La veneración del cuerpo, la sangre y el dolor da sentido a un sin fin de expresiones culturales, pías e impías. La cabeza, el corazón, las vísceras adquieren estatuto de evidencia, símbolo del poder del yugo que atenaza los sentidos. Mientras mayor sea el martirio del cuerpo, las emociones sucumben y el hombre que las padece se postra ante el dolor pero fortalece su espíritu, no obstante, muere. El culto al cuerpo adquiere, entonces, formas simbólicas, potencias que permiten acercarse a sus atributos: beber su sangre a través del vino, mostrar su corazón, rendirle homenaje.
Inicia la procesión, marcha con paso firme, custodios del muerto son los apóstoles, los cardenales, los elegidos. ¿Dónde está el ataúd, la tumba del más piadoso de todos? Era materia pura y devino incorpórea, vaya problema ¿Qué nos queda para venerar? A sus vicarios, portavoces de designios divinos. Pero, ¿cómo sabemos quién es el elegido?, basta con observar las volutas de humo que ascienden desde una pipa sostenida firmemente por una mano femenina y hermética. La dama viste de negro y se encuentra sentada en un trono episcopal, observa el rito de la sangre vertida en la penumbra tras unas antiguas columnas, y a su costado un militar ataviado de un impecable negro, digno de la máxima jerarquía fascista, la custodia atento a la danza que se celebra en la plaza; detrás, un hombre yace oculto y casi desnudo en la cama de la ignominia, más si se observa con atención se mira un títere que sostiene el arma dorada. El dorado es un color sagrado. Alternativamente avanza una procesión funeraria, lo dirige otra lady, que esconde su rostro tras una mantilla y muestra un corazón herido con tres clavos negros que sirven como marco a la letra A, no esconde su pesar ni sus piernas adornadas por unas sensuales medias.
Los militares, a juzgar por el corte de pelo, pueden o no ser frailes; pero deben vestir de negro como lo manda el canon “Para ellas, el vestido negro u oscuro debe ser sin escote, con cuellos cerrados, preferentemente de manga larga y como opcional la mantilla negra cubriéndole la cabeza.”1 Vaya ironía, la liturgia cambia los roles porque el vicario es una dama y viste de negro como si se tratara de un clérigo del siglo XVI o de la esposa de un presidente asistiendo a la misa del inicio del ministerio petrino del obispo de Roma, el 19 de marzo de 2013: androginia de los colores y de los símbolos, o equidad de género.
Los símbolos presiden y nutren la procesión, dos coronas de espinas giran entre las manos de los danzantes, la estrella de David o de la Virgen María, dos encapuchados y quizá una fina figura de una dama, avanza la penúltima en la plaza sobre la loza fría que recuerda el primer baptisterio octagonal de la basílica de san Juan de Letrán, tan solo por las sombras del techo adocenado, apenas perceptible. Imagine usted a san Pedro oficiando misa, tomando la loza por altar, o pretenda que es él el hombre tras el féretro, el guardián del sagrado corazón de Jesús, guiado por la mujer.
A falta de mitra, la dama en la silla porta la ciencia de los testamentos divinos en una corona con forma de corazón obscuro, mientras custodia un objeto brillante que yace junto a la pipa, quizá un anillo. Otra mujer, con el mismo rostro, aparece en el ritual sagrado, luce una sotana blanca, bastante peculiar, y una cruz roja. Una mujer y ¡con esos colores! ¡qué atrevimiento! El blanco, así lo entendió Francisco, y otros tantos nombres que le anteceden, es el color más digno, el de la benevolencia ante los humildes y penitentes, el del humo de la chimenea de la Capilla Sixtina. Sólo lo pueden usar contadas mujeres, reinas y consortes de monarcas católicos, “… la reina Sofía de España (quien además lo puede combinar con una peineta), la reina Fabiola de Bélgica, la reina Paola de Bélgica, y la gran duquesa María Teresa de Luxemburgo.”2 Y ¿por qué solo se les concede a unos privilegiados ser la entidad de la humildad y la penitencia? La vestimenta eclesiástica es la alegoría de la frivolidad. La mujer de blanco, así lo entiende y deja que se rasguen sus vestiduras, cambia la capa por un improvisado escapulario, cuya capucha esconde otros principios. Ella es la domina y la capa sobra, sola queda la cruz. Una escena digna de la familia de Alejandro Borgia, excesos sexuales a cambio de favores personales al vicario. Y el anillo dorado, en el bolsillo, ya no en la mano, no es digno de devoción, ¡que lo quemen! Ese oro, que por siglos han llevado inmodestamente los papas, ya no más. “… el Papa Francisco, ha solicitado que la construcción del anillo no fuera de oro macizo como marca la tradición, sino que, en un gesto de austeridad, pidió que sea construído en plata dorada. El metal plata en latín se denomina argentum, la cual curiosamente es la raíz del nombre Argentina, país de origen del nuevo Papa. También, como la dama de blanco, se deshizo de la “capa roja ribeteada con armiño”, “No gracias, monseñor”, cuentan que dijo. “Se acabaron los tiempos del carnaval”.3 El uso del rojo es un monopolio de los portadores de los designios divinos, el escarlata es el color del poder, símbolo del amor espiritual, del amor hacia el Verbo o palabra divina. “En las Cortes de 1258 se dispuso que sólo el rey pudiese vestir capa aguadera de color escarlata; fue expresamente prohibido vestir calzas de escarlata a ciertos funcionarios y sirvientes reales, como escribanos, ballesteros, halconeros, porteros y otros, tanto de la casa del rey como de la reina; tampoco podían llevar calzas de escarlata los escuderos, a los que también se les prohibió vestir este tipo de telas.”4 El fin de los tiempos de la capa, pero el rojo debe prevalecer porque representa el fuego del Espíritu Santo y el martirio, es la razón de ser de la liturgia cristiana. El ritual es obligado para papas, antipapas, papas eméritos y sacerdotisas profanas: venerar la tumba de san Pedro, la imposición del palio y la entrega del anillo del apóstol, o dorado o plateado.
Y el rito continúa, la dama, es ahora una niña temerosa ante la mirada del padre, ¡ya no más! suplica, mientras se encuentra tendida en la cama de marras, maniatada por un hábito de monja rojo y obligada por una fuerza interior que la quema, a tragar la cruz y el rosario. Quiere renunciar a su calvario mientras la reina de corazones la custodia en la fortaleza divina ¿cómo? Al calvario no se renuncia como Cristo no renunció, ¿por qué no? En ella se funden el espíritu el cuerpo y la sangre de todos los pecadores, si lo hace será Lady emérita. Ella creyó, lloró, amó, se envileció por la humanidad o ¿qué no todos somos siervos de dios? hermanos de misericordia. Parece que la respuesta es controversial. Las mujeres con devoción pueden aspirar a lo más a ser monjas y a vestirse como debe ser “[…] Que la tela de tus vestidos no sea lujosa. Que la túnica exterior sea, negra, no teñida, sino de color natural. El manto sin flecos y del mismo color y las mangas de lana cubriendo los brazos hasta los dedos de las manos. Que los cabellos estén cortados, sujetos con una banda de lana y atados alrededor de la cabeza, y una cogulla y un manto sin flecos sobre los hombros.[…] Así demuestran que son vírgenes, puras y castas. Curiosa definición, la monja hace al hábito y el hábito hace al monje. Y si el Señor, en su bondad, te brinda una opción diferente de identidad, eres homosexual, la solución es fácil, ¡no copularás! Una orden de castidad. La sacerdotisa, la vicaria, la dama del hábito blanco, seduce y controla apasionadamente a los hombres que lucen peinado monacal y piernas de bailarina de cabaret, muestran un rostro que contraviene su identidad sexual, la Iglesia lo sabe, el 4% de los sacerdotes estadounidenses han sido acusados de pedofilia. ¿De qué color deben vestir?
En el mundo del videoclip todo se puede, como todo se puede en el reino del señor, los militares sacros, sacerdotes de cultos profanos, arremeten en contra del disturbio social, rinden culto a sus ancestros, al final, la dama de negro controla a los hombres que duermen el sueño de los justos, el general de los ojos inquisidores, sentado en el bar, ahora yace caído en el sillón, con su impecable traje negro, mientras ella lleva puesta su chaqueta. Cuando inicia el ritual, el sito es un cabaret nazi y apenas se alcanzan a ver las piernas desnudas de una mujer, cuando termina, la mujer luce esplendorosa su cuerpo, le rinde culto al placer y al exceso. La monja ha sido destruida, envuelta por el fuego del espíritu santo, un fuego nada sacro, el hombre con el casco cubierto de clavos es un títere de la dama de negro que sigue en la silla virreinal. ¿Cómo se llamó la historia? Ni Dios padre ni Dios hijo ni el Espíritu Santo: los sacrilegios de la diva del pop, Lady Gaga
Notas:
1 Daniela Blanco, “Cómo vestirse para la asunción del Papa”, revisado el 19 de abril. http://www.infobae.com/notas/701612-Como-vestirse-para-la-asuncion-del-Papa.html
2 Ídem
3 Redacción, “Las salidas del protocolo del papa Francisco”, BBC Mundo, sábado, 16 de marzo de 2013, revisado el 19 de abril en: http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2013/03/130316_papa_las_salidas_de_pro
tocolo_de_francisco_ch.shtml
4 José Damián González Arce, “El color como atributo simbólico del poder”, Cuadernos de arte e iconografía, Tomo VII-11, 1993, revisado el 19 de abril en: http://www.fuesp.com/revistas/pag/cai1111.htm