miércoles 13 noviembre 2024

El tercer ojo

por Fedro Carlos Guillén

A la gente le gusta meterse en lo que no le importa cada vez con más frecuencia me dijo un querido amigo hace unos días. Hablábamos de la basura que se presenta en revistas y programas de televisión, donde los destinatarios de mensajes esperan ávidos la última operación de apándice de la princesa Camila von Sahenlohe. Me quedé pensando y decidí que el problema no es ése, creo que en todos los tiempos los seres humanos hemos tenido cierta tendencia a la chimiscolería. Sin embargo, hace 250 años dudo mucho que alguien llevado de la mala vida se hubiera hecho millonario corriendo la especie de que a la reina María Antonieta se le había salido una chichi en el baile de máscaras.

Me parece que el problema en realidad es tecnológico; el advenimiento de la televisión permitió al gran público observar cosas que antes se imaginaba: ¿quián puede olvidar a Jack Ruby disparando sobre Oswald? De inmediato se advirtió que la gente se fascinaba ante estas imágenes y quería más. Desde entonces han ocurrido muchas cosas que parecen ser más idiotas cada día. A los telespectadores les gusta, por ejemplo, observar accidentes aparatosos o persecuciones policíacas. Les gusta también observar cómo una nube de seres mezquinos compiten por algún premio jugoso. En esta variante podemos hallar a unos que recorren el mundo y cometen iniquidades con sus contrincantes, otros que son chefs, trabajan juntos pero se mientan la madre por detrás de la espalda o unas buenotas que pesan lo mismo que mi muslo derecho y están obligadas a entrar en situaciones ridículas como montar un elefante semidesnudas para ser súper modelos.

Ya se ha documentado ad nauseaum la idea de John de Mol, el holandás que en 1997 inventó Big Brother. Como se sabe el concurso consiste en meter a 15 personas cuyo atributo común es el de un coeficiente intelectual similar al de una silla y observar lo que pasa durante su convivencia forzada. Cualquiera supondría que es una idea de lo más estúpido y sin embargo, el programa se ha vendido en setenta países lo que prueba que el estúpido soy yo.

Me parece insisto que el asunto está sobre analizado, por lo que no joderá al prójimo con más quejas. Es otro el fenómeno que empieza a captar mi atención y tiene que ver con la iniciativa generada en el noticiero de Carlos Loret con respecto a que la gente (entiéndase todo México) le eche una manita para acopiarse de imágenes. La idea es estremecedoramente sencilla; dado que ya cualquier pelagatos porta una cámara o un celular que la tiene, lo que se pide es simple: saquen todo lo que les parezca noticia que aquí se los pasamos. La iniciativa se ha refinado y ahora Loret propone temas de análisis periodístico como la basura.

Muy bien, como se sabe nunca entiendo nada y en este caso menos pues le veo a la idea más agujeros que a un queso gruyere. En primer lugar está el derecho a la privacidad, ya uno no podrá salir a la calle sin temor a que el pinche vecino lo retrate mezclando la basura en lugar de separarla. La segunda derivación es lo que los clásicos llaman la mano de obra barata. Televisa es una empresa con ciertos recursos y suena por lo menos poco equitativo que se metan lo que se meten poniendo a la gente a trabajar de gorra. El último problema es precisamente el de la gente, que es tan imbácil que no se da cuenta que cualquier trabajo requiere un pago y que se sienta trámula de emoción en la sala de su casa a ver que su video salió en la tele.

En fin, me parece que el asunto empieza a tomar un cariz ligeramente preocupante pues la avalancha tecnológica es irremediable. Quedan muy pocos lugares (a veces ni la casa propia) en los que uno pueda mantener cierta privacidad y ahora con estos reporteros ciudadanos se va a poner peor. Es por ello que he empezado a estudiar las costumbres de los bosquimanos que no tienen cámaras ni afán de meterse en asuntos que no les corresponden. En un descuido me largo con ellos…creo que podría ser más feliz.

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