[current_date format ='l d F Y' ]

Este texto fue publicado originalmente el 5 de abril de 2013, lo abrimos de manera temporal dada su relevancia periodística. 


Jerome entra de la mano de su madre al cine New Beverly, y ya está esperando el momento de recrear con sus muñecos la historia de la película en su casa. Un niño en la soledad de su fantasía y con las libertades del guión oficial. Cualquier reclamo que se le quiera hacer por el uso abusivo del lenguaje tendrá justificación en el parlamento de esos pequeños muñecos de plástico que realizan la trama. Su mamá así lo entiende: “no verá nada en la película que lo deje trastornado”; es un mundo virtual, no es real.

El pequeño cinéfilo adquiere un compromiso con la reconstrucción fiel de la trama, pero es un compromiso para sí porque nada le gusta más que su propia versión. Tiene una imaginación prodigiosa que le permite insertarse en el género e incluir su propio estilo; como libre espectador pone a rodar su memoria. Sueña con que los norteamericanos vuelvan a ser los mejores haciendo y contando historias, con las dosis de dramatismo adecuadas para el nuevo tipo de espectador. También sueña con ser un gran actor y representar los papeles de sus personajes favoritos del viejo oeste. La década de los sesenta fluye en extravagancia musical y su psicodelia penetra en los oídos y los ojos del niño. Las cintas de 35 mm, los discos de acetato de 33 y 45 revoluciones van modelando la nostalgia del adulto del siglo XXI. Elige a su director favorito porque lo hace reír, para él, Howard Hawks es “el mejor contador de historia en el cine” porque cuando ves películas como La fiera de mi niña “te partes de la risa”.

 

Twist y un baño de sangre

No cambiará de ruta, tratará de encontrar la circunstancia propicia para rodar una película con el presupuesto necesario que le permita gozar de toda libertad. Y mientras eso ocurre puede darse ciertas satisfacciones. En 1994, rescata a John Travolta, ícono de la música disco, y lo convierte en Vincent Vega, un criminal que luce una corta y lacia melena peinada hacia atrás, enmarcada por unas largas patillas. El personaje no tiene desperdicio, es el prototipo de un mafioso pero desenfadado. Rescatar a un ícono juvenil y lucirlo en un espectacular twist acompañado de la sensualidad agresiva de Uma Thurman, un lujo que durará unos cuantos minutos, y una imagen que permanecerá en la historia del cine. Otras escenas quedan en la memoria, quién no recuerda cuando Vincent dispara accidentalmente la pistola y despedaza literalmente al hombre amordazado en el asiento trasero del coche. El baño de sangre queda como segunda impresión, la primera es el error, con la sorpresa y la risa que sugiere tanto en los actores como en los espectadores. Es parte del plan tarantinesco: “Una de las cosas que intento hacer [en mis películas] es conseguir que la gente se ría de cosas que no son graciosas. No estoy diciendo que lo escriba como una comedia, pero ahí hay risas”. Y no solo se trata de un acto de catarsis y divertimento, fundamentalmente es una visión del mundo “El humor es una lupa con la que miramos la sociedad”. Reírse de la tragedia es una forma de entenderla. Tarantino invierte sus propias experiencias en el guión de sus películas, incursiona en ellas de forma poco ortodoxa. Si la vida le proporciona tristeza, angustia, sobresaltos, entonces esas emociones se incorporarán en el guión y en el rodaje. Nada está totalmente dicho hasta que la película termina. Es por eso que le encantan sus propios guiones y el diseño de sus personajes.

 

El eco de sus sentidos

Tiene un concepto de sí mismo y perfila la imagen que quiere reflejar, la delínea a través de la música, eco de sus sentidos y de sus emociones que confluyen dentro de ritmos sui géneris como el western swing, el rhythm & blues, el boogie woogie, y la música folk de los Apalaches que serán el preludio del rock de los años 80 y que más tarde se acompañaran con el rap del siguiente siglo. La mezcla de géneros musicales potencia un gusto iconoclasta que cobra forma durante el rodaje de la película de su vida.

El niño cumplió uno a uno sus sueños. Despreció aquel conocimiento que lo alejara de la narración histórica y literaria que le daban sentido al celuloide, y en la juventud se matriculó en una escuela de actuación para darle forma corporal y anclaje a su fantasía artística. Quentin Jerome Tarantino inspecciona las películas, las disecciona, busca el sentido de la trama y el mensaje oculto del argumento; investiga la vida y obra de sus directores, actores y guionistas; busca en las cintas antiguas el modelo que estructura los sentidos y sinsentidos de la vida. Una vez que tiene la estructura, la desagrega en sus partes para encontrar, tras la narración lineal, la verdad evidente y dramática. Una voz en su interior le dice, “cuenta la verdad”. Busca en la literatura un ejemplo a seguir: iniciar por el fin, ir de atrás hacia delante, desordenar la historia para que el lector, y luego el espectador, logren atar los cabos haciéndose copartícipes del guión y asestar una dosis súbita de adrenalina a sus sentidos. Y qué es la exaltación de los sentidos sino un acto de pasión casi litúrgico que logra transmitir el realizador al espectador.

 

Primera, segunda y tercera llamada

Cada generación lleva su cauda de valores, de emblemas, de signos y sonidos. Tarantino llega solo al estreno de las películas de Oliver Stone -el cineasta que construye historias significativas sobre personalidades como JFK- o de Brian de Palma -cuyas comedias negras son mordaces y satíricas-, se deja fascinar por el entramado de hechos que configuran el cine policiaco, es la primera llamada. En la segunda visita busca compañía para poder observar el filme a través de otros ojos. La tercera llamada es para reunir sus experiencias y las de los otros; luego continúa con la forzosa y gozosa investigación sobre las minucias del rodaje. También disfruta de otros géneros fílmicos, fantásticos, lúdicos y divertidos. Quizá otros jóvenes de su época salen del cine, después de haber visto una película de “Kung fu”, sienten la energía de las artes marciales correr por sus extremidades y están dispuestos a ejercitar los músculos si un personaje amenazante se acerca por la calle oscura, la ilusión durará una vez que crucen la puerta de su casa, pero no para Tarantino ya que está dentro de sus planes darle forma en un guión original a esa expresión cultural que es la violencia a través del dominio espectacular del cuerpo, ya encontrará el momento oportuno.

Actor de vocación y director por naturaleza —así lo vaticinaron sus padres—, finalmente obtiene el reconocimiento público con “Perros de reserva”. La película trata sobre un hecho que jamás se ve: un asalto. Mientras varias historias se construyen de forma paralela, el espectador queda atrapado en la trama y comparte la ansiedad del hombre golpeado, amordazado y atado en la silla en medio de un garaje. El tipo que lo vigila es frio, sanguinario, especialista en dosificar la violencia, la disfruta al ritmo de Stuck in the middle with you que sale de una grabadora. De una forma macabra y lúdica el contenido de la canción define la condición del torturador y de la víctima. Los diálogos son intensos y casi permanentes, una frase es suficiente para generar una impresión profunda sobre el personaje. Tarantino se infiltra en la banda de maleantes y deja de ser el director, ahora es un personaje más que terminará como cualquiera: con una bala en la cabeza. La tensión del espectador hace catarsis en escenas satíricas; pero siempre habrá por delante una dosis más efectiva de violencia. Las entrevistas y las críticas no se hacen esperar. ¿Por qué tanta violencia? Es una película, explica, es ficción, y así seguirá argumentando durante veinte años más, ante el acoso de los periodistas “críticos”. Entiende la impresión que causa: “Te castigan cuando usas la violencia si la has usado bien”. No se siente dispuesto a dar una justificación o a inventar otra respuesta, no está obligado a contestar, no es un mono entrenado para darle gusto a su interlocutor.

Dirige la película “Jackie Brown”, ya finalizando el siglo XX, y sigue rindiendo homenaje a figuras clásicas del cine; pero ahora se incorpora y actualiza al movimiento blaxploitation de los años setenta, elige como actores principales a los afroamericanos Pam Grier y Robert Forster. Si bien el guión se basa en un libro, no obsta para que Tarantino introduzca su propia estructura y exprese con realismo las expresiones culturales, lo que significa el uso de un lenguaje crudo y característico. En esta apuesta fílmica tampoco escapa de la crítica, lo culpan de apropiarse de un lenguaje que no le es propio. Así se defiende:

Como escritor, exijo el derecho a escribir cualquier cosa en el mundo que quiera escribir. Exijo el derecho a ser ellos, exijo el derecho a pensar en ellos y exijo el derecho a decir la verdad de como los veo, ¿de acuerdo? Y decir que yo no puedo hacer eso porque soy blanco, pero los hermanos Hughes pueden hacerlo porque son negros, eso es racista. Ese es el corazón del racismo.

Tarantino creció en un mundo diverso, multiétnico, por tanto multicultural y así lo expresa como escritor y como realizador. Su prestigio se va construyendo y lo capitaliza a favor de pequeñas producciones extranjeras a las que les da carta de presentación en Estados unidos y si no es suficiente crea las empresas necesarias para apoyar esfuerzos originales y valiosos. Conoce bien los riesgos de la marginación socioeconómica. No es un escritor mirando hacia atrás y hacia dentro, observa a Europa, también a Asia, reconoce el origen de sus estilos y sus apuestas técnicas recientes.

 

Una mujer en medio de la nada

También se divierte. Desde que rueda “Pulp fiction” inicia una productiva complicidad con Uma Thurman, ambos planean el guión de “Kill Bill”, se vuelven íntimos en su redacción y leales durante la grabación. La actriz queda encinta durante el rodaje de la película, entonces Tarantino dicta un tiempo fuera para el asombro de la opinión pública; más no se trata solo de un compromiso filial sino de cumplir con las exigencias de un gran cineasta. Marlene Dietrich, el mito del séptimo arte, fue la diva de (“El ángel azul”, 1930) de Josef von Sternberg, Tarantino inventa en Uma a la diva del nuevo siglo: Sternberg no hubiera prescindido de su diva; por qué él sí. En la cinta de cuatro horas, dividida posteriormente en dos partes, se acentúa una faceta mística y naturalista del director que expresa a través del spaghetti western en una extraña asociación con el kung fu.

Brillantísima revisitación de las películas de acción de los sesenta. (…) “Kill Bill” tiene todas las características del cine americano: violencia coreográfica, largos tiempos muertos en los que la mirada no puede alejarse de la pantalla y una mezcla genérica tan hábil como personalísima. (…) producto construido con artesana paciencia y lleno de momentos de restallante originalidad. No hay más que ver cómo emplea la música para acompañar la acción, o cómo introduce otra historia en forma de manga animado que deja literalmente con la boca abierta. (M. Torreiro: Diario El País)

La novia, personaje principal representado por Uma, es una mujer en medio de la nada, en un terregal y un vendaval propio del alma cheroqui. Tarantino expresa la sangre mística de los indígenas de árido-América y, traspasando fronteras, la diluye en la sabiduría de los grandes samuráis. Extravagante e impetuoso designa atributos a sus personajes que los hagan muy americanos, muy retro. No es un nacionalismo porque no los convierte en símbolo o modelo a seguir, por el contrario, los inserta en un mundo virtual. Curioso porque se declara no afecto al arte digital y el construye mundos virtuales. No sé si Tarantino pensó en su historia materna cuando escribió el guión de “Kill Bill” pero yo sí. Su madre, Connie McHugh, descendiente de irlandeses y cheroquis, vivió en Knoxville, Tennessee, fue adoptada y a los dieciséis años ya estaba embarazada, a los dos años su esposo la había abandonado. Digo, no salió de una tumba a punta de golpes para buscar a su hija; sin embargo, era, como La novia, una mujer a la intemperie y luchadora. Una larga marcha por un territorio indómito recuerda —haciendo acopio de la historia— cuando cuatro mil cheroquis murieron “en el camino de las lágrimas” marchando desde Tenesee hasta Arkansas, en 1839. Otra es la narración de Tarantino, no está denunciando la historia oficial ¿quién no conoce sus íconos en el nuevo siglo?, simplemente la desacraliza.

Tarantino continúa su trayecto, tal como se lo propuso. El filme “Bastardos sin Gloria” marca una evolución sustantiva en su apuesta como actualizador de la historia y de la cinematografía. Nazis, judíos y bastardos norteamericanos participan en uno de los grandes mitos de la historia: la potencia, dinamismo y configuración del régimen nazi-fascista. El realizador, también guionista, cumple con el género; puesto que es escrupuloso en el diseño histórico de los lugares y de los personajes, pero también lo reinventa, bueno, él no, “mis personajes cambiaron la dirección en la que iba la guerra”. El comando militarizado cuya misión final es asesinar a Adolfo Hitler, cuenta con un general poco convencional, estelarizado por Brad Pitt, quien utiliza técnicas indoamericanas para castigar al enemigo nazi: a punta de cuchillo les quita la cabellera y les marca la frente con la svástica —en analogía con la cruz de David que los judío estaban obligados a portar en su vestimenta. Su contraparte, el general Standartenfuhrer Hans Landa, —interpretado estupendamente por Christoph Waltz— es el típico nazi refinado, frio y calculador. Desde que el espectador escucha la potente voz de Aldo el Apache Raine la diversión comienza. Brad Pitt venía de la cosecha que le dejó, en el año 2008, su actuación como Benjamin Button, su momento artístico le viene como añillo al dedo a Tarantino. La película resulta en una venganza soñada por no pocos grupos de judíos durante el genocidio del que fueron víctimas durante la Segunda guerra mundial: el atentado dentro de un teatro cumple con su objetivo, y de sobra, pues hace explotar a toda la clase militar. Cuando llega la hora de la celebración, el escritor del guión se presenta a mostrar su talento en la alfombra roja, lleno de júbilo, y a obtener un Óscar por su originalidad; pero no va solo, Brad Pitt también es nominado como mejor actor y Christoph Waltz obtiene el reconocimiento al mejor actor de reparto. Tarantino le brinda un espacio genial y hacen una excelente dupla, pues a nivel internacional Waltz lanza su carrera muy bien patrocinado.

 

La escena de la risa y el recuerdo

Tres años después, la historia se repite. ¡Qué difícil definir cuándo un cineasta se encuentra en la cumbre! Todo apunta a que “Django desencadenado” es la concreción de la libertad artística y económica que ambicionaba Tarantino. Nuevamente la película gana los óscar a mejor guión original y mejor actor de reparto y con los mismos nombres. La actuación de Leonardo Di Caprio, representando a Calvin, fue realmente temeraria, solo opacada por la pequeña y excelsa figura de Waltz. Django, un personaje arquetípico, —insertado en la antesala de la Guerra de secesión en Estados Unidos—pasa de esclavo a cazador de recompensas y se hace justicia al ritmo de un rap hecho a la medida del tema que se desacraliza: el mito del buen esclavo. En el guión de Django (la “D” no se pronuncia) nuevamente surge el niño expectante, el narrador de historias, sentado en la butaca del cine New Beverly —ahora de su propiedad, aunque con los administradores de antaño, a quienes salvó de la bancarrota— y se sitúa en su propio origen, en el mito que funda la América libertaria. El mejor promotor de los recursos legales, qué ironía, es un caza recompensas, Jamie Foxx, quien ejerce una influencia efectiva en Django y lo guía en la consecución de su fin egoísta: encontrar a su amada. Tarantino pudo haber avanzado un par de décadas en la historia y escribir sobre el personaje de moda: Abraham Lincoln, entonces se hubiera encadenado y habría perdido la libertad de expresar, a través de la sátira, la otra cara del discurso oficial. No se sabe cuántas veces más veremos surgir del guión al actor de marras para verlo morir; pero seguramente reiremos, como ya lo hicimos, cuando después de una larga caminata por el viejo oeste, resguardando a Django, le lanzaron una carga de dinamita y no dejó ni rastro. Bueno, me partí de la risa.

Autor