El 26 enero de hace treinta años, al menos para cerca de 279 millones de personas en Latinoamérica, la noticia del año fue la visita d el papa a esa región del continente. El fervor religioso, en nuestro país puso de rodillas a varios cientos de miles para recibir la bendición de Juan Pablo II. No obstante ese fanático culto a la personalidad, es difícil creer que aquí alguien hubiera rezado por la paz entre Egipto e Israel, pero si eso sucedió seguro sintió escuchadas sus oraciones dado que, dos meses después de la dicha visita del papa, ambos países firmaban la paz luego de una guerra que se prolongó tres décadas .
En México, eran los tiempos de la presidencia omnímoda y el partido único; de los derechos de los niños puestos en rango constitucional, del ingreso a la vía electora l de una fuerte opción política aglutinada en el PCM y la Coalición de Izquierda; de los ejes viales y d e la muerte de Gustavo Díaz Ordaz; de nuestra ruptura con Nicaragua, el 20 de mayo, luego del genocidio cometido por Somoza en ese país. Son también los tiempos de la caída de ese dictador y el ascenso del sandinismo, de la impetuosa Unión Soviética y del poder del ayatollah Jomeini, de la isla de Cuba como el paradigma del mundo progresista, de Salvador Dalí y su incorporación a la Academia Francesa de Bellas Artes.
La fiebre de la revolución en Centroamérica es un referente de las altas temperaturas de los jóvenes de aquella época. Otro, sin duda tan distante y distinto de aquel fue el movimiento internacional de la quema de acetatos de música disco, dad a la fiebre que había causado la película protagonizada por John Travolta dos años atrás. Fiebre del sábado por la noche es una de las cintas que más han permanecido en la mente de las generaciones que siguieron, pues retrata una forma de divertimento en el que la escala de aspiraciones se reduce a vivir el día a día. Sin mayor pre tensión que los tragos, el baile y los encuentros furtivos para saciar el apetito de la piel. No obstante el cliché, y tal vez sumidos en la nostalgia, al mir ar a Tony Maner o y escuchar a los Bee Gees, se nos escapa un suspiro anhelante por los tiempos idos.