Este texto fue publicado originalmente el 14 de junio de 2016, lo abrimos de manera temporal.
“¿Acaso no solemos comportarnos con demasiada arrogancia, al extremo de erigirnos en fiscales, jurados y jueces, todo a un tiempo, de personajes de nuestra vida pública?”, preguntó, hace casi 40 años, Manuel Buendía, en relación a la tendencia de los periodistas y medios de comunicación de dejar de ser un servicio para convertirse en un poder. De erigirse en un tribunal mediático.
Como él, otros especialistas han señalado la facilidad con la que desde los medios se acusa y se sentencia, con el impulso de la suspicacia y la necesidad de la exclusiva noticiosa. O bien, de alguna animadversión que hace asumir el ataque a ultranza o la defensa acrítica de una causa, con todo lo justa que pueda parecer. Dicha faceta es la contraparte de otra, igualmente deplorable: la de la prensa servil ante el poder.
Este fenómeno de los medios convertidos en jueces, que etcétera denomina “el tribunal mediático”, es materia del libro del mismo nombre, escrito por tres especialistas.
Alejandro Colina Fajardo, Juan Manuel Alegría y Angélica Recillas, coordinados por Marco Levario Turcott, nos hablan del “tribunal alterno” y sus numerosas aristas. El tribunal mediático. La crisis de la prensa militante en México, gira en torno a casos concretos en que medios y periodistas se han salido de cauce, al dejar de ser observadores e informadores de los procesos políticos y sociales para volverse partícipes o instigadores de los mismos.
Al dejar que sus simpatías o antipatías lo rijan, un medio caerá en “la omisión e incluso la distorsión informativa en aras de impulsar a uno de los actores”, señala el libro. Esto resulta inaceptable, porque “transgrede el derecho a la información de los ciudadanos, a quienes se les toma como masa de maniobra con el objeto de minar la credibilidad del otro, en este caso el enemigo de la causa”.
OHL-Infraiber, caso emblemático
Los autores de esta obra presentan de manera informada y equilibrada, un conjunto de casos en que la prensa erigida en tribunal ha influido en algún proceso mediante la toma de postura, al margen de lo que la autoridad judicial tuviera que decir. Un sector de la prensa que el libro llama también “prensa militante”.
Destaca la cuidadosa revisión que hace Angélica Recillas del caso Infraiber-OHL, en el capítulo “Cuando los medios se erigen en tribunales”.
Enfrentado a la evidencia que presenta Recillas, encontrará el lector que la conclusión es inevitable: un bloque de medios sostuvieron una cobertura noticiosa sesgada a favor de Infraiber, al replicar acríticamente sus comunicados. La investigadora señala que este caso es “un ejemplo emblemático de la tendencia de los medios a erigirse en tribunales paralelos”. Explica que el seguimiento “ha documentado el manejo sesgado que de este caso ha hecho un sector de la prensa conformado por Reforma, Aristegui Noticias, Proceso y Sin Embargo, y en menor medida, La Jornada y Animal Político”.
En el prólogo, Marco Levario Turcott señala que etcétera “ha dado cuenta puntual de cómo el tribunal mediático conformado por este sector de la prensa enfiló persistentemente toda su batería contra la constructora española…Desde el principio de este litigio, dicho tribunal mediático ha sentenciado culpabilidades sin más asidero que la consigna”.
Recillas aborda además el llamado “Caso Narvarte” y su terrible manejo en medios, así como la actuación de Ciro Gómez Leyva en varios casos que un comportamiento similar al de un “fiscal”.
Medios y construcción de escándalos
En el capítulo “El poder del escándalo”, Alejandro Colina nos habla de la capacidad que tienen los medios para construir percepciones que calen en el imaginario del público; escándalos basados muchas veces en difamaciones y calumnias.
Nos brinda un recuento pulcro y disfrutable de dos casos norteamericanos bien conocidos: el Watergate, raro ejemplo de un escándalo mediático “correcto” y con buenos resultados. Y nos habla de su contraste, el escándalo Clinton-Lewinsky, cuyo único objeto fue exhibir la vida privada de un presidente, sin justificación periodística alguna, bajo un precario disfraz de preocupación moral.
Respecto a México, Colina nos habla de la percepción que muchos medios fabricaron en torno a la fallida estrategia del combate al narcotráfico del presidente Felipe Calderón. Nos recuerda que la expresión “los muertos de Calderón” se insertó de manera irreversible en la mente colectiva y asegura que esta percepción fue mucho más determinante en la derrota del PAN en el 2012, que una auténtica fortaleza del PRI.
Dice Colina: “No se puede sostener (que en el sexenio de Peña) la violencia ha disminuido. Sin embargo “los muertos de Calderón” y “la guerra contra el narco” quedaron como improntas del sexenio anterior. Fueron su icono simbólico…que tuvo un peso de primer orden en la decisión electoral del 2012”.
El autor señala que “el poder de los medios puede contribuir al proceso civilizatorio o marchar en su contra”. En favor, cuando se destapan casos bien documentados de corrupción o de injusticia. En contra, cuando meramente se explota la espectacularidad sin aportar nada al entendimiento de la realidad. Y cierra el capítulo llamando a continuar con el “debate del poder del escándalo mediático”, debate que apenas empieza y que debe ser público.
La responsabilidad periodística
En el capítulo “Medios serviles al poder y jueces impunes”, Juan Manuel Alegría analiza los extremos que el trabajo informativo presenta con frecuencia: por un lado el servilismo al poder económico o político, por otro, la falta de respeto a la vida privada o a la presunción de inocencia que marca la ley.
Además, Alegría nos trae a la memoria el ataque que Ricardo Ravelo hizo en contra de Marco Levario Turcott en 2013, luego de la publicación del libro El periodismo de ficción de Carmen Aristegui para poner de manifiesto que, a varios años de distancia, Ravelo no pudo comprobar su afirmación de que la obra fuese parte de una campaña de desprestigio en contra de Aristegui, pagada desde Los Pinos.
Ravelo “no ha vuelto a decir nada sobre este asunto”, ya que quizá, “leyó el libro y se dio cuenta que estaba equivocado en su percepción sobre Aristegui… no lo sabemos”, escribe.
Destaco de este capítulo la reflexión sobre la caricatura política. Es en este género en el que más fácilmente se cae en el insulto. “Sin esperar a la decisión de un juez, sin admitir la presunción de inocencia, un imputado es enjuiciado en un dibujo con sus rasgos alterados para parecer torvo o sombrío y con un injerto de rata peluda”, ejemplifica.
También nos refiere que el intento de hacer un periodismo ético es algo que en México tiene varias décadas pero que aún ahora hay muchos que se resisten a ello. Y cita al respetado periodista Víctor Roura: “Si la prensa hablara con mayor veracidad de la prensa, los medianos periodistas, que abundan en demasía en el medio, se difuminarían darwinianamente por una impecable selección (ahora sí) natural”.
El tribunal mediático. Alejandro Colina, Juan Manuel Alegría, Angélica Recillas. Compilador: Marco Levario Turcott, Editora Periodística y de Análisis de Contenidos, 2016.