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miércoles 06 noviembre 2024

Lo que el CEU nos dejó⿦

por Víctor Manuel Virueña

El inicio


El grito de ¡CEU… CEU… CEU…! retumbaba en el auditorio Justo Sierra, mejor conocido como “El Che Guevara”, y mientras mi novia y yo hacíamos el amor en el sótano, entre periódicos, pancartas y mantas alusivas al movimiento estudiantil, arriba la asamblea que discutía sí se levantaba la huelga ya se había prolongado por muchas horas.


Generalmente las asambleas duraban más de seis horas, eran extenuantes, con algunas intervenciones de antología, pero, la mayoría de las veces, aburridas. Por lo que a veces mi novia y yo nos escapábamos para vivir la recién conocida libertad. Cuando empezó el movimiento falté por primera vez a la casa de mis padres y de ahí en adelante casi no se me veía por ahí.


Tenía 16 años cuando Carlos Imaz visitó mi prepa para informar sobre las reformas que el Consejo Universitario había aprobado. Particularmente me preocupó el aumento a las cuotas, puesto que mi padre, obrero en una fábrica de Azcapotzalco, no estaba en la capacidad económica de sostener los estudios universitarios de cinco hermanos.


Yo era alumno de la Preparatoria 3, localizada al norte de la ciudad y la mayoría éramos estudiantes que proveníamos de colonias populares, casi ninguno estábamos politizados o influenciados por partidos y grupos políticos (a diferencia de los “grillos del CCH” como les decía mi papá), pero la pretendida reforma caló hondo en muchos de nosotros, porque el aumento a las cuotas y la eliminación del pase automático significaban la pérdida de nuestros sueños de ser universitarios.


Cuando elegimos a los delegados para la Asamblea General del CEU muchos de nosotros participamos por primera vez en la vida en un ejercicio democrático: Seguimos con atención diálogos por Radio UNAM y cuando éstos fracasaron, nuestra escuela voto mayoritariamente por ir a la huelga. Desafiamos a la autoridad cuando pusimos las banderas rojinegras y nos entrevistamos con el director de la prepa para pactar las condiciones de la huelga. En aquellas primeras horas de la huelga muchos de nosotros en la Prepa 3 conquistamos la libertad y poco estábamos conscientes de que íbamos por una reforma diferente a la propuesta del entonces rector Jorge Carpizo.


Al terminar la huelga, fui electo delegado a la Asamblea General y entonces se abrió ante mis ojos el juego político: en la Asamblea se disputaban el poder muchas corrientes: los autonombrados históricos, liderados por Carlos Imaz, Imanol Ordorika y Antonio Santos; los reformistas entre los que destacaban Alberto Monroy, Ricardo Becerra, Ulises Lara, Guadalupe Rodríguez, Marco Levario y Martí Batres; los brigadistas con Guadalupe Carrasco “La Pita” a la cabeza y un sin fin de grupos de todas las tonalidades miembros del PRT, del PPS, trotskistas, maoístas y varios compañeros más radicales que soñaban con la revolución armada. En aquellos tiempos también se señalaban a otros compañeros como “informantes” de la Secretaría de Gobernación aunque en realidad nunca se comprobaron dichos señalamientos.


Al principio me emocionó participar en los debates y, aunque tenía que esperar largas horas para que me llegara mi turno, estaba convencido de decir cosas importantes, hasta que me di cuenta que las decisiones no se tomaban en la asamblea sino en los pasillos, en la negociación entre las corrientes y esa fue mi bienvenida a la realpolitik. Como habíamos varios delegados sin corriente, comenzamos a platicar y nos dimos cuenta que si actuábamos juntos podíamos incidir en la toma de decisiones, así fue cuando aseguramos un puesto en la mesa de cada asamblea y nos buscaban las corrientes para que les otorgáramos nuestro voto.


La vida de activista estudiantil era de tiempo completo porque desde las siete de la mañana me reunía con mis compañeros en el cubículo estudiantil, el que tomamos durante la huelga y que “el Zuko” (nunca supe su nombre) había decorado con murales increíblemente bien realizados, uno del escudo de la UNAM y, el otro, del Che Guevara (así tenía que ser).


Después de clases, los miembros del comité estudiantil partíamos en una larga travesía de dos horas hasta Ciudad Universitaria, la que incluía un autobús al metro San Lázaro, de ahí en metro a Balderas y hacer el transbordo a Universidad y bajarnos en Copilco. Toda la tarde teníamos reuniones y más reuniones para discutir el plan de acción y la anhelada reforma y ya muy tarde teníamos que correr para alcanzar el metro de regreso, o sea que dedicábamos 10 horas al día a la grilla, por lo que llegábamos exhaustos a casa para dormir un rato. Muchas noches me quedaba en casa de un amigo, de una novia, o algunas veces en el cubículo estudiantil de la Facultad de Economía, durmiendo en el piso, hasta que nos despertaba el ruido de los trabajadores de limpieza a las seis de la mañana.


El CEU fue un crisol en nuestras vidas, donde mezclamos nuestras exigencias, nuestros deseos, nuestras hormonas, nuestras ganas de que el país cambiara. Las nuevas generaciones que han crecido en la alternancia nunca comprenderán que a nosotros nos tocó romper con el control político del sistema priista, con medios parciales y con el estigma de ser la generación de la crisis.


Si el movimiento se dividió y se diluyó después, fue una consecuencia lógica, pues al ganar muchos de nuestros objetivos, se quedó sin razón de ser y cada quien partió a buscar su propio camino.


Los hijos desobedientes


Para muchos adolescentes que vivimos en carne propia el terremoto del 85, la auto organización y la desconfianza al gobierno fueron naturales, porque ese gobierno nos había dejado solos y de esa forma aprendimos que no necesitábamos la tutela de nadie para hacer algo positivo por nuestra comunidad.


Desde el mismo día del terremoto, levantamos piedras, hacíamos cadenas para sacar escombros, traíamos agua y comida a los voluntarios, cuidábamos el barrio para evitar saqueos y de pronto nos dimos cuenta que solitos nos organizamos, que el Presidente, el Regente y la policía andaban en otro lado y que sólo nosotros podíamos ayudarnos. Miles de jóvenes que compartimos esa experiencia convergeríamos después en la UNAM como alumnos y profesores.


 


 


Cuando pasé el examen de admisión para la Escuela Nacional Preparatoria me sentí afortunado porque mi educación no pesaría demasiado en el bolsillo de mi padre y me garantizaba un buen nivel educativo, que se extendía hasta la posibilidad de terminar una carrera universitaria con todo lo que esto significaba: acceso a la educación, movilidad y reconocimiento social.


Un buen día de noviembre de 1986 me dirigía a desayunar mi torta Puma (la clásica de huevo porque no alcanzaba para más), cuando vi a un güero barbón subido en una jardinera del patio central de la prepa, después me enteraría que era Carlos Imaz, que estaba organizando un mitin informativo sobre las recién aprobadas reformas del rector Carpizo. Me acerqué con curiosidad pues la televisión no había informado del tema y en esa época no leía periódicos.


Al final del mitin, nos invitó a mandar representantes a la asamblea estudiantil y un numeroso grupo de compañeros decidimos asistir al evento que cambiaría nuestras vidas.


Cuando le conté a mis padres sobre la asamblea, reaccionaron con temor, los recuerdos de la represión del 68 todavía estaban muy presentes y, a diferencia de los padres de otros compañeros, ellos no estaban muy politizados así que decidí ya no informarles de mis actividades en el movimiento estudiantil y como buen hijo desobediente tomé la decisión de actuar por convicción, pero sin su permiso.


Todavía hoy no sé porque mis compañeros del comité me eligieron para “salonear” e informarles a los estudiantes de la prepa sobre el plan de acción resuelto por la asamblea, en ese entonces nunca había hablado en público, no sabía cómo comenzar, no tenía idea de cómo entrar al salón a pedirle al maestro en turno que me diera unos minutos de su clase, pero después de un “órale no le saque”, me decidí a entrar y para mi buena fortuna, el maestro simpatizaba con el movimiento y no sólo me dio cinco minutos como le pedí, sino que convirtió su clase en un debate sobre la reforma y sus alcances. Ahí perdí el pánico escénico y fue lo primero que se transformó dentro de mí, lo siguiente fue la paulatina politización, la necesidad de leer no para pasar un examen sino para aprender y tener elementos para defender mis puntos de vista.


La música fue otra expresión de nuestra rebelión, mientras la televisión nos recetaba a Timbiriche, nosotros escuchábamos a Rockdrigo, Pink Floyd, Bob Dylan, Sex Pistols, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Mercedes Sosa, Tania Libertad, Joaquín Sabina y todo tipo de rolas alternativas y de protesta que comprábamos en casetes piratas en el Chopo y que tocábamos hasta que se rompía la cinta.


Organizábamos tocadas dentro de la prepa que eran el dolor de cabeza de las autoridades del plantel y aunque nos cortaban la electricidad, siempre nos las ingeniamos para poner un diablito y permitir que La Maldita Vecindad, Tex Tex, Los Nakos y muchos otros, desafiaran la orden de cero conciertos en el campus.


Después de clases, se debatía mejor al calor de unas cervezas pues el brandy era un lujo, pero de vez en cuando alguien traía una de la cava paterna. La mota relajaba el ambiente y cualquier rincón oscuro servía para perderse un rato con la novia.


La libertad de esos días pocas generaciones la han disfrutado. El gobierno y las autoridades universitarias apostaron por el diálogo para resolver el conflicto y unque había muchos compañeros radicales, la mayoría optamos por la vía pacífica, lo que evitó, por un lado, la represión y, por el otro, la lucha violenta.


La grilla


Las primeras marchas que exigían la derogación de las reformas rebasaron las expectativas de asistencia, aunque en el ambiente flotaba un cierto temor a la represión gubernamental, también temíamos la infiltración de provocadores y que los compas más radicales aprovecharan la oportunidad para querer comenzar su revolución armada.


Milagrosamente, el desgastado gobierno de Miguel de la Madrid optó por dejar abierta la puerta a la negociación y aunque hubo señales de que el Regente de la Ciudad, Ramón Aguirre, y el Secretario de Gobernación Manuel Bartlett, estaban interesados en controlar la situación y llevar agua a su molino por la cercana sucesión presidencial, la negociación del conflicto se le dejó al equipo del Rector Carpizo.


El Rector cedió a la presión de las multitudinarias marchas y aceptó la realización de un diálogo abierto, público y que se transmitiera en vivo por Radio UNAM, lo que constituyó un enorme triunfo al movimiento y un error estratégico para Rectoría, puesto que el auditorio estaba abarrotado por estudiantes ceuístas que vitoreaban las participaciones estudiantiles y rechazaban ruidosamente cualquier intervención de los representantes del rector. Al principio las posiciones eran inflexibles. Sin embargo, las autoridades aceptaron la derogación de las medidas más controvertidas del “Plan Carpizo”, pero ya era muy tarde para eso pues las asambleas ceuístas habíamos decidido que la reforma debía ser dirigida por un Congreso Universitario Democrático y la palabra huelga se comenzó a escuchar con fuerza.


Las pláticas públicas y las negociaciones en privado que se estaban llevando a cabo se rompieron y el día 21 de enero se llevó a cabo una gigantesca marcha estudiantil del casco de Santo Tomas hasta Rectoría con la nueva demanda: Congreso resolutivo


Una vez que la asamblea general votó mayoritariamente por la huelga, la noche del 27 de enero, los amigos del comité nos pusimos de acuerdo para llegar a las cinco de la mañana del día siguiente con candados y cadenas, y comenzamos a pintar las banderas rojinegras.


Para nosotros, chavos de 16 a 18 años llevar a cabo toda la coordinación para la huelga me parece todavía increíble, porque no teníamos formación política, experiencia o recursos económicos, cada quien se las arregló como pudo para tomar de la casa paterna galletas, agua, pan, sardinas, atún (comí tanto atún que ya nunca más me gustó).


En una época donde no había Internet ni teléfonos celulares, la coordinación con la asamblea general se hacía por teléfono público, así que había que traer una buena cantidad de monedas de veinte centavos y encontrar uno que funcionara. El día 28 muy temprano pusimos los candados y esperamos a las autoridades de la prepa, el director nos envió a su secretario general para redactar un acta donde nos hacíamos responsables de las instalaciones y comenzamos a recorrer oficinas y salones para cerciorarnos de que todo estuviera cerrado, al terminar, maestros y directivos se marcharon.


Algunos trabajadores del sindicato y dos o tres maestros se quedaron y al anochecer prendimos un par de fogatas y aunque nadie lo admitía teníamos miedo de pasar la noche ahí, porque se veía inminente la entrada de la policía y a diferencia de CU donde hay más de 30 escuelas juntas, nosotros estábamos aislados a más de media hora de la escuela más cercana, la ENEP Aragón, así que en caso de que la policía quisiera retomar las instalaciones sólo habíamos 50 estudiantes esa noche.


 


 


Amaneció sin novedad y para nuestra sorpresa varios cientos de estudiantes se sumaron a las guardias y muchos padres de familia y vecinos nos trajeron café y comida, incluso el sindicato de choferes de la Ruta 100 puso a nuestra disposición varios autobuses para asistir a las marchas. Durante la huelga sobrevivimos gracias a la solidaridad de quienes nos llevaban comida y cooperaban económicamente para que compráramos lo necesario para sostener las guardias. Algunos trabajadores miembros del sindicato también nos acompañaban, aunque siempre nos tiraban un rollo para según ellos explicarnos la lucha de clases y de cómo la huelga era un acto revolucionario.


La huelga sin duda fue un catalizador de nuestras vidas, ahí se forjaron amistades que aún perduran y una camaradería pocas veces vista, hombres y mujeres convivíamos en armonía, disfrutando nuestra libertad al tiempo que nos politizábamos día con día al comenzar a conectar los problemas que vivíamos como estudiantes con los problemas que México tiene como nación.


El 9 de febrero se llevó a cabo una de las más grandes manifestaciones que había visto nuestro país, con un Zócalo lleno se demostró que el movimiento ya contaba con el apoyo popular y de las organizaciones sociales.


La reunión del Consejo Universitario se llevó a cabo al día siguiente y el rector envió una señal inequívoca de que apostaría por el diálogo como vía para resolver el conflicto, en primer lugar aceptó derogar sus reformas y más importante aún, la realización de un Congreso Universitario para llevar a cabo una profunda transformación de la UNAM. En esa sesión se eligieron 16 consejeros para organizar la elección de una Comisión Organizadora del Congreso Universitario, donde Alberto Monroy, Antonio Santos y José García eran los Consejeros Estudiantiles integrantes del CEU.


Las resoluciones del Consejo Universitario constituyeron una clara victoria del movimiento, pero en la plenaria del CEU no todos pensaban lo mismo, muchos compañeros trajeron más demandas a bordo, algunas imposibles de cumplir. Las escuelas comenzamos a votar si levantábamos o no la huelga y mi prepa fue de las más radicales, ahí la mayoría votó por continuar en paro porque el concepto de que el Consejo Universitario “asumiría” las resoluciones del congreso no quedaba del todo claro, se discutió por días si la palabra asumir garantizaba el cumplimiento de los resolutivos del pretendido congreso o si era una trampa retórica.


El 17 de febrero concluyó oficialmente la huelga, aunque varios planteles la seguimos por unos días más hasta que permeó la sensatez y se entendió que el movimiento había sido victorioso pero desgastante y que era el momento de pasar a otra etapa.


Cuando se aprobó la creación de la Comisión Organizadora del Congreso Universitario (COCU) la grilla se centró en elegir a los 16 estudiantes que representarían al sector, los independientes no teníamos mucho futuro porque no contábamos con las tablas de Imanol, de Imaz, de Oscar Moreno, de Andrea González, pero en cambio, teníamos el apoyo de los estudiantes de nuestras escuelas así que muchos decidimos competir en la elección interna.


La votación fue muy participativa y por la noche comenzaron a llegar las casillas y las actas, se comenzaron a contar los votos, escuela por escuela, al principio todo marchaba bien pero de pronto comenzaron a llegar resultados muy raros con demasiadas casillas “zapato” donde los candidatos de las corrientes tenían el 100% de los votos y los independientes ninguno. Entonces el maestro Nicolás Sánchez nos hizo notar que eso era estadísticamente imposible y que había mano negra en la elección. También se detectaron irregularidades en los listados de votantes donde hasta Batman había votado.


Enfrentamos a los líderes de las corrientes y amenazamos con hacer público el cochupo que se intentaba imponer. El CEU no se podía permitir que denunciáramos las prácticas priistas de algunas corrientes, así que a las cuatro de la mañana se tomó la decisión de anular las elecciones en donde se presentaron irregularidades, lo que abrió el camino para que la mayoría de candidatos que representarían al CEU fuéramos independientes de las corrientes. Muchos de los líderes más conocidos por su participación en el diálogo público y en los medios de comunicación, quedaron fuera y entramos muchos que apenas si teníamos algún reconocimiento.


La lista de los candidatos del CEU quedó conformada por Leobardo Ordaz y Yolanda Cruz, CCH Oriente, Adolfo Llubere de CCH Sur, Martí Batres de prepa 7, Andrea González de Prepa 4, Víctor Viruena de prepa 3, José Luis Alvarado de la ENEP Acatlán, María Isabel Vizuet de Filosofía, Imanol Ordorika de Ciencias, Raúl Rincón de la ENEP Aragón, Agustín Guerrero y Ricardo Becerra también de Economía y por el posgrado Carlos Imaz, María Luisa Ceja, Jorge Zavala y Ricardo Gamboa.


La campaña me llevó a conocer la mayoría de las escuelas de la UNAM, a participar por primera vez en mi vida en programas de radio y televisión y lo que más recuerdo: el hablar frente a miles de estudiantes en el cierre de campaña en la explanada de Rectoría,


En la elección general, el CEU arrasó en las votaciones y nos quedamos con el carro completo, ya que las reglas tenían el 28% como techo para alcanzar representación. Esa votación fue limpia, participativa, organizada y vigilada en extremo y durante mucho tiempo quedó como ejemplo para las votaciones nacionales, pero no reflejó la pluralidad universitaria, puesto que los estudiantes que no coincidían con el CEU no tenían representantes, y por otro lado los maestros del CAU quedaron fuera ante la mayoría aplastante de los académicos proclives a Rectoría.


 


 


Cuando comenzó a sesionar la COCU todo eran buenos deseos, pero muy pronto la falta de consenso llevó a la Comisión a un proceso de desgaste e inmovilidad. Todos queríamos Congreso pero no coincidíamos en las facultades que tendría.


Los debates se alargaban por meses y entonces Rectoría postó al desgaste del movimiento para extinguirlo. Sin embargo, cuando el representante del Rector Jorge Carpizo retiró a sus comisionados con el pretexto de que Imanol había ofendido al rector en algún discurso, revivió al CEU porque varios compañeros comenzaron una huelga de hambre que obligó a Rectoría a flexibilizar su posición y retomar los trabajos de la COCU.


En esa época algunas autoridades optaron por el porrismo para disuadir a los estudiantes de la participación y entonces comenzaron ataques en varias escuelas. El 18 de junio de 1988 una veintena de porros armados tacó a los miembros del comité de prepa 3 y tuvimos tres heridos de bala, al final los porros salieron correteados y tuvieron varios heridos que se presentaron en el noticiero 24 horas de Televisa culpando al CEU de la agresión. Eso enardeció a los chavos y a los padres de familia, por lo que organizamos la mayor asamblea jamás vista en la escuela, y se exhibió al director y a su equipo como los verdaderos provocadores de la violencia.


Las elecciones presidenciales se acercaban y la dirigencia del CEU vio lógico buscar a Cuauhtémoc Cárdenas para “El movimiento había sido victorioso pero desgastante y era el momento de pasar a otra etapa apoyarlo en su candidatura. Imanol me invitó a participar en el MAS y días después el Ingeniero nos recibió en su casa y con su hablar pausado aceptó el apoyo. La maestra Ifigenia Martínez fue más enfática en la importancia de sumar al movimiento estudiantil y el CEU aprobó no sumarse como organización, pero la mayoría decidimos participar a título personal y organizar su entrada a la universidad.


El acto masivo de Cárdenas en Ciudad Universitaria fue un parteaguas en su campaña, porque hasta entonces solamente en Michoacán y en La Laguna había tenido recepciones multitudinarias. El movimiento estudiantil logró que la campaña conectara con los movimientos sociales en la ciudad de México y fuera vista con posibilidades reales de ganar la presidencia, lo que provocó el encono del priismo y de algunas autoridades universitarias.


Pasadas las elecciones y derrotado el movimiento cardenista, el CEU entró en un letargo y la Rectoría aprovechó para alargar el camino al Congreso. Nadie tenía los votos suficientes, pero los Históricos y la CRU se dieron cuenta que pelear por el todo o nada iba a desaparecer el movimiento, así que comenzaron a acercar posiciones con Rectoría. Poco a poco yo también me convencí de que era mejor un acuerdo político y que ya casi eran dos años sin resultados, yo perdía clases dos veces a la semana para asistir a la plenaria y el desánimo cundía entre todos los miembros de la COCU.


Agustín Guerrero, representante de la Facultad de Economía y yo, éramos los votos estudiantiles que hacían falta para lograr un acuerdo, así que decidimos optar por tener congreso. Nuestra decisión nos abrió la puerta para sentarnos a negociar con el entonces Secretario General y hoy secretario de Salud, José Narro Robles; nos enteramos que desde hacía tiempo la CRU y los Históricos tenían una mesa de negociación y fuimos invitados a una casona en San Jerónimo para acordar el congreso, en las noches, a veces hasta la madrugada, nos reuníamos para llegar a acuerdos y en las mañanas los votábamos en la plenaria; así fue como se logró el voto mayoritario para poder tener el Congreso.


Los miembros de la COCU decidimos no tener pase automático al congreso y que los estudiantes seriamos votados nuevamente, pero cuando llegaron las votaciones yo era un perfecto desconocido estudiante de primer ingreso en la carrera de Derecho, las Corrientes ya se habían repartido los puestos en la planilla y aunque obtuve 847 votos, sin la bendición de las Corrientes, quedé fuera del congreso, que había sido mi meta por más de dos años. Como invitado especial sólo fui observador del proceso que había ayudado a nacer, pero en el cual ya no tenía ni voz ni voto.


Los resultados del Congreso Universitario fueron buenos en lo general y el ejercicio del dialogo y la negociación fue muy provechoso, ningún grupo obtuvo todo lo que quería, pero se negoció un buen acuerdo que incluía la exigencia de más presupuesto, consejos académicos por área, la revisión de planes de estudio, cuotas simbólicas, pase automático, entre otros. Pocos años después los ultras ganaron en la mayoría de las asambleas y llevaron a la UNAM a una nueva huelga, pero mucho más larga, menos consensada y fueron más intransigentes, lo que terminó con la entrada de la policía al campus dando al traste con la experiencia de la salida negociada y el acuerdo.


 


 


El Saldo


En mi opinión, nosotros, la generación que dio vida al CEU nos quedamos cortos en trasladar la victoria estudiantil al terreno de la política nacional, salvo unos cuantos, la mayoría nos perdimos en la búsqueda de trabajo, en los problemas familiares y en la desilusión del proceso democrático, porque nos dimos cuenta que no basta la democracia para lograr acuerdos y optamos por un sálvense quien pueda, nunca cuajamos alianzas políticas y la diáspora disolvió la influencia histórica del movimiento.


Me hubiera gustado oír la impecable oratoria de Imanol Ordorika en el Congreso de la Unión, me imagino como hubiera sido la carrera política de Carlos Imaz si no le hubiera ayudado a Rosario Robles en sus pillerías, de cómo la carrera de Antonio Santos, hábil negociador, se perdió en el mar burocrático; los tres hacían un excelente equipo que terminó por disolverse entre grillas y corrientes.


Hoy en día dentro de los partidos políticos la única figura nacional del movimiento es Martí Batres, dirigente de prepa 7 y quien en ese entonces era proclive a la negociación como vía para el acuerdo y ahora está muy lejano de ello, aunque los recientes triunfos de MORENA en la Ciudad de México le auguran un buen futuro político. Otro compañero que fue diputado por el PRD y que ahora está en MORENA es Agustín Guerrero, entonces dirigente de la Facultad de Economía. Asimismo, Claudia Sheinbaum de Ciencias, esposa de Carlos Imaz es la actual delegada en Tlalpan.


Algunos otros compañeros siguen en el PRD como Leobardo Ordaz de CCH Oriente (a quien Jorge Castañeda puso como ejemplo en su libro La Utopía desarmada de como la izquierda democrát ica evitó que se convirtiera en el Abimael Guzmán mexicano) y Miroslava García, de prepa 6, que fue diputada en la LVIII Legislatura, Carlos Estrada, actualmente Delegado en Iztacalco y Fernando Belauzaran, diputado federal en la anterior legislatura.


Otros más están el PRI como Mauricio López, actual director del INEA, y expresidente de su partido en la Ciudad de México.


El periodismo y las letras también han sido de las profesiones preferidas de los ceuístas, Marco Levario, director de etcétera era delegado por la ENEP Acatlán, Néstor Ojeda, de prepa 4 hoy es Director editorial de canal 40; Fabrizio Mejia, Naief Yehya, Julian Andrade, Ivonne Melgar, Federico Campbell, son plumas cotidianas en el México de hoy.


Muchos también han trabajado en el gobierno federal y del Distrito Federal como Ricardo Becerra, Leyla Méndez, Andrea González, Adolfo Llubere, Ulises Lara; en los órganos electorales como Ciro Murayama y Alberto Monroy y también otros más se han dedicado al arte, cine y teatro como Lorena Manrique, Jorge Gidi y Maru de la Garza.


Por lo que a mi toca, el movimiento estudiantil marcó mi vida para siempre, no sólo porque conocí a entrañables amigos, sino porque también fue una enseñanza de solidaridad, de camaradería, de formación humana y política. También aprendí que se pueden tener enemigos por el sólo hecho de pensar diferente y que la intolerancia y la cerrazón política son un monstruo que carcome nuestra sociedad y que no han permitido a México transitar totalmente a la democracia y hacer frente a sus lacras, como la pobreza y el narcotráfico.


También soy uno de los beneficiados de la Universidad pública porque gracias a mi carrera de Derecho, puedo comer todos los días y aunque no estoy seguro de que tuviéramos razón en todo lo que pedíamos, fue muy aleccionador ser parte de un movimiento social y político que sin duda nos dejó huella.


Como lo señaló muy bien Lenia Batres en un artículo, el CEU es un movimiento social donde contrasta el olvido como movimiento social con la profunda huella que nos dejó en el alma a todos quienes participamos en él, aunque treinta años después todavía siguen las peleas entre varios ceuístas que no se pueden ver ni en pintura por sus diferencias ideológicas.


Particularmente encuentro que la principal aportación del CEU es haber sido el primer movimiento social de izquierda que ganó limpiamente la simpatía de la mayoría de la sociedad en el México moderno, que defendió la universidad pública y que fue cuna de la democratización de los procesos políticos que todavía hoy se vive en nuestro país.


Dedico este artículo al comité del CEU de prepa 3, que a pesar de la distancia y el tiempo los llevo siempre conmigo como hermanos: José Luis Sánchez, Josué Romero, Rigoberto Mendoza, Eduardo Montesinos, Diana Aguilar, Gerardo Rosas, Antonio de Marcelo, Hugo Delgadillo, Zaviany Torres, Tonatiuh Alvarado, Citlalli Núñez, Carlos Guridi, Noé Ávila, Daniel Fajardo, Angeles Núñez, Rogelio Gasca (), y Guillermo Martínez ().

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