domingo 05 mayo 2024

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por etcétera

Cuando los arqueólogos del futuro encuentren un fósil digital con un enlace a los mejores libros de 2020 según Babelia, sabrán que en el gran año de la covid ningún libro sobre la pandemia se coló en el palmarés pero triunfaron títulos que retratan bien la sociedad del momento. Por un lado, el reconocimiento de la literatura escrita por mujeres es rotundo: las novelistas y poetas ocupan seis de los primeros diez puestos de la lista, incluido el principal, que es para Sara Mesa con Un amor. Por otro lado, La era del capitalismo de la vigilancia, de Shoshana Zuboff, sobresalió en meses en que —por ocio, por negocio y por telenegocio— nos volcamos en la vida digital mientras Los europeos, del inglés Orlando Figes, y Otoño, de la escocesa Ali Smith, hicieron lo propio en el año en que se consumó el brexit.

Oportunamente, el Madrid de Andrés Trapiello retrata la historia pasada de una ciudad que vivió semanas desbordada por el coronavirus mientras la salida de Poeta chileno, de Alejandro Zambra, coincidió con el jubiloso referéndum constituyente en Chile. Por su parte, Las malas, de Camila Sosa, y Casas vacías, de Brenda Navarro, serían, desde la ficción, buenas lecturas complementarias para el debate feminista sobre transexualidad y maternidad. Finalmente, la ciencia ficción filosófica de Ted Chiang en Exhalación serviría para evadirse —es un decir— de un mundo en el que, como en M. El hijo del siglo, un novelón sobre Mussolini, cada día se usa más la palabra fascista. Para todo los demás, es decir, lo que queda del año: Rachel Cusk, o sea, Despojos. Por Javier Rodríguez Marcos.

Un amor

Sara Mesa.

Decía mi admirada Flannery O’Connor que pedirle a un escritor que hable de su escritura es como pedirle a un pez que dé una conferencia sobre natación. A menudo, cuando me preguntan por el sentido de mis libros, por cuestiones interpretativas o compositivas complejas, recuerdo esta afirmación y, si no fuese porque resulta maleducado, diría, con toda mi humildad y sinceridad: “Yo qué sé”. Apelar al misterio de la escritura puede sonar un poco místico —y quizá sea una manera de escurrir el bulto—, pero admitamos al menos que sí hay una buena dosis de misterio en la génesis de un libro, como la hay en el fenómeno de su lectura, tan imprevisible.

Un amor es una novela misteriosa para mí. Surge, de hecho, de un sueño recurrente —con toda la ambigüedad que conlleva el mundo onírico—, de historias escuchadas hace muchos años y de imágenes que me asaltaron de pronto, sin explicación aparente —goteras en una casa, un perro atado a una estaca, el sonido de la lluvia en el tejado de un cobertizo, una mujer espiando los movimientos de la furgoneta de un hombre—. Con todo eso, hace años, empecé a construir una historia que no sabía bien dónde me llevaba. Tardé mucho y cometí muchos errores, aunque también algún acierto que me impedía desistir y tirarlo todo a la basura. Cogí y solté la novela varias veces, entre medias escribí otras cosas. En mi editorial tuvieron una paciencia infinita conmigo, puesto que un día lo veía claro y al siguiente pedía que se olvidaran de lo dicho —­gracias, Jorge Herralde, Silvia Sesé, Isabel Obiols, por no matarme—. Al final, después de dar muchos rodeos absurdos, llegué a una especie de calma resignada, una especie de paz. Qué novelita enclenque, pensé, pero al mismo tiempo, para animarme, me agarré a una de las reflexiones de la protagonista: “No se llega al blanco apuntando, sino descuidadamente, mediante oscilaciones y rodeos, casi por casualidad”.

Y luego, casi por casualidad, esta novelita enclenque empezó a engordar; es decir, a ser leída, interpretada, compartida, amada y seguramente odiada. Sentí sorpresa y agradecimiento ante tantas lecturas —la ramificación de mi trabajo—, aunque también el famoso síndrome del impostor, de la farsante, pues este 2020, tan complicado y duro por muchas razones, ha sido también un año de excelentes libros.

Un amor no es una novela de amor y sin embargo se titula así porque amor es la palabra más manoseada del mundo. La confusión que origina el título, la posible decepción o desconcierto que ocasiona en los lectores, es buscada. Si en los grandes almacenes colocaran el libro en el apartado de novela romántica, me sentiría muy feliz, porque sería como activar una pequeña bomba en sus anaqueles. Entonces, si no se trata de un amor convencional, ¿a qué amor me refiero? ¿Qué significa este título?

En relación con el significado de los sueños, Eugène Ionesco decía: “La mayor parte de las personas, cuando intentan contar sus sueños, los interpretan, los explican, los hablan, intervienen. El sueño es una historia o una situación que se debe contar de la manera más desnuda o que solo se debe describir. No se deben contar los sueños, hay que intentar describirlos; el sueño no es discurso, es imágenes”. Yo me agarro a esta dualidad discurso/imagen del mismo modo que a la idea del pez conferenciando sobre natación. No deseo inmiscuirme en una labor que no me corresponde. Quizá no es mi papel ofrecer interpretaciones ni respuestas tajantes como quien desvelara la solución de un acertijo. Escribí Un amor como quien emprende una búsqueda y así me gustaría que fuese leído..

La madre de Frankenstein

Almudena Grandes

Almudena Grandes es un alud sentimental y narrativo. Y si La madre de Frankenstein es el mejor de sus Episodios de una guerra interminable algo tendrá que ver el hecho de que en los personajes femeninos se perfilan mujeres decididas (para bien o para mal), de independencia intelectual contrastada, que no titubean para ser lo que soñaron. Y ahí está la enfermera María y hasta la parricida Aurora Rodríguez Carballeira y su víctima, su hija Hildegart, diseñada para ser arquetipo de la nueva mujer republicana. La identificación emotiva es fuerte, sensación que refuerza Germán, psiquiatra que regresa a España para trabajar en un manicomio de mujeres, espacio-tiempo donde reflejar el terror con el que el nacionalcatolicismo pintaba los pardos años cincuenta. El resto, pura marca Grandes: buenos diálogos y mejores tramas, destilados con menos alambiques. Grandes ha dejado, como nunca, jirones de piel (personal, literaria) en este monstruo.

Los europeos

Orlando Figes. Traducción de María Serrano Giménez

Lo que Orlando Figes hace en Los europeos es reconstruir las líneas maestras que permitieron que, hacia 1900, en el Viejo Continente la gente leyera los mismos libros, escuchara la misma música o disfrutara de las mismas obras de arte, que fijarían además el canon de la alta cultura. El historiador sigue las vidas del escritor Iván Turguénev y de la cantante y compositora Pauline Viardot, que tuvieron una larga e íntima relación, y del marido de esta, Louis Viardot, crítico de arte y periodista, para mostrar cómo con la expansión del ferrocarril se produjo una primera globalización que instauró hábitos cosmopolitas. El libro levanta un apasionante siglo XIX que revela la enorme ebullición de ideas y de iniciativas creativas que marcaron las vibrantes y complejas señas de identidad de Europa.

Confía en la gracia

Olvido García Valdés

Hay algo vivo y a la vez mineral en los nuevos poemas de Olvido García Valdés (Asturias, 1950). Por eso al releerlos nunca están donde los dejamos; crecen e inquietan. ¿Qué es? ¿La respiración? ¿El deseo? ¿La soledad exigente con que enlazan sensorialidad y extrañeza para explorar cada pliegue? Se entretejen en ellos lecturas y animales, generaciones diversas en fiestas con globos, memoria, fantasmas, música, tiempo, luz. Forma y tonos libérrimos en los que caben el 15-M, el Brexit y la convicción de que envejecer es bueno. Líneas de un diálogo interior que ocurre en ráfagas de intensidad, cuando alguien con mucho visto y sentido elige confiar en lo benigno para encenderse e invitarnos: “… toma / el mundo por cuerpo, decía, como un ciego / el bastón, respira ahí como si fueras todo…”.

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