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miércoles 06 noviembre 2024

Heberto Castillo, escritor

por Germán Martínez Martínez

Heberto Castillo fue un polímata. Como ingeniero civil se refiere que inventó la tridilosa, un sistema de construcción con acero y concreto que logra una estructura ligera y ahorro de material. Fue también profesor universitario —con muchos estudiantes, incluyendo célebres ingenieros dedicados a otras tareas como el historiador Enrique Krauze y el dramaturgo Vicente Leñero— así como pintor aficionado. Se le recuerda sobre todo como político pues fue fundamental en la creación del Movimiento de Liberación Nacional (MLN), el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) por el que fue diputado, del Partido Mexicano Socialista (PMS) del que fue candidato presidencial en 1988 y del Partido de la Revolución Democrática. También fue parte —en su calidad de senador perredista— de la comisión de legisladores que coadyuvaron para negociar con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, además de haber destacado años antes en el Movimiento estudiantil de 1968.

Castillo Martínez (1928, Veracruz-1997, Ciudad de México) publicó cientos, si no es que miles de páginas. Fueron textos de diferentes tipos, aunque —aparte de los de ingeniería— estaban con frecuencia dedicados al análisis y la denuncia política. En México abundan académicos que desprecian no sólo los libros recopilatorios de colaboraciones periodísticas —adjetivo que usan derogatoriamente— sino también aquellos volúmenes escritos para integrarse a la actualidad política. Una porción de su crítica es atendible: es improbable el desarrollo sistemático de un argumento sustantivo y perdurable en textos de ocasión, sean breves o extensos (aunque hay autores excepcionales que lo logran). Sin embargo, el drama es que —como en las artes— buena parte de la producción académica tampoco alcanza la trascendencia, ni sus libros son argumentaciones originales o reveladoras, ni siquiera sólidas para pesar de quienes se refugian en parapetos metodológicos. En las artes son indispensables la experiencia vital, el talento con el medio específico y la disciplina en el propio trabajo que lleven al creador a desarrollar una visión; en lo intelectual hace falta curiosidad, conocimiento e inteligencia, que probadamente ni un doctorado ni el autodidactismo garantizan. El camino está en otra parte y es en tal orden de exigencia que cabe leer a Castillo para descubrir si, junto a sus demás prendas, también fue escritor.

Castillo con otros líderes políticos. Fotografía El Universal.

Hay varios libros de Castillo —como su Historia de la Revolución mexicana (1977) y recopilaciones de su periodismo político— pero uno en particular lo acercó a la literatura: Si te agarran te van a matar (1983). Castillo describió los textos del libro como “relatos”. Algunos se habían publicado en la revista Proceso y en el periódico El Universal, otros eran inéditos. Suman 14 textos. Presentados sin orden cronológico y todos de carácter autobiográfico, el conjunto esboza un trayecto que va desde la formación del MLN hasta poco después de la Matanza del Jueves de Corpus, incluyendo cuando Castillo estuvo preso en Lecumberri como consecuencia del 68.

Una cara importante —presente en distintos textos— es la relación de Castillo con Lázaro Cárdenas. Así, recordó viajes por Guerrero acompañando al general, repartos incumplidos de tierras y que “Cárdenas escuchaba mucho y hablaba poco”. Sobre la temporada en que trataba de evitar su captura por los cuerpos represivos del gobierno de Díaz Ordaz, Castillo compartió que “a mi familia la ayudaba el general Cárdenas a través de amigos suyos” y cuando el expresidente lo visitó en su escondite: “me invitó a vivir en su casa, aquí o en Jiquilpan, podíamos estar mi familia y yo a salvo”. Fue en ese encuentro que Cárdenas le dijo: “Si te agarran, te van a matar”. Sobre su posterior privación de libertad Castillo consignó: “la dirección del penal promovió el ataque de cientos y cientos de presos comunes en nuestra contra [los presos políticos]”, así como los problemas que experimentaban, siguen viviendo y continuarán enfrentando los presos pobres —en contraste con los ricos— y que probablemente ahora también padecerán miembros de otros estratos ante la todavía mayor degradación del sistema judicial que impulsa el actual gobierno mexicano y su continuación a partir de octubre de 2024.

Castillo asignaba a estos relatos una motivación indiferenciable de las razones de los artistas: “todos los relatos fueron consecuencia de una necesidad vital. Quiero decir que no pude dejar de hacerlos, tenía que hacerlos”. Y les adjudicaba un afán de “verdad”: “mi brújula inseparable en el quehacer científico y político ha sido esa preferir siempre la verdad […] Andar tras de la verdad es la más hermosa de las empresas. Y quizá la más difícil[, pero lo guiaba la esperanza.] Escribir con verdad la historia hoy es posible”. Hacia el final del prólogo se declaraba a favor de una “verdad colectiva”. En el que quizá sea el mejor de los relatos —que cuenta cómo enfrentó un grave problema al inicio de su carrera como ingeniero— también escribió: “entendí entonces, antes de empezar mi vida política, que decir la verdad es mejor siempre”. La literatura, ¿está hecha con algún tipo de verdad como los sugeridos por Castillo?

Edición actual del libro del ingeniero Heberto Castillo.

Es reveladora la llaneza con que Castillo registra su aceptación de un elemento significativo de la ideología posrevolucionaria: “fui a las escuelas oficiales en donde me enseñaron otra versión de la historia […] aprendí a querer a mi patria y a desear que las riquezas de su suelo fueran para los mexicanos y no para los extranjeros”. Asimismo —como tantos otros mexicanos— daba por hecho la importancia y acierto de la Constitución, lo que también es parte del discurso priísta del siglo XX y del morenista del XXI (hoy éste busca justificar la sobrerrepresentación de partidos gubernamentales en el congreso, según Sheinbaum, porque así lo establecería la Constitución sin controversia). Castillo escribió: “se me acusa en suma de ser un mexicano defensor de la vigencia de la Constitución de 1917. Y yo me declaro culpable”. Su nacionalismo llevaba al ingeniero a concebir de esta forma las cosas: “Los mexicanos que viven en Mexicali y Tijuana, están en permanente lucha defendiendo nuestra soberanía nacional, nuestras tradiciones y costumbres, asediados a cada momento por la penetración económica, cultural y política del poderoso vecino del norte. Es de las poblaciones más mexicanas en cuanto a la actitud de sus habitantes”. El nacionalismo de Castillo no difería en lo básico de ciertos gobernantes priístas, ni del del presidente López: es su compartido nacionalismo revolucionario.

En el prólogo de Castillo hubo también espacio para expresar algo sobre sus concepciones políticas. Definía la “sociedad socialista” como “aquella en donde los medios e instrumentos de producción y cambio son de propiedad social” y su convicción sobre “la necesidad y urgencia de la toma del poder por [los trabajadores], para hacer la revolución, violenta o no, que transforme radicalmente las estructuras económicas, políticas y social de la nación”. El esquematismo de la orientación política del libro se revelaba hasta en la contraportada de la edición original de la editorial Océano, en que se leía que Castillo era “vituperado por los enemigos de la clase trabajadora” por haber “impugnado”, decía el anónimo autor del texto, “la política entreguista al imperialismo norteamericano y a la oligarquía criolla”. Pero a partir de la simplificación de lo social y político también se construye lo estético.

¿Tienen carácter literario los relatos de Si te agarran te van a matar? ¿El cúmulo de años está convirtiendo al libro —como diría el criterio de esos académicos intrascendentes que mencionaba— en sólo un documento histórico que va perdiendo significado para los no especialistas? Los textos de Castillo no son centralmente literarios, pero tampoco ajenos a la literariedad. Su perdurabilidad tiene varias razones. La prosa de Castillo tiene algo de telegráfica, es pragmática, pero funcional para la narración y revelación de su personaje. Un defecto en los relatos es la falta de pericia en el manejo del tiempo: los saltos no sólo resultan inefectivos, sino que confunden (la tipografía o el interlineado lo habría resuelto en la edición original). Sin embargo, tampoco se trata de “fuentes” con interés sólo para historiadores: su legibilidad trasciende su momento —al menos hasta ahora— y pueden concitar interés directo. Además, coinciden otras características: la sensibilidad de Castillo ante lo que observaba y la efectividad retórica de los izquierdistas. La pobreza queda capturada en que una niña india de Chiapas, “en su regazo trae, amorosa y tierna, un pedazo de ladrillo recocido” como si fuera una muñeca o la literalidad de una invitación en que se le aclara: “No ingeniero, si se lava usted las manos no habrá agua para el café”.

Heberto Castillo, profesor en la UNAM, fue parte del Movimiento de 1968.

En la narrativa de Castillo hay hallazgos fruto de experiencias extremas, como sobrevivir en pedregales o su manera de experimentar el tiempo en Lecumberri: “Algunos me preguntan para qué quiero reloj en la cárcel. No lo sé. Aquí no hay horas”. Más que magnificar observaciones puntuales puede valorarse la coherencia de los textos y la solvencia del conjunto: en vez de requerir conocimiento del contexto, los relatos se explican mayormente a sí mismos, atinan al desarrollar su circunstancia a pesar de su general brevedad. En el texto “El principio” hay también aventura: un accidente cuando Castillo apenas se esforzaba en la creación de su primera organización política: los demás tripulantes de un coche mueren y él salva la vida saliendo trabajosa y lentamente de un cuerpo de agua, para desencadenar en el futuro tantos acontecimientos en México (probablemente hoy Castillo sería crítico del actual régimen autoritario que se afianza, pero no es ajeno a su llegada al poder). Castillo concluía: “aquella noche fue el principio”.

En la portada del Si te agarran te van a matar de Océano, el caricaturista Naranjo presentaba a Castillo con un mandil del PMT y un cinturón bien abrochado sobre él, mostrando en su mano izquierda un periódico y cargando al hombro lo que podría ser un fusil que —por obra del dibujante— era una enorme pluma, el arma de Castillo Martínez. Heberto como hombre pleno era inaprehensible en modelos de comportamiento ordinario. Sus relatos —disponibles ahora en una edición de Miguel Ángel Porrúa de hace pocos años— revelan a un hombre y su visión de las cosas, como sucede con la literatura. Así el lector tiene acceso a alguien con ideas políticas insuficientes pero entregado a ellas con la mayor coherencia que le era posible. Ante la incomprensión de que no se dedicase a explotar su tridilosa y estuviese, en cambio, actuando desde sus organizaciones políticas, Heberto Castillo afirmaba en su Si te agarran te van a matar que “luchaba contra los opresores del pueblo mexicano porque amaba a mis semejantes, a mis hermanos, no por odio a los opresores”. En la sustancia de tal afirmación y sus caminos se cifra lo literario del libro, lo vital de alguien crucial para la izquierda mexicana y, llanamente, una persona clave.

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