaduras militares o de los gobiernos autoritarios.

Hoy la situación ha cambiado, y tenemos nuevas formas de autoritarismo, por ejemplo en Brasil, Guatemala o en Chile, donde el nivel de tolerancia para las radios comunitarias es muy bajo. En Brasil, 67% de los diputados y senadores son dueños de radios, y ellos mismos legislan para impedir que las radios comunitarias obtengan licencias de funcionamiento. Cando esas licencias se otorgan es bajo condiciones humillantes: las radios comunitarias tienen prohibido tener transmisores de mayor potencia, incluir publicidad o, a veces incluso, están impedidas de transmitir noticias y comentarios sobre temas de actualidad. En Guatemala las frecuencias son rematadas al mejor postor, lo que contribuye a la mayor concentración de los medios de difusión en pocas manos.

Hay países que tratan de desarrollar un marco legal que proteja y estimule el crecimiento de las radios comunitarias, pero generalmente los gobiernos se enfrentan a las presiones de los propietarios de medios, que no desean ninguna competencia. De ese modo, las legislaciones son a veces precarias, castigan a las emisoras comunitarias en lugar de protegerlas y carecen de criterios claros para definirlas.


Tres criterios principales
Es muy difícil ponerse de acuerdo en definiciones académicas sobre la radio comunitaria, y es por eso que en las leyes vigentes y en los proyectos que se manejan, existe un vacío que da lugar a que bajo el paraguas de “radio comunitaria” se ampare cualquier proyecto, aunque en realidad sea contrario a los intereses de las comunidades.

Ante la imposibilidad de contar con una definición, he sugerido en varios ensayos que se establezcan al menos los principios y los criterios esenciales para distinguir los diferentes modelos de radios locales: privadas, confesionales, municipales, institucionales, públicas, universitarias y comunitarias.

Los tres criterios mínimos, esenciales, que contribuyen a distinguir a las radios comunitarias de las demás, son estos:

1.Participación y apropiación

2.Pertinencia linguística y cultural

3.Desarrollo de contenidos locales

La participación se refiere a la apropiación del proceso de comunicación. Incluso si los equipos pertenecen a una institución benévola, si las decisiones sobre la programación y la estructura de la emisora no las toma la comunidad, entonces no estamos hablando de una radio comunitaria. Cuando decimos participación no nos referimos a una ventana de “acceso” ocasional para la comunidad, sino de una participación directa.

La pertinencia linguística y cultural es fundamental. Una emisora que no opera de acuerdo a la cultura local y que no toma en cuenta la lengua que habla la comunidad, no puede servirla adecuadamente. Sería un implante exógeno, no una radio comunitaria.

Si una radio no desarrolla contenidos locales que son relevantes a los intereses sociales, políticos, económicos y culturales de la comunidad, no puede considerarse que aporte al desarrollo de la misma. Muchas radios “comunitarias” se limitan a emitir música todo el día.

Existe, obviamente, mucha resistencia a que la legislación sea específica sobre los criterios que identifican a las radios comunitarias, porque hay demasiados intereses en juego. Si se aplicaran sólo los tres criterios mencionados más arriba, las radios evangélicas no podrían acceder a las frecuencias reservadas para las radios comunitarias, ni otras radios cuya propiedad es institucional y no comunitaria.

Si no encaramos a tiempo este tema, estaremos cada vez más sumidos en generalizaciones y oportunismos que desvirtúan la razón de ser de las radios comunitarias.

Autor

  • Alfonso Gumucio-Dagron

    Especialista en Comunicación para el desarrollo. Desde 1997 forma parte de la inciativa "Comunicación para el Cambio Social" que promueve la Fundación Rockfeller.

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