Le pregunto: usted que ha atravesado Siberia ese espacio ilimitado, que según dice, no está hecho para el hombre, usted que ha hecho de la frontera física y literaria su país, usted que ha atravesado varias veces áfrica, usted que encontró en los detalles del paisaje centroamericano indicios del destino de sus habitantes y que penetró en los secretos de los más absolutos poderes el Sha, el emperador, Stalin, ¿con qué equipaje ha recorrido el mundo? Ryszard Kapuscinski se detiene antes de responder: “Siempre intento cargar lo menos posible, pero usted sabe cómo pesan los libros y los papeles que valen la pena”.
Muchos de esos papeles, lo sabemos, son sus propios apuntes. ¿Y qué tanto de verdad, qué tanto de narrativa hay en esos papeles antes que lleguen a nosotros como reportajes?
En La guerra del futbol, Kapuscinski alterna sus lecturas de viaje con las historias que va cargando. Moby Dick es ligera comparada con las anécdotas africanas donde Marco Polo, por ejemplo, se le ha encaramado como a camello.
En conferencias y entrevistas ha insistido que vivimos en un mundo de la cultura en que los géneros se disuelven. Sus lecturas literarias y sus observaciones mantienen la realidad como referente.
“Nunca dice he tratado de escribir novela ni obras teatrales aunque muchos de mis libros están adaptados, sólo he escrito poesía. Lo que pasa en el mundo me parece tan fascinante que las novelas me parecen aburridas”. El periodismo que vale la pena, afirma refiriéndose a García Márquez, es el periodismo perdurable.
Entre García Márquez y Kapuscinski hay mucho en común y un mundo de diferencia. El mundo de las realidades literarias.
Cuentan que García Márquez dijo alguna vez que la novela El Chacal debería terminar con el asesinato del general De Gaulle. Cuando le reclamaron que eso no correspondía a la realidad histórica, contestó que lo exigía la realidad narrativa y que en cien años, todo mundo pensaría que De Gaulle murió asesinado. Y así, en sus memorias, Vivir para contarla, relata episodios que inmediatamente reconoce improbables, pero la vida, dice, no es lo que fue sino lo que uno recuerda.
A Kapuscinski las novelas le aburren porque encuentra en el mundo esas improbabilidades. áfrica, dice en ébano, no existe. Como Macondo, es un lugar fantástico. Sus habitantes también lo son: los súbditos de un emperador imposible pero real, histórico y hasta mítico para aquellos que le rinden culto; los constructores de una malograda estatua gigante de Lenin, los niños que excavan en la niebla para llegar a la escuela.
“La vida dice K sólo la conocen en verdad aquellos que sufren, enfrentan la adversidad y se tambalean de derrota en derrota.”