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lunes 16 septiembre 2024

El disfraz del periodismo

por Luis Miguel Carriedo.
Wallraff como “Alí” en 1983

El periodista alemán Gunter Wallraff es el maestro del disfraz. Ha encarnado múltiples personajes desde finales de los 60 para infiltrarse en crudas historias de su entorno social, se ha sumergido en ellas para vivirlas en carne propia y después publicar su historia.

En 1983 decidió caracterizarse como inmigrante turco, con el fin de constatar la discriminación y condiciones laborales infrahumanas a las que esa nutrida comunidad se enfrentaba a diario, en la lucha por ganarse un lugar para sobrevivir en la entonces República Federal Alemana.

Wallraff se mandó hacer un par de lentes de contacto que le dieron una penetrante mirada café, compró una peluca y después puso un anuncio en varios periódicos: “Extranjero, fuerte, busca trabajo, no importa cuál, incluso pesado y de limpieza, también por poco dinero. Ofertas al No. 358458”. Con ello consiguió varios empleos a lo largo de dos años, en los que utilizó el falso nombre de Alí, disimuló su acento ensayando un alemán accidentado al hablar y se sometió a humillaciones que incluso pusieron en riesgo su salud y seguridad más de una vez. Como Alí trabajó igual vendiendo hamburguesas en McDonald’s, que arriesgando su cuerpo en un laboratorio donde le inyectaban sustancias para experimentar en él las reacciones secundarias que pudieran afectarle a pacientes cuando se lanzaran al mercado farmacéutico.

La epopeya la narró en Cabeza de Turco, libro que a pocos meses de su publicación en 1985 vendió más de dos millones de ejemplares en Alemania; y a lo largo de los años, traducido a más de 20 idiomas, ha sido referente para periodistas de todo el mundo.

“Yo no era un turco auténtico, eso es cierto, pero hay que enmascararse para desenmascarar a la sociedad, hay que engañar y fingir para averiguar la verdad”, se lee al inicio del extenso reportaje.

En mayo pasado, a sus 65 años el periodista volvió a la máscara y escribió para la revista Die Zeit (El Tiempo) una serie de entregas bajo el título “Novedades de Wallraff”. Ahí cuenta las condiciones laborales injustas y los fraudes telefónicos en varios Call Centers de su país.

A pesar de ser una figura pública, usó otra vez peluca y dijo haber cumplido 49 para poder ingresar, con el nombre de Michael G, a empresas como Call-On en Colonia. Ahí le pagaban seis centavos por cada mensaje a celular que atendiera los servicios eróticos vía SMS. Tenía que mandar 65 por hora, además de llamar y hostigar a potenciales compradores con todo tipo de servicios y productos.

Hoy se calcula que en Alemania hay 900 mil llamadas de ese tipo por día y según la organización de protección al consumidor el 90% de la gente se siente molesta por el acoso telefónico que emprenden algunos Call Center.

El disfraz es un método complejo, lleno de riesgos éticos porque rompe la relación formal entre el reportero y fuente, ignora el on record y el off the record, el no me lo atribuyas. A Wallraff le ha funcionado hasta hoy.

Disyuntivas

Es difícil imaginar a un periodista mexicano enmascarado durante dos años para investigar un tema específico. En 2001, el reportero Melitón García difundió en los diarios El Norte de Monterrey y Reforma de la ciudad de México, una investigación con la que demostró que era posible tramitar la credencial de elector a través de actas de nacimiento apócrifas.

La metodología de García fue simple, se disfrazó de ciudadano falsificador, compró un acta de nacimiento falsa y luego la usó para obtener una credencial de elector, publicando el resultado de su aventura en un reportaje. Violó la ley él mismo para probar que ésta era vulnerable.

Wallraff en la actualidad, sin máscara

Al difundirse su trabajo, las autoridades lo denunciaron, y fue objeto de citatorios girados por la Procuraduría de Justicia de Nuevo León. No pasó de ahí.

La independencia de las instituciones electorales en México se consiguió a lo largo de un tránsito lento y lleno de tropiezos, con claroscuros. Sin embargo su andamiaje jurídico había permitido apenas unos meses antes del reportaje, el triunfo presidencial de un candidato opositor, lo que terminó con un largo periodo de 70 años de gobiernos emanados del Partido Revolucionario Institucional.

García y el Grupo Reforma no sugerían el peligro de un posible fraude electoral, seguro sabían que eso no puede realizarse sólo con el registro duplicado de credenciales, pues esa identificación no es la única medida que tiene el sistema legal para impedir a una misma persona votar dos veces.

Después de emitir el sufragio, cada elector es marcado con una tinta indeleble, y las listas del padrón con fotografía se ponen previamente a disposición de todas las fuerzas políticas para que cotejen posibles irregularidades como una misma foto con dos o más credenciales.



Ese no era el tema de lo publicado, la nota sólo afirmaba que era posible engañar a los funcionarios y obtener un documento irregular: ¿era necesario violar la ley deliberadamente para escribir al respecto?

Si bien nadie podría refutarle al reportero que sí es posible obtener documentos irregulares, lo cierto es que las elecciones inmediatas para diputados dos años más tarde, no tuvieron cuestionamientos de los partidos políticos respecto a una eventual falsificación masiva de credenciales.

Ulrich Muhe en “La vida de los otros”

Los disfraces y el engaño como método de trabajo en el periodismo rozan fronteras éticas y legales. ¿Hasta dónde? ¿Es realmente válido que un periodista viole la ley sólo para informar que es posible hacerlo?

Wallraff, al describir la preparación de su personaje Hans Esser, con el que se infiltró en 1977 a la redacción del diario sensacionalista Bild para luego documentar las rutinas de manipulación e incluso de invención de notas en ese medio , reflexiona: “Ahora tengo miedo, un miedo que sólo he sentido una vez anteriormente: el día que me encadené en una plaza de la Atenas fascista. Esta vez también me expondré. Sólo que mis heridas no dejarán unas huellas tan visibles. Aquella vez había interpretado el papel de la víctima inocente, pero esta vez tengo que convertirme en cómplice” (Wallraff, G. El periodista indeseable. Editorial Anagrama. Barcelona, 2000, pp 147).

No es un dilema menor, máscara y engaño como herramientas de trabajo representan un riesgo indisoluble que plantean siempre esa disyuntiva.

En 2003, Jaime Avilés, columnista del periódico La Jornada, supo que el comisionado nacional para la lucha contra las adicciones, Guido Belsasso, tenía una empresa que ofrecía gestionar diversos trámites a particulares.

“Todo sugiere que Guido Belsasso, titular del Consejo Nacional contra las Adicciones (Conadic), podría estar utilizando su alto cargo en el gobierno federal para dedicarse al tráfico de influencias. Al menos así lo afirma a través de Internet, en el portal www.ipglaw.com, donde ofrece de todo: desde Normas Oficiales Mexicanas (NOM), “programas de exportación (Secofi)” y “permisos de salud (Ssa)” hasta “programas de apoyo promocional por Bancomext””, escribió el periodista (La Jornada, 18 de agosto de 2003).

Hubiera bastado con reproducir el contenido de ese sitio Web para evidenciar que un funcionario federal en activo ofrecía gestionar permisos de instancias gubernamentales a cambio de dinero, violando así legislación aplicable de responsabilidades propias de los servidores públicos; sin embargo, Avilés decidió ir más allá y tender una trampa para exhibir la corrupción de Belssaso de manera elocuente.

Fingió ser un empresario italiano interesado en invertir en desarrollos turísticos cerca de la Riviera Maya de Quintana Roo. Acordó una cita con Belssaso en el hotel Four Seasons, a la que asistiría un supuesto sobrino que estaba en México, para ello invitó al reportero de La Repubblica, Massimo Calandri, quien ocultó una grabadora en su ropa mientras Avilés, “convenientemente disfrazado, ocupó su puesto muy cerca de la escena”.

La Jornada reprodujo la grabación en la que el comisionado declara al supuesto emisario del empresario italiano: “Quiero decirle quiénes somos. Yo soy funcionario del gobierno del presidente Fox, soy miembro de su gabinete. Soy sotto (sub) secretario de Salute. (…) Entonces, en función de eso tengo todas las relaciones y todos los contactos con el gobernador de Quintana Roo a quien conozco muy bien y con otros funcionarios allá en el estado”.

Calandri concluyó la farsa preguntando el costo de las ilegales gestiones que ofrecía el funcionario: “Puede ser una cuota por toda la operación, o puede ser, parte cuota y parte una participación en el desarrollo de la empresa”, contestó Belsasso.

El trabajo de Avilés, de forma inexplicable no fue retomado por La Jornada al día siguiente de su publicación, pero sí por otros medios electrónicos e impresos. El escándalo creció y Belssaso se vio obligado a renunciar.

Los Otros

No sólo el periodismo se ha disfrazado en México y Alemania para conocer las entrañas del poder político o empresarial, el método ha sido correspondido en distintos momentos por los gobiernos de los dos países, quienes a través de sus respectivos servicios de inteligencia infiltraron también, con diversas máscaras, a informantes que seguían los pasos de periodistas que no eran afines a las ideas oficiales.

A finales de la década de los 60 y hasta mediados de los 80, la Dirección Federal de Seguridad desplegaba en todo México espías para vigilar su vida privada, sus reuniones y cualquier actividad que permitiera saber quiénes eran los críticos al gobierno, para instrumentar acciones y eventualmente callarlos.

Por decreto presidencial, en noviembre de 2001 fueron desclasificados cientos de expedientes con las fichas de inteligencia elaboradas en aquellos años. Hoy son documentos públicos que reflejan con nitidez esas prácticas en nuestro país.

El gobierno se enmascaraba. Por ejemplo, en 1976 a unas horas de consumarse la operación política con la que Julio Scherer García sería destituido como director del diario Excélsior, el agente federal Jorge Samael ávila Avendaño, disfrazado de mesero, presenciaba de cerca la comida de Scherer con colaboradores del diario en un hotel de la capital.



Hoy puede consultarse el reporte de ávila, fechado el 7 de julio de 1976, en el cual detalla sólo una parte de la plática en el hotel, porque justificó el espía : “a las 14:45 horas, se hizo desalojar al personal que efectuaba el servicio de Bufete (…) por tal motivo no se pudo saber lo que se siguió tratando” (etcétera, diciembre de 2006).

Un proceso similar vivió Alemania al inicio de los años 90, luego de la caída del muro de Berlín, cuando se desclasificaron los expedientes secretos del Ministerio para la Seguridad del Estado (Stasi), rescatados hoy en el archivo de la “Gauk Behorde”.

A raíz de ello, poco a poco se ha publicado los nombres de periodistas que en realidad eran informantes encubiertos del estado autoritario en la Alemania Oriental.

Gracias a esos expedientes se supo en 1995 que el reconocido periodista Lutz Bertram, se había desempeñado como espía de la Stasi cuando trabajaba en la radiodifusora DT64 de la República Democrática Alemana, donde usaba su papel de comunicador para proporcionar detalles sobre las actividades de varios personajes vinculados a la cultura. Según los archivos de la Stasi su nombre como informante era “Romeo”.

Con la unificación de las alemanias Bertram ingresó a la emisora pública ORB en 1991, pero cuatro años después las evidencias estampadas en los documentos secretos, lo orillaron a reconocer sus antecedentes como informante infiltrado en el periodismo, por ello fue despedido de su trabajo.

Ese mismo año, Jurgen Kuttner, conductor de radio y televisión del sistema público ARD, declaró haber tenido contactos con la Stasi entre 1977 y 1983. Los directivos de su medio lo suspendieron por unos días para investigar sus registros en el archivo Gauk, pero al no encontrarse ninguna evidencia que vinculara a Kuttner con actos condenables en su relación con aquella implacable policía secreta política, se reincorporó al trabajo.

La sombra de espías disfrazados alcanzó al propio Wallraff. En agosto de 2003 se publicó una nota en la que el periódico Die Welt aseguraba que el periodista aparecía en las actas de la Stasi como informante extranjero de la RDA con el nombre clave de “Wagner”.

Nunca se comprobó su participación y Wallraff atribuyó el rumor a una venganza del diario, que pertenece al grupo editorial Axel Springer, el mismo que edita el sensacionalista Bild al que se infiltró el periodista en los años 70.

Hace un año el director Florian Henkel Von Donnersmark, le ganó a Guillermo del Toro el Oscar a mejor película extranjera con La vida de los otros. La cinta explora la historia de un escritor en la RDA que sufre el feroz espionaje de la Stasi. Un retrato fílmico sobre una lacerante realidad que todavía hace estragos en una sociedad alemana tan llena de máscaras en sus periodistas y gobernantes como la mexicana.

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