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miércoles 09 octubre 2024

Los Simpson: patrimonio cultural

por María Cristina Rosas

Los Simpson son la serie de televisión más exitosa de todos los tiempos.

Un mundo amarillo

La serie reinventó el concepto mismo de la animación, al permanecer en horario estelar, al menos en Estados Unidos y gran parte de América Latina -en España la transmiten más temprano- de manera ininterrumpida. Se considera que el secreto del éxito radica en las características de sus personajes, desde los protagonistas hasta los más secundarios, quienes forman parte de un universo social replicado en el mundo real. También influye el talento de los guionistas, productores y directores. Además, la Twentieth Century Fox, ha hecho su parte al lograr que la irreverente familia de los cuatro dedos sea vista en 70 países por una audiencia estimada en 70 millones de personas.

Ciertamente la serie ha tenido altibajos: caída en los niveles de audiencia, reclamos salariales de los actores que dan voz a los personajes -incluyendo, lamentablemente, la muerte de algunos de ellos- y polémicas dentro y fuera de Estados Unidos, sea por los temas abordados o por las reacciones que despiertan en influyentes personas del mundo político, empresarial, educativo y del espectáculo.

Es cierto que Los Simpson no pugnan por un cambio social ni por la revolución mundial. Antes bien, su sarcasmo constituye más una suerte de conformismo que un manual para hacer un mejor planeta. Con todo, el sentido de la industria del entretenimiento es lograr que el espectador tenga esparcimiento. Claro que esa industria no es política ni económicamente neutral y toma ventaja de los momentos de relajamiento de los espectadores, para transmitir determinados mensajes y venderles los productos más variados. Esto es más relevante cuando las audiencias trascienden las fronteras. En este sentido, Estados Unidos, que posee la industria del entretenimiento más influyente del mundo, puede proyectar sus intereses, valores, visiones de las cosas, hábitos de consumo, etcétera, al resto del planeta. Así, aun cuando su fortaleza económica y política es cada vez más cuestionada y muestra, indicios de ir en declive, sus industrias culturales son consumidas, admiradas e imitadas en todos los rincones del orbe. Los Simpson, no hay que olvidarlo, son un producto de Estados Unidos que constituye un mundo en sí mismo, “El Mundo Simpson” como reza la publicidad de la Fox.

También es cierto que los gustos de las audiencias cambian en función del contexto socioeconómico y político. Nadie debate la genialidad de Charles Chaplin ni su aporte al cine. Sin Chaplin, decía Walt Disney, posiblemente el llamado “Séptimo arte” no sería lo que es. Disney incluso reconocía que el cine de animación debía mucho al trabajo del genial cómico inglés. El comentario del legendario animador es un reconocimiento a cómo la industria del entretenimiento de hoy se nutre de trabajos previos. Chaplin fue muy popular en las primeras décadas del siglo pasado y en el contexto de la gran depresión, cuando las personas necesitaban distraerse. También la industria de la animación empezó a despuntar en aquellos años por las mismas razones.

En cualquier caso, antes de Los Simpson era impensable que una serie de animación de aproximadamente 22 minutos se transmitiera exitosamente en horario estelar. Pero de no haber existido Disney, Walter Lantz, los hermanos Warner, William Hannah y Joseph Barbera, seguramente Los Simpson no habrían visto la luz.1 Ahora bien, aun cuando muchos establecen similitudes entre, por ejemplo, “Los Picapiedra” -creación de Hannah y Barbera- y Los Simpson -y que ciertamente existen-, hay también un mar de diferencias, dado que la gran mayoría de los dibujos animados existentes hasta antes de que Matt Groening creara a la familia amarilla, estaban destinados al público infantil. Los Simpson llegaron para una audiencia distinta (eso no quiere decir que los infantes no vean Los Simpson, si bien algunos padres de familia estiman que no son unprograma que deben presenciar los niños).

Cabe preguntar entonces qué factores han hecho de Los Simpson una serie tan longeva y que sigue compitiendo con diversas series, animadas y no animadas, que van y vienen y colapsan en el camino en sus primeras temporadas. En 25 años, mucho ha cambiado en la industria del entretenimiento, pese a lo cual sigue contando con una audiencia fiel e importante. Los Simpson son una suerte de patrimonio cultural y a continuación se explicarán las razones.

Los Simpson y su éxito

Seth MacFarlane, creador de una serie animada inspirada en Los Simpson, “Padre de familia” (Family Guy), y director de la irreverente Ted (2012), explica sin tapujos, el significado de los personajes de ojos saltones cuando afirma que “aun considerando el enorme éxito de quienes se han inspirado en Los Simpson [para crear series animadas y no animadas], ninguna serie ha llegado a acercarse siquiera al nivel de influencia de Los Simpson. Seinfeld es comparable, en términos de dinero, e incluso en la frecuencia con la que es aludido, pero sólo entre una cierta audiencia burguesa de Estados Unidos. ‘Friends’ fue por años una religión, pero su popularidad declinó y resurgió escasamente a lo largo de los 90. ‘Padre de familia’ y ‘South Park’ se ubican, de alguna manera, en el mismo universo, en términos de los ingresos financieros que generan anualmente, y en las risas que propician por minuto, pero nada comparable al espectro, la fidelidad o la inteligencia [de Los Simpson]. Con la banda ancha, la creciente preponderancia del cable, el DVR y el creciente número de alternativas a la televisión por cable, es improbable que una serie de televisión llegue a tener el éxito, la importancia y la resonancia de Los Simpson.”Incidentalmente, la serie creada por MacFarlane, “Padre de familia”, tuvo un éxito inusitado en septiembre pasado, durante el inicio de su nueva temporada, cuando Los Griffin tuvieron un crossover con Los Simpson.

¿Qué tienen Los Simpson en relación con otros productos de entretenimiento diseñados para la televisión o bien para aprovechar las oportunidades que genera la banda ancha?

Tienen hordas de seguidores en el mundo. Cuentan con su propia enciclopedia en línea, Wikisimpsons, en varios idiomas; con videojuegos accesibles, actualmente, en dispositivos móviles, como ocurre con The Simpsons Tapped Out (disponible para iOS, Android y Kindle Fire con su propio Lego (para armar y también hay un episodio de la serie con artículos coleccionables (que incluyen playeras, sudaderas, gorras, corbatas, pantuflas, zapatos tenis, ropa interior, pijamas, etcétera con artículos para el hogar (cortinas, cobertores, sacacorchos, tazas, vasos, decoraciones navideñas, calendarios, cubiertos, moldes para pastelillos o donas, alfombras, tapetes, lámparas, jabones, champú, pastas y cepillos de dientes, delantales, almohadas, relojes, mochilas, loncheras, servilletas, chocolates, cereales, sopas instantáneas, dulces, chicles, sodas, cervezas, etcétera con comics y libros; y con un parque temático, entre muchas otras cosas. Hay música original de la serie y otros trabajos discográficos. Existe un largometraje con planes para otro más en el futuro cercano, luego del éxito comercial -con ganancias por 527 millones de dólares, casi octuplicando el costo de la producción-. También están a la venta los episodios de la serie, desde la primera temporada hasta la décimo séptima, en DVD y en otros formatos y plataformas.

 

Es difícil hacer un recuento de lo que Los Simpson ha inspirado en términos de memorabilia, y esto sin contar la mercancía “pirata” o no oficial. Se estima que su franquicia tiene un valor global de 5 mil millones de dólares, equivalentes al PIB combinado de Francia y Alemania.Los Simpson son una verdadera industria en cuyo núcleo se encuentra una serie animada que, paradójicamente, parece menos importante que todos los productos que inspiran sus personajes.

Es verdad que otras series o películas animadas generan también mercancía que es ampliamente consumida. En 2014, por ejemplo, “Frozen” dio pie a diversos productos alusivos, pero es previsible que el interés disminuya en un tiempo relativamente corto. Los Simpson, en contraste, se reinventan en los artilugios más variados y, sin ir más lejos, con motivo de su aniversario 25, una nueva gama de productos ha visto la luz sin que se vislumbre un cese en la oferta.

A lo anterior se suma que celebridades del mundo del espectáculo, la política, la literatura y la ciencia han estado presentes en diversos episodios -tradición que inauguró, Michael Jackson, quien encarnó a un corpulento chiflado que decía ser el rey del pop-. Hoy, ser simpsonizado, es una medida del éxito que poseen o no los famosos y, dicho sea de paso, forma parte del universo de lo “políticamente correcto”.

La comunidad académica de diversos países ha estudiado el fenómeno. En el libro Los Simpson y la filosofía, un grupo de especialistas, encabezados por William Irwin, busca los vínculos entre los personajes de la serie y filósofos como Nietzsche, Aristóteles, Sartre, Kant y otros más como una posible explicación al éxito de Los Simpson. Otro texto, La psicología de Los Simpson, documenta, de la mano de Alan Brown, la relación entre los habitantes de Springfield y la mente humana, destacando, por ejemplo, aspectos como las adicciones -a las donas, a la cerveza, a los gatos, etcétera-. Mark Pinsky, en El evangelio según Los Simpson, valora la importancia de la religión entre los habitantes de Springfield. Joseph J. Foy, en Homero Simpson va a Washington, y Timothy Dale en Homero Simpson marcha a Washington y Homero Simpson pondera la política, explican la manera en que temas tan controvertidos como la sexualidad, los derechos de las minorías, el vegetarianismo, los derechos de los animales, la conciencia ambiental, tópicos todos recurrentes en la serie, permean la actitud política de los espectadores. Matthew Henry, en Los Simpson, sátira y cultura estadunidense, revisa el sentido de la comedia satírica explorando el tratamiento que se da en Springfield a aspectos como la nacionalidad, la raza, la etnicidad, el feminismo, la homosexualidad, las clases sociales, y la religiosidad y secularidad, y la forma en que estos temas son tratados en los debates sociopolíticos en el seno de la cultura estadounidense y que se han venido desarrollando desde los 80 del siglo pasado. Nathan Thoms, en Maquiavelo se reúne con el Alcalde Diamante, analiza uno a uno los capítulos de la primera temporada para corroborar que en la serie, las visiones de los estadounidenses sobre sí mismos y acerca del mundo se reproducen todo el tiempo, con los estereotipos de costumbre. Un libro publicado en España por Fernando Montero y Rafael Galán, titulado La empresa según Homer Simpson,explica las enseñanzas en materia de liderazgo, gestión y desarrollo profesional en el mundo económico que se derivan de Los Simpson.

De esos textos se infiere que el éxito de la serie estriba en la variedad temática y sus múltiples y enfoques. Prácticamente cualquier profesión, preferencia política o religiosa, etnia o tópico, han sido abordados, lo que da pie a que se elaboren análisis que intentan dilucidar la “fórmula” de Los Simpson. A propósito de “fórmulas”, Simon Singh afirma haber dado en el “clavo” cuando atribuye la versatilidad de Los Simpson al capital humano que los hace posible, que no necesariamente procede del mundo de los comics ni de la animación -a excepción de Groening-, sino que son científicos. Guionistas y creadores como J. Stewart Burns poseen estudios de licenciatura y maestría en matemáticas por las universidades de Harvard y Berkeley; David S. Cohen tiene una licenciatura en física y una maestría en ciencias de la computación por las universidades de Harvard y Berkeley; Al Jean es matemático por la universidad de Harvard; Ken Keeler egresó de la licenciatura y maestría en Harvard con especialidad en matemáticas aplicadas; y Jeff Westbrook tiene una licenciatura en física y un doctorado en ciencias de la computación por las universidades de Harvard y Princeton. Una élite de sabios aportan sus conocimientos para hacer de Los Simpson una serie distinta, siempre manteniendo, paradójicamente, la mofa y el escarnio en torno a “lo científico”.

Los Simpson: la polémica

Dicen por ahí que el éxito se mide en función de cuánto se habla de algo o alguien, sin importar si los comentarios son o no favorables. Así, no todos los que ven y analizan la serie están conformes con ella, lo que abona en favor de la polémica que le circunda desde su primer episodio. Ahí está el trabajo

del italiano Marco Malaspina en Los Simpson y la ciencia, un interesante recuento sobre las referencias científicas que hay en la serie, para concluir que los episodios no cumplen fines didácticos toda vez que plasman a medias el conocimiento científico. En contraposición Paul Halpern, en ¿Qué ha hecho la ciencia por nosotros? Lo que Los Simpson nos pueden enseñar sobre física, robots, la vida y el universo,se basa en los personajes de Springfield para cuestionar las bondades de las innovaciones científicas, insistiendo en que las sociedades deben ser cautelosas respecto al futuro para no terminar como Homero quien, en un especial de noche de brujas, pasa de la segunda a la tercera dimensión, solo para ser tragado por un hoyo negro y llegar al ordinario mundo real.

Juan Pablo Marín Correa, en Detrás de Los Simpson, asevera, con fastidio, que “Simpson son todos aquellos cuyos valores no concuerdan con un ideal de vida en el que el respeto y la convivencia son elementos primordiales; los que estacionan mal sus automóviles, conducen embriagados, no respetan las normas, arrojan basura a la calle, votan y dan su opinión a cambio de nada llevando al menoscabo del sistema político; esos neofascistas que colocan barreras a las negritudes, discapacitados y otros actores sociales, aquellos cuyas palabras no tienen sentido, ya que se expresa por medio de su fuerza física, los egoístas que sólo piensan en su beneficio mientras se hunden todos, aquellos que nada hacen ni siquiera por sí mismos. Nadie debe sentirse orgulloso de ser un Simpson, de ser un reptil más en una “zoosiedad” como en la que se vive”.

 

Hay mucho de cierto en el desdén de Marín Correa, si bien la culpa no es de Los Simpson, sino de quienes disfrutan y aplauden sus irreverencias. En cierto sentido, “Todos somos Simpson”, dado que en la serie se reproducen situaciones cotidianas y es cierto que ello alienta el conformismo en el espectador, dado que en vez de convocarlo a cambiar el statu quo, lo hace mofarse de su triste realidad y hasta ahí.

Con todo, la polémica induce a una reflexión más profunda. Si ésta se limitara a replicar el día a día, seguramente habría caído en desgracia desde el primer episodio y ya sería parte de la historia. Hay algo más de fondo, algo que estriba en las características de Los Simpson y de sus audiencias, algo que genera ese “clic” que ha durado 25 años. ¿Qué es?

Los Simpson y el ocio

Las sociedades cambian. El esparcimiento es una necesidad humana, y antes de que existieran Hollywood y las industrias del entretenimiento las personas tenían formas para pasarla bien tras las jornadas productivas. El homo ludens es parte integral del homo sapiens. Las actividades lúdicas buscan satisfacer necesidades de descanso, esparcimiento, espirituales, de socialización y expresión, entre otras.

Es lugar común asumir que el ocio es la madre de todos los vicios porque se equipara a “no hacer nada”. Sin embargo el ocio no es sinónimo de “no hacer nada”, sino más bien, de hacer cosas distintas a las de la rutina laboral o escolar. El ocio es una necesidad personal. Permite mitigar las tensiones de la vida cotidiana, repensar las cosas, recuperar fuerzas, mejorar el estado de ánimo, convivir e interactuar en otros ámbitos distintos a los típicos entornos laborales o escolares.

Lo anterior no niega que Estados Unidos se vale de los recursos de poder duro y poder blando para seguir dominando el mundo. Sus industrias del entretenimiento son una manifestación del poder blando que emplea para promover sus intereses. Con todo, no es ni la primera, ni seguramente la última potencia en hacerlo. Culturas como la Azteca, la Maya y la Inca fomentaban el esparcimiento en la población, tras las jornadas destinadas a las guerras y la procuración del sustento -la alimentación-, con propósitos mágico-religiosos. Dichas actividades permitían mitigar tensiones sociales y continuar con las tareas y obligaciones. Cierto, las actividades de esparcimiento legitimaban a los gobernantes y llevaban a que los gobernados dirigieran sus pensamientos y energías a otras cosas, de manera que se mantuviera el statu quo en beneficio de los primeros. En pleno siglo XXI, Estados Unidos hace lo mismo, aprovechando, por cierto, las oportunidades que genera la globalización.

Dicho esto, es importante no sobredimensionar el sentido del esparcimiento, como tampoco subestimar a las sociedades. El “ocio” ciertamente puede fomentar el cambio social al cuestionar a los actores sociales dominantes. Por ejemplo, en la Edad Media, la Iglesia condenaba al ocio al que consideraba maléfico y pecaminoso, esencialmente porque un sector de la población se oponía a los preceptos religiosos y cuestionaba a los clérigos. En este sentido el esparcimiento era visto como fuente de “malos pensamientos”.

Hoy, el esparcimiento asume nuevas características en sociedades crecientemente urbanas, postindustriales, individualizadas y donde el estilo de vida deja muy poco espacio para socializar. Acceder a una serie como Los Simpson, sea en el hogar, en el trabajo, en el gimnasio, en la escuela o en cualquier lugar donde se pueda tener una conexión de banda ancha para usar Netflix, Claro u otros proveedores de entretenimiento, se convierte en un ritual lúdico. Esta es una particularidad del siglo XXI. Antaño, los tiempos destinados al trabajo o la escuela estaban claramente definidos. Hoy, la flexibilidad laboral y la desmasificación de la producción, sumadas a la amplia disponibilidad que tienen las personas de dispositivos de comunicación como los teléfonos inteligentes y las tabletas, entre otros, hacen que la distancia que separa a la productividad del esparcimiento se acorte. Es posible que las necesidades del mercado alienten esta situación, dado que si una persona decide interrumpir sus responsabilidades laborales o escolares para manipular su teléfono inteligente o tableta, ello seguramente propiciará el consumo de “algo” que se oferta a través de dichos dispositivos.

No se trata de algo novedoso. Cuando la radio y más tarde la televisión se convirtieron en medios de comunicación y entretenimiento de masas, se ofertaban diversos productos. La diferencia ahora es que los medios y el entretenimiento están en el bolsillo del usuario, y el esparcimiento ya no tiene un horario fijo. Ya no es necesario trasladarse al hogar para encender el televisor. Como sea, es importante dilucidar si el acto de ver Los Simpson en cualquier momento lleva a que las personas se desconecten de la realidad. No parece ser el caso.

Los Simpson y la postmodernidad

El postmodernismo denota un fastidio, una suerte de rechazo, negación, abandono a cualquier explicación, iniciativa o proyecto. El postmodernismo increpa a la modernidad y rechaza sus planteamientos característicos. Según la postmodernidad, las sociedades no son sujetos ni promotoras del cambio social. Antes bien, las personas se tornan conformistas, pesimistas, carecen de valores y fe. Así, los individuos se tornan “quietos”, son incapaces de modificar sus condiciones de vida y, menos aún, de hacer proyecciones sobre el futuro.¿Los Simpson una muestra palpable del postmodernismo?

Como tal, el postmodernismo se empieza a gestar en las décadas de los 70 y los 80 del siglo pasado, como resultado de las profundas contradicciones que se producen en las sociedades capitalistas avanzadas. En los 70, Estados Unidos conoció los límites de su expansión como potencia mundial al ser incapaz de cumplir con el reto que los gobiernos europeos occidentales plantearon a la administración de Nixon: canjear los dólares circulando en Europa por oro. Eran los tiempos de la guerra de Vietnam, la cual se prolongó por varios años, a un alto costo humano y material para Estados Unidos, lo que explica las dificultades económicas que experimentó ese país a partir de los años 70. Hay que destacar que, siendo Washingtonel líder del mundo capitalista, la guerra de Vietnam y la crisis de los años 70 llevaron a que el mundo cuestionara su capacidad para dirigir al “mundo libre” por los senderos de la prosperidad en el contexto de la Guerra Fría y de cara a la confrontación con la URSS.

También en los 70, China, que iniciaba un proceso de acercamiento con Estados Unidos, se erigía en un actor importante en las relaciones internacionales, ello aunado al protagonismo que Japón y las Comunidades Europeas deseaban ejercer en la política mundial. En los ochenta, con el arribo de Gorbachov a la dirigencia soviética, los referentes del mundo eran fuertemente cuestionados, y el colapso de la URSS a principios de los noventa profundizó la crisis de credibilidad en torno a lo que hasta entonces había sido considerado como “la opción” ante el capitalismo. Así, al desaparecer la URSS y tras la culminación de la Guerra Fría, el capitalismo se declaraba vencedor sobre el socialismo, si bien el “líder del mundo libre” no terminaba de resolver sus grandes contradicciones. Los Simpson surgieron al finalizar la Guerra Fría. Por lo tanto, la serie no podía ser ajena a ello.

Una familia muy normal

Los Simpson son una familia nuclear de cinco miembros -bueno, seis si se considera a la mascota Huesos, parte de ella, o siete, con el gato Bola de Nieve-. El padre de familia, Homero, tiene un empleo mediocre en la planta nuclear de Springfield. Marge, la madre y esposa fiel, es ama de casa que cuida de los hijos y eventualmente consigue algunos empleos que abandona para seguir al frente de la familia. Bart, el hijo mayor, tiene 10 años y es un irreverente niño que acude a la escuela, primaria, que se jacta de ser un perdedor y está orgulloso de ello. Lisa, de ocho años, también estudia en la misma escuela pero es una niña superdotada, incomprendida tanto por su familia como por la comunidad. Maggie, la bebé, es la hija menor, cuidada por Marge.

 

Los Simpson viven en una casa de dos pisos con cochera, y pese a las limitaciones económicas, se las arreglan para sobrevivir. Springfield es una típica ciudad estadounidense, pequeña, donde todos se conocen. Es un lugar donde existen los servicios e instituciones básicas: la escuela, la iglesia, el hospital, el supermercado, la taberna de Moe, la alcaldía, el asilo de ancianos, la estación de radio y la de televisión, la policía, ¡la mafia! y la planta nuclear. Las historias giran en torno a los cinco -o siete- miembros de la familia Simpson y de los demás personajes, lo que da a la serie infinitas posibilidades de explorar la más amplia variedad de temas.

En Los Simpson surgen diversos problemas que son solucionados para que todo siga igual. Este es posiblemente el mejor argumento para ubicar a la serie en los terrenos de la postmodernidad. No importa cuánto se esmere Homero para ascender en su trabajo. Nada cambia. De nada sirve que Lisa quiera cambiar al mundo. Todo sigue igual. A pesar de los esfuerzos de Marge por tomar el control de su vida y perseguir sus aspiraciones profesionales, al final regresa al seno familiar para seguir con su rutina cotidiana. Si Bart vende su alma y se pierde a sí mismo, se reencuentra con su familia. Si Homero se torna inteligente luego de que extrajeron de su cerebro un crayón, prefiere que se lo inserten nuevamente para seguir siendo el mismo tonto de siempre. Si Lisa se siente incomprendida por Homero, termina por aceptarlo con todo y su crayón en el cerebro. Si Maggie resulta ser superdotada con un I. Q. Superior al de Lisa, se conforma con seguir siendo la bebé que está bajo los cuidados de Marge.

Tras 25 años al aire, Los Simpson no cambian. La familia nuclear no se desintegra. Homero sigue trabajando en el mismo lugar. Marge se mantiene como ama de casa. Bart es el niño travieso de costumbre. Lisa continúa cuestionando su entorno. Maggie depende, como nunca, de Marge. Y en la comunidad las cosas tampoco cambian. El jefe de la policía es inepto y corrupto, pero sigue en su puesto. La escuela primaria genera pobres resultados académicos, pero se mantiene en pie. Kent Brockman, el comunicador sensacionalista de la televisión, da las noticias como se le da la gana, pese a lo cual, mantiene intactos sus niveles de audiencia. El reverendo Alegría trata de convencer a sus fieles sobre las bondades de la religión en torno a la que él mismo tiene serias dudas, pero sigue al frente de la congregación. El señor Burns, encarnación fiel del capitalismo salvaje, incurre en toda clase de irregularidades para la producción de la energía nuclear, pero se las arregla para mantener sus operaciones e incrementar su fortuna personal. Krusty el payaso, icono de los niños de Springfield, a nadie hace reír, pero continúa al aire. El alcalde Diamante, infiel y corruto, es votado una y otra vez por la comunidad. En “Los Simpson, La película”, Springfield se encuentra en riesgo de ser borrada del mapa, solo para que Homero, el antihéroe, tras diversas vicisitudes, restablezca el statu quo.

Los Simpson no son precisamente edificantes; reflejan el ánimo de los espectadores. Éstos, seguramente, son pesimistas y están convencidos de que, sin importar lo que hagan, todo se mantendrá tal y como está. Éste es un rasgo característico de la postmodernidad.

Sin embargo, lo más relevante es el papel que las personas y las sociedades pueden [o no quieren] desempeñar. Pérez Vázquez e Ibáñez Matienzo lo enfatizan en los siguientes términos: “el postmodernismo se muestra como una filosofía de la historia que proclama precisamente el fin de la historia y de la filosofía. El presente se absolutiza y el futuro desaparece llegando a incluso a ser impensado en las nuevas condiciones por lo que la linealidad y la racionalidad de la historia moderna se convierten en inoperantes, junto con la idea de progreso. La historia deja de ser vista como un proceso unitario y se difumina en múltiples relatos narrados por cada individuo a partir de su propia vivencia y con igual grado de validez”.

Cuando el espectador ve Los Simpson, no vislumbra cambio alguno. Se divierte, pero tras esa media hora de esparcimiento seguramente se convence de que no hay más que hacer, de que así como él/ella tiene problemas, otros más también y que, tal vez, después de todo, a éste [a] espectador [a] no le va tan mal: “hay otros a quienes les va peor”.

“Resumiendo, podemos concluir que si la modernidad se caracterizó por un entrecruzamiento entre razón, progreso, historia y humanismo (entendiendo este como la lucha por la emancipación del hombre), la postmodernidad (…) conduce a que el hombre como ente activo y dinámico de la sociedad pierda su vitalidad y desnaturalice su esencia, es decir, que el postmodernismo llama a la inacción, al quietismo, al estaticismo, estimula el individualismo, el egoísmo, el cambio de paradigmas y la pérdida de valores.”No hay que perder de vista, sin embargo, que el discurso de la postmodernidad aplica, de manera primordial, a los países capitalistas avanzados, y a Estados Unidos en particular. Es entendible que por ser el discurso dominante, sea una ponderación difícil de evadir en la Unión Americana y, ciertamente, en el resto del mundo. Si a ello se suma la influencia ejercida por las industrias del entretenimiento de Estados Unidos, el panorama parece desolador. Por supuesto que una propuesta sería generar un discurso alternativo -el cual existe-, que pudiera trascender al fatalismo de la postmodernidad.

Pero entonces, ¿qué papel desempeña Los Simpson en el contexto descrito? La solución a los problemas del mundo no radica en la televisión, ni en otros medios en los cuales se transmite la serie.

“Si Los Simpson es algo más que una marca, si sus metas son genuinamente algo más que hacer dinero, entonces sus creadores deberían haberse retirado, de manera triunfante, hace algún tiempo. Y considerando todo esto ¿pueden Groening y Los Simpson ser acusados de venderse? Aunque subversiva, la serie raramente ha pretendido ser algo más que humor y risas de sí misma, alimentando a la corporación que la promueve, News Corp. Tal vez Groening lo dejó en claro hace (…) años, insertando su frivolidad maliciosa en el conjunto de la cultura. ¿Por qué no debería él sentarse y relajarse y disfrutar los frutos de su triunfo?”

Los Simpson recrea, en la ficticia ciudad de Springfield, el mundo de hoy, por ello su éxito estriba en que describe y caricaturiza el entorno de sus audiencias. En este sentido, Los Simpson es algo más que una industria, una marca, o un negocio redondo. No son solo la expresión del poder suave de Estados Unidos y de su imperialismo cultural. Los Simpson dicen mucho de las sociedades que los sintonizan, las que, tras cinco lustros, se han dejado seducir y simpsonizar sin que se vislumbre en el horizonte un final de la serie, con todo y la muerte de Bart. ¿Cómo poner fin a una típica encarnación del postmodernismo, cuando éste no mira ni planea respecto al futuro? El fin de Los Simpson solo sería posible con la culminación del postmodernismo y éste no parece tener fecha de caducidad. De ahí que, a pesar de sus detractores, Los Simpson sean un patrimonio cultural del mundo postmoderno.

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