Orfea (2020), película codirigida por Khavn y Alexander Kluge, es un musical que se cuenta entre los filmes que se exhibirán en los últimos días del Festival Internacional de Cine de la UNAM 2021 (FICUNAM). Kluge (1932) es un académico, escritor y director alemán, que en algún tiempo fue cercano a la Escuela de Fráncfort, particularmente de Adorno, quien lo orientó al estudio del cine. Khavn, o Khavn de la Cruz (1973), es un músico, poeta y cineasta filipino con una obra extensísima, además de ser director de MOV, un festival internacional de cine, música y literatura.
Por la obra escrita de Kluge y algunas características de sus cintas, se suelen hacer lecturas que se presentan como filosóficas y que suponen tal calidad a sus películas. Así ha ocurrido también con este musical: Orfea está repleta de referencias, pero su rasgo distintivo es una valiosa ligereza. No habría que dejar de lado que hasta las producciones sobre superhéroes están llenas de alusiones. Aunque la música y los dibujos de los créditos casi linden con el exceso de estilización, desde el comienzo de Orfea podemos adivinar que estamos ante una obra audiovisual especial.
Acercarse a Orfea requiere de atención a su tono. A pesar de la importancia y dramatismo que puedan tener los fragmentos verbales, sería desorientado aferrarse a sugerencias como la de un “taller para revivir a los muertos” y los textos que ocupan la pantalla. Pasaría lo mismo al sobredimensionar imágenes icónicas, como la del pequeño cadáver de Aylan Kurdi en una playa turca. Está también, por ejemplo, la alusión a que Bergman, ante su película Persona (1966), habría dicho que el arte estaría muerto. O la explícita presencia de afirmaciones alrededor del vaivén entre el erotismo y la muerte, como “Love lost truly hurts…” (El amor perdido de veras duele), por la recurrencia en el filme de versiones de la historia de Orfeo y sus interpretaciones comunes.
Por el contrario, el carácter cómico de Orfea se percibe de manera casi permanente, y tiene cumbres como Lenin golpeando a Godzilla o el canto de Orfea, interpretada por Lilith Stangenberg, sobre el mamut que regresa a su casa —pieza compuesta por Adorno. Parodia y pastiche: la búsqueda de la extravagancia, más que de la reflexión. No en vano, Kluge y Khavn presentan gruñidos al lado de palabras ilustradas. Un más allá de las ideas convencionales: no una entrada al pensamiento radical, sino al juego.
Varias imágenes y enunciados pueden llevar a querer encontrar lecturas afines a ciertas ideologías y posiciones, como la muletilla de leer comentarios anticapitalistas a la menor provocación. No obstante, si en Orfea hay cierta orientación, esta no termina de constituirse en militancia, sino que, sofisticadamente, las inclinaciones se mantienen como divertimento. Cambiar el género al protagonista del mito, de Orfeo a Orfea, puede leerse, desde las sobreinterpretaciones, como una subversión que se correspondería con los feminismos de nuestro tiempo. Sin embargo, también puede argumentarse que resulta una operación más bien mecánica, que se enlaza sin mayor problema con múltiples adaptaciones anteriores de Orfeo.
Acaso Khavn y Kluge hayan partido de un planteamiento bastante conservador: la vuelta a los clásicos sin transformarlos —a diferencia de Joyce—, sino apenas citándolos: casi la ingenuidad de quienes se complacen en el habla onomástica.
Orfea está construida con imágenes que entretienen en muchos sentidos. Para los gustos exquisitos se capturan minúsculas masas de nieve sorprendentemente sostenidas por hojas. Para los temperamentos indignados están los excesos en la frontera húngara ante los migrantes, con los miembros de la fuerza pública usando cubrebocas antes de la pandemia. O las imágenes circulares, y aun esféricas, resultado del uso de lentes y otros efectos. La superposición de imágenes y la acción de enfocar y desenfocar se convierten en recursos de extrañamiento para quienes ven la película. Así, alguien en zapatos de tacón puede bailar lo mismo sobre un empedrado que sobre viejos teléfonos celulares. Una botella puede ser un micrófono y viceversa.
A veces el material llega a parecer metraje reutilizado, sólo para descubrirse, segundos después, como parte de la filmación original de Kluge y Khavn. Se suceden por igual las ecuaciones, los pies congelados, que los cráneos con máscara de lobo. La imagen etiquetada como río Lete en Basilea es, al mismo tiempo, una provocación para un público informado —uniendo el mitológico río del olvido con una sede del arte contemporáneo—, y es una composición que sintetiza en pocos segundos un largo tiempo del correr del río. Como broche final de elementos que apuntan al carácter cinematográfico de lo experimentado, la escenografía se desmorona detrás de Stangenberg, que deja de ser Orfea para convertirse en actriz en un rodaje.
Las citas para el consumo de públicos con ciertas lecturas, aficiones e inclinaciones políticas —que, por lo demás, son en su mayoría bastante obvias—, o los malabares con temas, e incluso tragedias de nuestro tiempo, están lejos de ser lo central en este trabajo. En cambio, sí es crucial el cuidado que los oídos musicales de ambos directores pusieron en el flujo de las voces, los sonidos y la música —que pasa por arias, tango, electrónica y popular—, así como también es central su manera de jugar con las imágenes, una estrategia que debe más al desenfado que al desafío. Tomarse en serio a Khavn y Kluge en Orfea significa poner atención al recordatorio que la película es en sí misma: el cine son imágenes y sonidos que conectan con la imaginación de espectadores que son capaces de ver y oír a través de la espesura de las referencias.
FICUNAM 2021 concluye el martes 30 de marzo y se ha realizado completamente en línea durante el segundo año de la pandemia del coronavirus. Orfea estará disponible gratuitamente en Cinépolis Klic este domingo 28 desde las 15:00.