—Hombres sin verga, a mí no me encantaría entra en un ejército si no tuviera verga,
para qué luchar entonces
—¿Por oro?
—He pasado la vida entre soldados ¿Cómo crees que gastan el oro?
—Familia
—No sin una verga
—Tal vez al final todo es cosa de vergas
Game of Thrones episodio 7 temporada 7
La utopía es el más hermoso momento patológico de una sociedad normal que aspira a la felicidad. La desdicha es que cada grupo al no experimentar los mismos deseos, inventa sus propias utopías. Las utopías ajenas nos agreden. Por suerte la guerra puede preservarnos de ellas y hacer triunfar la nuestra que es la adecuada.
Es más, los deseos nos dominan y por más que nuestra cortesía, nuestras máscaras culturales y nuestro deseo de civilidad lo oculten, inventamos tramas, rituales, escondites para dejar que el deseo oculto dentro de la fachada de un caballo de Troya termine por salir de este corazón nuestro que sigue siendo animal.
En su magnífico libro How Stories Work and Why We Tell Them John Yorkie nos dice que: “Cuando las restricciones sociales se remueven, la ausencia de identidad provoca que el animal interno se desboque” Así, protegidos por una carrocería maldecimos al conductor de al lado que bien podría ser Santa Teresa, o escondidos tras la pantalla de nuestra red social, respondemos y nos revelamos como no lo haríamos frente a frente.
El fenómeno es más agudo cuando en la intimidad de mi recámara, oficina, sala… le presto mi mente a una narrativa en la que acepto a entrar, un mundo de fantasía que permite que las pulsiones eróticas o violentas, restringidas en los ámbitos sociales, salgan a flote y me permitan, como dirían los griegos, la curación que deviene de la catarsis.
Utopía y acontecimiento
Aquél no lugar donde el espíritu, que señalara Moro, es un sitio donde todo ser se encuentra en perpetuo bienestar. Todo es perfecto y nada le preocupa. Pero Boris Cyrulnik, el neurólogo psiquiatra experto en resiliencia, sabe que la mente humana requiere del acontecimiento para ser feliz. Un suceso que irrumpa en el bienestar agónico e induzca a la maravilla o al horror. Sin acontecimientos, nos morimos de tedio, eventos que nos obliguen a luchar por un deseo, en cualquiera de sus terrenos principales: el sexo, el territorio o el hambre.
George R. R. Martin, David Benioff y D. B. Weiss, lo sabe muy bien y es por eso que construyen un mundo de fantasía que oscila entre el tabú sexual, la guerra por el poder y la conquista del territorio. Un trono no es más, ni menos, que el trofeo que se gana o pierde en este juego de vida y muerte.
¿Pero es GOT una utopía?
Evidentemente no puesto que la paz es aquello que hace falta, sin embargo, se trata de un espacio fantástico medieval que nos regresa a los sueños de infancia, a los cuentos de dragones y princesas. Pero como adultos llenos de fantasías nuestra mente anhela erotismo, tabú y violencia. La trama nos sorprende, las escenas son extremas, se juega con el único tabú que queda vivo en una sociedad tan permisiva: el incesto. Nuestra condición de hombres modestos impide que usemos la violencia para disentir, así, aplastados por conductores insensibles o jefes odiosos en GOT se puede salir a cortar la cabeza de quien se opone a nuestros deseos.
La nostalgia, nos dejó dicho Zigmut Bauman, es un sentimiento de pérdida pero también un idilio con la fantasía. El mundo global vive una epidemia de nostalgia, las utopías de futuro nos decepcionaron y por ello GOT es una retropía que nos devuelve el anhelo de un lugar libre, donde el poder es accesible para el valiente, la magia anda suelta, se vive en la excitación del peligro. Como en una red social, todos somos en principio iguales y es el osado, el estratega logra distinguirse en el centro de sus contactos, la muerte, como en “Games of Thrones”, es la pérdida de popularidad, a diario mueren y nacen celebridades emergentes, efímeras.
El poder legendario de las bestias míticas, como el lobo o el dragón simbolizan el resurgimiento del poder primitivo, el resurgimiento de la magia que agoniza ante la mordaz tecnología. El trono de hierro es la marca de la disputa, aquello que nos demuestra que todo poder es transitivo, inestable, se arrebata con violencia o con el sesgo disimulado de la violencia encubierta del ser social. Por tanto este trono hecho de espadas es la narrativa que recuerda las muertes sobre las que , momentáneamente se sienta un héroe, una forma de memento morí, para no olvidar la fugaz ostentación de la fuerza. Al tiempo que nos ilustra que el codiciado poder es simple un abismo que se abre hacia la inevitable corrupción.
Retropía e incesto: la nostalgia del origen
Matthew Walther crítico de The Week considera a GoT una serie de pornografía ultra violenta, un desdichado desfile de “decapitaciones y violaciones entre hermanos”
Los tres personajes más importantes, Jon Snow, Daenerys Targaryen y Tyrion Lannister, son herederos ilegítimos, injustamente privados de sus derechos de nacimiento: rebeldes, bastardos, un desgraciados que rompen el código moral de la sociedad, a partir de la usurpación seguida por el incesto y el engaño. El secreto de las historias es que las dos casas más importantes que unieron su sangre produjeron una figura profética: un loco.
La nostalgia no puede ser mayor, menos aún el miedo al otro; anhelo de la propia sangre, exclusión del ajeno. Incesto como transgresión, como protección y consuelo, incesto mítico como el de los dioses primigenios: Issis y Osiris; Gea y Urano; Zeus y Hera.
Todo instinto secreto, todo deseo contenido emerge ante la pantalla, revitalizados, purgados apagamos el televisor para reanudar, al día siguiente la vida civil en espera de que un dragón, un enano o una princesas envuelta en pieles nos conecten de nuevo con el Wasteros que llevamos oculto muy dentro en el corazón de nuestro origen.