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viernes 18 octubre 2024

El canto circular de Adán Medellín

por Germán Martínez Martínez

La celebridad es veleidosa. Adán Medellín (Ciudad de México, 1982) es un escritor que ha recibido una cascada de premios, pero no es punto de referencia pública de la literatura mexicana contemporánea. Esto último no es indispensable, ni los criterios del estrellato literario son necesariamente estéticos o fácilmente discernibles. Basta dar un vistazo a fotografías de ciertos perfiles en redes sociales para entender el porqué de miles o millones de seguidores. No pasa igual en la literatura —o las demás artes— y no es porque sean campos “subjetivos”, no lo son, a pesar de nutrirse de subjetividades. El reconocimiento es huidizo, aunque algunos lo alcancen, merecida o injustamente. Mario Vargas Llosa —quien no podría ser más célebre— ha escrito: “los premios, el reconocimiento público, la venta de los libros, el prestigio social de un escritor tienen un encaminamiento sui géneris, arbitrario a más no poder, pues a veces rehúyen tenazmente a quienes más los merecen y acosan a quienes menos”.

En México ha ocurrido una multiplicación de premios literarios, hay una batería de ellos patrocinados, generalmente, por instituciones gubernamentales. Con El canto circular, Medellín ganó el Concurso Nacional de Cuento Sueño de Asterión en 2013, convocado —con el financiamiento del INBA, es decir con impuestos cobrados a los ciudadanos— por el Instituto Literario de Veracruz, una “empresa cultural” que ese mismo año publicó la colección de cuentos. Aun antes de su primer libro, Medellín había ganado el Premio Nacional de Relato Sergio Pitol, en 2007, con el cuento “El canto circular”, que daría nombre a su ya mencionado segundo libro. Diez años después de la publicación original de los relatos de El canto circular, Ediciones del Lirio lanzó, en septiembre de 2022, una segunda edición del libro que fue presentada recientemente en la Feria Internacional de Libro de Minería 2023.

La nueva edición de El canto circular de Adán Medellín.

Prácticamente cada libro de Medellín ha sido objeto de un premio. Los cuentos de Vértigo (Instituto Mexiquense de Cultura, 2010) fueron publicados a través de una convocatoria. Continuando en la veta del cuento, publicó Tiempos de furia (Ediciones B, 2013), el mismo año del multipremiado El canto circular. Con los cuentos de Blues Vagabundo (Lectorum, financiado por el INBA, 2018) ganó el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2017. Su cuento “Tiburones”, todavía no recopilado (lo que habla del cuidado que Medellín pone en el armado coherente de sus libros), ganó el Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo 2019. Con Acéldama (Universidad Autónoma de Sinaloa, 2020) obtuvo el Premio Nacional de Novela Élmer Mendoza 2019. Gracias al Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2019 publicó El cielo trepanado. Sobre Hospital británico de Héctor Viel Temperley (INBAL, 2019). En 2020, otro cuento aún no coleccionado, “Viaje sentimental por la Villa de Cortés y tierras al poniente”, obtuvo el Premio Iberoamericano de Cuento Ventosa Arrufat-Fundación Elena Poniatowska. El más reciente libro de Medellín, de cuentos nuevamente, es Juego abismal (Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2022). A este escritor no le han faltado premios.

Comparar las ediciones de El canto circular puede llamar la atención sobre la importancia de las decisiones editoriales: si bien la caja del texto del Instituto Literario de Veracruz permite una lectura más amigable, la composición tipográfica de Ediciones del Lirio hace que la presentación gane claridad, al agregar símbolos divisorios entre secciones de los cuentos. En Minería, Medellín afirmó que había cambios menores en los textos de la segunda edición. A falta de contrastar renglón por renglón, estos son imperceptibles. El cuidado de su escritura es tal que difícilmente cabrían alteraciones mayores. Se transforman detalles como: donde decía “Y me saludó” pasa a “Me saludó”. La nueva edición, no obstante, suma el cuento “Los invisibles”, probablemente escrito años después que los demás y, si bien comparte atmósfera con el resto del libro, tiene un lenguaje más directo, al servicio del relato.

La primera edición del libro de cuentos de Medellín.

La prosa de Medellín es límpida. Aun así, unas cuantas veces se asoman usos de grupos sociales urbanos influenciados por giros como las torpes e innecesarias traducciones del inglés —como “ganar peso” en vez de subir de peso— sin que se trate de un intento de registro coloquial. Como narrador, uno de los personajes afirma que un escritor: “había percibido los giros que la gente le da a la lengua viva”. Esto lleva a la pregunta sobre cuál es la “lengua viva”, ¿la del propio, limitado, grupo social?, ¿la de la mayoría?, ¿ni una ni otra sino inflexiones, ritmos y otras características de difícil aprehensión? Sea como sea, la escritura de El canto circular puede ser descrita como carente de localización o, más bien, como predominantemente ubicada en la literatura. Este carácter no proviene de epígrafes, referencias culturales —que en ocasiones pueden ser ingenuas— o del tipo de personajes y argumentos de algunos de los cuentos, sino de una conciencia de las palabras que lleva al escritor a ser conciso y a apuntar a la precisión. La literatura entendida como lenguaje y lectura —no tanto como examen de vivencias— es el límite del lenguaje y oficio de Medellín, al menos en El canto circular, en que destaca “Niño perdido” por su mayor elaboración emocional e imaginativa. Que la literariedad —en construcciones argumentales competentes e ingeniosas— haya sido el rasgo distintivo de un segundo libro es celebrable.

El protagonista del relato que da título al libro se mueve entre “el canto que cura” y “el canto de locura”. Acaso la literatura de Medellín también oscile entre ambas formas de la voz y se resuelva como los acercamientos del autor a lo sobrenatural, el misterio, los sueños y las reencarnaciones. Se trate de “Héctor” (en una especulación sobre el momento posterior a la cirugía cerebral de Viel Temperley), del “tío Lucio” o los demás: lo extraordinario no es recurso que apuntale mecánicamente el relato, sino elemento de un empeño literario que despliega su apuesta en los límites de lo textual. Ésta es una tensión que puede guiar la lectura del desarrollo de la obra de Medellín: el ajuste de lo escrito a algunos parámetros retóricos de lo literario, el arrojo vital o su excepcional convergencia en formas liberadas.

Viel Temperley, sobre quien Medellín ha escrito un libro.

Los premios no son garantía de valor. Pero juzgando por El canto circular, Adán Medellín es un autor plenamente literario, por lo que puede extrañar su falta de notoriedad pública. Hay, cuando menos, dos cuestiones alrededor de este tipo de hechos. Por una parte, la celebridad “artística” puede estar disociada de empeños estéticos y corresponder, por sólo mencionar algunas (pues esto es tema para retomarlo), a razones tan disímbolas como: el actuar despiadado de personajes en búsqueda de reconocimiento, con la base que sea, o sin ella; la activación de relaciones sociales que, sin que haga falta la mediación de peticiones, lleva a que personas, instituciones y medios de comunicación presten atención a lo que hacen, bien o mal, individuos predeterminados; las acciones de editoriales para dar a conocer y distribuir los libros que publican, lo que implica superar paradigmas burocráticos que se ven satisfechos con reportar la impresión de una cuota de libros por año, aunque terminen embodegados; o llanamente la apariencia de los escritores que puede abrirles puertas a nivel personal o dar fundamento a decisiones editoriales por encontrar perfiles definidos como más vendibles que otros, lo que en sociedades como la mexicana puede incluir criterios racistas.

Hay una cuestión más. La vastedad del catálogo de premios en México es reflejo de la perversa combinación de la ausencia de un mercado literario funcional y de la acción del ogro filantrópico, es decir, de las distorsiones que generan las políticas culturales de los gobiernos del país. Se trata de un círculo vicioso: como no hay masa lectora suficiente, la burocracia cultural, postulándose como salvadora, entra en acción —además de las becas— con los premios, que seguramente a nadie caen mal, pero que en su proliferación pueden perder trascendencia. Además, con la política de los premios, los gobiernos —de nuevo burocráticamente— argumentan apoyo a la cultura, cuando, en la práctica, generan incentivos cuestionables, pues llevan a escritores a conformarse con tirajes nimios que no llegan a librerías, sin que los premios promedio generen un patrimonio, pues apenas resuelven la manutención de unos meses (la actual burocracia cultural incluso ofrece premios consistentes en la publicación testimonial de libros, sin dinero de por medio). Una alternativa temporal podría ser la intervención privada que, con espíritu de mecenazgo, ofrezca premios que sean patrimoniales: una base para jóvenes artistas, o una alternativa para los maduros, que permita dedicarse a la creación sin distracciones; no a la angustiosa solicitud, una y otra vez, de becas gubernamentales que ahora, además, operan deficientemente. Para Adán Medellín y otros escritores —aunque probablemente ellos estén satisfechos con crear sus obras— la solución, tanto para la difusión de su obra como para concentrarse en su arte, sólo puede provenir de que exista un gran número de lectores; lo que está en el discurso de gobiernos e instituciones privadas, pero que hoy no existe en México, ni aparecerá de la noche a la mañana.

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