Epicuro fue un filósofo griego nacido en la isla de Samos en el año 341 AC y fallecido en Atenas en el 270 AC. Fundó una escuela filosófica conocida como el Jardín de Epicuro, donde promovió una vida basada en la búsqueda de la felicidad a través de la moderación, la amistad y el conocimiento. Su filosofía, conocida como epicureísmo, se centraba en la idea de que el placer es el principio y el fin de una vida completa, que podía calificarse como feliz; aclarando, no en un sentido hedonista extremo, sino en términos de ausencia de dolor y sufrimiento.
La Paradoja del Mal plantea una serie de preguntas que buscan cuestionar la coexistencia de un dios omnipotente, omnisciente y benevolente con la existencia del mal en el mundo. Aunque no se conserva ningún escrito directo de Epicuro que formule esta paradoja, el filósofo cristiano Lactancio la reconoció siglos después en estos términos:
1. Si Dios quiere evitar el mal pero no puede, entonces no es omnipotente.
2. Si puede evitar el mal pero no quiere, entonces no es benevolente.
3. Si puede y quiere evitar el mal, entonces ¿por qué existe el mal?
4. Si no puede y no quiere evitar el mal, entonces ¿por qué llamarlo Dios?
La paradoja de Epicuro se interpreta generalmente como un desafío a la teodicea, el intento de reconciliar la existencia de un “dios bueno y todopoderoso” con la presencia del mal en el mundo. Pasan los siglos y esta paradoja sigue siendo relevante en debates teológicos y filosóficos contemporáneos.
El ámbito de aplicación de esta paradoja es muy amplio. Se utiliza para cuestionar la coherencia interna de creencias religiosas que postulan la existencia de un dios con las características ya mencionadas pero fundamentalmente ha influido en el desarrollo del escepticismo religioso, el agnosticismo y el ateísmo moderno.
Aunque la paradoja puede ser interpretada como una apología del ateísmo, no necesariamente lo es. Más bien, plantea una serie de preguntas críticas que desafiaban ciertas concepciones teológicas tradicionales. Los ateos pueden utilizarla como un argumento en contra de la existencia de un dios omnipotente y benevolente, pero también ha sido utilizado por teístas para refinar sus argumentos y explorar soluciones al problema del mal.
A lo largo de lo siglos han surgido varias respuestas y explicaciones a la paradoja de Epicuro. La mas utilizada, la mas popular vamos a decir, es la que apela al llamado “Libre albedrío” Algunos teólogos argumentan que el mal existe porque Dios ha otorgado a los seres humanos el libre albedrío. Según esta perspectiva, el mal es una consecuencia de las decisiones libres de los seres humanos y no una falla en la omnipotencia o benevolencia divina.
La verdad es que el problema del mal ha preocupado a mas de medio mundo desde el origen mismo de la civilización, pues la consideración de que existe un Dios supuestamente omnipotente y benevolente resulta difícil de digerir para muchos. Los creyentes, al ser confrontados, insisten en buscar respuestas en las “inescrutables razones” del Creador pero siguen sin encontrar una solución que convenza a los no creyentes y los sustraiga a su pesimismo laico. Para los no creyentes las evidencias del inmenso dolor del ser humano, e incluso de los animales, no dejan lugar a dudas. No existe tal Ser Supremo.
Pero los creyentes intentan justificar el dolor humano afirmando que todos los humanos son pecadores y, por tanto como consecuencia de sus pecados pueden tener un destino horrible. Pero entonces salta una duda ¿qué pasa en el caso de los niños que aún no han cometido pecado alguno? ¿También deben sufrir? Y finalmente ¿por qué han de sufrir por dicho pecado también los animales, como ocurre en realidad?
Concluyendo: La Paradoja del Mal continúa siendo un tema de debate abierto. Su relevancia perdura porque toca cuestiones fundamentales sobre la naturaleza del bien y del mal, la moral y el propósito mismo de la existencia humana.
La paradoja sigue vigente.