La Organización de las Naciones Unidas (ONU) a 79 años de su creación, alberga los días 22 y 23 en Nueva York la Cumbre del Futuro, un evento que reúne a líderes mundiales de las más diversas latitudes en lo que se perfila como una necesaria reflexión sobre el estado actual de la agenda internacional, los retos que enfrenta el planeta y los compromisos que es urgente asumir y que quedarán asentados en el Pacto del Futuro.
El contexto actual no podría ser más desafiante: conflictos armados de alta intensidad, crisis de liderazgos, instituciones débiles que además tienen una enorme falta de credibilidad, debacle ambiental -con fenómenos naturales extremos, como se puede constatar actualmente ante la ola de inundaciones que aqueja a varios países de Europa Oriental-, nacionalismos rampantes, escasa cooperación, falta de solidaridad, crisis de migrantes indocumentados y desplazados forzados, hambrunas, tensiones geopolíticas mayúsculas, racismo, exclusión, crisis humanitarias, estancamiento de los procesos de desarme, delincuencia organizada rampante, hambruna, pandemias, terrorismo y un largo etcétera convergen ante la evidencia de que sólo la cooperación internacional podrá contribuir a la correcta gobernanza y gestión de tales desafíos. Sin embargo, la cooperación internacional no parece que esté en la mente de los líderes mundiales, a menos que se trate de Ucrania, país que recibe numerosos apoyos sobre todo para propósitos militares a costa de los recursos requeridos para hacer posible la concreción de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS). No es que la ayuda a Ucrania no deba producirse. Sin embargo, los recursos asignados deberían adicionales para ese país, no restando dineros al desarrollo de otras naciones.
La idea de llevar a cabo la Cumbre del Futuro es resultado del informe del secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres titulado Nuestra agenda común. En dicho informe, Guterres convoca a una renovación del multilateralismo, tan de capa caída en estos tiempos. También se menciona la importancia de reformar los sistemas económicos, políticos y sociales en aras de tornarlos eficientes para que contribuyan a resolver los grandes desafíos nacionales e internacionales.
En este sentido, el Pacto del Futuro, mismo que se ha venido negociando en los últimos meses, constituye el instrumento para cumplir con lo señalado en Nuestra agenda común, para lo que se establecen compromisos para revitalizar y apoyar al Sistema de Naciones Unidas; comprometer a los países a que cumplan con los compromisos existentes; reforzar el multilateralismo; acordar soluciones de cara a los nuevos desafíos; y restablecer la confianza.
Queda claro que el Pacto del Futuro se mantendrá como una lista de buenos deseos si no hay voluntad política de parte de las naciones y diversos actores no gubernamentales de llevarla a buen puerto. Un hecho notable en el presente año ha sido la celebración de comicios para elegir parlamentos, jefes de Estado o de gobierno en más de 70 países de todas las regiones del mundo. Ello ha restado atención al multilateralismo poniendo la mirada en los problemas nacionales de cada Estado. Muchos de estos comicios, han ratificado a regímenes autoritarios en el poder, en tanto en otros, como ha sido el caso tanto en el seno de la Europa comunitaria como también en el interior de sus miembros -para muestra se tiene a Francia y Alemania- las derechas y las ultraderechas han ganado terreno. Ello abona a un rechazo al multilateralismo, por considerar que éste implica un gasto financiero y político que no genera beneficios para los países y que los distrae de otras “prioridades” políticamente más “redituables” para los regímenes en el poder.
Es un hecho que el apoyo al multilateralismo ha decaído. Incluso una administración como la de Joe Biden, que tras su arribo a la Casa Blanca prometió ponerse a mano con la ONU a la que Estados Unidos debe cuotas atrasadas, no ha cumplido. Algunos miembros de la ONU postulan que se debe aplicar a EEUU la norma de que no pagar a tiempo sus cuotas derive en la suspensión de su derecho a voto. Sin embargo esto jamás se ha hecho efectivo dado que se teme que Washington podría aplicar represalias y tornarse (más) hostil hacia la ONU.
La incertidumbre sobre la relación entre Estados Unidos y la ONU se exacerba aun más en el contexto actual. La Cumbre del Futuro se está celebrando antes de los comicios presidenciales en el vecino país del norte. Se puede anticipar que una victoria de Trump sería un duro golpe para el multilateralismo e implicaría un triunfo del “onuescepticismo.” Es verdad que, por ejemplo, mientras que Trump retiró a su país de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 2017 y que Biden reintegró al país a la institución en julio de 2023, ofreciendo igualmente pagar en “abonos” las cuotas atrasadas que se adeudan a la institución, la perspectiva de una segunda administración de Donald Trump no parece alentadora para el multilateralismo. Aunque tampoco una eventual victoria de Kamala Harris podría cambiar radicalmente la percepción que el Congreso estadunidense tiene sobre el organismo internacional más importante del mundo. En el legislativo estadunidense hay una polarización creciente sobre los beneficios y perjuicios para Estados Unidos, de participar financieramente en el presupuesto de la ONU, del cual Washington es el mayor contribuyente a nivel mundial.
Respecto al presupuesto de la ONU, la RP China ha venido incrementando sus aportaciones no sólo en beneficio de Naciones Unidas sino de otros organismos internacionales. Si bien el tamaño de su PIB justificaría una aportación por lo menos equivalente a la que realiza Estados Unidos -éste es responsable del 22 por ciento del presupuesto base de la institución y del 27 por ciento del gasto en operaciones de mantenimiento de la paz-, existe un recelo de otras potencias por lo que se percibe como un posicionamiento geopolítico con consecuencias presumiblemente negativas para esos poderes. La RP China es hoy el segundo contribuyente financiero al presupuesto ordinario de la ONU y ha logrado colocar a nacionales chinos en cargos dirigentes en diversos organismos especializados de la institución. Con todo hay una diferencia fundamental entre EEUU y la RP China en lo que toca al apoyo al multilateralismo. EEUU, por ser una democracia donde se debaten continuamente los pro y los contra de dar un sólido espaldarazo a la ONU, contrasta con un régimen autoritario como el de Beijing donde no hay espacio para el disenso interno y por lo tanto el apoyo a Naciones Unidas, a quien el gigante asiático percibe como fundamental para promover sus intereses instrumentales particulares en el planeta, es incuestionable por parte del régimen que encabeza Xi Jinping. Otra diferencia, sin embargo, es que mientras que EEUU otorga cuantiosas aportaciones voluntarias a Naciones Unidas -quizá un poco para curarse en salud en lo que hace a su morosidad en las cuotas-, la RP China lo hace de manera modesta, si bien canaliza dineros a áreas estratégicas para su imagen e intereses como salud pública, mitigación de la pobreza, agricultura y desarrollo. Hay quien piensa que lo modesto de sus contribuciones voluntarias busca reducir la preocupación de Occidente sobre el ascenso chino. Por otro lado, es cierto que, a diferencia de Estados Unidos, la RP China no cuenta con tanto personal especializado en el trabajo con organismos internacionales. A ello hay que sumar que es el Ministerio de Comercio de la RP China el que domina en la gestión del presupuesto global y el destinado a la cooperación internacional, en tanto otras entidades como el Ministerio de Asuntos Exteriores, el de finanzas, el de agricultura y asuntos rurales, el de temas ambientales y la Comisión Nacional de Salud manejan porciones del presupuesto sin que haya una correcta coordinación entre todos ellos, como tampoco una rendición de cuentas para valorar su funcionamiento, traslapes y posibles mejoras. La RP China ha ascendido al estatus de gran potencia muy rápido, pero aun debe desarrollar las estructuras requeridas para ejercer de manera más eficiente ese enorme poder que posee.
Finalmente, aunque no menos importante es dilucidar si el Pacto del Futuro logrará convencer a la comunidad internacional y sobre todo al grupo de países donantes, de redoblar esfuerzos en la consecución de los ODS. Parece existir un consenso en torno a lo importante que es arribar al año 2030 con las metas cumplidas. En la práctica, sin embargo, la agenda de desarrollo se mantiene al margen de la agenda de seguridad y es ésta la que acapara los esfuerzos de la comunidad internacional, restando necesarios recursos para el desarrollo. En la medida en que el desarrollo y la seguridad sean vistos en su individualidad y no en la interrelación que tienen, el Pacto del Futuro corre el riesgo de convertirse en letra muerta o en el mejor de los casos en una letanía de buenas intenciones a costa del bienestar de millones de seres humanos en todo el planeta.