A mediados de 2017 publiqué un libro titulado 2018: ¿AMLO presidente? (Grulla), en el que hacía dos pronósticos generales: A) que Andrés Manuel López Obrador ganaría la elección, algo que hoy, a toro pasado, parece evidente, pero no lo era en ese momento, y B) la otra prospectiva era la más importante y tenía que ver con cómo sería su gobierno. Siempre insistí en que se trataba de buenas metas, deseables y benéficas. Me parecieron adecuadas, pero utópicas por dos razones: 1) las quería llevar a cabo en un solo sexenio, cuando esos procesos llevan décadas, y 2) si no había correspondencia entre medios y fines en cada una de esas políticas, las cosas no sólo no funcionarían bien sino que resultarían contraproducentes. Es que las premisas de las que partía estaban lejanas a la realidad y muy cercanas a la fantasía, como ya lo hemos podido comprobar. Reproduzcamos algunos segmentos de ese escrito.
Enfrentamiento: “(AMLO) no lidia con los demás partidos, no porque detenten distintos programas e ideologías al suyo propio y con quienes eventualmente podrían encontrarse algunos puntos de coincidencia en ciertos temas, sino porque en realidad se trata una élite perversa, responsable de todos los males del país, a la que hay que derrotar no sólo electoralmente sino políticamente de manera estructural y completa. No hay margen para el diálogo, la negociación, el acuerdo con esa mafia porque ese solo hecho implicaría una traición al pueblo”.
La idea era también crecer al 6 por ciento en promedio frente al mediocre 2 por ciento del periodo neoliberal, así como siete millones y medio de empleos formales nuevos. Para ello se requería mucha mayor inversión privada, pero desde el principio hizo justo lo contrario: espantarla con sus ocurrencias, sus amenazas, sus cambios de señales, su incumplimiento de la ley y sus promesas falsas.
Sobre la austeridad comenté: “Se trataría de una política de solidaridad de la alta burocracia hacia el pueblo a quien se supone que sirve (en lugar de servirse de él, como en realidad ocurre). Eso permitiría reducir la distancia y el resentimiento de la ciudadanía hacia la clase política (…) Tendría un gran valor político, siempre y cuando, claro, no se llegue al extremo en que los recortes impidan u obstruyan a las distintas instituciones gubernamentales realizar adecuadamente sus objetivos”, como de hecho ocurrió.
En cuanto a la “revolución de las conciencias”, dijo: “No vemos otra salida que no sea la de renovar, de manera tajante, la vida pública de México; y ello implica, sobre todo, impulsar una nueva corriente de pensamiento sustentada en los valores de la dignidad, la honestidad y el amor a nuestros semejantes”. Lejos de eso, prevalece el discurso del odio, la descalificación de todo disidente, la calumnia, que ha acentuado justo lo que se quería atemperar.
Corrupción e impunidad: “En la revolución moral que (AMLO) propone habrá ciudadanos honestos, altruistas y felices, por lo cual los funcionarios no robarán porque serán también parte de esa revolución moral, y por ende esencialmente honestos. No necesitarán de la amenaza del castigo legal; simplemente no les nacerá hacerlo a partir de su virtud moral”.
A ello contribuiría su propia honestidad y la de sus correligionarios, pues “debemos evitar no caer en los vicios de la mayoría de los partidos políticos, a los cuales sólo los mueven las ambiciones personales y no el interés general…. Sólo estoy sugiriendo que (Morena) deberá ser diferente a los (partidos) existentes; si no, ¿para qué hacerlo?”. Y yo decía que “el problema de nuevo, es que tales intenciones no se corresponden con la realidad histórica”.
En cuanto a la impunidad, vino la oferta de no tocar al gobierno saliente a cambio de permitirle un triunfo de terciopelo: “A los integrantes del grupo en el poder, que a pesar del gran daño que le han causado al pueblo y a la nación, no les guardamos ningún rencor, y les aseguramos que tras su posible derrota en 2018 no habrá represalias, persecución o destierro para nadie”. Muchos asumimos que Enrique Peña Nieto aceptó y de ahí su envidiable tipo de vida sin preocupación alguna. Si acaso, habría peces menores como en otros sexenios; ningún cambio sustancial. Así pues, a la mitad del camino al parecer todo indica que, en efecto, las fantasías de AMLO cedieron a la realidad y que sus proyectos en general, lejos de prosperar, han resultado contraproducentes. Y eso no va a cambiar ya.
@JACrespo1