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Es cierto: las razones políticas terminan por imponerse a la razón a secas.

En el ocaso del primer periodo legislativo del año, cuando la bancada del PAN -acompañada del PRD- anunciaba la inminencia de una nueva ley de medios, se tomó la determinación de posponer el dictamen y de convocar, una vez más, a una consulta a todos los sectores involucrados y a los principales jugadores de una industria integrada por cientos de empresarios dominados, por las dos principales televisoras y la telefónica mayor.

¿Dónde encontrar una explicación sencilla y, sobre todo, honesta a la forma en cómo el PAN reculó?

Frente a las evasivas no queda más que especular y no se necesita un doctorado para entender el tamaño de las presiones y atestiguar la entrega de los legisladores a quienes dominan la radio, la televisión y la telefonía. En el diagnóstico sobre rendición de cuentas que presentó el CIDE el año pasado, el Poder Legislativo sobresalía por su opacidad y la persistente actitud de sus integrantes de hacer lo que les viene en gana sin informar a detalle de sus acciones y aquello que las justifica.

Por eso, Gustavo Madero, dirigente panista en el Senado, recurrio a la simplonería de afirmar que su partido no se “echó para atrás”, sino que, por el contrario, frente a una reforma legislativa de tal envergadura, lo conducente era no apurar el paso, escuchar a todos los involucrados y posponerlo… a ver para cuándo. Y otro tanto hizo el líder del PRD en el Senado, Carlos Navarrete, cuando dijo que no había prisa en aprobar las reformas. Hay que evitar legislar al vapor, dijo el perredista, en sesgada alusión, quizá, a la forma en cómo acostumbran aprobar leyes.

La necesidad de las reformas a las leyes ha sido expuesta en múltiples ocasiones por investigadores, comunicólogos, periodistas, politólogos y, de manera muy destacada, por algunos empresarios del ramo.

No tiene sentido abundar en lo que dejaron de aprobar o dictaminar los senadores. Se ha escrito mucho sobre la necesidad de que el país transite a un estadio democrático avanzado y que ninguna reforma política será integral si no es acompañada por una reforma de medios que brinde certezas a la industria, permita nuevos competidores, de paso a producciones independientes y fortalezca a los medios públicos.

Importa, en todo caso, dilucidar los motivos que los condujeron a recular. Y estos están a la vuelta de la esquina: las elecciones que se celebrarán en los próximos meses.

El gobierno prefirió no abrir un frente más y, en este caso, no irritar a los poderosos consorcios televisivos. La apuesta electoral panista de aliarse con el PRD para evitar que el PRI continúe gobernando algunas entidades clave, señaladamente Hidalgo y Oaxaca, ha sido muy alta. Si esa alianza fracasa, será el principio del fin para los gobiernos panistas y significará el término de las vacaciones de 12 años del PRI fuera de Los Pinos.

Hacer enojar a Televisa o TV Azteca en un momento electoral de alto riesgo, puede ser muy peligroso. Un PRI irritado por las alianzas PAN-PRD y muy favorable a los intereses de las televisoras, más los consorcios heridos por una nueva legislación que afectaba parcialmente sus intereses aunque fortaleciera en el mediano y largo plazos a la industria y a la democracia en el país, permitían visualizar la ruta del despeñadero.

Cuando Madero dijo que su partido estaba “comprometidísimo” con una reforma integral para septiembre próximo, pasadas ya las elecciones, ¿a qué se refería? Tras los comicios, se iniciará la recta final por el 2012.

Como ha ocurrido en los últimos años, ni siquiera esta marcha atrás le permitirá al PAN recuperar el favor de Televisa o TV Azteca. Las empresas dominantes ya perfilan sus propios intereses, más bien vinculados con el retorno del PRI a Los Pinos.

No es creíble por tanto que, en el posible escenario de derrotas catastróficas en las elecciones en las que va con el PRD, el PAN resurja de las cenizas para aprobar en septiembre, ahora sí y tras una muy anunciada consulta a los integrantes de la industria, una reforma integral de medios.

A veces las cosas son así de simples: no hay forma, por ahora, de que los poderosos intereses mediáticos sucumban. No mientras cuenten con aliados de primera y de segunda en el Congreso.

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