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viernes 13 septiembre 2024

El otro tercer grado

por Emiliano López Rascón

¿Por qué en los noticieros de radio se reproduce con tanta frecuencia el fenómeno que llamaría el tercer grado hacia abajo de la noticia? Es la cotidianidad de la nota que, buscando las fuentes, arriba a las cloacas de la calidad sonora. Su definición estricta es la de una entrega de la información por triplicado en calidad decreciente. A la manera de las copias al carbón, el conductor del noticiero dice, por ejemplo, que el secretario fulano rechazó las acusaciones del vocero de la confederación zutana en el sentido de que su programa mengano es utilizado con fines electorales señalando que él cumple estrictamente con la normatividad que marca la ley perengana. Acto seguido, el conductor presenta y enlaza vía telefónica con el reportero paragaricutirengano quien palabras, color, detalles o contexto extras; pero con la voz aguda y chillona de un teléfono celular, nos dice que, efectivamente, tal y como lo dice el conductor, fulano desmintió a zutano sobre el mal uso del programa mengano que, declara enfático, sin duda alguna está apegado milimétricamente a la ley perengana. A continuación nos invita a escucharlo desde la micro bocina de su grabadora portátil pegada a su teléfono en donde en medio de clicks, cracks, pops y barullos banqueteros escuchamos residuos de una voz entrecortada que suponemos es la voz del secretario mengano cuya trascripción resulta en algo como r ch o ner camn t as a scion e s tano p r f lsas d t da fa edad ya que l s f ndos del prog ma m gano se n plicado c n apeg pr ct cam te promi cuo a l no mativ dad q os m rca a l y.

Después de añadir que esto ocurrió durante el cuarto foro nacional intersectorial de menganicidad, parangaricutirengano regresa la señal a cabina, el conductor con las fórmulas de cortesía remata a menudo con algún editorial fulminante de su cosecha, humor o interés y le otorga al radioescucha el privilegio de la última palabra. Y sigue hablando.

Una variante que se acerca involuntariamente a las expresiones más extremas del arte sonoro contemporáneo es cuando se nos arroja un batido auditivo al reportar griteríos o enfrentamientos. Paroxismo de lo no significante. Bullanga que bien podría registrarse en una cancha de futbol llanero, una despedida de soltera o la bolsa de valores y resultar indistinguible del evento documentado.

Las tecnologías permiten hoy con bajo costo grabar audio con alta fidelidad y en ambientes diversos. Micrófonos y dispositivos digitales del tamaño de una cajetilla de cigarros con los que es posible, además, editar el material y ya convertido en archivo individual comprimido en formato mp3, transferirlo con un cable USB a cualquier computadora y enviarlo por Internet a la emisora. Todo el proceso puede hacerse incluso desde un celular con transmisión de datos, prestaciones multimedia y una tarjeta SD con memoria suficiente.

En un principio atribuí el primitivismo técnico que denota el pegar el teléfono a la grabadora a la codicia de los medios. Si nadie se ha quejado hasta ahora, pensaría un gerente, ¿para qué invertir en proporcionarle a los reporteros esos equipos? ¿Para que se los roben, los pierdan o descompongan? Una conclusión patética pero, dado el espíritu de los tiempos, razonable. Pero las cosas no eran tan sencillas, una extraña conducta me arrastró a buscar la lógica en el absurdo.

Fue cuando en el estudio de producción de un noticiero atestigué que el reportero (no se trataba, aclaro, de parangaricutirengano) se enlazaba, ¡exactamente afuera de la cabina donde estaba el conductor! ¿Por qué diablos no intervenía desde los micrófonos en cabina? Reprodujo el ritual de la entrega por triplicado. No hubo entonces la oportunidad ni el arrojo para interrogarlo. Meses después, en otra emisora, en esta ocasión de radio pública, una reportera hacía el mismo simulacro en este caso desde la red telefónica en el piso inferior de las cabinas. La intriga volvió a mí con fuerza: ¿qué no se oye mejor si le proporciona el material de audio al productor para reproducirlo con el equipo del estudio y entra directamente a la cabina con el conductor? Ahora sé que el ritual de la información en degradado triple está tan enraizado que incluso su modalidad de simulacro es una práctica común. A mí no deja de parecerme extraña. Comparto algunas conjeturas.

Sospeché, en principio, una posible tecnofobia. La deseché enseguida. Seña de los reporteros es que habitualmente portan hasta cinco gadgets electrónicos en el cinturón: dos celulares, organizador, grabadora incluso radiocomunicador.

Descarté después que se tratara de un intento de escabullirse del jefe de información que, de encontrarlos disponibles en las instalaciones de la difusora les asignara nuevas y extenuantes coberturas. No, el simulacro se llevaba a cabo con su plena complicidad y con la del titular del espacio noticioso. Podía deberse quizá a la paranoia de este último impidiendo que, ya sin las limitaciones sonoras del teléfono, la expresión oral del reportero dejara al descubierto lo prescindible de la suya. Abonó esta sospecha otro fenómeno: cuando el titular se ausenta el reportero más mimetizado con él resulta comúnmente el elegido para sustituirlo. Hipótesis plausible pero rebuscada y que dejaba sin explicación la cuestión del triplicado.

Abrí otra línea indagatoria, al considerar el hecho llano de que la repetición es un recurso mnemotécnico. Los informadores en su incontenible pulsión editorial, con la misma vehemencia ayer han justificado, o santificado, a quién hoy linchan; sostienen posiciones que luego ametrallan; dictaminan, profetizan, eluden réplicas incómodas y desmentidos impunemente gracias a la distracción del auditorio. Así, en lo efímero mediático al menos habría que reiterar tres veces las cosas, acrecentando la dificultad de audición y propiciar que, en la última, el audio ilegible del declarante sólo sea un andamio para la repetición mental del oyente. No abandono todavía esta posibilidad por que una voz interna me dice que algo hay de eso.

No descarto tampoco la importancia del hábito tanto en el radioescucha como en el periodista de la radio, todo gremio los tiene y éste no tenía por qué ser la excepción. Si aprendieron a poner en íntimo contacto el celular y a la grabadora, ¿por qué un simple avance técnico va a desgarrar ese encuentro reiterado por años? Animales de costumbres todos somos al fin y ésta es una buena explicación, pero todavía insuficiente.

Busqué entonces en el factor de la credibilidad. El audio, aunque deficiente, es la piedra de toque de la veracidad, a pesar de que debilita esta conjetura el hecho de que exactamente la misma declaración aparecerá en todos los otros servicios noticiosos. Aquí hay otro misterio que, ése sí me fue aclarado en parte por un reportero: “Al que se le escapa la nota, lo reprenden o no sale al aire y lo que no sale, no lo pagan, así de sencillo”. “Lo que hacemos todos los medios de una misma fuente –me confió– es analizar colectivamente las declaraciones y encontrar la relevante. Generalmente llegamos a un consenso guiados por los más experimentados y el que se aventura a salirse de él lo hace por indicaciones de sus jefes. Si no lo hace la paga, mejor dicho no le pagan”.

Sospeché a continuación de la vieja y perversa manipulación. Un audio ilegible en tercer grado, como señuelo de veracidad, permite justamente deformar o acomodar la declaración para fines no tanto tendenciosos sino de relevancia noticiosa. Si no son suficientes la edición y descontextualización cuando el declarante no soltó nada, entonces los fragmentos verbales son el chivo expiatorio en caso de un desmentido posterior. Ejemplos sobran para verificarlo.

Pero no puedo detenerme aquí. La impostación, giros y sellos de identidad oral delatan que los reporteros dan casi siempre un testimonio doble: el del hecho en sí y el de los forcejeos, y demás avatares de la cacería noticiosa. El audio infame es la presa sangrante que ofrece a la opinión pública. Como actitud se vuelve irrenunciable incluso a unos pasos de la cabina. Cuando me asaltan las dudas de ello sólo prendo al azar un noticiero y se disipan.

El principio metodológico de que los factores no tienen por qué anularse entre sí y muy a menudo suman, me permitió validarlos; sin embargo se articularon en lo que considero la explicación en última instancia y de la que periodistas son cómplices y víctimas: el efecto de cobertura corporativa. Transmitir reiteradamente al oyente da la sensación de la omnipresencia. La puesta en escena de enviados, helicópteros, enlaces satelitales, ejércitos de reporteros, en suma: el mito del lugar de los hechos. La distancia en la señal, sus defectos, la lejanía de la voz, dicen por debajo de las palabras de lo extenso y por lo tanto poderoso de la empresa informativa. Lo remoto como efecto de expansión a costa de la profundidad. El radioteatro permanente de la gran empresa de comunicación cuyo argumento central, reiterado, es que la noticia más importante en cada emisora es, que quien te está informando, es ella.

Lo obvio puede resultar un misterio. El hilo negro es todo un hallazgo cuando el tejido era negro. La materia prima de la radio es el sonido: ¡Eureka! Si negro es lo que ven los ciegos, no hay peor sordo que el que hace radio sin escuchar.

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