jueves 21 noviembre 2024

La hipertransparencia

por Sergio Octavio Contreras

Una de las características de la sociedad es la opulencia en sus mecanismos de comunicación. Hoy como nunca antes existe una saturación de datos en los espacios públicos. Hay una ecología exuberante de artefactos y sistemas que nos permiten realizar acciones comunicativas mediáticas. Esto significa que vivimos rodeados de instrumentos que cumplen ciertas funciones de la comunicación de manera artificial. Pero estas nuevas tecnologías (aunque algunas no sean en realidad tan nuevas) proporcionan a los usuarios la capacidad de construir y difundir sus propias percepciones. Mediante estos sistemas se comunican representaciones elegidas sobre fragmentos de la realidad en un tiempo discontinuo. Dichas representaciones están conformando el fenómeno de la hipertransparencia.

La abundancia tecnológica tiene orígenes que se vinculan a la economía del conocimiento, es decir, al desarrollo de la ciencia. Estas máquinas –teléfonos, tabletas, computadoras, videojuegos, televisiones inteligentes, etcétera– tienen una característica en común: están unidas a sistemas electrónicos que les permiten cierta conexión/interacción. Es precisamente la capacidad comunicativa de la nueva tecnología lo que ha cambiado en los usuarios la forma de percibir la realidad, y también de representarla. Vivimos en una era de hipertransparencia social. Los secretos que se almacenan en las redes, son tal vez los secretos menos protegidos en la historia de la criptografía. Las personas dan check in a una fotografía al momento de publicarla en Instagram. Un grupo de jóvenes que vacaciona en una playa realiza una transmisión de video en directo en Facebook. Un cibernauta escribe un comentario irónico al observar en su scroll un meme sobre la relación que existe de narcotraficantes con el futbolista Rafael Márquez y el cantante Julión Álvarez. Una joven almacena en la “nube” imágenes provocativas que se tomó la primavera pasada y que envió como sexting a su ahora exnovio. Cada paso que damos en la red visibiliza algo de nosotros hacia los demás. Lo que somos en la red es el fondo nuestro propio mensaje.

En la sociedad de la hipertransparencia, Internet no es sólo un medio que permite el traslado de grandes cantidades de información. En el fondo se ha convertido en un espacio social que va más allá de la simple difusión de mensajes entre emisores y receptores. El espacio que constituye Internet, es un lugar donde los usuarios pueden consumir y construir sus propios contenidos. En este sitio virtual lo social se transparenta. En Internet, y en mayor medida, en las redes sociales digitales (RSD), se exponen por igual y con pocos límites, trozos provenientes de la insignificancia cotidiana. Lo común, lo que puede ser catalogado como lo más simple o incluso carecer de sentido simbólico profundo, puede alcanzar un nivel hegemónico en la red. Ejemplos de la inutilidad son páginas web como http:// papertoilet.com, que muestra simplemente la imagen de un rollo de papel que puede ser desplazado con el cursor o http://kimjongillookingatthings.tumblr.com donde lo único que presenta son fotos de Kim Jong-il, padre del líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, observando objetos y animales. Debido a que lo ordinario abarca una gran cantidad de espacios, es que los usuarios experimentan una sobrecarga de datos, una infoxicación. Este término ha sido utilizado en los últimos años para definir lo que ocurre en el campo de la comunicación: es tanta la información que se transmite, que satura al receptor al grado de no poder discernir entre los datos para tomar una decisión o bien mantener una postura determinada. En otras palabras, la saturación de la información es la ausencia de la transparencia. La transparencia permite la toma de decisiones y evita confusiones.

El concepto de transparencia, si bien proviene de las ciencias básicas, es utilizado por las ciencias sociales para tratar de comprender el paradigma de las instituciones. Desde el enfoque de la ciencia política, la transparencia es un término empleado para referirse al grado de visibilidad de los actos públicos, o bien, de la información que generan por instituciones públicas y entidades no-públicas o casi-públicas, pero que en algún momento llegan a administrar bienes o intereses públicos. Para transparentar lo público, en más de una centena de países se reconoce el derecho de acceso a la información pública. En las democracias occidentales la libertad informativa sólo puede llevarse a la práctica a través de la transparencia de lo público. Se considera que a mayor transparencia será mejor la toma de decisiones por parte de quien disponga de la información. La teoría de Jürgen Habermas sobre la legitimidad precisamente gira en torno a la visibilidad de dichos actos. La transparencia de lo público obedece a la discriminación y deja en sus márgenes a todo aquello que no merezca ser conocido. Los residuos de la saturación constituyen tales márgenes. Aunque maximizar la transparencia puede ser contraproducente pues terminaría en la invisibilidad.

En algunas naciones –incluyendo México– la nueva ecología tecnológica se relaciona de una manera más directa con la transparencia: el acceso a la información pública es potenciado hoy en día a través de Internet. Mediante un conjunto de leyes se obliga al Estado –y a entidades que no son propiamente públicas pero que contienen cierto interés público debido a sus actividades– a visibilizar su interior. Las personas pueden acceder a cierta información pública que está disponible en distintas plataformas electrónicas. El campo de la información pública se transformó con el advenimiento de Internet: millones de datos pueden ser consultados desde cualquier teléfono móvil o tableta. Este es un claro ejemplo de la transparencia de lo público como obligación de las instituciones por un lado y como derecho a saber por parte de los usuarios. La hipertransparencia pertenece en este sentido a la normalización de lo público derivado de ciertas decisiones políticas y sociales. El Estado que informa es un Estado transparente. El Estado que no informa, es un Estado que esconde secretos.

En la vida contemporánea, las actividades comunes son transparentadas en forma consciente o no consciente. A través de Internet los usuarios comparten datos de la vida privada: ubicaciones físicas, domicilios personales, estados de salud, situaciones conflictivas, circunstancias financieras, gustos alimenticios, preferencias sexuales, ideas, etcétera. Cuando alguien publica trozos de su intimidad y los pone a disposición de la colectividad, tales fragmentos circularán de forma abierta y podrán ser conocidos, transformados y almacenados por terceros. En nuestra sociedad no existe una cultura sobre la protección de la información de la vida privada porque hasta cierto punto se desconoce que existe un derecho que protege dicha privacidad. Y más allá del desconocimiento de los nuevos derechos existen otros factores –como los impulsos irracionales– que superan toda pretensión de los mecanismos de regulación social.

Ya que Internet posibilita a las personas de construir sus propios discursos, cada usuario puede convertirse –hasta cierto punto– en un medio individualizado de difusión. Los cibernautas son capaces de aportar una gran cantidad de datos al campo de la hipertransparencia. En las redes los internautas pueden elegir sus consumos, tienen cierta autonomía para elaborar mensajes y para difundirlos de manera individual, grupal o colectiva. Aunque hay un debate que ha puesto en duda tal autonomía, lo que se puede reconocer –a diferencia de anteriores tecnologías de la comunicación– es que las nuevas redes proporcionan al usuario un mayor margen de maniobra. El más claro ejemplo de esto son las RSD como Facebook y Twitter. Es la capacidad de comunicación lo que transforma al usuario en un actor social. Las redes reflejan los vacíos y la opulencia de los colectivos y los individuos.

Un estudio realizado en 2014 por la Nanyang Technological University de Singapur y difundido en Computers in Human Behaviour reveló que la cultura selfie está más relacionada con aspectos internos del individuo que con las representaciones que se externan hacia los demás. Entre las conclusiones destaca el hecho de que las personas que se fotografiaban haciendo la cara de pato por lo general presentaban elevados niveles de inestabilidad emocional. También se descubrió que la privacidad está determinada por la publicación de la ubicación: a mayor temor e inseguridad, será mayor la protección de la información. Las personas que no son compasivas, ni cooperativas o amables, por lo general no aparecen alegres cuando se toman alguna selfie. Esta práctica transita también hacia los océanos de la hipertransparencia: pensamientos, emociones, filias o fobias, también pueden ser exhibidas en la vitrina electrónica. No es extraño que el amor virtual tenga efectos en la vida de las personas: miles de divorcios reales que se registran cada año en el mundo son producto –en parte– de la hipertransparencia.

El concepto de hipertransparencia, lo tomé prestado del filósofo Byung-Chul Han (2013) para intentar trasladarlo a la cultura de Internet y caracterizar parte de la realidad. Lo público tiene el carácter de público y existe el derecho social para conocerlo, pero lo privado es lo opuesto a lo público, a menos que el propietario de la información íntima decida transparentarla. Esto nos ha contado el campo del derecho que contiene una serie de ideas sobre la regulación o la normalización de las formas simbólicas. Las leyes y las normas en el fondo también son herramientas para la transparencia, para aclarar lo difuso. En lo difuso o poco claro, encontramos las conductas humanas fuera de los marcos sociales permitidos. Incluso en la moralidad. Lo que ha quedado claro es que a través de las nuevas tecnologías se transparentan la vida pública y en mayor medida, la vida individual y cotidiana de lo social desde las formas discursivas de la normalización.

Para Han una de las características de la sociedad es el hecho de exponer en la medida de todo lo posible lo que existe en la realidad o en nuestras mentes. Esto significa que cada sujeto es su propio objeto de publicidad. Todo se mide en su valor de exposición. Para el pensador chino la sociedad expuesta es una sociedad pornográfica. Desde esta posición la hipertransparencia implica la exposición de cuanto pueda ser dado a conocer al resto. En diversas esferas sociales como la política, el procesamiento de la información pretende en el fondo disminuir tal incertidumbre. La filosofía big data, el desarrollo de aplicaciones, la tecnología de espionaje, la inteligencia artificial e incluso los nuevos nichos de la mercadotecnia se mueven a partir de la inseguridad que provoca la sociedad conectada: millones de datos se generan y transitan cada segundo en las redes. La exuberancia informativa apabulla al individuo, lo despoja del conocimiento único y fragmenta los hechos, ya no es una historia, son diversas historias narradas por cada interpretante. Pero la tecnología puede ayudar a reducir a través de filtros y decisiones predeterminadas la forma en cómo se presenta la información: el orden de los datos es fundamental para la sociedad de la hipertransparencia.

El orden de las cosas de la nueva filosofía económica y política puede llegar a definir el futuro al disminuir la incertidumbre. Es precisamente la exposición la que puede eliminar las ambigüedades del discurso o bien, del mundo sin forma, deformado por la opulencia. El Estado y los entes públicos se rigen por una serie de ordenamientos de exposición, pero no se trata de cualquier exposición sino de una serie de datos y archivos que deben contener ciertas características y que en caso de no tenerlas existe la presunción de que no sean del todo transparentes: si la información no cumple con ciertos indicadores es valorada negativamente. Órganos como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial promueven entre los Estados políticas de la exposición mediante indicadores para valorar la calidad de ciertos aspectos estatales como la democrática, la justicia, la libertad, etcétera. Con la transparencia se pretende eliminar los vacíos de la información, del caos de la existencia humana. La ambigüedad no tiene cabida en el imperio de la exposición. Es la exposición una forma de estandarizar el orden en la mente y en los cuerpos.

Fotografías- Erwin Olaf

De acuerdo al filósofo chino, la sociedad responde a mecanismos de comprobación, esto significa que además de la exposición, somos una sociedad de la evidencia. En la cultura de la evidencia no se admite ninguna seducción, sino solamente un procedimiento. Byung-Chul Han lleva la reflexión hasta la filosofía capitalista: se exponen las mercancías, se les despoja de su singularidad y se manifiesta como evidencia a través del precio. La economía actual somete a los objetos a un tipo especial de coacción, donde tanto el sujeto como las cosas se miden por su valor de exposición. La violencia de la transparencia consiste en sospechar de todo aquello que no se someta a la visibilidad pues carece de evidencia, y si no es evidente entonces esconde un secreto que alguien no quiere que se revele. Esta posición es interesante si la llevamos al terreno de la sociedad conectada a través de redes, donde la evidencia es capaz de desnudar los secretos. Los mensajes enviados por Messenger o un tuit colgado en la red, pero que después su autor decide borrar, pero su eliminación no es posible en la sociedad de la evidencia. Todo aquello que no se expone es porque no ha sido evidenciado y si no es evidenciado entonces es posible que en su ambigüedad esconda una mentira. La evidencia esconde aquí una sutil trampa: el mundo real es aquel que se percibe. La ciencia y la tecnología simplifican precisamente el caos en teorías, lo miden en números, en reportes de investigación. Hacen evidente aquello que a los ojos de los demás está escondido hasta que alguien lo expone.

La caracterización de Han sobre lo social a partir de la transparencia abarca uno de los componentes que conforman la nueva tecnología: la comunicación. En la sociedad hiperconectada las formas simbólicas se distribuyen en espacios a los cuales terceros tienen acceso. Estos espacios contienen al menos tres características según Rabotnikof (2006). La primera se refiere a aquello que es “común” a todos, donde prevalece el interés de la colectividad sobre el interés individual. En esta concepción existe una diferencia entre lo civil y el Estado. La segunda tradición es lo “visible” a todos, lo que es publicitado para dar legitimidad al poder político, con sus excepciones o limitantes. Y la tercera definición comprende aquello que es “abierto” en contra de lo que es “cerrado”. En las tres concepciones existe una “tensión” dentro del espacio público. Por ejemplo, en el lugar común existirá una disputa de lo civil con el Estado, principalmente cuando el poder se ejerza en forma absolutista, o bien el principio de publicidad estará en conflicto con las causas de reserva (Rabotnikof, 2006).


Conclusión

La hipertransparencia está presente en gran parte de las prácticas sociales en línea. Esto se debe a que Internet es común, visible y abierto. Cualquiera puede ingresar para visibilizar su vida a pesar de que muchos otros estén excluidos. Lo que pueda llegar a exponerse en las redes de alguna u otra manera transparenta los pensamientos y la materialidad de los individuos y las colectividades. En la sociedad opulenta, la hipertransparencia de la información disminuye su ambigüedad y la incertidumbre. Lo que se expone alcanza valor por mostrarse. Existe en la red en tanto exista evidencia de las narraciones que se comunican. La evidencia de los hechos intenta liquidar la subjetividad y presentar en forma llana y simple lo cotidiano. En el mundo de la hipertransparencia los secretos se diluyen.

Autor

  • Sergio Octavio Contreras

    Doctor en Ciencia Política. Comunicólogo y master en sociedad de la información por la @UOCuniversitat. Profesor universitario. Consultor y conferencista en redes sociodigitales. Twitter: @Ciberpensador

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